05. SOBRE LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN

La lección de la destrucción de Sumer y de Ur fue que el Hado fortuito y alterable no puede suplantar al inalterable Destino. Pero, ¿qué hay de lo contrario? ¿Acaso puede un Hado, decretado no importa por quién, ser suplantado por el Destino?
Esta cuestión se ponderó ciertamente en la antigüedad pues, de otro modo, ¿cuál fue la razón para que se comenzaran a realizar oraciones y súplicas, cuál el motivo de las admoniciones de los profetas en pro de la justicia y el arrepentimiento?

 

El bíblico Libro de Job plantea la cuestión de si el Hado (el ser afligido hasta el punto de la desesperanza) se impondría aun en el caso de que la justicia y la piedad de Job le hubieran destinado a una larga vida.

Es un tema cuyos orígenes se pueden encontrar en un poema sumerio que los expertos titularon El hombre y su Dios, cuyo sujeto es el justo sufriente, víctima de un hado cruel y de un infortunio inmerecido. «El Hado me agarró con su mano y se llevó mi aliento vital», se lamentaba el anónimo sufridor; pero ve las Puertas de la Misericordia abiertas para él «ahora que tú, mi Dios, me has mostrado mis pecados». La confesión y el arrepentimiento hacen que su Dios «aparte al demonio del Hado», y el suplicante viva una vida larga y feliz.

Del mismo modo que el relato de Gilgamesh demostraba que el Hado no podía imponerse a su Destino último (morir como un mortal), otros relatos transmiten la moral de que tampoco el Hado podía traer la muerte si todavía no estaba destinada.

 

Un ejemplo destacado de esto no es otro que el del propio Marduk, quien, de todos los Dioses de la antigüedad, estableció un récord de sufrimientos y sinsabores, de desapariciones y reapariciones, de exilios y retornos, de muerte aparente e inesperada resurrección; tantas cosas, de hecho, que cuando se llegó a conocer el panorama completo de los acontecimientos relativos a Marduk tras el descubrimiento de las antiguas inscripciones, los expertos debatieron seriamente durante el cambio de siglo si su historia no sería el prototipo de la historia de Cristo.

 

(La idea surgió por la estrecha afinidad de Marduk con su padre, Enki, por una parte, y con su hijo, Nabu, por otra, creando la impresión de una primitiva Trinidad.)

El impacto de los calvarios de Marduk y de su moral para la humanidad se evidenciaba en un Drama de Misterios en el cual los actores representaban su aparente muerte y retorno de entre los muertos. Este Drama de Misterios se representaba en Babilonia como parte de las ceremonias de Año Nuevo, y en diversas fuentes de la antigüedad .se sugiere que servía también a un propósito más oscuro: apuntar con el dedo acusador a sus enemigos y jueces, a los responsables de su sentencia de muerte y enterramiento. Como indican las variantes de las versiones, la identidad de estos responsables cambiaba con el tiempo para adaptarse a la cambiante escena político-religiosa.

Uno de los acusados originales fue Inanna/Ishtar, y resulta irónico que, habiendo muerto y resucitado ella en la realidad, no se representara su milagrosa experiencia (como en el caso de Marduk) ni se recordara en el calendario (como ocurría con la muerte de su amado Dumuzi, de quien recibió el nombre el mes de Tammuz). Y esto es doblemente irónico porque Inanna/Ishtar resultó muerta como consecuencia de la muerte de Dumuzi.

Ni siquiera un Shakespeare habría podido concebir la trágica ironía de los acontecimientos que siguieron al enterramiento y a la resurrección de Marduk como consecuencia de las protestas de Inanna. Pues, tal como se desarrollaron las cosas, mientras que él no había muerto en realidad ni había vuelto de entre los muertos, su acusadora Inanna sí que encontró la muerte y logró una verdadera resurrección. Y mientras la muerte de Dumuzi fue la causa subyacente a ambos sucesos, la causa de la muerte y la resurrección de Inanna fue su propia decisión fatídica.

Utilizamos el término «fatídica» con toda la intención, puesto que fue su Hado, no su Destino, encontrar la muerte; y fue por causa de esta distinción por lo que sería resucitada. Y el relato de estos acontecimientos no ilumina los temas de Vida, Muerte y Resurrección entre mortales y semidioses, como en La Epopeya de Gilgamesh, sino entre los mismos Dioses. En el relato de Inanna de Hado frente a Destino, existen pistas para la resolución de un enigma que ha estado clamando por soluciones.

El relato de suspense de la muerte y resurrección de Inanna/Ishtar revela, desde su mismo comienzo, que ésta se encontró con la muerte (muerte real, no sólo enterramiento) como consecuencia de sus propias decisiones. Ella creó su propio Hado; pero dado que su muerte (al menos en aquel momento) no era su Destino, a la postre fue revivida y resucitada.

 

El relato se conserva en textos escritos primeramente en el original Sumerio, con versiones posteriores en acadio. Los expertos se refieren a las distintas versiones como el relato de El descenso de Inanna al Mundo Inferior, aunque algunos prefieren ver la idea de Mundo Inferior como el Otro Mundo, como los dominios infernales de los muertos. Pero, de hecho, Inanna se dirigió al Mundo Inferior, que era el término geográfico para designar a la parte más meridional de África.

 

Eran los dominios de su hermana Ereshkigal y de Nergal, su esposo, ya que parece que éste, como hermano de Dumuzi, tenía que hacer las disposiciones para el funeral. Y aunque se le advirtió a Inanna que no fuera allí, ésta decidió hacer el viaje de todos modos.


La Tazón que Inanna dio para hacer el viaje fue la de asistir a los ritos funerarios de su amado Dumuzi; pero es evidente que nadie la creyó... Es hipótesis nuestra que, según cierta costumbre (que, posteriormente, guiaría las leyes bíblicas), Inanna pretendía exigir que Nergal, como hermano mayor de Dumuzi, se acostara con ella para así tener un hijo como pseudo hijo de Dumuzi (que había muerto sin dejar descendientes). Y esta intención fue lo que enfureció a Ereshkigal.

 

En otros textos se habla de los siete objetos que Inanna se ponía para su uso durante los viajes en su Barco del Cielo (un casco, unos «pendientes» o una vara de medir, entre ellos), todos firmemente sujetos en su lugar mediante correas. En las esculturas se la representaba con un atuendo similar.

 

Cuando Inanna llegó a las puertas de la morada de su hermana (siete puertas), el guardián la despojó de todos sus dispositivos de protección, uno por uno. Cuando entró por fin en el salón del trono, Ereshkigal montó en cólera.

Hubo un intercambio de gritos. Según el texto Sumerio, Ereshkigal ordenó que sujetaran a Inanna a «los Ojos de la Muerte» (una especie de rayos mortíferos) para que convirtieran el cuerpo de Inanna en un cadáver; y el cadáver fue colgado de una estaca.

 

Según una versión posterior acadia, Ereshkigal ordenó a su chambelán Namtar: «Libera contra Ishtar las sesenta miserias» (aflicciones de los ojos, el corazón, la cabeza, los pies, «de todas las partes de ella, contra todo su cuerpo»), dándole muerte a Ishtar.

Anticipando problemas, Inanna/Ishtar había dado instrucciones a su propio chambelán, Ninshubur, para que elevara una protesta en el caso de que ella no volviera en tres días. Al no regresar, Ninshubur fue ante Enlil para rogarle que salvara a Inanna de la muerte, pero Enlil no pudo ayudarle. Ninshubur apeló entonces a Nannar, el padre de Inanna, pero también éste se mostró impotente. Más tarde, Ninshubur apeló a Enki, y éste fue capaz de ayudar. Enki forjó dos seres artificiales que no pudieran ser dañados por los Ojos de la Muerte, y los envió en misión de rescate.

 

A uno de los androides le dio el Alimento de la Vida, y al otro, el Agua de la Vida; y así pertrechados, bajaron a la morada de Ereshkigal para reclamar el cuerpo sin vida de Inanna.

Entonces, Sobre el cadáver, colgado de la estaca, dirigieron el Pulsador y el Emisor. Sobre la carne que había sido herida, sesenta veces el Alimento de la Vida, sesenta veces el Agua de la Vida, rociaron sobre ella; e Inanna se levantó.

El uso de radiaciones (un Pulsador y un Emisor) para revivir a los muertos se representó en un sello cilíndrico (Fig. 31) en el cual vemos a un paciente, cuyo rostro está cubierto con una máscara, que está siendo tratado con radiaciones. El paciente que estaba siendo revivido (no está claro si era hombre o Dios), y que yacía sobre una losa, estaba rodeado por Hombres Pez, representantes de Enki.

 

Es una pista que no hay que olvidar, junto con el detalle en el relato de que mientras Enlil y Nannar no pudieron hacer nada por ayudar a Inanna, Enki sí que pudo. Sin embargo, los androides que forjó Enki para hacer volver a Inanna de entre los muertos no eran los médicos/sacerdotes-Hombres Pez que se mostraban en la representación anterior.

 

No necesitaban ni alimentos ni agua, eran asexuados y no tenían sangre. Quizá se parecían más a las figurillas de los androides mensajeros divinos (Fig. 32).

 

Y como androides, no les afectaron los mortíferos rayos de Ereshkigal.

 

Después de resucitar a Inanna/Ishtar, la acompañaron hasta devolverla sana y salva en el Mundo Superior. Estaba esperándola su fiel chambelán, Ninshubur. Inanna tuvo muchas palabras de gratitud para él. Después, se fue a Eridú, a la morada de Enki, «el que le había devuelto a la vida».

 

Si El descenso de Inanna al Mundo Inferior hubiera sido un drama de pasión, como lo fue el relato de Marduk, no hay duda de que habría mantenido al público en vilo; pues mientras la «muerte» de Marduk no fue en realidad más que un enterramiento bajo sentencia de muerte, y su «resurrección» fue más bien un rescate antes del punto de muerte, Inanna/Ishtar murió realmente, y su resurrección fue un verdadero retorno desde el mundo de los muertos.

 

Pero si hay alguien entre el público que esté familiarizado con los matices de la terminología Sumeria, sabrá desde la mitad del relato que todo iba a terminar bien... Pues aquel al que Ereshkigal le ordena dar muerte a Inanna es su chambelán Namtar, no NAM , «Destino», que era inalterable, sino NAM.TAR, «Hado», que se podía alterar.

Fue Namtar quien dio muerte a Inanna al «liberar contra ella las sesenta miserias»; el mismo que, después de que Inanna fuera revivida y resucitada, la hizo pasar por las siete puertas y le devolvió, en cada una de ellas, su atuendo especial, sus aderezos y sus atributos de poder.

La idea del reino de Namtar como el Otro Mundo, una morada de los muertos pero, al mismo tiempo, un lugar del cual uno podía escapar y volver a estar entre los vivos, formó la base de un texto asirio que trataba de la experiencia cercana a la muerte de un príncipe llamado Kumma.

Al igual que en un episodio de la serie de TV The Twilight Zone, el príncipe se ve a sí mismo llegando al Otro Mundo.

 

Justo entonces ve a un hombre de pie ante Namtar:

«En la mano izquierda sostiene el cabello de su cabeza; en la derecha, una espada.»

Namtaru, la concubina de Namtar, está cerca de ellos.

 

Monstruosas bestias los rodean: un dragón-serpiente con manos y pies humanos, una bestia con la cabeza de un león y cuatro manos humanas. Están Mukil («Asestador»), parecido a un pájaro, con manos y pies humanos, y Nedu («El que arroja al suelo»), que tiene la cabeza de un león, las manos de un hombre y los pies de un pájaro. Otros monstruos hay que mezclan miembros de humanos, pájaros, bueyes y leones.

Reanudando la marcha, el príncipe llega a la escena de un juicio.

El hombre que está siendo juzgado tiene el cuerpo ennegrecido y lleva un manto rojo. En una mano porta un arco, en la otra una espada; con el pie izquierdo pisotea a una serpiente. Pero su juez no es Namtar, que no es más que «el visir del Otro Mundo»; el juez es Nergal, señor del Mundo Inferior. El príncipe lo ve «sentado en un trono majestuoso, portando una corona divina». En sus brazos refulgieron los rayos, y «el Otro Mundo se llenó de terror».

Temblando, el príncipe se postró. Cuando se puso de pie, Nergal le gritó:

«¿Por qué ofendiste a mi amada esposa, Reina del Otro Mundo?»

El príncipe se quedó mudo, sin palabras. ¿Sería éste su fin?

Pero no, ya no en el tribunal de Namtar, no era ése su amargo fin. Resultó ser todo un caso de identidad errónea. La misma Reina del Otro Mundo ordenó su liberación y su retorno al reino de Shamash, el Mundo Superior de la luz del Sol. Nergal intervino; se podría perdonar la vida del príncipe, pero no podía volver ileso del mundo de los muertos. Debe sufrir por su experiencia cercana a la muerte, y verse afligido por achaques, dolores e insomnio... Tiene que sufrir pesadillas.
 

El retorno del fallecido Dumuzi desde el Mundo Inferior fue bastante diferente.

Revivida y liberada para volver al Mundo Superior, Inanna no olvidó a su amado muerto. Por orden de ella, los dos mensajeros divinos portaron también consigo el cuerpo sin vida de Dumuzi. Llevaron el cuerpo a Bad-Tibira, en el Edin; allí se embalsamaría el cuerpo, a petición de Inanna:

En cuanto a Dumuzi, el amante de mi juventud: lavadlo con agua pura, ungidlo con óleos dulces, vestidlo con una prenda roja, ponedlo sobre una losa de piedra lápis.

Inanna ordenó que el cuerpo, conservado, se pusiera sobre una losa de lapislázuli para guardarlo en un santuario especial. Debía ser conservado, dijo ella, para que algún día, en el Día Final, Dumuzi pudiera regresar de entre los muertos y «se encuentre conmigo». Pues eso, afirmó, ocurriría el día en que El muerto se levante y aspire el dulce incienso.

Hay que decir que ésta es la primera mención que se hace de una creencia en un Día Final en el que los muertos se levantarán. Fue esta creencia la que llevó al lamento anual por Tammuz (la versión semita de Dumuzi), que se prolongó durante milenios, hasta los tiempos del profeta Ezequiel.

La muerte y momificación de Dumuzi, aun con lo breve de su exposición aquí, nos proporciona ideas dignas de tener en cuenta. Cuando Inanna/Ishtar y él se enamoraron (ella, una enlilita; él, un enkiita), en mitad de los conflictos entre los dos clanes divinos, el compromiso matrimonial recibió la bendición de los padres de Inanna, Nannar/Sin y su esposa Ningal/Nikkal.

 

En uno de los textos de la serie de canciones de amor de Dumuzi e Inanna se nos muestra a Ningal, que, «hablando con autoridad», le dice a Dumuzi:

Dumuzi, el deseo y el amor de Inanna: te daré la vida hasta días distantes; la preservaré para ti, vigilaré tu Casa de la Vida.

Pero lo cierto es que Ningal no tenía tal autoridad, pues todas las cuestiones de Destino y Hado estaban en las manos de Anu y de Enlil. Y, como todos sabrían más tarde, una muerte trágica y prematura caería sobre Dumuzi.

El no-cumplimiento de una promesa divina en materia de vida y muerte no es el único aspecto preocupante del trágico hado de Dumuzi, pues se nos plantea la cuestión de la inmortalidad de los Dioses. Hemos explicado en nuestros escritos que su longevidad era sólo relativa, el plazo vital resultante del hecho de que un año de Nibiru equivale a 3.600 años terrestres. Pero, para aquellos que en la antigüedad consideraban Dioses a los Anunnaki, el relato de la muerte de Dumuzi tuvo que suponer un shock.

 

¿Fue la esperanza del regreso a la vida de Dumuzi en el Día Final lo que llevó a Inanna a ordenar su embalsamamiento y su ubicación sobre una losa de piedra en lugar de enterrarlo, o con todo esto lo único que se pretendía era preservar la ilusión de la inmortalidad divina entre las masas?

 

Inanna podría haber estado diciendo, sí, el Dios ha muerto, pero esto es sólo temporal, una fase transitoria, pues a su debido tiempo será resucitado, se levantará y disfrutará de los aromas del dulce incienso.


Los relatos cananeos concernientes a Ba’al, «el Señor», parecen adoptar la posición de que uno tiene que distinguir entre los buenos chicos y los malos chicos. Intentando afirmar su supremacía y establecerla en el pico de Zafón (el Lugar Secreto del Norte), Ba’al luchó hasta la muerte con sus adversarios-hermanos. Pero, en una feroz batalla con «el divino Mot» («Muerte»), Ba’al resulta muerto.

Anat, la hermana-amante de Ba’al, y la hermana de ambos, Shepesh, llevaron las terribles noticias al padre de Ba’al, El:

«¡El poderoso Ba’al ha muerto, el Príncipe, Señor de la Tierra, ha perecido!», le dicen al impactado padre; en los campos de Dabrland, «encontramos a Ba’al, caído en el suelo».

Al oír las nuevas, El se levanta del trono y se sienta en un taburete, señal de duelo que se conserva hasta nuestros días (entre los judíos).

«Se echa polvo de luto sobre la cabeza, y se pone un vestido de saco.» Se corta a sí mismo con un cuchillo de piedra; «él levanta su voz y grita: ¡Ba’al ha muerto!»

La afligida Anat vuelve al campo donde había caído Ba’al y, al igual que El, se pone un vestido de saco, se corta y, luego, «llora hasta el colmo del llanto».

 

Después, llama a su hermana Shepesh para que venga y la ayude a llevar el cuerpo sin vida hasta la Fortaleza de Zafón, para enterrar allí al Dios muerto:

Tras escucharla, Shepesh, la doncella de los Dioses,

levanta al poderoso Baal, lo pone sobre el hombro de Anat.
Ella lo sube hasta la Fortaleza de Zafón,
lo llora y lo entierra;
lo pone en un agujero,
para que esté con los fantasmas-tierra.

Culminando los requisitos del luto, Anat vuelve a la morada de El. Amargamente, cuenta a los allí reunidos:

«¡Ahora podéis ir y regocijaros, pues Ba’al está muerto, y su trono está libre!»

La Diosa Elath y sus parientes, ignorando la ironía de Anat, se ponen a hablar alegremente de la sucesión. Recomiendan a otro de los hijos de El, pero El dice que no, que es un enclenque. Se le permite a otro candidato que vaya al Zafón, para que pruebe el trono de Ba’al; «pero sus pies no alcanzan siquiera el escabel», y también éste es eliminado. Nadie, al parecer, puede reemplazar a Ba’al.

Esto le da esperanzas a Anat: resurrección. Recurriendo de nuevo a la ayuda de Shepesh, Anat penetra en la morada de Mot. Utilizando un subterfugio, «se acerca hasta él, como una oveja a su cordero... Ella agarra al divino Mot y con una espada lo hiende». Después, incinera el cadáver de Mot, muele los restos, esparce las cenizas por los campos.


Y la muerte de Mot, que había dado muerte a Ba’al, obra el milagro:

¡el fallecido Ba’al regresa a la vida!

Ciertamente murió el Poderoso Baal;

ciertamente pereció el Señor de la Tierra.

Pero he aquí:¡Está vivo el Poderoso Baal!

¡Mirad, el principesco Señor de la Tierra existe!

Al enterarse, El se pregunta si es todo un sueño, «una visión». ¡Pero es cierto! Quitándose el vestido de saco y dejando las costumbres de luto, El se regocija:

Ahora, me incorporaré y hallaré descanso,

y mi corazón encontrará alivio;

pues está vivo el Poderoso Baal,

existe el príncipe, Señor de la Tierra.

A pesar de las evidentes dudas de El sobre si la resurrección es una visión ilusoria, un mero sueño, el narrador cananeo opta por asegurar a la gente que, al final, hasta El acepta el milagro. De esta seguridad se hace eco el relato de Keret, que es sólo un semidiós; sin embargo, sus hijos, al verle a las puertas de la muerte, no pueden creer que «un hijo de El vaya a morir».

Quizás fuera a la luz de la inaceptabilidad de la muerte de un Dios que se pusiera en juego la idea de la resurrección. Y tanto si Inanna creía como si no que su amado volvería de entre los muertos, la elaborada conservación del cuerpo de Dumuzi y las palabras con que ella la acompañó preservaron también entre las masas de humanos la ilusión de la inmortalidad de los Dioses.

El procedimiento que ella personalmente esbozó para la conservación, para que en el Día Final Dumuzi pudiera levantarse y reunirse con ella, es indudablemente el procedimiento conocido como momificación.

 

Esto podría caer como un jarro de agua fría para los egiptólogos, que sostienen que la momificación comenzó en Egipto en la época de la Tercera Dinastía, hacia el 2800 a.C. Allí, el procedimiento conllevaba el lavado del cuerpo del faraón fallecido, la unción con óleos y la envoltura en un tejido, preservando así el cuerpo para que el faraón pudiera emprender su Viaje a la Otra Vida.

 

¡Sin embargo, tenemos aquí un texto Sumerio que habla de la momificación algunos siglos antes!

En este texto, los detalles del procedimiento paso a paso son idénticos a los que más tarde se practicarían en Egipto, hasta en el color del tejido del sudario.

 

Inanna ordenó que el cuerpo preservado fuera puesto sobre una losa de piedra de lapislázuli, para ser conservado en un santuario especial. Ella nombró al santuario como E.MASH, «Casa/Templo de la Serpiente». Quizás fuera algo más que un gesto simbólico, el de poner al hijo fallecido de Enki en manos de su padre. Pues Enki no sólo era la Najash, la Serpiente, así como el Conocedor de los Secretos, en la Biblia.

 

En Egipto, su símbolo también era la serpiente, y el jeroglífico de su nombre, PTAH, representaba la doble hélice del ADN (Fig. 33), pues ésa era la clave de todos los asuntos de vida y muerte.

 

Aunque venerado en Sumer y Acad como el prometido de Inanna, y llorado en Mesopotamia y más allá como el fallecido Tammuz de Ishtar, Dumuzi era un Dios africano. Así pues, quizá fuera inevitable que su muerte y embalsamamiento fueran comparados, por parte de los expertos, con el trágico relato del gran Dios egipcio Osiris.

La historia de Osiris se parece al relato bíblico de Caín y Abel, en el cual la rivalidad terminó con el asesinato de un hermano a manos de otro. Comienza con dos parejas divinas; dos hermanastros (Osiris y Set) que se casan con dos hermanas (Isis y Neftis). Para evitar recriminaciones, el Reino del Nilo se dividió entre los dos hermanos: el Bajo Egipto (la parte norte) le correspondió a Osiris, y la parte sur (el Alto Egipto) a Set. Pero las complejas normas divinas de sucesión, dando preferencia al heredero legítimo sobre el primogénito, inflamaron la rivalidad hasta el punto en que Set, por medio de un ardid, encerró a Osiris en el interior de un arcón, que arrojó luego al mar Mediterráneo, ahogando así a su hermano.

Isis, la esposa de Osiris, encontró el arcón cuando éste fue arrojado a la playa de lo que ahora es Líbano. Se llevó el cuerpo de su marido de vuelta a Egipto, buscando la ayuda del Dios Thot para resucitarle. Pero Set averiguó lo que iba a hacer, se apoderó del cuerpo, lo despedazó en catorce trozos y dispersó los trozos por todo Egipto.

Inflexible, Isis buscó uno por uno los trozos hasta encontrarlos todos, salvo (así lo cuenta el relato) el falo de Osiris. Puso los trozos juntos de nuevo, sujetándolos con un tejido de color púrpura, para reconstruir el cuerpo de Osiris (comenzando así con la momificación en Egipto).

 

Todas las representaciones de Osiris de tiempos faraónicos lo muestran estrechamente envuelto en el sudario.

Como Inanna antes que ella, Isis amortajó y momificó a su fallecido esposo, dando así origen en Egipto (como había hecho antes Inanna en Sumer y Acad) a la idea del Dios resucitado.

 

Mientras que, en el caso de Inanna, la acción de la Diosa quizá pretendía satisfacer la negación personal de la pérdida, así como afirmar la inmortalidad de los Dioses, este hecho se convirtió en el caso de Egipto en un pilar de las creencias faraónicas de que el rey humano podía arrostrar también la transfiguración y, emulando a Osiris, alcanzar la inmortalidad en la otra vida con los Dioses.

 

Tal como dice E. A. Wallis Budge en el prefacio a su obra maestra, Osiris and The Egyptian Resurrection,

«La figura central de la antigua religión de Egipto era Osiris, y los fundamentos principales de su culto eran la creencia en su divinidad, muerte y resurrección, y en su absoluto control de los destinos de los cuerpos y almas de los hombres.»

En los principales santuarios dedicados a Osiris, en Abydos y Denderah, se representaron los pasos de la resurrección del Dios . Wallis Budge y otros expertos creyeron que estas representaciones se habían dibujado a partir de un Drama de Pasión o de Misterios que se habría escenificado todos los años en aquellos lugares; un ritual religioso que, en Mesopotamia, se le había ofrecido a Marduk.


En Los textos de la Pirámide, y en otras citas funerarias del Libro de los Muertos egipcio, se cuenta cómo el fallecido faraón, embalsamado y momificado, era preparado para salir de su tumba (considerada sólo como un lugar de descanso temporal), a través de una falsa puerta en el este, para comenzar su Viaje a la Otra Vida.

 

Se suponía que era un tránsito que simulaba el viaje del resucitado Osiris hasta su trono celestial en la Morada Eterna; y aunque era un viaje que hacía que el faraón se elevara hacia el cielo como un halcón divino, comenzaba atravesando una serie de cámaras y corredores subterráneos llenos de seres y visiones milagrosas.

En La Escalera al Cielo, hemos analizado la geografía y la topografía de los textos antiguos, y hemos llegado a la conclusión de que era la simulación de un viaje hasta un silo de lanzamientos subterráneo situado en la península del Sinaí, no muy diferente del que se ve en una representación verdadera de un lugar verdadero de la península en la tumba de Hui, un gobernador faraónico de la península del Sinaí .

La resurrección de Osiris va asociada con otra milagrosa hazaña, la que trae a la vida a su hijo, Horus, bastante después de la muerte y el desmembramiento de Osiris.

 

En ambos acontecimientos, considerados justamente como mágicos por los egipcios, hubo un Dios llamado Thot (mostrado siempre en el arte egipcio con una cabeza de Ibis, Fig. 37), que jugo un papel decisivo. Fue él quien ayudó a Isis a recomponer al desmembrado Osiris, y el que la instruyó después para que extrajera la «esencia» de Osiris de su cuerpo muerto y despedazado, para luego fecundarse a sí misma artificialmente.

 

Con esto, se las ingenió para quedar embarazada y dar a luz a su hijo, Horus.

Incluso aquellos que creen que el relato es el recuerdo de algunos acontecimientos reales y no sólo un «mito» asumen que lo que hizo Isis fue extraer el semen del cadáver de Osiris y, con él, su «esencia».

 

Pero esto era imposible, dado que la única parte que Isis no pudo encontrar y recomponer fue la de su órgano masculino. La hazaña mágica de Thot tuvo que ir más allá de la inseminación artificial, bastante común en la actualidad. Lo que tuvo que hacer fue obtener la «esencia» genética de Osiris para ella. Tanto los textos como las representaciones que nos han llegado del antiguo Egipto confirman de hecho que Thot poseía los «conocimientos secretos» necesarios para llevar a cabo tales hazañas.

Las capacidades biomédicas («mágicas» ante los ojos humanos) de Thot fueron invocadas de nuevo por el bien de Horus. Con el fin de proteger al infante del despiadado Set, Isis mantuvo en secreto el nacimiento del Horus, ocultándolo en una región pantanosa. Set, desconociendo la existencia de un hijo de Osiris, intentó forzar a Isis, hermanastra suya, a mantener relaciones sexuales con él (al igual que había hecho Enki para conseguir un hijo de su hermanastra Ninmah), para tener un hijo de ella y lograr así un heredero incontestable.


Atrayendo con engaños a Isis hasta su morada, la tuvo cautiva durante algún tiempo; pero Isis se las ingenió para escapar y volver a los pantanos donde estaba oculto Horus. Para su pesar, encontró muerto al niño, debido a la picadura de un escorpión venenoso. Isis no perdió el tiempo en invocar la ayuda de Thot:

Entonces, Isis elevó un grito al cielo y dirigió su llamada al Barco del Millón de Años... Y Thot bajó; él estaba provisto de poderes mágicos, y poseía el gran poder que hacía que la palabra se convirtiera en hecho...

Y le dijo a Isis: He llegado en este día en el Barco del Disco Celestial, desde el lugar donde estaba ayer. Cuando llegue la noche, esta Luz [rayo] sacará [el veneno] para la curación de Horus... He venido desde los cielos para salvar al niño para su madre.

Revivido y resucitado de la muerte (y quizás inmunizado para siempre) por los poderes mágicos de Thot, Horus creció hasta convertirse en Netj-Atef, el «Vengador» de su padre.

De los poderes biomédicos de Thot en cuestión de vida y muerte se da cuenta también en una serie de antiguos textos egipcios conocidos como Relatos de los Magos.

 

Uno de ellos (Papiro de El Cairo 30646), un relato largo, trata de una pareja de ascendencia real que toma posesión ilegalmente del Libro de los Secretos de Thot. Como castigo, Thot los entierra en una cámara subterránea en estado de animación suspendida (momificados como los muertos, pero capaces de ver, oír y hablar). En otro relato, escrito en el Papiro Westcar, un hijo del faraón Khufu (Keops) le habla a su padre de un anciano que «estaba familiarizado con los misterios de Thot».

 

Entre éstos, estaba la capacidad para devolverle la vida a los muertos. Deseando ver esto con sus propios ojos, el rey ordena que le corten la cabeza a un prisionero, desafiando después al sabio a que reponga la cabeza cercenada y le devuelva la vida al hombre. El sabio se niega a llevar a cabo esta «magia de Thot» sobre un ser humano, de modo que se le corta la cabeza a un ganso. El sabio «pronunció ciertas palabras de poder» del Libro de Thot; y he aquí que la cabeza cercenada se reunió por sí sola con el cuerpo del ganso, éste se puso en pie, anadeó y se puso a graznar, tan vivo como antes.

En el antiguo Egipto era sabido que Thot poseía de hecho la capacidad para resucitar a una persona que hubiera sido decapitada, reconectar la cabeza y devolverle la vida a la víctima debido a un incidente que había tenido lugar cuando Horus se levantó en armas al fin contra su tío Set. Tras las batallas entabladas por tierra, agua y aire, Horus consiguió capturar a Set y a sus tenientes.

 

Los llevó ante Ra para que fueran juzgados, y Ra puso el hado de los cautivos en manos de Horus e Isis. Horus empezó a matarlos cortándoles la cabeza pero, cuando le tocó el turno a Set, Isis no pudo soportar que se le fuera a hacer esto a su hermano y le impidió a Horus que ejecutara a Set. Enfurecido, Horus se volvió contra su madre ¡y la decapitó a ella! Isis sobrevivió gracias a la apresurada intervención de Thot, que reconectó la cabeza y la resucitó.

 

Para valorar adecuadamente la capacidad de Thot para realizar todas estas cosas, recordemos que hemos identificado a este hijo de Ptah como Ningishzidda (hijo de Enki en la tradición Sumeria), cuyo nombre Sumerio significaba «Señor del Árbol/Artefacto de la Vida». Él era el Custodio de [los] Secretos Divinos de las ciencias exactas, no siendo los menores entre ellos los de los secretos de la genética y de la biomedicina, que le sirvieron bien a su padre, Enki, en los tiempos de la Creación del Hombre.

 

De hecho, los textos Sumerios atestiguan que, en cierta ocasión, Marduk se quejó a su padre Enki de que no le había enseñado todos los conocimientos que poseía.

«Hijo mío -respondió Enki-, ¿qué es lo que no sabes? ¿Qué más podría darte?»

Marduk indicó que los conocimientos que se le habían negado eran los del secreto de resucitar a los muertos; esos conocimientos secretos se los había impartido Enki al hermano de Marduk, Ningishzidda/Thot, pero no a Marduk/Ra.

Esos conocimientos secretos, esos poderes concedidos a Thot/Ningishzidda, se expresaron en el arte y el culto mesopotámicos a través del símbolo de las Serpientes Entrelazadas o mediante éste (Fig. 38a), un símbolo que hemos identificado con la doble hélice del ADN, símbolo que ha sobrevivido hasta nuestros días como emblema de la medicina y la sanación.

Indudablemente, tuvo que haber una conexión entre todo eso y la serpiente de cobre que forjó Moisés con el fin de detener una peste que hizo caer a innumerables israelitas durante el Éxodo.

Habiendo crecido en la corte del faraón y habiendo sido formado por los magos egipcios, Moisés, siguiendo las instrucciones del Señor, «hizo una serpiente de cobre, y la puso en la punta de un Mástil de Milagro», y todos aquellos que se veían afligidos por la plaga y miraban a la serpiente de cobre quedaban con vida (Números 21,8-10).

 

Quizá sea algo más que una coincidencia que una de las más importantes autoridades internacionales sobre la antigua minería y metalurgia del cobre, el profesor Benno Rothenberg (Midianite Titnna y otras publicaciones), descubriera en la península del Sinaí un santuario perteneciente a la época del período madianita, la época en la que Moisés, tras escapar al desierto del Sinaí para salvar su vida, vivió con los madianitas e incluso se casó con la hija del sumo sacerdote de éstos.

 

Localizado en la región donde tuvieron lugar algunas de las más antiguas excavaciones mineras del cobre, el profesor Rothenberg descubrió en este santuario los restos de una pequeña serpiente de cobre; era el único objeto votivo allí.

 

(Se ha reconstruido el santuario para su exhibición en el Pabellón Nechushtan del Museo Eretz Israel de Tel Aviv, Fig. 39, donde también se puede ver la serpiente de cobre.)

La referencia bíblica y los hallazgos en la península del Sinaí tienen una relación directa con la representación de Enki como Najash.

 

Este término no sólo tiene los dos significados que ya hemos mencionado («Serpiente», «Conocedor de Secretos»), dado que tiene un tercer significado, «El de Cobre», pues la palabra hebrea de cobre, Nejoshet, proviene de la misma raíz. Uno de los epítetos de Enki en Sumerio, BUZUR, también tiene el doble significado de «El que conoce/resuelve secretos» y «El de las minas de cobre».

Las distintas interconexiones planteadas pueden ofrecer una explicación de la de otro modo desconcertante elección que hizo Inanna como lugar de descanso para Dumuzi: Bad-Tibira. En ninguna otra parte de los textos relevantes hay indicación alguna de una conexión entre Dumuzi (y, para el caso, Inanna) y esa Ciudad de los Dioses. La única conexión posible es el hecho de que Bad-Tibira se estableciera como centro metalúrgico de los Anunnaki. ¿Llevó entonces Inanna al embalsamado Dumuzi hasta un lugar donde no sólo se refinaba oro, sino también cobre?

Otro detalle que posiblemente resulte relevante tiene que ver con la construcción del Tabernáculo y de la Tienda del Encuentro en el desierto del Éxodo, de acuerdo con las instrucciones, muy detalladas y explícitas, de Yahveh a Moisés: dónde se debían usar el oro o la plata y cómo, qué clases de maderas o vigas y de qué tamaños, qué clase de vestidos o pieles, cómo coserlos, cómo decorarlos.

 

También se puso mucho cuidado en las instrucciones referentes a los ritos que tenían que realizar los sacerdotes (sólo Aarón y su hijo en aquel momento): su vestimenta, los objetos sagrados que llevarían, la combinación explícita de ingredientes que compondrían el singular incienso que daría lugar a la nube adecuada que les protegiera de las mortales radiaciones del Arca de la Alianza. Y, después, un requisito más: la forja de una pila en la cual lavarse manos y pies, «para que no mueran cuando estén ante el Arca de la Alianza». Y la pila, se especifica en Éxodo 30,17, debía ser hecha de cobre.

Todos estos hechos y detalles, dispersos pero aparentemente conectados, sugieren que el cobre jugaba algún papel en la biogenética humana, un papel que la ciencia moderna sólo comienza a descubrir (un ejemplo reciente de ello es un estudio, publicado en la revista Science de 8 de marzo de 1996, acerca de la interrupción del metabolismo del cobre en el cerebro en relación con la enfermedad de Alzheimer).

Este papel, si no formó parte del primer empeño genético de Enki y Ninmah para producir a El Adán, sí que parece haber entrado en el genoma humano cuando Enki, en su papel de Najash, se implicó en la segunda manipulación, cuando se dotó a la Humanidad de la capacidad de procrear.

Es decir, el cobre fue, aparentemente, un componente de nuestro Destino, y un profundo análisis realizado por expertos sobre los textos Sumerios de la creación quizá nos llevara a importantes avances médicos que podrían afectar a nuestras vidas diarias.

En cuanto a los Dioses, Inanna, al menos, creía que el cobre podría ayudar a resucitar a su amado.

 

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