14 - EL FIN DE LOS DÍAS

La recolección humana de eventos famosos de su pasado—‘leyendas’ o ‘mitos’ para la mayoría de los historiadores—incluyen relatos considerados ‘universales’ que han sido parte de la herencia cultural o religiosa de la gente por toda la Tierra. Cuentos de la Primera Pareja Humana, de un Diluvio, o de dioses que vinieron de los cielos, pertenecen a esa categoría. Y También los relatos de la partida de los dioses de vuelta a los cielos.


De particular interés para nosotros son tales recuerdos colectivos de la gente y las tierras donde las partidas tuvieron realmente lugar. Hemos cubierto ya la evidencia del antiguo Cercano Oriente; también vino de las Américas, y abarca tanto a los dioses enlilitas como a los enkistas.


En Sudamérica, la deidad dominante fue llamada Viracocha (‘Creador de Todo’).

 

Los antiguos aymaras de los Andes decían de él que su morada estaba en Tiwanaku, y que les dio a las dos primeras parejas de hermano-hermana una vara de oro con la cual encontrar el lugar correcto para fundar Cuzco (la eventual capital Inca), el sitio para el observatorio de Machu Picchu, y otros espacios sagrados.

 

Y entonces, habiendo hecho todo eso, se fue. El magnífico diseño, que simulaba un zigurat cuadrado con sus esquinas orientadas hacia los puntos cardinales, señaló entonces la dirección de su eventual partida (Fig. 118). Hemos identificado al dios de Tiwanaku como Teshub/Adad de los sumerios/hititas, el hijo menor de Enlil.


En Mesoamérica, el dador de la civilización fue la ‘Serpiente Emplumada’ Quetzalcoatl. Lo hemos identificado como el hijo de Enki, Toth del panteón egipcio (Ningishzidda para los sumerios) y quién, en 3113 a.C. trajo a sus seguidores africanos para fundar la civilización en Mesoamérica.

Figura 118

 

Aunque el tiempo de su partida no ha sido especificado, tuvo que coincidir con la desaparición de sus protegidos africanos, los Olmecas, y el simultáneo nacimiento de los nativos mayas—cerca de 600/500 a.C. La leyenda dominante en Mesoamérica era su promesa, cuando partiera, de retornar—en el aniversario de su Número Secreto 52.


Y así fue que, por la mitad del primer milenio a.C. en una parte del mundo detrás de otra, la Humanidad se encontró a si misma sin sus largamente venerados dioses; y antes de mucho, la pregunta (que ha sido formulada por mis lectores) comenzó a preocupar a la Humanidad: ¿Volverán?


Como una familia súbitamente abandonada por su padre, la Humanidad se agarraba de la esperanza del Retorno; entonces, como un huérfano en necesidad de ayuda, la Humanidad buscó un Salvador. Los Profetas prometieron que de seguro sucedería—en el Fin de los Días.

En el ápice de su presencia, los anunakis sumaron 600 en Tierra además de otros 300 igigis estacionados en Marte. Su cantidad fue decayendo después del Diluvio y en especial luego de la visita de Anu cerca de 4000 a.C. De los dioses nombrados en los primeros textos sumerios y en largas Listas de Dioses, pocos quedaban a medida que los milenios se sucedían unos tras otros.

 

La mayoría volvió a su planeta hogar; algunos—a pesar de su aparente ‘inmortalidad’—murieron en Tierra. Podemos mencionar a los derrotados Zu y Seth, el desmembrado Osiris, el ahogado Dumuzi, la afectada nuclear Bau. La partida de los dioses anunakis cuando Nibiru volvió a acercarse fue el dramático final.


Los tiempos imponentes cuando los dioses residían en recintos sagrados en las ciudades de los hombres, cuando un faraón afirmaba que un dios conducía su carruaje, cuando un rey asirio hacia alardes de la ayuda del cielo, se habían acabado e ido. Ya en los días del Profeta Jeremías (626-586 a.C.), las naciones alrededor de Judá recibían la mofa por venerar no a un ‘dios viviente’ sino ídolos hechos por artesanos en piedra, madera y metal—dioses que necesitaban ser transportados porque no podían caminar.


Con la partida final teniendo lugar, ¿quién de los dioses Anunnaki permaneció en la Tierra?

 

A juzgar por quién es mencionado en los textos e inscripciones del período siguiente, sólo podemos estar seguros,

  • de Marduk y Nabu por los enkistas

  • de los enlilitas, Nannar/Sin, su esposa Ningal/Nikkal y su asesor Nusku, y probablemente también Ishtar

En cada lado de la gran división religiosa había ahora apenas un solo Gran Dios del Cielo y la Tierra: Marduk por los enkistas, y Nannar/Sin por los enlilitas.


La historia del último rey de Babilonia reflejó las nuevas circunstancias.


Fue escogido por Sin en su centro de culto Harán—pero requirió el consentimiento y la bendición de Marduk en Babilonia, y la confirmación celestial por la aparición del planeta de Marduk; y usó el nombre Nabu-Na’id. Este divino co-reinado puede haber sido un intento de Monoteísmo-Dual (para acuñar una expresión); pero su inesperada consecuencia fue plantar la semilla del Islam.


La documentación histórica indica que ni los dioses ni la gente estaban felices con estos arreglos. Sin, cuyo templo en Harán fue restaurado, pidió que su gran templo zigurat en Ur debería ser reconstruido y llegar a sr el centro de culto; y en Babilonia, los sacerdotes de Marduk se levantaron en armas.


Una tablilla ahora en el Museo Británico está inscrita con un texto que los académicos han titulado Nabunaid y el Clero de Babilonia.


Contiene una lista de acusaciones de los sacerdotes Babilónicos contra Nabuna’id. Los cargos van desde asuntos civiles (‘la ley y el orden no son promulgados por él’), pasando por negligencias económicas (‘los granjeros están corruptos,’ ‘los caminos comerciales están bloqueados’), y una falta de seguridad pública (‘los nobles son asesinados’), hasta los cargos más serios: sacrilegios religiosos—

Hizo una imagen de un dios que nadie ha visto
antes en la tierra.
La colocó en el templo, elevada sobre un pedestal,
la llamó por el nombre de Nannar,
con lapislázuli la adornó.
Coronada con una tiara en forma de
una luna eclipsada,
haciendo con sus manos el gesto de un demonio.

Era, continuaban las acusaciones, una extraña estatua de una deidad, nunca vista antes, ‘con cabellos que llegaban hasta el pedestal.’


Resultaba tan inusual e indecoroso, escribieron los sacerdotes, que incluso Enki y Ninmah (quienes habían ‘hecho’ las extrañas y quiméricas creaturas cuando intentaban generar al Hombre) ‘no podrían haberla concebido’; era tan rara que ‘ni siquiera el instruido Adapa’—un ícono de la suma sabiduría humana—‘podría haberla nombrado.’

 

Para empeorar las cosas, dos inusuales bestias fueron esculpidas como sus guardianes:

  • uno un ‘demonio del Diluvio’

  • el otro un toro salvaje

Entonces el rey tomó esta abominación y la colocó en el Esagil del templo de Marduk. Aun más ofensivo fue el anuncio de Nabuna’id que desde entonces en adelante el festival Akit, durante el cual la muerte-cercana, la resurrección, el exilio, y el triunfo final de Marduk eran recreados, ya no se celebraría más.


Declarando que el ‘dios protector de Nabuna’id se hizo hostil a ellos’ y que ‘el anterior dios favorito estaba ahora condenado a la desgracia,’ los sacerdotes babilónicos forzaron a Nabuna’id a irse de Babilonia al exilio ‘en una región distante.’ Es un hecho histórico que Nabuna’id ciertamente abandonó Babilonia y nombró a su hijo Bel-Shar-Uzur—el Beltsassar del bíblico libro de Daniel—como regente. La ‘región distante’ en la cual se autoexilió Nabuna’id fue Arabia. Como varias inscripciones atestiguan, su séquito incluyó judíos de entre los exiliados en la región de Harán.


Su base principal estaba en un lugar llamado Teima, un centro de caravanas en lo que hoy es el noroeste de Arabia Saudita que es mencionando varias veces en la Biblia. (Excavaciones recientes han encontrado ahí tablillas cuneiformes atestiguando la estadía de Nabuna’id). Fundó otros seis asentamientos para sus seguidores; cinco de las ciudades fueron enlistadas—mil años más tarde—por escritores árabes como ciudades judías.

 

Una de ella era Medina, la ciudad donde Mahoma fundó el Islam.


El ‘ángulo judío’ en la historia de Nabuna’id ha sido reforzado por el hecho que un fragmento de los Rollos del Mar Muerto, encontrados en Qumran en las playas del Mar Muerto, menciona a Nabuna’id y afirma que estaba sufriendo en Teima de una ‘desagradable enfermedad a la piel’ que fue sanada sólo después que ‘un judío le dijera que rindiera honor al Dios Más Elevado.’

 

Todo esto ha llevado a la especulación que Nabuna’id estaba contemplando el Monoteísmo; pero para él el Dios Más Elevado no era el Yahveh de los Judios, sino su benefactor Nannar/Sin, el dios Luna, cuyos símbolo creciente ha sido adoptado por el Islam; y hay pocas dudas que sus raíces puedan ser rastreadas hasta la estadía de Nabuna’id en Arabia.


El paradero de Sin se esfuma de los documentos mesopotámicos después del tiempo de Nabuna’id. Textos descubiertos en Ugarit, un sitio cananeo de la costa mediterránea en Siria ahora llamado Ras Shamra, describen al dios Luna como retirado, con su esposa, a un oasis en la confluencia de dos cuerpos de agua, ‘cerca de la hendidura de los dos mares.’ Siempre preguntándome por qué la Península de Sinaí fue nombrada en honor a Sin y su principal centro de cruce de caminos en honor de su esposa Nikkal (el lugar es aun llamado, en árabe, Nakhl), supuse que la añosa pareja se retiró a algún lugar en la costa del Mar Rojo y el Golfo de Eilat.


Los textos ugaríticos llaman al dios Luna EL—simplemente, ‘Dios,’ un predecesor del Alá del Islam; y su símbolo de luna-creciente corona cada mezquita musulmana. Y como exige la tradición, las mezquitas están flanqueadas, hasta hoy día, por minaretes que simulan cohetes multi-etapas listos para ser lanzados (Fig. 119).

Figura 119

 

El último capítulo en la saga de Nabuna’id estuvo vinculado a la emergencia en la escena del mundo antiguo de los persas—nombre dado a una mezcla de pueblos y estados en la plataforma Iraní que incluían las viejas Anshan y Elam sumerias y la tierra de los posteriores Medos (quienes tuvieron una mano en la desaparición de Asiria).


Fue en el siglo sexto a.C. que una tribu llamada Asmodianos por los historiadores griegos que documentaron sus hechos emergió de los alrededores norte de aquellos territorios, tomó el control, y los unificó para convertirlos en un nuevo poderoso imperio.

 

Aunque racialmente considerados como ‘Indo-Europeos,’ su nombre tribal derivaba de sus ancestros Hakham-Anish, que significa ‘Hombre Sabio’ en hebreo semítico—un hecho que algunos atribuyen a la influencia de judíos exiliados de las Diez Tribus que habían sido reubicadas en esa región por los asirios.

 

Religiosamente, los Persas Asmodianos aparentemente adoptaron el panteón sumerio-acadio semejante a su versión Hurrian-Mitannian, lo cual fue un paso hacia el Indo-Ario de los Vedas sánscrito—una mezcla que está convenientemente simplificada por sólo establecer que ellos creían en un Dios Más Elevado que llamaban Azura-Mazda (‘Verdead y Luz’).


En 560 a.C. murió el rey arameo y su hijo Kurash lo sucedió en el trono y dejó su huella en sucesos subsecuentes. Le llamamos Ciro; la Biblia lo llamó Koresh y lo consideró un emisario de Yahveh para conquistar Babilonia, derrocando a su rey, y reconstruyendo el destruido Templo en Jerusalén.

Yo soy el que dice a Ciro: «Tú eres mi pastor y darás cumplimiento a todos mis deseos, cuando digas de Jerusalén: “Que sea reconstruida” y del santuario: “¡Coloca los cimientos!”»

Así dice Yahveh a su Ungido Ciro, a quien he tomado de la diestra para someter ante él a las naciones y desceñir las cinturas de los reyes, para abrir ante él los batientes de modo que no queden cerradas las puertas.
Yo marcharé delante de ti y allanaré las pendientes. Quebraré los batientes de bronce y romperé los cerrojos de hierro.
Te daré los tesoros ocultos y las riquezas escondidas, para que sepas que yo soy Yahveh, el Dios de Israel, que te llamo por tu nombre.

A causa de mi siervo Jacob y de Israel, mi elegido, te he llamado por tu nombre y te he ennoblecido, sin que tú me conozcas.
El bíblico Dios afirmó a través del profeta Isaías

(44: 28 a 45: 1–4)

Ese fin del reinado babilónico fue más dramáticamente predicho en el Libro de Daniel. Uno de los exiliados llevados a Babilonia, Daniel estaba sirviendo en la corte de Baltasar cuando, durante un banquete real, una mano flotante apareció y escribió en el muro MENE MENE TEKEKL UPHARSIN.


Asombrado y mistificado, el rey llamó a sus magos y videntes para descifrar el significado de la inscripción, pero ninguno pudo. Como un último resorte, fue llamado el exiliado Daniel, y él le dijo al rey el significado de la inscripción:

Dios ha pesado Babilonia y su rey y encontrándolo falto de peso le ha puesto fin, numerado sus días; el reino encontrará su fin a manos de los Persas.

En 539 a.C. Ciro atravesó el Tigris y penetró territorio de Babilonia, avanzó sobre Sippar donde interceptó a un apurado Nabuna’id, y entonces—afirmando que Marduk mismo lo había invitado—entró en la ciudad de Babilonia sin pelear.


Bienvenido por los sacerdotes que lo consideraron un salvador del herético Nabuna’id y su antipático hijo, Ciro ‘cogió las manos de Marduk’ como signo de homenaje al dios. Pero además, en una de sus primeras proclamaciones, rescindió el exilio de los de Judá, permitió la reconstrucción del Templo en Jerusalén, y ordenó devolver al Templo todos los objetos rituales que habían sido saqueados por Nabucodonosor.

De vuelta los exiliados, bajo el liderazgo de Ezra y Nehemiah, completaron la reconstrucción del Templo—desde entonces conocido como Segundo Templo—en 516 a.C. —exactamente, como fue profetizado por Jeremías, setenta años antes que fuera destruido el Primer Templo. La Biblia considera a Ciro un instrumento de los planes de Dios, un ‘ungido de Yahweh’; los historiadores creen que Ciro proclamó una amnistía religiosa general que permitió a cada persona venerar según su deseo propio.

 

Lo que Ciro mismo puede haber creído, a juzgar por el monumento que se hizo levantar, parece haberse visualizado como un alado Querubín (Fig. 120).

 

Ciro—algunos historiadores agregan el epíteto ‘el grande’ a su nombre—consolidó en un vasto imperio persa todas las tierras que habían sido una vez Súmer y Acadia, Mari y Mittani, Hatti y Elam, Babilonia y Asiria; a su hijo Cambices (530-522 a.C.) fue dejado el extender el imperio a Egipto.

Figura 120

 

Egipto estaba recién recuperándose de un período de desorden que algunos consideran un Primer Período Intermedio, durante el cual estuvo desunido, cambió la capital varias veces, fue gobernado por invasores de Nubia, o no tuvo autoridad central para nada.

 

Egipto estaba además en desorganización religiosa, sus sacerdotes sin saber a quién venerar, tanto así que el culto principal era el del fallecido Osiris, la diosa principal era Neith cuyo título era Madre de Dios, y el principal ‘objeto de culto’ un toro, el sagrado Buey Apis, para quién se realizaban elaborados funerales.

 

Cambices además, como su padre, no era un fanático religioso, y dejó a la gente rendir culto de manera libre; incluso (de acuerdo a una estela inscrita hoy en el museo Vaticano) aprendió los secretos del culto a Neith y participó en una ceremonia funeraria para un buey Apis.


Esta política religiosa de laissez-faire dio a los persas paz en su imperio, pero no para siempre. El descontento, levantamientos, y las rebeliones estallaron casi en todas partes. Especialmente problemático fueron los crecientes lazos comerciales, culturales, y religiosos entre Egipto y Grecia. (Mucha información acerca de esto viene del historiador griego Heródoto, quién escribió extensamente acerca de Egipto luego de su visita alrededor de 460 a.C., coincidiendo con el comienzo de la ‘edad de oro’ griega.)

 

Los persas no podían complacerse en esos lazos, sobre todo porque mercenarios griegos estaban participando en los levantamientos locales. De particular inquietud eran también las provincias en Asia Menor (hoy día Turquía), en la punta oeste de la cual Asia y los persas daban la cara a Europa y los griegos.


Ahí, colonos griegos estaban reviviendo y reforzando antiguos asentamientos; los persas, por su parte, vieron de conjurar la problemática europea tomando las islas griegas cercanas.


Las crecientes tensiones derivaron en abiertos hechos de guerra cuando los persas invadieron la tierra firme de Grecia y fueron golpeados en Maratón en 490 a.C. Una invasión persa por mar fue abatida por los griegos en el estrecho de Salamina una década más tarde, pero las escaramuzas y batallas por el control de Asia Menor continuaron por otro siglo, aun a pesar que en Persia un rey siguió a otro y en Grecia los atenienses, espartanos, y macedonios peleaban entre ellos por la supremacía.


En estas dobles luchas, una entre los griegos continentales, la otra con los persas—el apoyo de los colonos griegos de Asia Menor fue muy importante. Apenas los macedonios ganaron la mano superior en tierra firme, su rey Filipo II, envió un cuerpo armado sobre el estrecho del Helesponto (hoy día los Dardanelos) para asegurar la lealtad de los colonos griegos. En 334 a.C. su sucesor, Alejandro (‘Magno’), encabezando un ejército de 15000 hombres, cruzó al Asia en el mismo lugar y lanzó una guerra mayor contra los persas.


Las asombrosas victorias de Alejandro y la resultante subyugación del Antiguo Oriente por la dominación occidental (Grecia) han sido contadas y recontadas por los historiadores—comenzando por alguien que había acompañado a Alejandro—y no precisan ser repetidas aquí. Lo que necesita ser descrito son las razones personales para la incursión de Alejandro en Asia y África.

 

Porque, aparte de todas las razones geopolíticas o económicas para la gran guerra griego-persa, había una búsqueda propia personal de Alejandro: habían habido persistentes rumores en la corte macedonia que no Filipo sino un dios—un dios egipcio—era el verdadero padre de Alejandro, que había llegado hasta Olimpia su madre, disfrazado de hombre. Con un panteón griego derivado desde el otro lado del Mar Mediterráneo y encabezado (como los doce en Súmer) por doce Olímpicos, y con relatos de los dioses (‘mitos’) que emulaban las historias de los dioses del Cercano Oriente, la aparición de un tal dios en la corte macedonia no fue consideraba una imposibilidad.

 

Con una problemática cortesana que involucraban a una joven egipcia amante del rey y conflictos maritales que incluían divorcio y asesinatos, los ‘rumores’ fueron creídos—primero y más importante, por Alejandro mismo.

Una visita de Alejandro al oráculo de Delfos para averiguar si era en realidad hijo de in dios y por lo tanto inmortal sólo intensificó el misterio; fue aconsejado de buscar la respuesta en un sitio sagrado en Egipto.

 

Fue así que apenas los persas fueron vencidos en la primera batalla, Alejandro, en vez de perseguirlos, dejó su ejército principal y se dio prisa para atravesar al oasis de Siwa en Egipto. Ahí los sacerdotes le aseguraron que sin duda era un semidiós, e hijo del dios carnero Amon. Para celebrar, Alejandro acuño monedas de plata que lo muestran con cuernos de carnero (Fig. 121).

 

¿Pero qué acerca de su inmortalidad?

Figura 121

 

Mientras el curso de la reanudada guerra y las conquistas de Alejandro han sido documentadas por su historiador de campañas Calístenes y otros, su búsqueda personal de la Inmortalidad es mayormente conocida de fuentes consideradas como seudo-Calístenes, o ‘Romances de Alejandro’ que embellecen los hechos con leyendas.


Como se detalla en La Escalera al Cielo (The Stairway to Heaven), los sacerdotes egipcios dirigieron a Alejandro desde Siwa a Tebas. Ahí, en la ribera oeste del Nilo, pudo ver en el templo funerario construido por la reina Hatshepsut la inscripción atestiguando que ella había sido procreada por el dios Amon cuando el llegó hasta su madre disfrazado como el esposo real—exactamente como la historia de la concepción semidivina de Alejandro.

 

En el gran templo de Ra-Amon en Tebas, en el Sancta Sanctorum, Alejandro fue coronado como faraón. Luego, siguiendo las directrices dadas en Siwa, penetró unos túneles subterráneos en la Península de Sinaí, y finalmente fue donde Amon-Ra, alias Marduk, estaba—en Babilonia. Reasumiendo las batallas con los persas, Alejandro llegó a Babilonia (la ciudad) en 331 a.C., y entró a la ciudad montado en su carro.


En el sagrado precinto se apresuró hasta el templo zigurat de Esagil para tomar las manos de Marduk como antes que él otros conquistadores habían hecho.

 

Pero el gran dios estaba muerto.

templo zigurat de Esagil

 

De acuerdo a las seudo-fuentes, Alejandro vio al dios yaciendo en un ataúd de oro, su cuerpo inmerso (o preservado) en aceites especiales. Verdad o no, los hechos son que Marduk ya no estaba vivo, y que su zigurat Esagil fue, sin excepción, descrito como su tumba por subsecuentes historiadores de renombre.
 

De acuerdo a Diodoro de Sicilia (siglo primero a.C.), cuya Biblioteca histórica se sabe haber sido compilada de fuentes verificadamente confiables,

‘eruditos llamados Caldeos, que han ganado una gran reputación en astrología y quienes estaban acostumbrados a predecir futuros eventos por un método basado en observaciones de tiempos antiguos,’ advirtieron a Alejandro que moriría en Babilonia, pero ‘podía escapar al peligro si re-levantaba la tumba de Belus que había sido demolida por los persas’

(Libro XVII, 112: 1).

Entrando en la ciudad de todos modos, Alejandro no tuvo ni el tiempo ni la mano de obra para realizar las reparaciones, y ciertamente murió en Babilonia en 323 a.C.


El siglo primero a.C. el geógrafo-historiador Strabo, que había nacido en una ciudad griega del Asia Menor, describió Babilonia en su afamada Geografía—su gran tamaño, los ‘jardines colgantes’ que eran una de las Siete Maravillas del Mundo, sus elevadas construcciones de ladrillos cocidos, y así, y dijo esto en la sección 16.I.5 (énfasis añadido):

Aquí también está la tumba de Belus, ahora en ruinas,
habiendo sido demolida por Jerjes, como se dice.
Era una pirámide cuadrangular de ladrillos cocidos,
no sólo siendo de un estadio de altura.
Alejandro intentó reparar esta pirámide;
pero hubiera sido una larga tarea
y hubiera requerido un largo tiempo,
de modo que no pudo terminar lo que había intentado.

De acuerdo a esta fuente, la tumba de Bel/Marduk fue destruida por Jerjes, que fue el rey persa (y gobernante de Babilonia) desde 486 hasta 465 a.C.


Strabo, en Libro 5, había señalado antes que Belus yacía en un ataúd cuando Jerjes decidió destruir el templo, en 482 a.C. Por consiguiente, Marduk murió no mucho antes (los principales asiriólogos alemanes, reunidos en a Universidad de Jena en 1922, concluyeron que Marduk ya estaba en su tumba en 484 a.C.).
Nabu el hijo de Marduk también se esfumó de las páginas de la historia más o menos al mismo tiempo. Y así llegó al final, un final casi humano, la saga de los dioses que dieron forma a la historia en el planeta Tierra.


Que el final llegó mientras la Era del Carnero estaba decayendo probablemente no fue coincidencia, tampoco.


Con la muerte de Marduk y Nabu esfumado, todos los grandes dioses que habían una vez dominado la Tierra estaban idos; con la muerte de Alejandro, los reales o pretendidos semidioses que vinculaban la Humanidad con los dioses también estaban idos. Por vez primera desde que Adán fue generado, e Hombre estaba sin sus creadores.

En aquellos descorazonantes tiempos para la Humanidad, la esperanza vino desde Jerusalén. Sorprendentemente, la historia de Marduk y su destino definitivo en Babilonia había sido correctamente vaticinada en las profecías bíblicas.


Ya hemos apuntado que Jeremías, mientras predecía un final desastroso para Babilonia, hizo la distinción que su dios Bel/Marduk estaba sólo condenado a un ‘atrofiamiento’—permanecer, pero envejecer confuso, ajarse, y morir. No debería sorprendernos que fuese una profecía que se hizo realidad.


Pero mientras Jeremías predijo correctamente la caída final de asiria, Egipto, y Babilonia, él acompañó estas predicciones con profecías de una Sión restablecida, de un templo reconstruido, y de un ‘final feliz’ para todas las naciones al Final de los Días.

 

Sería, dijo, un futuro planeado por Dios ‘en su corazón’ desde el comienzo, un secreto que será revelado a la Humanidad (23: 20) en un futuro predeterminado:

‘al Final de los Días te darás cuenta’ (30: 24), y, ‘en ese tiempo, llamarán a Jerusalén el Trono de Yahveh, y todas las naciones se reunirán ahí’

(3: 17)

Isaías, en su segundo grupo de profecías (a veces llamado el Segundo Isaías), identificando al dios de Babilonia como el ‘dios Escondido’—lo cual es el significado de ‘Amon’—previó el futuro en estas palabras:

Bel abatido está, Nebo encogido (de miedo),
sus imágenes son una carga para las bestias y el ganado…
Juntos se encorvaron, se abatieron,
Incapaces de salvarse de su captura.
Isaías 46:1–2

Estas profecías, como las de Jeremías, también contienen la promesa que a la Humanidad e será presentado un nuevo comienzo, nueva esperanza; que un Tiempo Mesiánico vendrá cuando ‘el lobo habite con el cordero’.

 

Y, dijo el Profeta,

‘sucederá al Final de los Días que el Monte del Templo de Yahveh será reconocido como el más importante de todos los montes, exaltado sobre todas las colinas; y todas las naciones se congregarán a él’; será entonces que todas las naciones ‘fundirán sus espadas en arados y sus lanzas en azadones, una nación no levantará su espada contra otra, y ya no será enseñada más la guerra’
(Isaías 2: 1–4)

[Isaías 2:
Lo que vio Isaías, hijo de Amós, tocante a Judá y Jerusalén.
Sucederá en días futuros que el monte de la Casa de Yahveh será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas.
Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos.»
Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Yahveh.
Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas.
No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra.]

La afirmación que después de problemas y tribulaciones, luego que pueblos y naciones sean juzgados por sus pecados y transgresiones, vendrá un tiempo de paz y justicia también fue hecha por los Profetas anteriores aun cuando predicaron el Día del Señor como un día de juicio.

 

Entre ellos estuvo Oseas, quién previó el retorno del reino de Dios a través de la Casa de David al Final de los Días, y Miqueas, quién—empleando palabras idénticas a las de Isaías—declaró que ‘al Final de los Días sucederá.’ Específicamente, Miqueas consideró además la restauración del Templo de Dios en Jerusalén y el reinado universal de Yahveh a través de un descendiente de David como un requisito previo, una ‘condición’ impuesta desde el inicio mismo, ‘emanada desde tiempos antiguos, desde los días imperecederos.’


Había entonces una combinación de dos elementos básicos en aquellas predicciones del Fin de los Días: una, que el Día del Señor, un día de juicio sobre la Tierra y las naciones, será seguido por la Restauración, Renovación, y una era benevolente centrada en Jerusalén.

 

La otra es, que todo ha sido preordenado, que el Fin ya estaba previsto por Dios desde el Comienzo. Ciertamente, el concepto de un Fin de las Épocas, un tiempo cuando el curso de los eventos será interrumpido—un precursor, se puede decir, de la idea actual del ‘Fin de la Historia’—y una nueva época (uno está casi tentado a decir, una Nueva Era), un nuevo (¡y predicho!) ciclo comenzará, puede de hecho encontrarse en los primeros capítulos bíblicos.


El término hebreo Acharit Hayamim (a veces traducido ‘últimos días,’ ‘días finales,’ pero más exactamente ‘fin de los días’) fue ya empleado en la Biblia en el Génesis (cap. 49), cuando el falleciente Jacob convocó a sus hijos y dijo: ‘Reúnanse todos juntos, que les diré lo que les va a suceder el Fin de los Días.’ Es una declaración (seguida por predicciones detalladas que muchos asocian con las doce casas zodiacales) que presupone la profecía como basada en el conocimiento anticipado del futuro.

 

Y de nuevo, en Deuteronomio (cap. 4), cuando Moisés, antes de morir, al revisar el legado divino de Israel y su futuro, consuela así a la gente:

‘Cuando en tribulaciones estén y tales cosas les sucedan, en el Fin de los Días a Yahveh tu Dios retornarás y escucharás Su voz.’

El énfasis repetido sobre el rol de Jerusalén, en la esencialidad de su Monte Templo como el faro al cual todas las naciones concurrirán, tenía más que un motivo teológico-moral. Se cita una razón muy práctica: la necesidad de tener listo el sitio para el retorno de la ‘Kavod’ de Yahveh—¡el mismo término empleado por Ezequiel para describir el vehículo celestial de Dios! La Kavod que será consagrada en el Templo reconstruido, ‘desde donde concederé la paz, será mayor que la del Primer Templo,’ dijo el Profeta Ageo.

 

Significativamente, la venida de la Kavod a Jerusalén fue repetidamente vinculada in Isaías al otro sitio espacial—en Líbano:

Es desde allá que la Kavod de dios llegará a Jerusalén, señalan los versos 35: 2 y 60: 13.

Uno no puede obviar la conclusión que un Retorno divino era esperado al Fin de los Días; pero ¿cuándo fue el debido Fin de los Días?


La pregunta—una a la cual ofreceremos nuestra propia respuesta—no es nueva, porque ha sido formulada desde la antigüedad, incluso por los mismos Profetas que habían hablado del Fin de los Días.


Las profecías de Isaías acerca del tiempo ‘cuando una gran trompeta será soplada y las naciones se reunirán y se inclinarán ante Yahveh en el Monte Sagrado en Jerusalén’ estaba acompañada por su admisión que sin detalles ni tiempo la gente no podría comprender la profecía.

‘La regla está sobre la regla, la regla está dentro de la regla, la línea está sobre la línea, la línea está con la línea, un poco aquí, algo allá’ fue como Isaías (28: 10) se quejó a Dios.

Cualquier respuesta que la haya sido dada, se le ordenó sellarla y esconder el documento; no menos de tres veces, Isaías cambió una palabra por ‘letras’ de un texto—Otioth—a Ototh, que significa ‘signos oraculares,’ insinuando la existencia de una clase de un secreto ‘Código Bíblico’ debido al cual el plan divino no podría ser comprendido sino hasta el tiempo correcto. Su código secreto pudo haber sido insinuado cuando el Profeta le pide a Dios—identificado como el ‘Creador de la letras’—que ‘hable de las letras de atrás’ (41: 23)


El Profeta Sofonías—cuyo nombre significa ‘codificado por Yahveh’—transmitió un mensaje de Dios que será en el tiempo de las naciones reunidas que él ‘hablará en un lenguaje claro.’ Pero que no dijera más, ‘Tú sabrás cuando sea el momento de decir.’


No maravilla, entonces, que en su último libro profético, la Biblia trate casi exclusivamente con la pregunta de CUANDO— ¿cuándo vendrá el Fin de los Días?

 

Está en el Libro de Daniel, el mismo Daniel que descifró (correctamente) para Baltasar la Escritura en el Muro. Fue después que Daniel mismo comenzó a tener sueños augúricos y ver visiones apocalípticas del futuro en el cual el ‘Anciano de los Días’ y sus arcángeles cumplían roles claves. Perplejo, Daniel pidió explicaciones a los ángeles; las respuestas fueron predicciones de sucesos futuros, teniendo lugar en, o llevando a, el Fin del Tiempo.

 

¿Y cuándo será eso? preguntó Daniel; las respuestas, que a la vista de ellas parecieron precisas, sólo apilaron enigmas sobre confusiones.


En una instancia un ángel respondió que una fase en los hechos futuros, un tiempo cuando ‘un rey profano tratará de cambiar los tiempos y las leyes,’ durará ‘un tiempo, tiempos y un medio tiempo’; sólo después de aquello, cuando ‘el reino de los cielos sea dado a la gente por el Sagrado de los Más Grandes,’ vendrá el prometido Tiempo Mesiánico.

 

En otra ocasión el ángel respondió:

‘Setenta siete y setenta sesenta de años han sido decretados para tu gente y tu ciudad hasta que la medida de su transgresión sea completada y la visión profética sea ratificada’; y aún una vez más que ‘después de los setenta y sesenta y dos años, el Mesías será suprimido, un líder vendrá que destruirá la ciudad y el final vendrá como inundación.’

Buscando una respuesta más clara, Daniel entonces pidió al mensajero divino que hablara con sencillez:

‘¿Cuánto tiempo hasta que estas cosas terribles sucedan?’

En respuesta, recibió de nuevo la enigmática sentencia que el Fin vendrá después de ‘un tiempo, tiempos y medio tiempo.’

 

¿Pero qué significaban ‘tiempo, tiempos y medio tiempo’?

‘Escuché y no comprendí,’ escribió Daniel en su libro.

¿Así que dije: Mi señor, cuáles serán las consecuencias de esas cosas?

Una vez más hablando en código, el ángel respondió:

‘desde el tiempo en que las ofrendas regulares sean abolidas y una abominación atroz sea establecida, habrá un mil y dos cientos y noventa días; feliz aquel que espere y alcance un mil tres cientos y treinta y cinco.’

Y habiendo dado a Daniel esa información, el ángel—que lo había llamado antes ‘Hijo de Hombre’—le dijo:

‘Ahora, vete a descansar, y te levantarás para recibir tu destino al Fin de los Días.’

Como Daniel, generaciones de académicos bíblicos, eruditos y teólogos, astrólogos e incluso astrónomos—el afamado Sir Isaac Newton entre los últimos—también han dicho ‘escuchamos, pero no comprendemos.’

 

El enigma no es sólo el significado de ‘tiempo, tiempos y medio tiempo’ y lo demás, sino ¿cuándo comienza (o comenzó) la cuenta?

 

La incertidumbre proviene del hecho que las visiones simbólicas de Daniel (como la cabra atacando un carnero, o los dos cuernos multiplicándose a cuatro y después dividiéndose) le fueron explicadas por los ángeles como sucesos que iban a ocurrir mucho más allá de la época de Daniel en Babilonia, más allá de su caída predicha, incluso más allá de la profetizada reconstrucción del Templo después de setenta años.

 

La subida y desaparición del imperio persa, la llegada de los griegos bajo el liderazgo de Alejandro, aún la división de su conquistado imperio entre sus sucesores—está todo predicho con tal exactitud que muchos académicos creen que las profecías de Daniel son del género ‘post-evento’—que la parte profética de libro fue escrita alrededor de 250 a.C. pero simuló haber sido redactada tres siglos antes.


El argumento resolutivo es la referencia, en uno de sus encuentros angélicos, al inicio de la cuenta ‘desde el tiempo en que las ofrendas regulares [en el templo] sean abolidas y una abominación atroz sea establecida.’ Eso podía sólo referirse a los hechos que tuvieron lugar en Jerusalén en el día 25 del mes hebreo Kislev en 17 a.C.


La fecha se halla documentada con exactitud, porque fue entonces que ‘la abominación de desolación’ fue instalada en el Templo, señalando—muchos creyeron entonces—el comienzo del Fin de los Días.

 

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