por Rubén Torres
18 Febrero 2015

del Sitio Web LaCosechaDeAlmas
 

 

 

 

 

 


El odio generalizado al ser humano y todo aquello que lo representa, es lo que significa ser un misántropo...

 

Cientos de filósofos y eruditos de todo tipo se declararon de algún modo abiertamente misántropos a lo largo de la historia.

 

La misantropía al día de hoy es una tendencia en alza, una "moda" que hemos asumido indefinidamente, odiar al ser humano por lo que es y por lo que representa, culparlo de todos los males del mundo, de las guerras, la contaminación, la enfermedad y el hambre, los cuatro jinetes del Apocalipsis representado en un ser de carne y hueso, que conspira contra si mismo, como un lupus invencible.

 

Desde las modas se ha insertado la misantropía de forma velada década tras década, insertándola en la población rebelde y adolescente en forma de tribu urbana.

 

Desde la decadencia Beat, pasando por el nihilismo de posguerra, mas tarde el punk mas autodestructivo y posteriormente la melancolía gótica, el grunge pasado de rosca y el azúcar envenenado del pop.

 

Todas las tendencias han traído algún componente de odio hacia la raza humana, poniendo en la diana de la programación suicida toda su artillería.

Drogas, decadencia, enfrentamiento tribal, rebeldía artificial y degeneración del pensamiento libre...

Hoy nos venden al misántropo como alguien inteligentemente culto, fino con el lenguaje y con el encanto antisocial de un antihéroe que le hace irresistible.

 

Un profesional del insulto que debe ser respetado, porque el resto no esta a la altura de su prodigiosa mente.

 

Compramos al misántropo como un incomprendido, que destila odio y desprecio, pero al que debemos guardar estima por sus cuidados modos a la hora de lanzar dagas con su lengua.

 

Nos hemos acostumbrado tanto a odiar y despreciar al ser humano, que nos olvidamos que lo somos. Borramos de nuestra mente lo que somos y señalamos con el dedo al resto como algo que no nos identifica.

 

El autodesprecio sabiamente introducido en la cultura mediática, ha sabido evolucionar y adaptarse con el paso de las décadas, mimetizándose de distintas formas para no ser detectado, encalleciendo nuestro corazón para no sentir el dolor ajeno.

 

Al final es raro no ver un informativo sin acabar odiando a alguien, es difícil leer una noticia que no despierte nuestros más viles instintos.

 

Constantemente estamos odiando en nuestro día a día:

salimos a la calle cargados de odio y lo vamos derramando allí por donde quiera que vayamos.

 

 

 

Malhumorados, indignados y llenos de rencor, tomamos la calle, con el entrecejo permanentemente arrugado, miramos con perpetua desconfianza al resto, el rechinar de dientes se ha convertido en nuestra banda sonora, el ruido de fondo, que acompaña nuestra misantropía.

 

Nadie escapa al odio; es otra herramienta de control mas, odiando centras tu atención en un enemigo concreto, mientras existe un enemigo, es mas fácil reconducirte hacia la meta que el sistema persigue, da igual a quien odies, finalmente ese alguien será otro igual que tú, que fue manipulado igual que tú y que fue instruido para odiar igual que tú.

 

Al final, nuestra vida es un carrusel en un todos contra todos, una forma de hombre come hombres, preparados y predispuestos a derramar toda su hiel sobre el otro en cuanto su amo le ordene.

Estamos tranquilos, vivimos en entornos controlados, en una falsa sensación de paz y tranquilidad, pero con el odio latente.

 

Es muy sencillo ver como de fácil es pulsarnos la tecla y saltar tan alto como nos diga nuestro amo. Algunos nos creemos al margen, exentos de influencias aborregadas, pero en cuando nos pulsan la tecla, saltamos todo lo alto que se espera de nosotros.

 

En nuestro sistema operativo,

  • la cordura

  • la inteligencia

  • la empatía,

...están en "off".

 

Socialmente esta bien visto permitir que otros sufran, que otros iguales que nosotros mueran por causas inútiles, por odio.

 

Consumimos la muerte como un entrante en nuestros menús, zapeamos entre la vileza, el desamparo y la exclusión, vemos con una normalidad amoral la aniquilación de nuestros hermanos, y acompañamos el café de sobremesa con la sangre de inocentes.

 

Nos han enseñado a odiar, somos misántropos sin léxico aparente, pero con recursos demagógicos que justifican la inmovilidad, el consentimiento y la lógica inhumana.

 

 

 

Los medios justifican el odio y la guerra, el cine la muestra con un toque romántico e idílico, siempre desde la visión del héroe y el patriota, que con un leguaje sin maquillaje y artificio seria un simple genocida y asesino.

 

Como siempre la psicopatía, la misantropía y el nihilismo son maquillados para que disfrutemos del espectáculo.

 

Los efectos especiales hacen que no te percates del odio que ingieres junto con tus palomitas, y como tu conciencia va siendo poco a poco aislada, plastificada e impermeable al sufrimiento.

 

Todo convenientemente orquestado, para que te identifiques con el mal, para que el villano sea el bueno de la peli, para que todo lo inhumano sea visto con benevolencia y admiración.

 

Ya sean vampiros, extraterrestres, psicópatas o delincuentes, finalmente conseguirán que nos identifiquemos con ellos y miremos con desprecio e inferioridad al ser humano, ese humano honrado que es siempre el paria, el tonto, que aparece nada mas que para hacer bulto, morir pronto y a ser posible rápido.

 

Disfrutamos de la obra de un asesino en serie y disfrutamos de los detalles perversos de su obra, nos doctoramos con honoris causa en la autopsia seriada del crimen, nos enojamos cuando el malo es atrapado y deseamos que el mal triunfe al final de la peli.

 

Es bastante sencillo comprobar como es iluminado el mal, con un halo de luz, que tomamos como el brillo del éxito y el perfil a imitar.

Ese es el papel que quieren de nosotros

en la historia el ser humano pasa de puntillas y las grandes gestas que se escribieron, pusieron como héroes a cientos de genocidas psicópatas, que odiaban a su prójimo e invadió por puro placer, la paz de otros pueblos.

Los humanos somos los extras de esta historia, el romano con lanza que hace bulto y muere pronto, mientras que aquellos que nos explotan toman las mieles del éxito y escriben la historia; nosotros nos conformamos con un bocata y un refresco al final de la jornada.

 

Ninguno seremos recordados, ninguno aparecerá en ningún libro, jamás nos darán un premio, jamás nos admirará nadie, somos humanos y no salimos en los títulos de crédito, en esa mofa llamada historia de la civilización.

 

Nos escupen su odio a la cara y nosotros nos identificamos con ello, hablamos del humano en tercera persona y aun así, estamos esperando que alguien nos respete y nos libere.

Estamos tan inmersos en el autodesprecio, tenemos tanto complejo de inferioridad, nos han imbuido tanto la misantropía en nuestra especie, que vemos la virtud en lo inhumano.

 

Alimentan nuestra incapacidad hasta el punto de sabernos inferiores, tener la certeza de que no abrigamos ninguna cualidad especial y que solo somos monos un poco más listos, nada más.

 

Creo que ya está bien de vivir acomplejados, indignados y llenos de odio, de seguir encorvados mirando con respeto a quien nos azota con el látigo, refugiándose tras etiquetas que no llevan a la práctica, como 'democracia', 'tolerancia' e 'igualdad'.

 

Debemos apagar esos resortes que provocan que nos enfrentemos entre nosotros y levantar la mirada para localizar a aquellos que golpean nuestro rostro con una mano y nos dan palmaditas de conformidad con la otra.

 

Trabajamos, sangramos y nos dejamos la vida, sin recibir recompensa alguna por nuestro esfuerzo y encima no vemos ningún gesto heroico en ello.

 

Nos pusieron héroes foráneos o mutados, con mallas o capa, y nos dijeron que esa era nuestra salvación, una salvación que solo llega cuando es trabajada con las manos desnudas, una salvación que transpira el esfuerzo netamente humano sin dioses, sin héroes, sin campeones.

 

Hombro con hombro, mano sobre mano, trabajando juntos por la humanidad...