por Gustavo Duch Guillot

2 Enero 2009

del Sitio Web PrensaRural

 

Gustavo Duch Guillot es director de Veterinarios Sin Fronteras.

 

Creo que ya se pueden cerrar los muchos debates abiertos sobre la utilidad o no de las semillas transgénicas. Ya conocemos los argumentos a favor y en contra: que si aumentaran la producción de alimentos y con eso se resolverá el hambre en el mundo, que si solo generarán mayor dependencia para las gentes del campo de estas semillas y sus pesticidas asociados...

Un estudio elaborado por el doctor Jürgen Zentek, profesor de Medicina Veterinaria en la Universidad de Viena, revela que ratones alimentados con maíz transgénico (pobres ratoncitos torturados) tuvieron menos descendencia que los ratones alimentados con maíz convencional. El maíz utilizado para el experimento es propiedad de la multinacional Monsanto y está aprobado para alimentación humana y animal en la Unión Europea, Argentina y Estados Unidos.

Ya está: a base de comer carne engordada con este maíz o con su consumo directo, reduciremos la natalidad, el número de pobres y acabaremos con el acaparamiento y mal uso de los recursos naturales disponibles.

 

Estamos salvados...




El Decrecimiento
por Gustavo Duch Guillot
21 Septiembre 2007

del Sitio Web ElPais

Nos recuerda John Berger que la peor preocupación que enfrenta nuestra sociedad es la de tener invadidos el espíritu y el pensamiento. Que debemos prestar una atención cuidadosa a lo que nos circunda. La celebración del día sin coches es una posibilidad de hacer dicho ejercicio, pues la invasión de vehículos es uno de los mejores ejemplos para entender por qué nuestra sociedad corre sin rumbo fijo, derrocha sus posibilidades energéticas y entiende que más (más nuevo, más grande, con más cilindrada) es igual a mejor.

 

Por ello, con acierto, se ha vinculado a esa celebración un nuevo concepto político que deberemos tener muy en cuenta, el decrecimiento.

De alguna manera que a mí se me escapa existe un pensamiento dominante que relaciona directamente crecimiento económico (más producción, más consumo) con desarrollo, con prosperidad e incluso (aquí se disparan mis alarmas) como remedio contra las desigualdades.

 

Tanto nos han invadido el pensamiento con la idea de que hay una relación directa entre crecimiento y desarrollo, que incluso algunos autores alternativos enfrascados en estos temas no aceptan ya terminologías sucedáneas, como desarrollo sostenible, desarrollo local, endodesarrollo o desarrollo humano, argumentando que es palabrería para disfrazar al lobo.

 

Son propuestas que pueden nacer de buenos propósitos, asegurar un equilibrio social, respetar y preservar el medio ambiente, etcétera, pero que -dicen- no cuestionan el modelo de crecimiento según acumulación, el crecimiento capitalista.

La fascinación por el cuento del crecimiento económico es tal que Serge Latouche, explica:

"consideramos positivo cualquier producción y cualquier gasto incluso cuando la producción es perjudicial... En materia de desarrollo el precio que hay que pagar en el plano social y humano es a menudo enorme".

La agricultura que nos alimenta hoy en día es, lamentable, un buen ejemplo de lo que significa priorizar el crecimiento capitalista.

 

Su desarrollo ha sobrepasado en términos globales la satisfacción de las necesidades de la población mundial (aunque el hambre siga afectando a millones de personas) pero sigue imparable, impulsada por la necesidad de generar, no alimentos, sino crecimiento económico.

 

Así, en muchos países del Sur se ha implantado la agricultura de los agronegocios donde sólo importan los volúmenes de producción sin medir las consecuencias: el aumento de las zonas de cultivo a base de deforestación, la desaparición de muchos puestos de trabajo, una agricultura petrodependiente corresponsable del cambio climático, concentración de tierras y rentas, pérdida de biodiversidad y más.

Puede ser difícil de aceptar, pero desde el punto de vista ecológico no hay posibilidad alguna de mantener un planeta con recursos finitos basándonos en modelos de crecimiento ilimitado. No existe tierra cultivable suficiente para mantener una agricultura produccionista que alimente a las personas, alimente a la ganadería intensiva, y que - como nos explican ahora - genere la energía del futuro, los biocombustibles.

 

No podemos aceptar más políticas de crecimiento económico sabiendo que esconde la generación de pobreza y compromete la vida de las generaciones futuras. Entonces, aparece la propuesta y la necesidad de pensar en el decrecimiento: supeditar el mercado a la sociedad, sustituir la competencia por la cooperación, acomodar la economía a la economía de la naturaleza y del sustento, para poder estar en condiciones de retomar el control de nuestras vidas. La ciudadanía del mundo no pierde nada, pierden las corporaciones.

 

El decrecimiento nos llevará a vivir mejor con menos: menos comida basura, menos estrés, menos pleitesía al consumo. Y también aquí el modelo agrícola puede ilustrar bien estas propuestas. Devolver el control de la agricultura a los campesinos, que con la complicidad del resto de la sociedad, aseguren mediante modelos productivos ecológicos (donde los ecosistemas no están al servicio de la economía, sino al revés), consumo de temporada y distribución en mercados locales de alimentos sanos.

 

Apostar por el decrecimiento es encarrilarse en un nuevo rumbo, donde más gente encontrará lugares de vida y trabajo que sin dañar el medio ambiente y sin competir y empobrecer otras regiones, puedan asegurar alimentos de buena calidad y buenos sabores para nosotros, las poblaciones del Sur y las futuras generaciones.




La Nueva CO2lonización
La expansión del nuevo Rey Azúcar tiene grandes costes humanos y ecológicos
por Gustavo Duch Guillot
18 Septiembre 2007

del Sitio Web LaRei

La aparición de los biocombustibles - que deberíamos denominar simplemente agro-combustibles porque poco tienen de bio - en la escena agrícola, se nos presenta como la responsable directa de los aumentos de precios de los cereales y, por lo tanto, de muchos de los productos de alimentación básicos: pan, carne, leche y huevos. Un análisis detenido muestra que, sin ser inocuos en este sentido, su incidencia al día de hoy es relativamente baja.

 

Porque las razones de la subida de precios de los cereales, en una agricultura globalizada, las encontramos lógicamente en el contexto mundial. La demanda de cereales que ha aumentado en los países asiáticos por la expansión de su ganadería, las sequías en el norte de Europa que disminuyeron su producción de cereales, las equivocadas reformas de la Política Agraria Europea que han desincentivado su producción, y finalmente la dedicación de tierras para cultivar agro-combustibles, constituyen el paquete completo de razones del aumento del precio de los cereales.

 

En definitiva cualquiera de ellas (también los agro-combustibles) revela los peligros de dejar al mercado y a la especulación a los mandos de la agricultura. En nuestro caso, la Unión Europea no cuenta ya con mecanismos para evitar estas situaciones y que garanticen una autosuficiencia alimentaria y precios justos para la gente que vive del campo.

 

Aunque la subida del precio de los cereales llega como agua bendita al campo, en realidad sólo sitúa temporalmente el precio en el precio justo que debe compensar los gastos y esfuerzos de los agricultores. Por cierto, que los agricultores puedan vender a un precio superior, no significa que eso ocurra y que obtengan mayores beneficios.

 

En algunos lugares los agricultores venden la cosecha a futuro, es decir, lo que producen este año lo tienen ya vendido a las grandes harineras al precio del año pasado y no serán ellos los que disfruten de los mejores márgenes, mientras que a los consumidores el alza de los alimentos nos la repercuten desde ya. Además, el incremento de los precios de los cereales ha provocado en cascada el aumento de los precios de los insumos que requieren los agricultores.

 

Si todos quieren ganar (los oligopolios de las harineras, agroindustria, semilleras, etc.), los que pierden son los pequeños y medianos agricultores y los consumidores.

El protagonismo de los agro-combustibles tiene una segunda vertiente realmente mucho más alarmante, la expansión de sus cultivos por los países empobrecidos del Sur para satisfacer las necesidades derrochadoras de energía de nuestros países. De la misma manera que en el pasado fue la expansión del Rey Azúcar (como lo denomina Eduardo Galeano) por buena parte de Latinoamérica para cubrir las necesidades de las metrópolis, ahora se repiten y repetirán idénticas situaciones por la expansión de cultivos (caña de azúcar, maíz, soja, palma africana, etc.) que puedan ser destilados en diesel o etanol.

 

Situaciones de explotación de trabajadores, de quema de montes y expansión de la frontera agrícola, de violencia, etc.). En República Dominicana, sembrados entre los latifundios de caña de azúcar se encuentran bateyes (míseras viviendas) de haitianos semi-esclavizados, con salarios ínfimos, sin posibilidad económica alguna de cruzar de nuevo la frontera hacía su país, completamente desarraigados.

 

En Brasil, como se ha conocido recientemente, el pasado mes de marzo los Fiscales del Ministerio del Trabajo rescataron 288 trabajadores en situación de esclavitud en Sao Paulo y 409 en el estado de Mato Grosso en diferentes ingenios que producen etanol.

 

La investigadora del Ministerio del Trabajo, María Cristina Gonzaga, que fue alertada de la situación, describe las condiciones de vida en los cañaverales:

“Trabajan sin un registro formal, sin equipos de protección, sin agua o alimentación adecuada, sin acceso a baños y con viviendas muy precarias; además, tienen que pagar por vivienda, por comida, que es muy cara, y necesitan pagar por instrumentos como botas y machetes y, por supuesto, en caso de accidentes de trabajo, que son muchísimos, no reciben el tratamiento adecuado.”

La expansión del Rey Azúcar, en tiempos globales, no se concentra sólo en el continente americano, e impregna también con sus empalagosos encantos diferentes zonas africanas y asiáticas.

 

En Uganda, la corporación azucarera Metha, de capital hindú, quiere destruir la reserva forestal Mabira, en la orilla norte del Lago Victoria, morada de 300 especies de aves y de monos poco comunes, con un papel vital en el ecosistema del país, para expandir el cultivo de caña de azúcar y producir más agro-combustibles.

 

Para acabar con este triste viaje, podemos hacer una parada en Indonesia, donde la fiebre del bio-combustible ha llevado a una gran expansión de otro monocultivo, la palma aceitera. Indonesia es el tercer país del mundo en superficie de bosque tropical, pero la palma está provocando que estos bosques desaparezcan al brutal ritmo de 3,8 millones de hectáreas al año (casi la superficie total de Cataluña), lo que le coloca también como el tercer país emisor de gases de efecto invernadero debidos a la propia deforestación.

 

El monocultivo de la palma ha afectado, desde los años 90, a 10 millones de personas que vivían directamente de este bosque.

Expansión de un Rey perverso, el Rey Bio-combustible, que avanza con medidas como la adoptada recientemente por el gobierno español aprobando para el 2010 la sustitución de un 5.83% de combustible fósil por agro-combustibles. Aunque nos parezcan pequeños, estos porcentajes, que son similares en EE.UU. y el resto de Europa, obligarán a importar agro-combustibles de cualquier parte del planeta sin tener en cuenta las nefastas repercusiones que tendrá a todos los niveles (costes humanos y ecológicos como hemos visto) y a escala planetaria.

 

El humo del CO2 que todos queremos combatir no nos deja ver el avance de una nueva co2lonizacion.