II - LO FANTÁSTICO INTERIOR

Los pioneros: Balzac, Hugo, Flammarion. —Jules Romains y la cuestión más vasta. Fin del positivismo. —¿ Qué es la parapsicología? — Hechos extraordinarios y experimentos ciertos. — El ejemplo del Titanic — Vi­sión. — Precognición y sueño. — Parapsicología y psi­coanálisis. — Nuestro trabajo excluye el ocultismo y las falsas dencias. — En busca de la maquinaría de las pro­fundidades.

El crítico literario filósofo Albert Béguin sostenía que Balzac era un visionario más que un observador. Esta tesis me parece exacta. En una novela admira­ble, Le Réquisitionnaire, Balzac prevé el nacimiento de la parapsicología, que se realizará en la segunda mitad del siglo xx e intentará fundar como cien­cia exacta el estudio de los «poderes psíquicos» del hombre.

«A la hora precisa en que Madame De Dey moría en Carentan, su hijo era fusilado en el Morbihan. Pode­mos sumar este hecho trágico a todas las observaciones sobre las simpatías que desconocen las leyes del espa­cio; documentos que coleccionan con sabia curiosidad algunos hombres solitarios y que servirán un día para asentar las bases de una ciencia nueva a la que falta has­ta el día presente un hombre de genio.»

En 1891, Camille Flammarion declaraba:1

«Nues­tro fin de siglo se parece un poco al del siglo preceden­te. El espíritu empieza a cansarse de las afirmaciones de la filosofía que se califica de positiva. Creemos adivinar que se equivoca... "¡Conócete a ti mismo!", decía Só­crates. Desde hace millares de años, hemos aprendido una enorme cantidad de cosas, excepto la que más nos interesa. Parece que el espíritu humano actual tiende, por fin, a obedecer la máxima socrática.»

Una vez al mes, Conan Doyle venía de Londres a visitar a Flammarion en el Observatorio de Juvisy y a estudiar con el astrónomo fenómenos de evidencia, de apariciones y materializaciones, por lo demás bas­tante dudosas. Flammarion creía en los fantasmas y Conan Doyle coleccionaba «fotografías de hadas». La «ciencia nueva» presentida por Balzac no había nacido aún, pero se sentía ya su necesidad.

Victor Hugo había dicho, formidablemente, en su desconcertante estudio sobre William Shakespeare:

«Todo hombre lleva su Patmos dentro de sí. Es libre de subir o no subir a este terrible promontorio del pensa­miento, desde el cual se perciben las tinieblas. Si no va a él, permanece en la vida ordinaria, en la conciencia or­dinaria, en la fe ordinaria, en la duda ordinaria, y así está bien. Para el descanso interior es sin duda lo mejor. Si sube a la cima, queda preso en ella. Se le aparecen las profundas olas del prodigio. Y nadie puede ver impu­nemente aquel océano... Se obstina en el abismo absor­bente, en el sondeo de lo inexplorado, en el desinterés de la tierra y de la vida, en la entrada de lo prohibido, en el esfuerzo por palpar lo impalpable, por mirar lo invisible; y vuelve allí, y vuelve de nuevo, y se aco­da, y se abalanza, y da un paso, después dos, y así es como uno penetra en lo impenetrable, y así es como uno avanza en el ensanchamiento sin límites de la con­dición infinita.»

1. Le Fígaro ¡Ilustré, noviembre de 1891.

En cuanto a mí, tuve en 1939 la visión precisa de una ciencia que, al aportar testimonios irrecusables sobre el hombre interior, obligaría pronto al espíritu a una nueva reflexión sobre la naturaleza del conocimiento, y, poco a poco, llegaría a modificar los métodos de toda la inves­tigación científica en todos los terrenos. Tenía yo dieci­nueve años, y la guerra me sorprendía cuando había de­cidido consagrar mi vida al establecimiento de una psicología y de una fisiología de los estados místicos. En aquel entonces, leí en la Nouvelle Revue Française un ensayo de Jules Romains: «Respuesta a la cuestión más vasta», que vino inesperadamente a reforzar mi posi­ción. Este ensayo fue, también, profetico. Después de la guerra nació, en efecto, una ciencia del psiquismo, la pa­rapsicología, que está hoy en pleno desarrollo, mientras que en el seno mismo de las ciencias oficiales, como las matemáticas o la física, el espíritu cambiaba en cierto modo de plano.

«Yo creo —escribía Jules Romains— que la prin­cipal dificultad del espíritu humano reside menos en alcanzar conclusiones verdaderas dentro de un cierto orden o en ciertas direcciones, que descubrir el me­dio de acordar las conclusiones a que llega trabajando en diversos órdenes de realidad, o emprendiendo di­versas direcciones que varían según las épocas. Por ejemplo, le resulta muy difícil poner de acuerdo las ideas, en sí mismas muy exactas, a que le ha llevado la ciencia moderna sobre la base de los fenómenos físicos, con las ideas, tal vez también muy ciertas, que había en­contrado en las épocas en que se ocupaba principal­mente de las realidades espirituales o psíquicas, y que aún hoy en día reclaman para sí los que, ajenos a los métodos físicos, se consagran a investigaciones de or­den espiritual o psíquico.

No pienso en absoluto que la ciencia moderna, a la que a menudo se acusa de materíalismo, se vea amenazada por una revolución que arruinaría los resultados de que se siente segura (sólo pueden estar amenazadas las hipótesis demasiado gene­rales o prematuras de las que no está segura). Pero sí que puede encontrarse un día frente a resultados tan coherentes, tan decisivos, alcanzados por los métodos llamados en general "psíquicos", que le será imposible considerarlos, como hasta ahora, nulos y sin valor. Mu­chas personas se imaginan que, llegado aquel momen­to, las cosas se arreglarán fácilmente, limitándose la ciencia llamada "positiva" a conservar tranquilamente su campo actual, y dejando que se desarrollen fuera de sus fronteras aquellos otros conocimientos que trata ahora de supersticiones o relega al terreno de lo "incog­noscible" abandonándose despectivamente a la metafí­sica.

El día en que se confirmen —si llegan a confirmar­se— muchos de los resultados más importantes de la experimentación psíquica, se llamarán oficialmente "verdades" y atacarán a la ciencia positiva en el interior de sus fronteras; y será necesario que el espíritu huma­no que hasta ahora, y por miedo a las responsabilida­des, finge no ver el conflicto, se decida a realizar un ar­bitraje. Será una crisis muy grave, tan grave como la provocada por la aplicación de los descubrimientos fí­sicos a la técnica industrial. La vida misma de la Huma­nidad sufrirá una transformación. Creo esta crisis posi­ble, probable e incluso muy próxima.»

Una mañana de invierno, acompañé a un amigo a la clí­nica donde debían operarle de urgencia. Empezaba a clarear, y caminábamos bajo la lluvia, buscando ansio­samente un taxi. La fiebre había hecho presa en mi vaci­lante amigo, el cual, de pronto, me señaló un naipe cu­bierto de barro que yacía en la acera.

—Si es un comodín —me dijo—, todo irá bien.

Cogí la carta y le di la vuelta. Era un comodín.

La parapsicología trata de sistematizar el estudio de hechos de esta naturaleza, por acumulación experimen­tal. ¿Está el hombre normal dotado de un poder que no utiliza casi nunca, simplemente, según parece, porque le han persuadido de que no lo tiene? La experimenta­ción realmente científica parece eliminar completa­mente la noción del azar. Tuve ocasión de participar, en compañía de Aldous Huxley, como miembro destaca­do, en el Congreso Internacional de Parapsicología de 1955, y después he seguido los trabajos americanos, suecos y alemanes de los médicos y psicólogos dedica­dos a esta investigación. No puede dudarse de la serie­dad de estos trabajos. Si la ciencia, con reticencia desde luego legítima, se mostraba reacia a los poetas, la para­psicología podría sacar de Apollinaire una excelente de­finición:

Todo el mundo es profeta, querido André Billy,

pero hace tanto tiempo que se dice a la gente

que no tiene porvenir, que es ignorante para siempre

e idiota de nacimiento,

que se lo ha creído y nadie piensa siquiera

en preguntarse si conoce o no el porvenir.

No hay espíritu religioso en todo esto

ni en las supersticiones ni en las profecías

ni en todo lo que llaman ocultismo;

hay ante todo una manera de observar la Naturaleza

y de interpretar la Naturaleza

que es muy legítima.1

La experimentación parapsicológica parece demos­trar que existen, entre el Universo y el hombre, relaciones distintas de las establecidas por los sentidos habitua­les. Todo ser humano normal podría percibir los objetos a distancia o a través de los muros, influir en el movi­miento de los objetos sin tocarlos, proyectar sus pensa­mientos y sus sentimientos en el sistema nervioso de otro ser humano, y, en fin, conocer a veces el porvenir. Sir H. R. Haggard, escritor inglés muerto en 1925, en su novela Maiwa's Revenge, hace una descripción detallada de la evasión de su héroe, Alian Quatermain Éste es capturado por los salvajes cuando escala una pa­red rocosa. Sus perseguidores le tienen agarrado por un pie: él se libra disparándoles un pistoletazo paralela­mente a su pierna derecha. Algunos años después de la publicación de la novela, se presentó un explorador in­glés en casa de Haggard. Vino especialmente de Lon­dres para preguntar al escritor cómo había podido en­terarse de su aventura en todos sus detalles, pues no había hablado de ella a nadie y quería ocultar aquella muerte.

1. Apollinaire, Calligrammes.

En la biblioteca del escritor austríaco Karl Hans Strobl, muerto en 1946, su amigo Willy Schrodter hizo el siguiente descubrimiento:

«Abrí sus propias obras, alineadas en un estante. Entre sus páginas, había nume­rosos artículos de prensa. No eran críticas, como pensé en un principio, sino hechos diversos. Y advertí con un estremecimiento, que relataban acontecimientos des­critos con mucha anticipación por Strobl.»

En 1898 un escritor de ciencia ficción americano, Morgan Robertson, describió el naufragio de un navio gigante. Este navio gigante desplazaba 70.000 toneladas, medía 800 pies y transportaba 3.OOO pasajeros. Su motor estaba equipado con tres hélices. Una noche de abril, durante su primer viaje, chocó en la niebla con un ice­berg y se fue a pique. Se llamaba: Titán.

El Titanic, que más tarde se hundiría en las mismas circunstancias, desplazaba 66.000 toneladas, medía 828,5 pies, transportaba 3.000 pasajeros y tenía tres hé­lices. La catástrofe ocurrió una noche de abril.

Esto son hechos. Veamos ahora unos cuantos expe­rimentos realizados por los parapsicólogos: En Durham, Estados Unidos, el experimentador tiene en la mano un juego de cinco cartas especiales. Las baraja y las saca una detrás de otra. Una cámara registra la ope­ración. En el mismo instante, en Zagreb, Yugoslavia, otro experimentador trata de adivinar el orden en qué el otro ha sacado las cartas. Esto se repite millares de veces. La proporción de las adivinaciones es mucho mayor de lo que permite la casualidad.

En Londres, en una habitación cerrada, el matemáti­co J. S. Soal saca cartas de un juego parecido. Detrás de una pared opaca, el estudiante Basil Shakelton trata de adivinar. Cuando se comparan los resultados, se ad­vierte que el estudiante ha adivinado, también en pro­porción superior al azar, la carta que saldría en la mani­pulación siguiente.

En Estocolmo, un ingeniero construye una máqui­na que, automáticamente, arroja unos dados en el aire y registra en una película su caída. Los espectadores, miembros de la universidad, intentan mentalmente for­zar un número determinado, deseándolo intensamente. Y lo logran en una proporción que el azar no podrá justificar.

Al estudiar los fenómenos de precognición durante el sueño, el inglés Dunne ha demostrado científicamen­te que algunos sueños son capaces de des'cúbrir un por­venir, incluso lejano,1 y dos investigadores alemanes, J. W. Dunne soñó, en 1901, que la ciudad de Lowestoft, en la costa de la Mancha, era bombardeada por una flota extranjera. Este bombardeo tuvo lugar en 1914 con todos los detalles consignados por Dunne en 1901.

1. Le Temps et le Rêve. Traducción francesa de las Éditions du Senil.

Moufand y Stevens, en una obra titulada El misterio de los sueños,1 citan numerosos casos precisos y comprobados, en que los sueños habían revelado aconteci­mientos futuros y conducido descubrimientos científi­cos importantes.

El célebre atomista Niels Bohr, siendo estudiante, tuvo un sueño extraño. Se vio en un sol de gas ardiente. Los planetas pasaban silbando. Estaban sujetos al sol por débiles filamentos y giraban a su alrededor. De pronto, el gas se solidificó, el sol y los planetas se con­trajeron. Niels Bohr se despertó en aquel momento y tuvo conciencia de que acababa de descubrir el modelo del átomo, tan buscado. El «sol» era el centro fijo alre­dedor del cual giran los electrones. Toda la física ató­mica moderna y sus aplicaciones han salido de aquel sueño.

El químico Auguste Kékulé explica: «Una noche de verano, me dormí en la plataforma del autobús que me conducía a casa. Vi claramente cómo, en todas par­tes, los átomos se unían en parejas que eran arrastradas por grupos más importantes, los cuales eran a la vez atraídos por otros todavía más poderosos: y todos es­tos corpúsculos giraban en desenfrenado torbellino. Pasé una parte de la noche transcribiendo la visión de mi sueño. La teoría de la estructura había sido descu­bierta.»

Después de haber leído en los periódicos los relatos de los bombardeos de Londres, un ingeniero de la Compañía Americana de Teléfonos Bell tuvo, en una noche de otoño de 1940, un sueño en el cual se vio di­bujando el plano de un aparato merced al cual se podía apuntar el cañón antiaéreo al lugar exacto por el que pasaría un avión cuyas trayectoria y velocidad fuesen conocidas. Al despertarse, trazó el esquema, «de me­moria». El estudio de este aparato, que debía utilizar por primera vez el radar, fue realizado por el gran sabio Norbert Wiener, y las reflexiones de Wiener a este res­pecto iban a ser causa del nacimiento de la cibernética.

El propio Dunne vio en sueños los titulares de los periódicos anunciando la erupción del Monte Pelado, unos meses antes del suceso.

1. Traducción francesa de las Editions des Deux Rives, París

 

«Decididamente —decía Lovecraft—, no hay que subestimar la importancia gigantesca que pueden tener­los sueños».1

De ahora en adelante, tampoco hay que despreciar los fenómenos de preconocimiento, ya sea en el estado de sueño, ya en el de vigilia. Rebasando en mucho el terreno de la psicología oficial, la comisión de energía atómica propuso, en 1958, la utilización de «vi­dentes» que intentasen adivinar los puntos en que cae­rían los proyectiles rusos en caso de guerra.2

El misterioso pasajero subió a bordo del submarino atómico Nautilus el 25 de julio de 1959. El submarino se hizo inmediatamente a la mar y, durante dieciséis días, recorrió las profundidades del océano Atlántico. El pa­sajero sin nombre se había encerrado en su camarote. Sólo el marinero que le llevaba la comida y el capitán Anderson, que le hacía una visita diaria, le habían visto la cara. Dos veces al día, enviaba una hoja de papel al ca­pitán Anderson. En tales hojas aparecía una combina­ción de cinco signos misteriosos: una cruz, una estrella, un círculo, un cuadrado y tres líneas onduladas. El capi­tán Anderson y el pasajero desconocido estampaban sus firmas en la hoja, y el capitán Anderson la encerraba en un sobre sellado después de haber introducido dos tar­jetas en su interior. Una de ellas llevaba la hora y la fecha. La otra, las palabras «Muy secreto. Destruirlo en caso de peligro de captura del submarino». El lunes 10 de agosto de 1959, el submarino atracaba en Croyton. El pasajero subió a un coche oficial, que, bajo escolta, lo trasladó al aeródromo militar más próximo.

1. En su novela, Más allá del muro del sueño.

2. 31 de agosto de 1958. Informe de la Rand Corporation.

Algunas horas más tarde, el avión aterrizaba en el pequeño aeródromo de la ciudad de Friendship, en Maryland. Un automóvil esperaba al viajero. Le con­dujo ante un edificio que ostentaba el rótulo «Centro de investigaciones especiales Westinghouse. Prohibida la entrada a toda persona no autorizada». El coche se detuvo ante el puesto de guardia, y el viajero preguntó por el coronel William Bowers, director de ciencias biológicas de la Oficina de investigaciones de las Fuer­zas Aéreas de los Estados Unidos.

El coronel Bowers le esperaba en su despacho.

—Siéntese, teniente Jones —le dijo—. ¿Trae el sobre?

Sin decir palabra, Jones tendió el sobre al coronel, que se dirigió a una caja fuerte, la abrió y sacó de ella un sobre idéntico, a excepción únicamente de que el sello no llevaba la inscripción «Submarino Nautilus», sino «Centro de Investigaciones X, Friendship, Maryland». El coronel Bowers abrió los dos sobres y extrajo de ellos sendos paquetes de sobres más pequeños, que abrió a su vez. Los dos hombres, en silencio, juntaron las hojas que tenían igual fecha. Después, las cotejaron, Con una coincidencia de más del 70 por 100 los signos eran los mismos y estaban colocados en el mismo or­den en las dos hojas que llevaban la misma fecha.

—Estamos en un recodo de la Historia —dijo el coronel Bowers—. Por primera vez en el mundo, en condiciones que no permitían el menor truco y con una precisión suficiente para la aplicación práctica, el pen­samiento humano ha sido transmitido a través del espa­cio, sin ningún intermediario material, de un cerebro a otro cerebro.

Cuando se conozcan los nombres de los dos hombres que participaron en este experimento, serán cierta­mente retenidos por la historia de las ciencias.

Por lo pronto, no son más que el «teniente Jones», oficial de Marina y «un tal Smith», estudiante de la Universidad de Duke, en Durham (Carolina del Norte, Estados Unidos).

Dos veces al día, durante los dieciséis que duró el experimento, el tal Smith, encerrado en una habitación de la que no salió en absoluto, se colocaba ante un apa­rato automático de barajar cartas. En el interior de éste, en un tambor, era barajado un millar de naipes. No eran naipes ordinarios de jugar, sino simplificados. Es­tas cartas, llamadas de Zener, se emplean desde hace tiempo en experimentos de parapsicología y son todas del mismo color. Llevan uno de los cinco símbolos si­guientes: tres líneas onduladas, un círculo, una cruz, un cuadrado y una estrella. Dos veces al día, accionado por un mecanismo de relojería, el aparato arrojaba una carta, al azar, y con un intervalo de un minuto. El tal Smith contemplaba fijamente la carta, pensando en ella con gran intensidad. A la misma hora, a 2.000 kilóme­tros de distancia y a centenares de metros de profundi­dad en el océano, el teniente Jones trataba de adivinar cuál era el naipe que miraba el tal Smith. Anotaba el re­sultado y hacía que el capitán Anderson firmase la hoja. Siete veces de cada diez, el teniente Jones acertó. Nin­gún truco era posible. Aun suponiendo las complicida­des más inverosímiles, no podía haber ningún enlace entre el submarino sumergido y el laboratorio en que se hallaba Smith. Las propias ondas de T. S. H. no pue­den cruzar vanos centenares de metros de agua de mar. Por primera vez en la historia de la ciencia, se había ob­tenido la prueba indiscutible de la posibilidad de que los cerebros humanos se comuniquen a distancia. El es­tudio de la parapsicología entraba al fin en su fase cien­tífica.

Este gran descubrimiento se realizó bajo la presión de las necesidades militares. A principios de 1957, la fa­mosa organización Rand, que se ocupa de las inves­tigaciones más secretas del Gobierno americano, ha­bía dirigido un informe sobre el asunto al presidente Eisenhower. «Nuestros submarinos —rezaba— resul­tan ahora inútiles, pues es imposible comunicar con ellos cuando están sumergidos y, sobre todo, cuando se encuentran bajo el casquete polar. Todos los medios nuevos deben ser empleados.» Durante un año, el infor­me Rand no produjo ningún efecto. Los consejeros científicos del presidente Eisenhower pensaban que la idea se aproximaba demasiado a los veladores que baila­ban. Pero cuando el «bip-bip» del Sputnik I resonó como una campanilla encima del mundo, los más gran­des sabios americanos decidieron que había llegado el momento de esforzarse en todas direcciones, incluso aquellas que desdeñaban los rusos. La ciencia americana apeló a la opinión pública. El 13 de julio de 1958, el su­plemento dominical del New York Herald Tribune pu­blicó un artículo del gran especialista militar de la Pren­sa americana, Ansel Talbert. Éste escribía:

«Es indispensable que las fuerzas armadas de los Es­tados Unidos sepan si la energía emitida por un cerebro humano puede influir, a millares de kilómetros, en otro cerebro humano... Se trata de una investigación abso­lutamente científica, y los fenómenos comprobados son, como todos los producidos por el organismo vi­viente, alimentados en energía por la combustión de los alimentos en el organismo...

»La amplificación de este fenómeno podría pro­porcionar un nuevo medio de comunicación entre los submarinos y la tierra firme, y tal vez también, un día, entre las naves que viajen por el espacio interplanetario y la Tierra.»

Después de este artículo y de numerosos informes de los sabios confirmando la memoria Rand se tomaron resoluciones. Hoy existen laboratorios de estudio sobre la nueva ciencia de parapsicología en la Rand Corpora­tion, de Cleveland, en la empresa Westinghouse, de Friendship (Maryland), en la General Electric, de Schenectady, en la Bell Telephone de Boston, e incluso en el centro de investigación del Ejército, de Redstone (Alabama). En este último centro, el laboratorio que es­tudia la transmisión del pensamiento se encuentra a me­nos de quinientos metros del despacho de Werner von Braun, el hombre del espacio. Así, la conquista de los planetas y la conquista del espíritu humano están ya dis­puestas a darse la mano.

En menos de un año, estos poderosos laboratorios han obtenido más resultados que varios siglos de inves­tigación en el terreno de la telepatía. La razón es bien sencilla: Los investigadores han partido de cero, sin ideas preconcebidas. Se enviaron comisiones al mundo entero: a Inglaterra, donde los investigadores estable­cieron contactos con sabios auténticos que verificaron los fenómenos de transmisión de pensamiento. El doc­tor Soal, de la Universidad de Cambridge, pudo ofrecer a los investigadores demostraciones de comunicacio­nes, a varios centenares de kilómetros de distancia, en­tre dos jóvenes mineros del País de Gales.

En Alemania, la comisión investigadora se entre­vistó con sabios de absoluto crédito, como Hans Bender y Pascual Jordán, que no sólo habían observado fe­nómenos de transmisión de pensamiento sino que no temían escribirlo. En la propia América se multiplica­ron las pruebas. Un sabio chino, el doctor Chink Yu Wang, pudo, con ayuda de algunos colegas igualmente chinos, dar a los expertos de la Rand Corporation prue­bas aparentemente concluyentes de la transmisión del pensamiento.

¿ Cómo se procede en la práctica para obtener re­sultados tan asombrosos como el experimento del teniente Jones y el individuo llamado Smith?

Para ello hay que encontrar un par de experimenta­dores, es decir, dos sujetos, uno de los cuales actúa de emisor, y el otro, de receptor. Sólo empleando dos su­jetos cuyos cerebros estén de algún modo sincroniza­dos (los especialistas americanos emplean el término resonancia, tomado de la T. S. H., aun sabiendo la va­guedad de este término), se obtienen resultados real­mente sensacionales.

Lo que se observa, pues, en los trabajos modernos, es una comunicación en un solo sentido. Si se invierte la dirección, si se hace emitir por el sujeto que recibía, o viceversa, no se obtiene nada en absoluto. Para obtener comunicaciones eficaces en los dos sentidos, hará falta, pues, «dos» parejas emisoras receptoras, o, dicho en otras palabras:

—   Un sujeto emisor y un sujeto receptor a bordo del submarino.

—   Un sujeto emisor y un sujeto receptor en un la­ boratorio en tierra.

¿Cómo se eligen estos sujetos?

Por lo pronto, es un secreto. Lo único que se sabe es que la elección se realiza examinando los electroen­cefalogramas, es decir, los registros eléctricos de la acti­vidad cerebral de los voluntarios que se presentan. Esta actividad cerebral, bien conocida de la ciencia, no va acompañada de ninguna emisión de ondas. Pero detec­ta las emisiones de energía del cerebro, y Grey Walter, célebre cibernético inglés, ha sido el primero en demos­trar que el electroencefalograma puede servir para de­tectar las actividades cerebrales anormales.

Mrs. Gertrude Schmeidler, psicóloga americana, ha aportado una nueva precisión sobre el tema. La doctora Schmeidler ha demostrado que los voluntarios que se presentan para servir de sujetos en los experi­mentos de parapsicología pueden dividirse en dos cate­gorías que ella denomina «corderos» y «cabras». Son corderos los que creen en la percepción extrasensorial, y cabras los que no creen en ella. Al parecer, en la co­municación a distancia hay que asociar un cordero con una cabra.

Lo que hace esta clase de trabajo extraordinaria­mente difícil es que, en el momento en que se establece la comunicación a distancia por el pensamiento, ni el emi­sor ni el receptor sienten nada. La comunicación se rea­liza en un plano inconsciente, y nada de ello se trasluce en la conciencia. El emisor ignora si el mensaje llega a destino. El receptor no sabe si recibe señales proceden­tes de otro cerebro o si sólo está inventando. Por esto, en vez de ensayar la transmisión de imágenes complicadas o discutibles, los investigadores se limitan a emplear los cinco símbolos sencillos de las cartas de Zener. Cuando esta transmisión se haya perfeccionado, podrán em­plearse fácilmente aquellas cartas como clave, a la mane­ra del alfabeto Morse, y transmitir mensajes inteligibles. Por lo pronto, la cuestión es perfeccionar el modo de co­municación, hacerlo más seguro. Se trabaja en ello desde muchas direcciones, y se buscan en particular medica­mentos de acción psicológica que faciliten la transmi­sión del pensamiento. Un especialista americano de far­macología, el doctor Humphrey Osmond, ha obtenido ya algunos resultados en este terreno, y los ha hecho pú­blicos en un informe cursado a la Academia de Ciencias de Nueva York, en marzo de 1947.

Sin embargo, ni el teniente Jones ni el tal Smith uti­lizaban droga alguna. Pues el fin de estos experimentos de las fuerzas armadas americanas es explotar a fondo las posibilidades del cerebro humano normal. A excep­ción del café, que parece mejorar la transmisión, y la as­pirina que, por el contrario, la inhibe, la paraliza, no se autoriza ninguna droga para los experimentos del pro­yecto Rand.

Estos experimentos abren una nueva era en la his­toria de la Humanidad y de la ciencia.1

En el terreno de las «curaciones paranormales», es de­cir, obtenidas por un tratamiento psicológico, ya se tra­te del curandero «poseedor del fluido» o del psicoana­lista (salvadas las distancias entre los métodos), los parapsicólogos han llegado a conclusiones del más alto interés. Nos han aportado un concepto nuevo: el de la pareja médico-enfermo. El resultado del tratamiento vendría determinado por la existencia o inexistencia de su lazo telepático entre el facultativo y el paciente. Si esta relación se establece —y es semejante a una rela­ción amorosa—, produce la hiperlucidez y la hiperactividad que se observan en las parejas apasionadas: la cu­ración es posible. En otro caso, médico y enfermo pierden el tiempo. La noción del «fluido» ha sido reba­sada por la noción de la «pareja». Se cree que llegará a ser posible dibujar el perfil psicológico profundo del médico y del paciente. Ciertos tests permitirán deter­minar la clase de inteligencia y de sensibilidad de am­bos y la naturaleza de los planos inconscientes que pue­den establecerse entre ellos. El médico, al comparar su perfil con el del enfermo, podría saber desde el princi­pio si le es o no posible actuar.

En Nueva York, un psicoanalista rompe la llave del archivo en que guarda sus fichas. Corre a casa de un ce­rrajero y consigue que éste le confeccione otra llave en el acto. No habla a nadie de este incidente. Unos días más tarde, en el curso de una sesión de sueño en vigilia, aparece en el sueño del paciente una llave que éste describe. Está rota y lleva el número de la llave del archivo: verdadero fenómeno psicológico.

1. Jacques Bergier, Constellation, n." 140, diciembre de 1959.

El doctor Lindner, célebre psicoanalista americano, tuvo que tratar, en 1953, a un famoso sabio atomista.1 Este último se desinteresaba de su trabajo, de su fami­lia, de todo. Se evadía, confesó a Lindner, a otro uni­verso. Cada vez más a menudo, su pensamiento viajaba por otro planeta, del cual era uno de los jefes, y donde la ciencia estaba más avanzada que en el nuestro. Tenía una visión precisa de aquel mundo, de sus leyes, de sus costumbres, de su cultura. Y, cosa extraordinaria, Lind­ner se sintió poco a poco contagiado de la locura de su enfermo, se unió en pensamiento a éste en su Universo y perdió en parte su personalidad. Entonces, el enfer­mo empezó a librarse de su visión y entró en franca vía de curación. Lindner se curó a su vez, unas semanas más tarde. Acababa de obedecer, en el campo expe­rimental, al inmemorial mandato hecho al taumatur­go de «tomar sobre sí» el mal ajeno, de redimir el pe­cado ajeno.

La parapsicología no tiene la menor relación con el ocultismo ni con las falsas ciencias: por el contrario, procura desenmascararlas. Sin embargo, los sabios,  ulgarizadores y filósofos que la condenan, ven en ella un fomento de la charlatanería. Esto es falso, pero es verdad que nuestra época, más que ninguna otra, se presta al desarrollo de esas falsas ciencias «que aparen­temente sirven para todo, pero que no tienen las pro­piedades ni la realidad de nada». Estamos persuadidos de que existen en el hombre terrenos desconocidos. La parapsicología propone un método de exploración. En las páginas que seguirán, vamos a proponer, a nuestra vez, un método. Esta exploración apenas ha empezado: será, creemos, una de las grandes tareas de la civiliza­ción venidera. Sin duda se revelarán, estudiarán y do­minarán fuerzas naturales todavía ignoradas, con el fin de que el hombre pueda cumplir su destino en una Tierra en plena transformación. Estamos seguros de ello. Pero también estamos ciertos de que el auge actual del ocultismo y de las falsas ciencias en un inmenso sec­tor de público es una enfermedad. No son los espejos rotos los que traen desgracia, sino los cerebros cas­cados.

1. El doctor Lindner describe esta experiencia en un libro de recuerdos, La hora de cincuenta minutos.

Hay en los Estados Unidos, después de la última guerra, más de treinta mil astrólogos, y veinte revistas exclusivas dedicadas a la astrología, una de las cuales tira 500.000 ejemplares. Más de 2.000 periódicos tienen su sección astrológica. En 1943, cinco millones de americanos obraban según las directrices de los adivinos y gastaban doscientos millones de dólares al año para co­nocer el porvenir. Sólo en Francia hay más de 40.000 cu­randeros y más de 50.000 consultorios ocultos. Según cálculos comprobables,1 los honorarios de los adivinos, pitonisas, etc., suman, en París, cincuenta mil millones de francos. El presupuesto global de la «magia» sería de unos trescientos mil millones al año para toda Francia: mucho mayor que el presupuesto de la investigación científica.

«—Si el que echa la buenaventura hace comercio de la verdad...

»—¿Y bien?

»—Pues bien, creo que comercia con el enemigo.»2

Es absolutamente necesario, aunque sólo sea para limpiar el campo de investigación, rechazar esta inva­sión. Pero esto debe aprovechar al progreso de la civili­zación. Es decir, que no hay que volver al positivismo que Flammarion consideraba ya superado en 1891, ni al cientifismo estrecho, cuando la propia ciencia nos con­duce hacia una nueva reflexión sobre las estructuras del espíritu. Si el hombre posee poderes hasta hoy ignora­dos o menospreciados, y si existe, como nos inclinamos a creer, un estado superior de conciencia, importa no rechazar las hipótesis útiles a la experimentación, los hechos verdaderos, las comprobaciones que iluminan, al propio tiempo que aventamos el ocultismo y las fal­sas ciencias. Dice un proverbio inglés: «Al arrojar el agua sucia de la bañera, cuidad de no arrojar al bebé con ella.»

" 1. Cifras citadas por François Le Lionnais en su estudio, «Une Maladie des Civilisations: les Fausses Sciences», La Nef número 6, junio de 1954.

2. Chesterton, El padre Brown.

La propia ciencia soviética admite que «no lo sabe­mos todo, pero no hay terreno tabú, ni territorio para siempre inaccesible». Los especialistas del Instituto Pávlov, los sabios chinos que se consagran al estudio de la actividad nerviosa superior, trabajan en el yoga.

«Por lo pronto —escribe el periodista científico Saparin, en la revista rusa Fuerza, y Saber—1 los fenómenos presen­tados por los yoguis no tienen explicación, pero ésta llegará sin duda alguna. El interés de tales fenómenos es enorme, porque revelan las extraordinarias posibilida­des de la máquina humana.»

El estudio de las facultades extrasensoriales, la «psiónica», como dicen los investigadores americanos por analogía con la electrónica y la nucleónica, es, en efecto, susceptible de desembocar en aplicaciones prác­ticas de una amplitud considerable. Trabajos recientes sobre el sentido de orientación de los animales, por ejemplo, revelan la existencia de facultades extrasenso­riales. El pájaro migratorio, el gato que recorre 1.300 kilómetros para volver a su casa, la mariposa que encuen­tra a la hembra a mil kilómetros, parecen utilizar el mis­mo tipo de percepción y de acción a distancia. Si pudié­semos descubrir la naturaleza de este fenómeno y dominarlo, dispondríamos de un nuevo medio de co­municación y de orientación. Tendríamos a nuestra dis­posición un verdadero radar humano.

1. Moscú, n.º 7,1965, p. 21.

La comunicación directa de las emociones, tal como parece producirse en la pareja analista-paciente, podría tener aplicaciones médicas preciosas. La conciencia hu­mana es parecida al iceberg que flota en el océano: la par­te mayor está debajo del agua. A veces, el iceberg oscila y pone de manifiesto una enorme masa desconocida; en­tonces decimos: he aquí un loco. Si fuese posible estable­cer una comunicación directa entre las masas sumergi­das, en la pareja médico-enfermo, por medio de algún «amplificador psiónico», las enfermedades mentales podrían desaparecer completamente.

La ciencia moderna nos enseña que los métodos ex­perimentales, en su último grado de perfección, le fijan límites. Por ejemplo, un microscopio suficientemente poderoso para observar un electrón emplearía una fuen­te de luz tan fuerte que desplazaría al electrón observa­do, haciendo la observación imposible. Al bombardear­lo, no podemos averiguar lo que hay en el interior del núcleo, pues éste se transforma. Pero es posible que el equipo desconocido de la inteligencia humana permita la percepción directa de las estructuras últimas de la ma­teria y de las armonías del Universo. Tal vez podríamos disponer de «microscopios psiónicos» y de «telescopios psiónicos» que nos mostrasen directamente lo que hay en el interior de un astro lejano o en el interior del núcleo atómico.

Tal vez haya un lugar en el hombre, desde el cual puede percibirse toda la realidad. Esta hipótesis parece delirante. Auguste Comte declaraba que jamás se conocería la composición química de una estrella. Al año siguiente, Bunsen inventaba el espectroscopio. Tal vez estamos en vísperas de descubrir un conjunto de méto­dos que nos permitan desarrollar sistemáticamente nuestras facultades extrasensoriales, utilizar una po­derosa maquinaria oculta en nuestras profundidades. Con esta perspectiva hemos trabajado, Bergier y yo, sabiendo, con nuestro maestro Chesterton, que...

«el fu­mista no es el que se sumerge en el misterio, sino el que se niega a salir de él».

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