por Ruben Torres

15 Abril 2016

del Sitio Web LaCosechaDeAlmas

 

 

 

 

 



Dicen que la primera vez que se tiene constancia, de alguien que escuchara por primera vez la canción de los condenados, fue en un barco de esclavos que partía rumbo al nuevo mundo.

 

Esos mismos esclavos sorprendían a sus amos al oír esa canción mientras trabajaban en los campos, mientras eran castigados a latigazos, mientras sus mujeres e hijas eran violadas.

 

El rumor de la canción cubrió todo el territorio y el diablo blanco vio allí el negocio.

Tras la guerra civil en las tabernas se podía escuchar esa canción mientras se ahogaban penas en alcohol y se liberaban de la opresión del amo.

 

El whisky casero quemaba las gargantas y propiciaba ese particular llanto, que musitaba esas noches, ese tono cautivo al diablo blanco, lo obnubilo de tal modo que no pudo más que querer aprovecharse de él, no comprendía ese tono, esa frecuencia musical, de donde nacía, pero sabía que podría transformarla en oro.

Pronto encontró al Sr. Johnson, firmó un contrato con él a cambio de su alma en un cruce de caminos, y en poco tiempo lo convirtió en leyenda. 29 canciones publicó el diablo blanco con el Sr. Johnson, de la noche a la mañana su guitarra y su garganta sonaban en las tabernas y clubs de todo el delta del Missisipi.

 

Este experimento del diablo blanco duró poco, el Sr. Johnson moría envenenado poco tiempo después, inaugurando el selecto club de los 27.

 

El negocio estaba servido, el diablo blanco se llevó consigo su alma y una leyenda nacía. Años más tarde la canción de los condenados salió del Delta y recorrió el país, competía con el folk mediocre del interior, y barrió en el norte.

 

Las estaciones de radio comenzaron a propagar ese tono, lleno de melancolía y rabia.

 

Lamentos desacompasados que te cicatrizaban de inmediato, dejando una huella imborrable.

 

 


El diablo blanco fue comprando almas y propagando esa canción maldita.

 

Etiqueto el producto y lo propago, acompaño a los soldados en la segunda guerra mundial y para cuando la guerra termino, el show ya estaba preparado. Según pasaban los años, las guitarras se fueron electrificando y el sonido fue cobrando distintos matices, distintos tonos.

 

La canción de los condenados se había diversificado tanto que tenía público de todos los colores.

 

El diablo blanco hizo su mayor apuesta, dándole la canción de los condenados a los blancos, así podría controlarlos a todos, y empezó a adquirir almas blancas.

No se limitó a algo local, desde su sede inglesa conquisto Europa, esparciendo la canción de los condenados a través de jóvenes bandas que tomaron a Muddy Waters y a T. Bone Walker, y los fusilaban sin compasión.

 

En el nuevo mundo tomo al joven Presley para que tamizara y le diera un nuevo tono a esa canción, la misma canción, la misma cadencia, mismo tono, distinto tamiz, mismo veneno para los blancos.

El viejo y el nuevo mundo bailaban al mismo ritmo, distintas formas de escuchar e interpretar la misma canción, distintos géneros, pero siempre era lo mismo.

 

El dinero empezó a llover y a llenar bolsillos, tanto era así que el diablo blanco se permitió el lujo de prescindir de todo aquel que brillara con luz propia, que no acatara sus normas, o no respetara el contrato.

 

Drogas y alcohol fueron la excusa para borrar esos brillos, sacrificios que a la vez provocaban que sus bolsillos se llenaran de oro.

 

La exclusividad acabo centrándose en él, todo músico que quisiera publicar, debía pasar por su filtro:

vender su alma y hacer un sacrificio.

Esta fue una de las cláusulas fijas desde entonces.

 

A partir de la década de los 60 todas las bandas o artistas que se quisieran subir al olimpo, debían sacrificar a un miembro fundador, o en su defecto, el sacrificio se extendía a un familiar o un hijo.

Desde entonces es difícil encontrar una banda o músico, artista, que no haya sacrificado algo más que su propia alma para lograr el estrellato.

 

El diablo blanco es persuasivo y tentador, el resplandor del oro es hipnotizante, así que no era difícil pervertir el genio creativo, y prostituir a estos músicos. El dolor y la aflicción se callaba con drogas y alcohol, sustancias que el diablo blanco proporcionaba a estos artistas, para paliar la mala conciencia y el remordimiento.

 

Era curioso ver como lo tenían todo, todo lo que habían deseado y aun así, era más que evidente su desgracia.

 

Sus conductas autodestructivas provocaban que la mayoría de las veces, el diablo blanco tomara medidas drásticas y sacrificara de forma temprana al cordero. 27 años era la edad ideal para sacrificar a todos aquellos que se vieran sobrepasados por sus propios remordimientos, por su mala conciencia, por ese veneno llamado fama, un pacto con el diablo tiene consecuencias y la música pago el precio más alto.

Al diablo blanco le molestaba tratar con artistas, no comprendía el poder creativo, el arte, solo veía negocio, a largo plazo no le compensaban.

 

Se dio cuenta que muchos de ellos no aguantaban, pronto quedaban totalmente exprimidos, y se veía obligado a alargar la vida pública de esas primeras bandas que de forma ridícula y esperpéntica, esas viejas glorias del rock and roll seguían propagando la canción de los condenados, que un día décadas atrás, vio conquistar el mundo, sin importar la lengua o la cultura.

Fue la tecnología la que ayudo al diablo blanco, este pronto se deshizo de los músicos, tampoco necesitaba cantantes, tenía el producto, era suya la canción de los condenados y la continuaría propagando sin necesidad del genio creativo.

 

Nadie pareció notar la diferencia, a pesar del contraste y la falta evidente de calidad.

 

El diablo blanco sabía que la repetición provocaría la aceptación, así que inyectó su producto de forma constante y mediática, la gente ya no escuchaba música, consumía un tipo de frecuencias que los hipnotizaba y los transformaba en zombis sin criterio ni gusto.

La tecnología sin querer lo hizo tropezar, la popularización de música comprimida, eliminaba las frecuencias que eran insertadas para la hipnosis colectiva, así que el diablo blanco desplegó a su ejército de abogados y pleiteó contra ese formato que fomentaba la piratería, esa piratería que al diablo blanco le sirvió para industrializar el mundo, hoy era la excusa para luchar contra el público que quería música, cultura, arte, sin tener que tratar con el diablo blanco en persona.

 

Su huida hacia delante fue propagar más música electrónica, vacía e insustancial, y menos música orgánica.

Hoy por hoy, la música ha muerto para la gran masa de gente, clones que cantan y maniquíes que sujetan instrumentos, es lo que a día de hoy sale en los medios, gente hueca haciendo que cantan y tocan, todo suena igual, pero nadie sabría decir que es lo que escuchan, porque ni siquiera podría escribirse en una partitura.

 

Sonidos, solo esos sonidos nacidos de una computadora...

 

Es la era de los productores, que al servicio del diablo blanco fabrican estos sonidos que al ser replicados de forma constante por los distintos medios, provocan el atontamiento general, donde dejo de valorarse la calidad y solo se presta atención a los millones de descargas, eso es el barómetro del éxito, de la aceptación de la masa.

 

El día en que el músico decidió competir en listas de ventas, fue el día en que mato a la música.

Ahora el diablo blanco no compra almas a músicos o artistas, el diablo blanco tiene las almas de aquellos que consumen sus sonidos. La canción de los condenados perdió su esencia, solo quedo la resonancia en las bodegas de esos mohosos y viejos barcos de esclavos, quedo el eco en los campos, quedo perdido en el aire.

 

Ya no es el lamento del esclavo que trabaja bajo el látigo del amo, ahora es el esclavo el que baila al ritmo de ese mismo látigo.

Todos bailamos la canción de los condenados, porque nosotros somos esos condenados, nosotros somos los esclavos que empapados con el sudor de nuestro trabajo, latíamos al compás, sentíamos a la misma frecuencia, compartíamos el mismo sentimiento.

 

Derramamos la misma sangre, teñimos de rojo la historia, pisamos el barro al mismo ritmo, y movimos nuestras sienes al mismo compás.

 

La métrica del látigo golpeando nuestras costillas, fue la que dio origen a la canción de los condenados, es el lamento apagado que sirvió de desahogo a toda la injusticia y la humillación que sufrió el hombre.

La canción de los condenados sigue sonando en nuestros corazones, acompasados por un mismo latido, confundidos por las etiquetas, el marketing, y el brillo de los focos.

 

Nos quitaron la música, pero seguimos bailando la misma canción, la canción de los condenados...