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			7. LA SEXUALIDAD, SACRAMENTO ESENCIAL
 
			 
			Los antiguos textos alquímicos abundan en imágenes confusas y 
			complicadas, lo cual es intencionado, puesto que se pretendía 
			disuadir a los no 
			iniciados y que no descubrieran sus secretos. Sabemos que en el 
			plano más 
			profundo, la alquimia trataba de la transformación personal, 
			espiritual y sexual, y 
			los secretos en cuestión versaban sobre las técnicas que permitiesen 
			alcanzar esa 
			«Gran Obra». Recordemos que el psicólogo C. G. Jung, al reconocer 
			las profundas
			preocupaciones de orden no material, y sexual, de la alquimia, la 
			llamó 
			«precursora del psicoanálisis».1
 
 Ya hemos visto que la «Gran Obra» de los alquimistas era una 
			experiencia rara, que cambiaba toda la vida, y nadie sabe con 
			seguridad qué forma adoptaba. Sin embargo, Nicolás Flamel 
			(alquimista y supuesto Gran Maestre del Priorato de Sión), quien 
			alcanzó el sublime objetivo el 17 de enero de 1382 en París, dijo 
			que lo había hecho en compañía de su mujer Perenelle.2
 
			  
			 
			Parece que 
			eran una pareja bien avenida y se cree que ella también fue 
			alquimista: muchas mujeres lo fueron en secreto. Pero ¿mencionó Flamel su presencia en esa jornada trascendental con la deliberada 
			intención de comunicar algún indicio sobre la verdadera naturaleza 
			de la Gran Obra? ¿Se quiere dar a entender que ésta adoptaba la 
			forma de algún tipo de rito sexual?  
			 
			Es innegable la existencia de un componente sexual, cuando menos, en 
			la práctica alquímica, tal como revela el texto alquímico clásico La 
			Corona de la Naturaleza citado en la Alquimia de Johannes Fabricius:
 
				
				Dama de blanco cutis amorosamente 
				unida a su esposo de rubicundos miembros, mutuamente 
				entrelazados en la felicidad de la unión conyugal. Mezcla y 
				disuelve mientras ellos alcanzan la meta de la perfección: Que 
				los dos sean uno, como si tuviesen un solo cuerpo.3  
			 
			Es oportuno recordar aquí las dos disciplinas orientales que 
			subrayan la trascendencia religiosa y espiritual de la sexualidad, 
			el tantrismo hindú y el taoísmo chino. Ambas son muy antiguas, muy 
			respetadas en sus correspondientes culturas, y atribuyen mucha 
			importancia a las posibilidades de determinadas técnicas sexuales a 
			fin de alcanzar la iluminación mística, la regeneración corporal y 
			la longevidad, así como la unión con la divinidad. Todo esto se ha 
			divulgado bastante, pero no suele ser tan conocido fuera de los 
			grupos de iniciados que Tantra y Tao tienen sus respectivas ramas 
			alquímicas, aunque parezca sorprendente. Y veremos que guardan 
			correspondencia con la naturaleza verdadera de la alquimia 
			occidental.  
			 
			En el tantrismo, por ejemplo, se entiende que la terminología 
			«química» alude a prácticas sexuales. Como dice el estudioso del 
			ocultismo Benjamin Walker en Man, Myth and Magic:
 
				
				Aunque se ocupe a primera vista de 
				la transmutación de los metales viles en oro, y de los 
				recipientes, implementos y aparatos del comercio, así como de 
				los movimientos rituales del alquimista en su laboratorio, en 
				realidad esta alquimia se desarrolla en el interior del cuerpo.4  
			 
			¡La paradoja es que las alusiones sexuales de la alquimia occidental 
			se han entendido siempre como metáforas de procesos químicos! Como 
			ha observado Brian Innes en un artículo de The Unexplained sobre la 
			alquimia sexual tántrica y taoísta:  
				
				Llama la atención la estrecha 
				semejanza de la imaginería y de las sustancias utilizadas por la 
				alquimia en todas estas culturas. Pero también hay una 
				diferencia esencial que sorprende: que la alquimia de la Europa 
				medieval no parece tener ninguna base sexual explícita.5  
			 
			Siempre hubo, sin embargo, una enorme diferencia entre las imágenes 
			públicas y los grados de aceptabilidad de la alquimia, si comparamos 
			el Oriente y el Occidente. Ni en China ni en la India fue una 
			ciencia prohibida, ni las actitudes en cuanto a la sexualidad fueron 
			tan neuróticas y reprimidas como en Europa; de ahí que aquélla fuese 
			más franca y explícita en lo que eligiera declarar acerca de su 
			trabajo.  
			 
			Es reciente el «redescubrimiento» de la «sexualidad sagrada» en 
			Occidente; se trata, en esencia, de la idea de que la sexualidad es 
			el sacramento más alto, que proporciona no sólo el placer sino 
			además la unión con lo Divino y con el universo. Consideran la 
			sexualidad como un puente entre los cielos y la tierra, el cual 
			aporta una tremenda liberación de energías creadoras y además 
			revitaliza a los amantes en grado extraordinario, incluso a nivel 
			celular.
 
			  
			 
			El tener en cuenta la sexualidad sagrada implica que por 
			fin podemos entender en Occidente los antiguos textos alquímicos, 
			aunque hayan sido los investigadores franceses (como de costumbre) 
			los más dispuestos a explorar ese aspecto de aquéllos. A. T. Mann y 
			Jane Lyle, que son de los pocos autores de habla inglesa que hayan 
			logrado superar la timidez en esta cuestión, escriben en su libro 
			
			Sacred Sexuality ( 1995):  
				
				Apenas cabe duda de que las enseñanzas alquímicas ocultaban secretos 
			mágicos sexuales 
			estrechamente aliados al conocimiento tántrico. Debido a su 
			complejidad y diversidad, la
			alquimia ciertamente envolvió otros misterios en alegorías poéticas, 
			las cuales sólo serían 
			penetradas por la mente del iniciado.6 
			 
			Uno de los muchos autores franceses que han tratado el tema, André 
			Nataf,
			dice que, 
				
				«[...] el secreto que persiguió la mayoría de los 
			alquimistas era de tipo 
			erótico [...] la alquimia no es otra cosa sino la conquista del 
			amor, la “aleación” de 
			lo erótico con lo espiritual».7 
			 
			Se admite desde hace tiempo, naturalmente, que el tantrismo y el 
			taoísmo fueron vehículos de la tradición oriental de la sexualidad 
			sagrada; pero en Occidente no existió una tradición similar tan 
			definida y localizable... salvo si entendemos que no fue otra sino 
			la alquimia. 
 
			 
			Es ahora, en nuestra época posfreudiana, cuando salta a la vista la 
			imaginería manifiestamente sexual de los textos alquímicos:  
				
				la Luna 
			le dice a su esposo el Sol:  
				«¡Oh Sol, De nada sirves tú, si no estoy presente yo con mi poder, 
			lo mismo que nada sirve el gallo sin la gallina».8
				 
			Y los 
			experimentos químicos revisten forma de «bodas» o «copulaciones», en 
			el mismo sentido que Johann Valentin Andreae tituló 
				
			Nupcias químicas 
			su tratado.    
			 
			Por supuesto era posible que dicha imaginería no significase sino lo 
			que aparentaba, y que una «copulación« fuese exactamente eso sin que 
			el simbolismo alquímico ocultase ningún otro secreto. Sucede, sin 
			embargo, que se eligieron las palabras con gran cuidado, y 
			obedeciendo al designio de transmitir instrucciones complejas 
			abarcando tanto el sentido sexual como el químico. En esencia los 
			textos alquímicos contenían lecciones de magia sexual y, al mismo 
			tiempo, instrucciones sobre la manipulación de materiales.  
			 
			No deja de llamar la atención, una vez hemos reparado en el tono 
			sexual explícito de muchas de estas obras, que se haya impuesto 
			históricamente la noción de la alquimia como una ciencia de lo 
			material y nada más, como si todo ese simbolismo fuese puramente 
			arbitrario. Esto se debe a que mientras no se conocieron mejor los 
			misterios orientales, no se disponía de un marco de referencia 
			general en el que situar la idea de una alquimia sexual. Hoy día, en 
			cambio, ya no tenemos ese problema y el concepto va imponiéndose con 
			rapidez.
 
			 
			El significado subyacente de la alquimia no pasó desapercibido para 
			Barbara
			G. Walker:
 
				
				Parte del secreto queda revelado por la preponderancia del 
			simbolismo sexual en la bibliografía alquímica; la «copulación de 
			Atenea y Hermes» podía significar la instrucción de mezclar azufre y 
			mercurio en una retorta, o también la «obra» sexual del alquimista 
			con su amiga. Las ilustraciones de los tratados de alquimia sugieren 
			más a menudo nociones de misticismo sexual.    
				Mercurio, o Hermes, fue el héroe alquímico que fertilizó el Vaso 
			Sagrado, un matraz en 
			forma de esfera o huevo que sería la matriz de donde nacería el 
			filius philosophorum. Ese
			matraz pudo ser real, o una retorta como las que vemos en los 
			laboratorios; pero más a 
			menudo se diría que están hablando de un símbolo místico. La Diadema 
			Real de su progenie 
			aparecía, por ejemplo, in menstruo meretricis, es decir en la sangre 
			menstrual de una prostituta
			y ésta podría ser la Gran Prostituta, antiguo epíteto de la Diosa 
			[...].9 
			 
			(Se equivoca en cambio Walker cuando postula que en la búsqueda del 
			vas hermeticum o Vaso de Hermes, lo identificaban con el vas spirituale, el vaso espiritual o vientre de la Virgen María. Pues 
			¿qué otra María vemos habitualmente portando un vaso o jarra? ¿A 
			quién se representa tradicionalmente vistiendo una túnica color rojo 
			sangre, o envolviéndose en su larga caballera color fuego? ¿Qué otra 
			María está asociada con las nociones de la prostitución y la 
			sexualidad? Una vez más contemplamos la utilización de la Virgen 
			María para ocultar el culto secreto a la Magdalena.)  
			 
			Hoy es banal hablar de una «química sexual», pero estas palabras 
			tenían para 
			el alquimista un significado más profundo que la mera noción del 
			atractivo 
			instantáneo. En la revista esotérica francesa L’Originel, una 
			autoridad del ocultismo, Denis Labouré, ha analizado el concepto de 
			una alquimia «interna» diferente de la «metálica» y sus paralelismos 
			con la escuela tántrica, pero hace hincapié en que se trata de un 
			«legado tradicional occidental», y 
			prosigue:
 
				
				Aunque la alquimia sexual sea bien conocida en el taoísmo o el 
			hinduismo, en cambio los 
			autores occidentales se vieron obligados a usar de la mayor 
			prudencia, por los 
			condicionamientos históricos [es decir, la Iglesia]. No obstante, 
			algunos textos aluden con 
			claridad a esa alquimia.10 
			 
			En apoyo de lo cual cita un tratado de Cesare della Rivera fechado 
			en 1605, y agrega:  
				
				En Europa las pistas de esos antiguos rituales [sexuales] pasan por 
			las escuelas gnósticas, y 
			por las corrientes alquímicas y cabalísticas de la Edad Media y el 
			Renacimiento —es entonces 
			cuando numerosos textos alquímicos tienen doble lectura—, hasta 
			reaparecer en las 
			organizaciones ocultas formadas y organizadas principalmente en la 
			Alemania del siglo 
			XVII.  
			 
			De hecho, el uso del simbolismo «metálico» se retrotrae a los 
			propios orígenes de la alquimia en Alejandría, es decir a los siglos 
			I-III. En los conjuros mágicos de los antiguos egipcios eran 
			frecuentes las metáforas metalúrgicas; los alquimistas se limitaron 
			a adaptar esa imaginería. He aquí un ejemplo de un conjuro amoroso 
			egipcio atribuido a Hermes Trismegisto. Debe de datar del siglo I de 
			nuestra era, como más tarde, y alude simbólicamente a la forja de 
			una espada:  
				
				Tráemela templada en la sangre de Osiris [la espada], y ponla en la 
			mano de Isis [...] forjarás
			todo eso en el horno de fuego, con el soplido del corazón y el 
			hígado, en los lomos y el 
			vientre de [el nombre de la mujer]. Llévala a la casa de [el nombre 
			del hombre] y que 
			entregue a su mano lo que ella tiene en la mano, a su boca lo que 
			ella tiene en la boca, a su 
			cuerpo lo que ella tiene en el cuerpo, a su vara lo que ella tiene 
			en el vientre.11 
			 
			La alquimia tal como fue practicada por la trama clandestina 
			medieval tomó forma originaria en el Egipto de los primeros siglos 
			de la era cristiana. Isis representaba entonces un papel principal 
			en ella. En un tratado titulado Isis la Profetisa de su hijo Horus, 
			ella cuenta cómo obtuvo los secretos de la alquimia «de un ángel y 
			profeta» valiéndose de la astucia femenina. Para ello le incitó y 
			encendió su lujuria hasta que él no podía contenerse más, pero no 
			quiso entregarse sino a condición de que le fuesen comunicados los 
			secretos: clara referencia a la naturaleza sexual de la iniciación 
			alquímica.12 
			  
			 
			(Y que recuerda la leyenda del papa Silvestre II y 
			Meridiana que comentábamos en el capítulo 4, cuando dice que él 
			recibió sus conocimientos alquímicos gracias a una relación sexual 
			con aquella figura femenina arquetípica.)  
			  
			 
			Otro tratado antiguo, atribuido a una mujer alquimista llamada 
			Cleopatra —
			una iniciada de la escuela que fundó la legendaria María la 
			Judía—,13 contiene 
			imágenes sexuales explícitas:  
				
				«Considerad la plenitud del arte como 
			la unión del 
			esposo y la esposa en la alcoba nupcial».  
			 
			Salta a la vista la 
			semejanza con un texto gnóstico de la misma época que dice: 
				
				Cuando el varón alcanza el momento supremo y salta la semilla, en 
			ese momento la mujer 
			recibe la fuerza del varón y éste recibe la fuerza de la mujer 
			[...]. Es por esto que el misterio 
			de la unión corporal se practica en secreto, a fin de que no sea 
			degradada la coyunda natural
			por las miradas de la multitud, que profanarían la obra.14 
			 
			Los textos alquímicos antiguos abundan en simbolismos que hacen 
			alusión a técnicas secretas de la sexualidad sagrada, y 
			probablemente derivaron de un sistema egipcio homólogo del tantrismo 
			y del taoísmo. Que tales tradiciones existían, nos lo revela el 
			texto llamado el «Papiro erótico de Turín» (que es donde ahora se 
			conserva), y que durante mucho tiempo estuvo considerado como un 
			ejemplo de pornografía egipcia.  
			  
			 
			En realidad lo que demuestra esa 
			consideración es el error académico occidental consistente en 
			confundir un ritual religioso con la pornografía. Algunos de los 
			ritos más sagrados del antiguo Egipto eran de tipo sexual; así por 
			ejemplo la observancia religiosa cotidiana del faraón y su consorte 
			incluiría probablemente el hacerse masturbar por ella en una 
			reedición simbólica de la creación del universo por el Dios Ptah, 
			que utilizó un procedimiento similar.  
			  
			 
			La imaginería religiosa de los 
			palacios y los templos reproduce esta escena, pero los arqueólogos y 
			los historiadores la juzgaron tan escandalosa que sólo recientemente 
			han querido admitir su significado, e incluso así la comentan con 
			reticencia y como pidiendo disculpas. Está claro que el Occidente 
			tiene mucho que aprender para ponerse a la altura de los egipcios y 
			su aceptación total de la sexualidad como sacramento.  
			 
			No es un fenómeno nuevo esa renuencia a admitir el significado que 
			la 
			sexualidad tuvo para los antiguos. Para los comentaristas de los 
			siglos I y II la
			cuestión no encerraba ninguna dificultad, pero como ha observado 
			Jack Lindsay,
			hacia el siglo VII el simbolismo sexual de las obras alquímicas 
			aparece ya tratado
			de una «manera oculta y eufemística».15
 
			 
			Queda en todo caso que la alquimia occidental tuvo en sus comienzos 
			un fuerte acento sexual. ¿Es de creer que en la Edad Media se 
			hubiese extinguido por completo tan profunda e influyente tradición?
 
			 
			Algunas de las primeras sectas gnósticas, como los carpocratenses de 
			Alejandría, practicaban ritos sexuales. No ha de extrañar que fuesen 
			condenados por los Padres de la Iglesia que juzgaron degradantes y 
			repugnantes las prácticas de aquéllos, y en ausencia de testimonios 
			históricos menos hostiles, imposible sabor con exactitud en qué 
			consistían.
 
			 
			En toda la Historia del cristianismo han ido apareciendo sectas 
			«heréticas» 
			que incorporaban actitudes más libertarias en relación con la 
			sexualidad, pero 
			fueron invariablemente condenadas y eliminadas, por ejemplo los 
			Hermanos y 
			Hermanas del Espíritu Libre, también llamados adamitas, que según se 
			dijo
			practicaban un «secreto sexual» todavía en los siglos XIII y XIV.16 
			La filosofía de los adamitas revela una marcada influencia del opúsculo Schwester 
			Katrei, el cual como
			hemos mencionado contiene indicios de que su autora conocía la 
			imagen de María 
			Magdalena que dan los evangelios gnósticos, y tal vez participó en 
			aquella secta.17
 
			 
			Otro grupo que manejó ideas de mística erótica, aunque no se 
			identifica como secta religiosa, fueron los célebres trovadores que 
			entonaron sus loas del culto a la mujer en el sudoeste de Francia y 
			cuyos equivalentes alemanes fueron los Minnesinger, en el que 
			Minne 
			significa una mujer idealizada, o la Diosa.18 El amor del caballero 
			hacia su dama manifiesta devoción y reverencia al principio de lo 
			Femenino.
 
			  
			 
			Y el contenido de los poemas, descrito corno una mezcla de 
			«espiritualidad y carnalidad»,19 puede considerarse como una serie 
			de alusiones apenas veladas a la sexualidad sacra. Ni siquiera la 
			historiadora académica Barbara Newman consigue prescindir de un 
			lenguaje evocador de la sexualidad sagrada al resumir esa tradición, 
			cuando describe:  
				
				[...] un juego erótico que revestía una desconcertante variedad de 
			aspectos: se podía ser la 
			novia de un Dios, o el amante de una Diosa, o fundirse completamente 
			con el Amado y pasar 
			a ser divino [...].20 
			 
			Buena parte de la tradición del amor cortés implica el conocimiento 
			de ciertas técnicas concretas, por ejemplo la maithuna o retención 
			del orgasmo a fin de inducir sensaciones de sublimidad y conciencia 
			mística.  
			 
			Como señala el poeta y escritor británico Peter Redgrove:
 
				
				Es posible reseguir toda una tradición de 
				maithuna (sexualidad 
			visionaria tántrica) en la
			literatura trovadoresca.21 
			 
			Los trovadores adoptaron la rosa como símbolo, quizá porque rose es 
			anagrama de Eros, el Dios del amor. Y también es posible que 
			aquellas ubicuas «damas», a las que era preciso obedecer incluso 
			cuando mantuviesen un casto alejamiento, significasen otra cosa en 
			el plano esotérico, como sugiere con mayor claridad el nombre alemán 
			de los Minnesinger. 
 
			 
			La dama arquetípica no pudo ser la Virgen María, pues si bien la 
			rosa fue también un símbolo mariano muy utilizado en la Edad Media, 
			esa veneración no tenía necesidad de expresarse en claves ocultas. 
			Por otra parte, la flor que mejor describía sus cualidades no era la 
			rosa, por demasiado erótica, sino el lirio pascual, bello pero 
			austero, sin matiz alguno de carnalidad. Pero entonces, ¿a quién 
			podían celebrar los trovadores en sus canciones? ¿Dónde había, en la 
			época, una «Diosa» bienamada de los grupos heréticos? ¿Quién sino 
			María Magdalena?  
			 
			Los grandes rosetones de las catedrales góticas siempre miran al 
			Oeste —el punto cardinal correspondiente tradicionalmente a las 
			divinidades femeninas—,22 y nunca demasiado lejos de una capilla 
			consagrada a una «Nuestra Señora» negra. Y como hemos visto, esas 
			estatuas enigmáticas son Diosas paganas con un vestido diferente, 
			encarnaciones de la ancestral celebración de la sexualidad femenina.
 
 
			 
			Además del rosetón sagrado las catedrales góticas contenían más 
			imaginería pagana; en Chartres y otras, por ejemplo, el simbolismo 
			de la telaraña y el laberinto alude directamente a la Gran Diosa en 
			su manifestación como hilandera y dueña de los destinos humanos. 
			Pero otras muchas iglesias contienen también innumerables imágenes 
			femeninas. Algunas de éstas son tan gráficas que una vez ha 
			aprendido a entenderlas, el cristiano nunca más vuelve a mirar sus 
			iglesias con los mismos ojos de antes. La gran puerta ojival del 
			gótico bajo la cual tantas generaciones de cristianos habrán pasado 
			sin fijarse apenas, en realidad es una representación de la parte 
			más íntima de la Diosa.  
			  
			 
			Por ella se entra al interior oscuro y 
			uterino de la Madre Iglesia, y además de tener unas arquivoltas con 
			varias bandas concéntricas de molduras las más de las veces, la 
			clave de arco en forma de botón de rosa a menudo recuerda 
			inequívocamente un clítoris. Una vez en el interior, el devoto 
			católico va a la pila del agua bendita, esculpida con frecuencia en 
			forma de concha gigante, símbolo de la natividad de la Diosa (tal 
			como pintó con audacia Boticelli, el supuesto Gran Maestre del 
			Priorato de Sión antes de Leonardo, en su Nacimiento de Venus, y 
			recordemos que se reconoce en la venera o concha de peregrino un 
			símbolo clásico de la vulva.)23 
			  
			 
			Todos estos símbolos fueron 
			introducidos deliberadamente por los seguidores del principio de lo 
			Femenino, y aunque comunican a un nivel subliminal, no dejan de 
			surtir su efecto turbador en el inconsciente. Combinados con la 
			solemnidad de la música, la luz misteriosa de las velas y el olor 
			del incienso, no es extraño que inspirasen fervores peculiares a los 
			devotos.  
			 
			Para los iniciados en los misterios, lo Femenino era un concepto 
			carnal, místico y religioso al mismo tiempo. La energía y el poder 
			los recibía de la sexualidad, y su sabiduría —la llamada a veces 
			«sabiduría de la prostituta»— proviene del conocimiento de la 
			«rosa», eros.
 
			 
			Como suele decirse, «el conocimiento es poder» y los secretos de esa 
			naturaleza lo tienen, y tal que no puede compararse a ningún otro. 
			Por eso representaban un peligro extraordinario para 
			
			la Iglesia de 
			Roma, o mejor dicho para la opinión cristiana en cualquiera de sus 
			tendencias. La sexualidad sólo era aceptable, y en muchos casos esto 
			continúa vigente, cuando la unión sexual iba orientada a la 
			procreación. Por este motivo no existe un concepto cristiano de la 
			sexualidad sólo por el placer, y no digamos ya la idea familiar a 
			los tántricos y los alquimistas de que pudiera servir como vehículo 
			de la iluminación espiritual.
 
			  
			 
			(Como se sabe la Iglesia católica 
			prohíbe la contracepción, pero hay grupos cristianos que van todavía 
			más lejos; entre los mormones, por ejemplo, están mal vistas las 
			relaciones sexuales entre personas de la tercera edad, es decir 
			posmenopáusicas.)  
			 
			Lo que quieren todas estas normas restrictivas en realidad es la 
			sumisión de la 
			mujer. Ellas son las que deben aprender a mirar la sexualidad con 
			aprensión, sea 
			porque se viva sin alegría, como un «débito» matrimonial y nada más, 
			o porque 
			conduce inevitablemente a los dolores del parto. Éste ha sido 
			durante siglos el 
			tema central de la condición femenina según el modo de ver de la 
			Iglesia, y 
			también según el de los hombres en general: si se les quitase a las 
			mujeres el miedo a los dolores del parto, indudablemente 
			sobrevendría el caos.
 
			 
			Uno de los motivos principales que recurren en las atrocidades de la 
			caza de 
			brujas fue el odio y el temor a las comadronas, esas mujeres que 
			conocían remeDios 
			para aliviar los dolores del parto y, por consiguiente, eran un 
			peligro para la 
			civilización decente. Kramer y Sprenger, los autores del infame 
			
			Malleus Maleficarum - el «Martillo de las brujas», que era el manual de instrucciones 
			para el interrogatorio de las tales—, señalaron especialmente a las 
			comadronas como merecedoras del peor trato posible a manos de los 
			Inquisidores. De esta manera, el pánico a la sexualidad femenina 
			acarreó cientos de miles de víctimas, la mayoría mujeres, durante 
			los tres siglos que duró la caza en cuestión.
 
 Empezando por la misoginia de los primeros Padres de la Iglesia, que 
			incluso 
			llegaron a dudar de que la mujer tuviese alma, se juzgó bueno 
			cualquier recurso 
			que sirviera para hacer que ésta se sintiera profundamente inferior. 
			No sólo se les 
			dijo que eran pecadoras por naturaleza, sino que además eran la 
			principal causa de 
			pecado en el hombre, o tal vez la única. Y si el hombre, al que la 
			virtud se le 
			supone, experimentaba algún movimiento de lujuria, se enseñaba que 
			eso era una 
			reacción ante la astucia diabólica de la mujer, que los empujaba a 
			actos que de otro 
			modo ni se les habrían ocurrido.
 
			  
			 
			Una expresión extrema de esta 
			actitud se halla en
			la doctrina de los teólogos medievales sobre el delito de violación: 
			la mujer era la 
			responsable, no sólo de haber provocado dicho acto contra ella 
			misma, sino de que 
			corriese peligro de condenación el alma del violador, de todo lo 
			cual tendría que 
			rendir cuentas en el Día del Juicio.24 
			 
			Como escribe R. E. L. Masters:
 
				
				Casi toda la responsabilidad de la horrorosa pesadilla que fue la 
			obsesión de la hechicería, y 
			la mayor parte de ella por envenenar la vida sexual de Occidente, 
			recae indudablemente en 
				
				la Iglesia católica romana.25 
			 
			La Inquisición, creada expresamente para luchar contra la herejía de 
			los cátaros, se adaptó con soltura a su nueva misión de 
			perseguidora, torturadora y exterminadora de brujas, aunque más 
			tarde los protestantes también se unieron a tal empresa con gran 
			afición. Significativamente los primeros juicios contra hechiceros 
			se celebraron en Toulouse, donde tenía su cuartel general la 
			Inquisición anticátaros. ¿Sería el resentimiento por alguna recidiva 
			del catarismo lo que condujo a aquellos cruciales procesos, o un 
			síntoma del pánico que las languedocianas inspiraban a los 
			inquisidores obsesionados por el sexo?  
			 
			En el fondo del miedo y el odio a la mujer subyace la intuición de 
			que ellas 
			tienen una capacidad peculiar para gozar de la sexualidad. El hombre 
			medieval 
			quizá no disfrutó el privilegio de unas clases de Ciencias en que se 
			enseñase 
			anatomía, pero sus investigaciones personales no dejarían de 
			revelarle la existencia 
			de ese órgano curiosamente amenazador, el clítoris. Esa pequeña 
			protuberancia, 
			tan astuta aunque subliminalmente celebrada en la clave de la ojiva 
			gótica, es el 
			único órgano humano con la exclusiva función de dar placer.
 
			  
			 
			Las 
			consecuencias de
			ello son, o mejor dicho han sido siempre enormes, y explican, además 
			de las supresiones patriarcales de todo género, por una parte, todos 
			los ritos tántricos y de la mística sexual, por otra. El clítoris, 
			todavía hoy un tema apenas idóneo para ser discutido en público, 
			revela que la mujer tiene las condiciones para el éxtasis sexual, 
			tal vez más idóneas que las del hombre, cuyo aparato sexual se 
			reparte entre la función excretora y la genital.  
			 
			Sin embargo, la tradición misógina y patriarcal judeocristiana se 
			impuso a tal punto, que hasta el siglo XX no ha logrado parecer 
			admisible en Occidente la idea de que la mujer también disfruta la 
			sexualidad, y todavía no se lo parece a la Iglesia. Aunque es bien 
			cierto que la desigualdad sexual y la hipocresía no son evoluciones 
			exclusivas de las tres grandes religiones patriarcales, la 
			cristiana, la judaica y la islámica —bastará recordar las 
			tradicionales quemas de viudas del hinduismo—, no obstante la noción 
			de que la sexualidad es inherentemente impura y vergonzosa tiene su 
			origen en la tradición occidental.
 
			  
			 
			Y donde prevalecen semejantes 
			actitudes, habrá siempre deseo reprimido y remordimiento del tipo 
			que inevitablemente provoca delitos contra la mujer, e incluso 
			psicosis colectivas de temor a la hechicería. La actitud tradicional 
			con su miedo y su odio a la sexualidad ha dejado una herencia 
			terrible que todavía persiste en forma de sevicias, pederastia y 
			violaciones. Porque cuando se aborrece la sexualidad, la procreación 
			y los niños quedan implícitamente manchados por la impureza y así 
			los infantes son víctimas de los malos tratos lo mismo que sus 
			madres.  
			 
			El Yahvé irascible y algo contradictorio del Antiguo Testamento creó 
			a Eva sólo para arrepentirse luego de haberla creado, porque casi 
			tan pronto como «nació» ella manifestó una capacidad para pensar por 
			su cuenta bastante superior a la de Adán. Formaban un potente equipo 
			Eva y la «serpiente», lo que no es de extrañar porque las serpientes 
			eran símbolos antiguos de Sophia y por tanto no representaban la 
			astucia, sino la sabiduría. Pero ¿le complació a Dios que la mujer 
			creada por Él demostrase iniciativa y autonomía al comer del árbol 
			prohibido, deseosa de adquirir sabiduría?
 
			  
			 
			Tras haber demostrado en 
			cuanto a las cualidades de Eva una imprevisión asombrosa para un 
			omnipotente y omnisciente constructor de universos, Dios la condena 
			a toda una vida de dolor, empezando por la maldición de coser, 
			nótese bien (porque se dieron cuenta de que estaban desnudos ella y 
			Adán, y cosieron unas hojas de higuera para taparse). Así se les 
			introdujo la idea de que debían avergonzarse de sus cuerpos, y cómo 
			no, de su sexualidad. Extrañamente se da a entender que luego Dios 
			los vistió, como si no pudiese soportar la visión de las carnes 
			desnudas que había creado.  
			 
			Este mito producto de unas gentes de mentalidad simplista venía a
			suministrar la justificación retrospectiva de la degradación de la 
			mujer. De paso 
			disuadía de cualquier tentativa de aliviar «los trabajos de tus 
			preñeces». Negó a la
			mujer durante miles de años el tener voz propia, al tiempo que 
			profanaba, 
			degradaba e incluso juzgaba diabólico el acto sexual en vez de 
			considerarlo gozoso 
			y mágico. La vergüenza y los remordimientos ocuparon el lugar del 
			amor y del 
			éxtasis para inculcar el temor neurótico a un Dios masculino que sin 
			duda se 
			aborrecía a sí mismo, puesto que quiso destruir incluso su mejor 
			creación, la humanidad.
 
			 
			De esta leyenda intoxicante proviene el concepto de pecado original, 
			por el cual incluso los inocentes recién nacidos son merecedores del 
			purgatorio; hasta época bien reciente ha envuelto el milagro del 
			nacimiento en un velo de pudibundez y superstición, y ha suprimido 
			el poder peculiar de la mujer... lo cual era, a fin de cuentas, el 
			primer móvil de toda esa ficción.
 Aunque resta todavía un cúmulo impresionante de miedo e ignorancia 
			en cuanto a la sexualidad en nuestra cultura, hoy las cosas están 
			bastante mejor que hace sólo, digamos, diez años.
 
			  
			 
			Varios libros 
			importantes han abierto nuevas perspectivas... o tal vez vuelto a 
			abrir las que estaban tapiadas. Entre ellos figuran 
			
			The Art of 
			Sexual Ecstasy, de Margo Anand (1990), y 
			
			Sacred Sexuality, de A.T. Mann y 
			Jane Lyle (1995); ambos celebran la sexualidad como medio de 
			iluminación y transformación espiritual.  
			 
			Como se ha mencionado, otras culturas se han salvado de padecer 
			nuestros problemas (excepto cuando han quedado contaminadas por la 
			mentalidad occidental). En algunas la sexualidad se sublimó incluso 
			por encima del arte, hasta ser vista como un sacramento, es decir 
			aquello que hace posible para los participantes la unión con la 
			Divinidad. Ésa es la razón de ser del tantrismo, sistema místico de 
			unión con los Dioses por la vía de ciertas técnicas sexuales como la carezza u obtención de un estado de arrobamiento sin llegar al 
			orgasmo. El tantrismo viene a ser «las artes marciales» de la 
			práctica sexual y exige un entrenamiento asombrosamente largo y 
			disciplinado tanto al hombre como a la mujer... considerados 
			iguales, por cierto.
 
			 
			Ahora bien, el arte del tantrismo no es exclusivo de los mundos 
			exóticos de Oriente. Hoy se encuentran escuelas de Tantra en todas 
			las grandes capitales, aunque con frecuencia los aspirantes 
			abandonan, descorazonados por la extrema exigencia; por ejemplo, a 
			veces se necesitan meses para aprender a respirar de la manera 
			correcta. Ni la utilización de la sexualidad como sacramento tampoco 
			es nueva en Occidente.
 
			 
			Hemos comentado la destacada presencia de la sexualidad en las 
			raíces de la alquimia, y cómo el culto a la rosa de los trovadores 
			podía interpretarse como una veneración del eros. Hemos expuesto por 
			qué los constructores de las grandes catedrales, como la de 
			Chartres, hicieron tanto caso del símbolo de la rosa roja y pusieron 
			capillas a las Vírgenes negras con sus potentes asociaciones 
			paganas.
 
			 
			También el cáliz del Grial puede entenderse como un símbolo 
			femenino, y 
			recordar que, como detalle de excepcional transparencia, Tristán, el 
			gran
			protagonista del Grial, cambia su nombre a Tantris...26 Incidiendo 
			en esto, el
			novelista Lindsay Clarke ha descrito la poesía amorosa de los 
			trovadores como «las
			escrituras tántricas de Occidente».27
 
 
			 
			En las leyendas del Grial la esterilidad del país se debe a la 
			pérdida de potencia sexual por parte del rey, con frecuencia 
			simbolizada por el tema de la «herida en el muslo». Pero el Parzival 
			de Wolfram von Eschenbach es más explícito; ahí la herida está en 
			los genitales, y esto se ha interpretado como una reacción a la 
			represión de la sexualidad natural por la Iglesia.28 
			  
			El 
			estancamiento espiritual resultante sólo podía superarse a través de 
			la búsqueda del Grial, que siempre es algo específicamente vinculado 
			a la mujer, como hemos visto. En una pintura italiana del siglo XV 
			vemos a los caballeros del Grial adorando a Venus (pliego 
			ilustrado), así que en este caso no hay ninguna duda acerca de la 
			naturaleza de la búsqueda.  
			 
			Lo que subrayan tanto las leyendas del Grial como la tradición del 
			amor cortés de los trovadores es la elevación espiritual de la mujer 
			y el respeto hacia ella. Queremos considerar significativo que esas 
			dos líneas de la tradición arrancasen, al menos en parte, del 
			sudoeste de Francia.
 
			 
			Muchos estudiosos modernos creen que el tantrismo entró en Europa 
			por mediación del contacto con la secta mística islámica de los 
			sufíes, que incorporó ideas de sexualidad sagrada en sus creencias y 
			en sus prácticas. En efecto, son innegables los paralelismos en el 
			lenguaje utilizado para expresar dichas ideas tanto por los 
			trovadores como por los sufíes. Pero ¿no será que el tantrismo sufí 
			pudo arraigar en la Provenza y el Languedoc porque ya existía una 
			tradición parecida en esas regiones? Hemos aludido a la de igualdad 
			de la mujer que se daba en el Languedoc, y cuando los obsesionados 
			por la lucha contra la brujería sentaron sus reales en Toulouse, 
			¿qué era lo que pretendían erradicar en realidad? Una vez más nos 
			hallamos frente a la encarnación de ese culto al amor, María 
			Magdalena.
 
			 
			Otra mujer que supo apreciar las posibilidades místicas de la 
			sexualidad fue santa Hildegard de Bingen (1098-1179). De esta 
			personalidad relativamente poco divulgada hasta época reciente han 
			escrito Mann y Lyle:
 
				
				Gran visionaria, Hildegard escribió de un personaje femenino, 
			inconfundible imagen de la Diosa que acudía a visitarla durante la 
			contemplación profunda:  
				  
				«Entonces me pareció ver una doncella de 
			belleza radiante, incomparable, cuyo rostro irradiaba un resplandor 
			tan intenso que apenas pude mirarla de frente. Llevaba un manto más 
			blanco que la nieve, más brillante que las estrellas, y sus zapatos 
			eran de oro puro.  
				  
				En su mano derecha sostenía el Sol y la Luna y los 
			acariciaba con amor. Sobre su pecho, una tabla de marfil que 
			representaba en zafiros la imagen de un hombre. Y toda la creación 
			la llamaba señora y soberana a esa doncella.  
				  
				Pero ella se puso a 
			hablarle a la imagen que llevaba al pecho diciendo: “Yo estuve 
			contigo desde los principios, en el comienzo de todo lo que es 
			santo. Yo te llevé en mi vientre antes de que hubiese día”.  
				  
				Y 
			entonces oí una voz que me decía: “La doncella que estás viendo es 
			Amor, y tiene su morada en la eternidad”».  
			 
			Como los demás seguidores del amor cortés medieval, Hildegard 
			creyó que hombres y mujeres podían alcanzar el amor divino amándose 
			los unos a los otros de manera que «toda la tierra se convierta en 
			un solo jardín de amor», Y éste sería completo, la expresión total 
			de la unión abarcando cuerpo y alma, porque tal como ella misma 
			escribió, «es el mismo poder eterno quien ha creado la unión física 
			y decretado que dos seres humanos debían hacerse físicamente uno».29
 
			 
			Hildegard fue una mujer notable, dotada de conocimientos inmensos,
			especialmente en temas médicos. El grado de sabiduría que alcanzó es
			inexplicable; ella misma lo atribuyó a sus visiones, tal vez 
			aludiendo veladamente 
			a alguna escuela mistérica u otra reserva similar del conocimiento. 
			Es de resaltar
			que muchas de sus obras demuestran que estaba al corriente de la 
			filosofía 
			hermética.30 
			 
			La famosa abadesa escribió también detalladas y exactas 
			descripciones del 
			orgasmo femenino, sin omitir las contracciones uterinas. Y no 
			parecen inspiradas 
			en un conocimiento teórico exclusivamente, aunque incluso éste lo 
			considerarían 
			algunos insólito en una santa. Cualesquiera que fuesen los secretos 
			de su 
			autorizada información, sabemos que influyó grandemente sobre san 
			Bernardo de Claraval, el patrono e inspirador de los templarios.31
 
			 
			El carácter de estos monjes-soldados parece presentar una objeción 
			importante a la idea de continuidad de la tradición clandestina del 
			culto herético al amor. Célibes en razón de sus votos (aunque se 
			rumoreó con insistencia que se daban a prácticas homosexuales), 
			nadie diría que fuesen los indicados como exponentes de una 
			filosofía de celebración de la sexualidad femenina, ni mucho menos 
			en la práctica. En cambio, se encuentran claros indicios de tal 
			vinculación en las obras de uno de sus más fervientes defensores, el 
			gran poeta florentino Dante Alighieri (1265-1321).
 
			 
			El descubrimiento de temas gnósticos y herméticos en las obras de 
			Dante no 
			es de hoy; hace cien años, por ejemplo, Éliphas Lévi calificó el 
			Infierno de «juanista
			y gnóstico».32
 
			 
			El poeta se inspiró directamente en los trovadores del sur de 
			Francia, y era miembro de una cofradía de poetas que se llamaban a 
			sí mismos los fidele d’amore. Antaño considerados como un círculo de 
			estetas, en estudios recientes se les han descubierto motivaciones 
			más secretas y esotéricas.
 
			 
			El prestigioso académico William Anderson, en su ensayo Dante the 
			Maker,
			describe a los fidele d’amore como,
 
				
				«una cofradía cerrada, con el 
			designio de alcanzar
			la armonía entre los aspectos sexual y emocional de su naturaleza y 
			las 
			aspiraciones intelectuales y místicas».33 
			 
			Se apoya en estudios de 
			eruditos franceses 
			e italianos cuya conclusión ha sido que,  
				
				«las damas a quienes rendían 
			culto esos 
			poetas no eran mujeres de carne y hueso sino diferentes disfraces de
				lo Femenino 
			ideal, Sapientia o la santa Sabiduría» y «la dama de esos poetas era 
			una alegoría de
			la Sabiduría Divina que buscaban».34 
			 
			Anderson y su colega Henry Corbin consideran el camino espiritual de 
			Dante como una búsqueda de la iluminación a través del misticismo 
			sexual, lo mismo que hicieron los trovadores. Henry Corbin dice:  
				
				Los fidele d’amore, compañeros de Dante, profesan una religión 
			secreta [...] unión entre el
			intelecto alcanzable por el alma humana y la Inteligencia Activa 
			[...] el Ángel del 
			Conocimiento, o la Sabiduría-Sophia, se visualiza y experimenta como 
			una unión amorosa.35 
			 
			Pero vemos incluso más notable el vínculo con los caballeros 
			templarios que suministran Dante y sus místicos amigos. Él fue 
			partidario entusiasta los templarios incluso después de la 
			disolución, cuando no era conveniente manifestarse a favor de ellos. 
			En su Divina Comedia califica al rey Felipe el Hermoso de «nuevo Pilato» por sus acciones contra los caballeros, y se cree que el 
			mismo Dante fue miembro de una orden terciaria del Temple llamada 
			La Fede Santa.  
			  
			 
			La relación es demasiado sugerente para dejar de 
			explorarla: tal vez Dante no fue la excepción, sino la regla que 
			corrobora que los templarios tuvieron que ver con un culto al amor.  
			 
			Sobre esto escribe Anderson:
 
				
				A primera vista no resulta verosímil que los templarios, como orden 
			militar y célibe, fuesen 
			un canal idóneo para los dedicados al elogio de la belleza femenina. 
			Pero por otra parte, 
			muchos templarios estaban saturados de cultura oriental, y es bien 
			posible que algunos 
			hubiesen establecido contactos con las escuelas sufíes [...].36 
			 
			Tras lo cual pasa a resumir las conclusiones de Henry Corbin:  
				
				La relación entre Sapientia [la Sabiduría] y la imaginería del 
			Templo de Salomón habida
			cuenta de sus asociaciones con la peregrinación del Gran Círculo, 
			induce a suponer una 
			conexión entre los fidele d’amore y los caballeros templarios, tal 
			vez al punto de
			considerarlos como una confraternidad laica de la orden.37 
			 
			En combinación con las revolucionarias pruebas descubiertas por 
			investigadores como Niven Sinclair, Charles Bywaters y 
			Nicole Dawe, 
			tenemos una fuerte indicación de que por los menos el círculo 
			interior de los templarios participaba de una tradición secreta 
			veneradora del principio de lo Femenino.  
			 
			En la misma línea, esa discutida rama de los templarios que se llama 
			
			el Priorato de Sión siempre admitió mujeres y además incluye a 
			cuatro de éstas en su nómina de Grandes Maestres, lo cual resulta 
			especialmente llamativo porque corresponden a la época medieval, que 
			es cuando se supone que sería más intenso el prejuicio. Si fueron 
			Grandes Maestres, esas mujeres esgrimieron poder auténtico, y además 
			el cargo requería indudablemente condiciones superiores de 
			integridad, y capacidad para conciliar intereses en conflicto y 
			vanidades a muchos niveles diferentes.
 
			  
			 
			Aunque se considere extraño 
			que estuviesen mujeres al timón de una organización supuestamente 
			tan poderosa, en una época en que ni siquiera fue corriente que 
			supieran leer y escribir, no lo parece tanto si tenemos en cuenta 
			que estaban en una tradición secreta de adoradores de una divinidad 
			femenina.  
			 
			En el trasfondo de muchas de las escuelas mistéricas posteriores 
			quedaban
			los rosacruces, cuyo interés hacia el misticismo sexual se 
			manifiesta en su mismo 
			nombre, con la conjunción de la cruz fálica y la rosa femenina. Este 
			símbolo de la 
			unión sexual recuerda un poco la antigua cruz ansata de los 
			egipcios, o ankh,
			donde el trazo vertical es el falo y el bucle almendrado la 
			vulva.
 
			  
			 
			Con sus doctrinas
			mezcla de alquimia y de sabiduría gnóstica, los rosacruces 
			entendieron plenamente 
			a qué principios obedecían, tal como explicó Thomas Vaughan, 
			alquimista y
			rosacruz del siglo XVII:  
				
				«[...] la vida misma no es más que la unión 
			de los
			principios masculino y femenino, y quien domina a la perfección 
			dicho secreto 
			sabe [...] cómo hay que tratar a una mujer [...]».38 
				  
				(Recordemos la 
			gran rosa al pie de 
			la cruz en el mural londinense de Cocteau, evidente alusión 
			rosacruciana;
			significativamente la imagen de la rosa-cruz se halla igualmente en 
			la tumba 
			templaria de sir William Saint-Clair.) 
				39 
			 
			Pero admitiendo los indicios que hemos examinado como pruebas de que 
			los templarios, los alquimistas y el Priorato fueron devotos de un 
			culto al amor, no parece muy probable que el linaje decididamente 
			masculino de los filósofos herméticos tuviese ninguna relación con 
			organización femenina —o tal vez feminista— de ningún género. Y sin 
			embargo, también esa imagen excesivamente superficial induce a 
			error.  
			 
			Volviendo a Leonardo, generalmente se considera que fue un 
			homosexual misógino, y es cierto que no hizo mucha demostración 
			externa de afecto hacia las mujeres, que sepamos. Su madre, la 
			misteriosa Catalina, por lo visto lo abandonó a su destino cuando 
			era niño, aunque luego pasara con él sus últimos días, pues se sabe 
			que Leonardo tuvo un ama de casa a la que aludía no sin cierto 
			sarcasmo como la Caterina, y cuando ella murió él pagó el entierro. 
			Homosexual quizá lo fue, pero eso nunca ha sido óbice para hacerse 
			adorador del principio de lo Femenino; muchas veces ocurre más bien 
			todo lo contrario, los iconos de los gay de nuestros días 
			clásicamente suelen ser mujeres fuertes, de marcada personalidad y 
			vida agitada, justamente como las propias María Magdalena e
			Isis.
 
			  
			 
			Se 
			sabe además que Leonardo fue íntimo de Isabella d’Este, mujer culta 
			e inteligente. Aunque sería llevar demasiado lejos la especulación 
			el postular que ella fuese miembro del Priorato ni de ninguna otra 
			escuela «feminista» clandestina, quizá significa al menos que 
			Leonardo no desaprobaba que las mujeres tuviesen cultura.  
			 
			El hermeticista florentino Pico della Mirandola escribió muchas 
			palabras sobre el tema del poder femenino. En su libro La Strega, es 
			decir «La Bruja», recoge la leyenda de un culto italiano basado en 
			orgías sexuales y presidida por una Diosa.
 Y lo que es más notable, identifica a dicha divinidad como «la Madre 
			de Dios».40
 
			 
			También Giordano Bruno, aunque indiscutiblemente viril prestó gran
			atención a lo femenino. Durante su estancia en Inglaterra en los 
			años 1583-1585 dio 
			a conocer varias obras principales, en las que describió la 
			filosofía hermética tal 
			como podemos encontrarla en cualquier libro de texto de Historia. Lo 
			que suele 
			silenciarse metódicamente es que publicó al mismo tiempo un libro de 
			poesía 
			amatoria titulado 
			
			Degli eroici furori («De los furores heroicos»), 
			el cual dedicó a su
			amigo y protector sir Phillip Sydney. Eso no fue un epitalamio 
			debido a un
			flechazo pasajero, ni un atisbo sobre la vida secreta de quien hasta 
			ahora no 
			conocíamos sus aficiones donjuanescas. Aunque se admite que hay en 
			esa poesía 
			un nivel más profundo, muchas autoridades creen que no es más que 
			una 
			expresión alegórica de la experiencia hermética. Pero en realidad, 
			el amor del que hablan esas obras no es alegórico sino literal.
 
			 
			Los furori del título son, citando a Frances Yates,
 
				
				«una experiencia 
			que convierte el alma en “divina y heroica” y puede compararse al 
			trance o furor del amor-pasión».41
				 
			 
			O dicho de otro modo, estamos 
			contemplando nuevamente lo que es el conocimiento de la capacidad transmutadora de la sexualidad.  
			 
			En los poemas mencionados Bruno alude a un estado alterado de la 
			conciencia, durante el cual el hermético conoce su potencial 
			divinidad. Lo cual se expresa como el éxtasis de la unión completa 
			con la otra mitad de uno mismo.
 
			 
			Como dice la historiadora,
 
				
				«[...] me parece que lo que apunta en 
			realidad la 
			experiencia religiosa de los Eroici furori es la gnosis hermética, 
			esto es, la poesía del
			amor místico de un Mago creado divino, dotado de poderes divinos y 
			que se ve en 
			el proceso de volver a serlo y volver a poseerlos».42 
			 
			Pero si consideramos la tradición que sigue Bruno, es obvio que 
			tales 
			sentimientos no eran meramente metafóricos. Este énfasis atribuido a 
			la 
			iluminación por la vida del sexo es parte integrante de la filosofía 
			y la práctica del 
			hermetismo. El concepto de la sexualidad sagrada concuerda por 
			entero con las 
			palabras del mismo Hermes Trismegisto en el Corpus hermeticum:  
				
				«Si 
			aborreces tu
			cuerpo, hijo mío, no podrás amarte a ti mismo».43 
			 
			Otros hermeticistas como Marsilio Ficino identifican cuatro tipos de 
			estado
			alternativo en que el alma se reúne con lo Divino, y asocian cada 
			uno de ellos a un 
			personaje mitológico: la inspiración poética, patrocinada por las 
			Musas; el 
			entusiasmo religioso, por Dioniso; el trance poético, por Apolo; y 
			todas las formas
			del amor intenso, por Venus. Este último es la culminación en todos 
			los sentidos, 
			porque ahí es donde el alma obtiene realmente su unificación con lo 
			Divino.44 
			 
			Significativamente, los historiadores siempre han tomado al pie de 
			la letra los tres estados alterados que se describen en primer 
			lugar, pero optan por interpretar el último, el rito de Venus, como 
			mera alegoría o como alguna especie de amor espiritual 
			despersonalizado. Pero si eso fuese cierto, difícilmente el 
			hermetismo lo habrían catalogado bajo el signo de Venus. En este 
			punto lo que parece pudibundez de los historiadores es generalizada 
			ignorancia de la tradición subyacente. Tenemos ahí otro ejemplo de 
			conceptos que antes se juzgaban oscuros, y que cobran una claridad 
			cristalina una vez tenemos en cuenta la noción de la sexualidad 
			sagrada.
 
			 
			El gran mago y hermeticista Enrique Cornelius Agrippa (1486-1535) 
			fue
			bastante más explícito. En su clásico tratado 
			
			De Occulta Philosophia 
			escribió:
 
				
				«En
			cuanto al cuarto furor, el que proviene de Venus, convierte y 
			transmuta el espíritu 
			del hombre en un Dios por el ardor amoroso, y le hace enteramente 
			igual a Dios, la 
			verdadera imagen y semejanza de Dios»45 
			 
			Obsérvese el empleo del 
			término
			alquímico transmutar, habitualmente entendido como alusión a la 
			absurda e inútil 
			pretensión de convertir el plomo en oro. Es otra materia preciosa la 
			que se busca en 
			este caso; el mismo Agrippa subraya también que la unión sexual «es 
			abundante
			en dones mágicos».46 
			 
			No vayamos a subestimar la posición de Agrippa en esa tradición 
			herética. Su tratado De nobilitate et praecellentia foeminei sexus, 
			o «De la nobleza y superioridad del sexo femenino», publicado en 
			1529 pero basado en una disertación anterior en veinte años, es 
			incluso más que un pronunciamiento notablemente moderno en favor de 
			los derechos de la mujer. De esta asombrosa obra de Agrippa nadie 
			hizo mucho caso hasta época bien reciente, y ello por una sola 
			razón, tristemente previsible: que postulaba la igualdad entre los 
			sexos, e incluso exponía argumentos justificando la ordenación de 
			mujeres, ¡por lo cual la entendieron como una sátira! Que una obra 
			tan apasionadamente favorable a la mujer fuese tomada a broma, dice 
			mucho de nuestra cultura, aunque no bueno. Pero es bastante obvio 
			que Agrippa no bromeaba.
 
			 
			Tampoco se hacía abogado de lo que hoy llamaríamos los derechos de 
			la mujer, ni partidario de establecer un fuero femenino, si bien los 
			principios aducidos por él habrían servido para una campaña de ese 
			género. Como dice en su estudio sobre ese tratado la profesora 
			Barbara Newman, de la Northwest University de Pennsylvania:
 
				
				[...] hasta el lector animado por un prejuicio favorable se habría 
			quedado en la duda de si 
			Agrippa propugnaba una Iglesia indiferente al sexo en cuanto a la 
			igualdad de
			oportunidades, o una forma de culto a la mujer.47 
			 
			Newman y otros eruditos han reseguido las fuentes inspiradoras de 
			Agrippa y señalan la cábala, la alquimia, la hermética, el 
			neoplatonismo y la tradición trovadoresca. Una vez más se apunta a 
			la búsqueda de Sophia como influencia principal. Sería un error, por consiguiente, creer que Agrippa se limitaba a 
			pedir respeto e igualdad para las mujeres. Iba mucho más allá; 
			postulaba que la mujer debía ser, literalmente, objeto de adoración:
 
				
				Nadie que no esté completamente ciego dejará de ver que Dios reunió 
			en la mujer toda la 
			belleza que pueda existir en el mundo, para que deslumbrase a toda 
			la creación y fuese 
			amada y venerada bajo muchos nombres.48 
			 
			(Mencionemos que Agrippa, lo mismo que los alquimistas, atribuyó 
			particulares aplicaciones prácticas y místicas a la sangre 
			menstrual.49 Creían que contenía una especie de elixir o ingrediente 
			único y que ingerida de una determinada manera, utilizando técnicas 
			ancestrales, uno podía obtener el rejuvenecimiento físico y la 
			sabiduría. Nada más lejos de la actitud de la iglesia, desde luego.)  
			 
			Agrippa no fue sólo un teórico, y no temió a nadie. Además de 
			casarse tres veces, triunfó en lo que parecía imposible: defendió a 
			una mujer acusada de brujería... y ganó el caso.
 
			 
			Bien es verdad que todos ellos, Vaughan, Bruno y Agrippa, eran 
			hombres, y
			cabe sospechar si predicaban su género de felicidad sexual en 
			interés propio, 
			aunque éste fuese un interés profundamente espiritual. En cualquier 
			caso, y 
			aunque también sea cierto que la mujer que se hubiese atrevido a 
			escribir en semejantes términos y sobre tales asuntos no habría 
			tardado en sufrir la suerte de las brujas, conviene fijarse en que 
			el rito de Venus sólo se entendía realizado cuando ambos 
			protagonistas de la pareja lograban alcanzar los mismos objetivos.
 
			  
			 
			El concepto postulaba que unos seres iguales, pero opuestos, 
			colaborasen a un mismo designio, con lo cual serían recipiendarios 
			de la misma iluminación en tanto que pareja, lo cual viene a ser 
			como la idea china de que el todo necesariamente se compone del Yin 
			y el Yang.  
			 
			En cuanto a Giordano Bruno, no era de los que guardan reserva sobre 
			sus creencias. En sus últimas obras publicadas utilizó una 
			imaginería sexual aún más explícita,50 pero también esto lo pasan 
			por alto los historiadores. Si lo menciona algún manual 
			convencional, nunca dejará de añadir la explicación alegórica. De 
			tal manera que reciben habitualmente la interpretación equivocada 
			estas y otras muchas referencias y asociaciones explícitas de las 
			obras de Giordano; si por ejemplo escribe de «la Diosa» refiriéndose 
			a la anónima dama destinataria de sus poesías amorosas, dicen que 
			eso es afectado, una figura retórica.
 
			  
			 
			Y más tarde, cuando envió su 
			mensaje despidiéndose de Alemania y dijo sin más rodeos que la Diosa 
			Minerva era Sophia, la Sabiduría, pues también eso resulta que era 
			una alegoría. Pero las palabras literales fueron inconfundiblemente 
			las de un adorador devoto:  
				
				A ella he amado y buscado desde mi juventud, deseando hacerla mi 
			esposa, y he adorado 
			sus formas [...] y he rezado para que [...] fuese enviada a morar 
			conmigo, y a trabajar 
			conmigo para que yo supiera lo que me hacía falta [...].51 
			 
			Más concluyente, sin embargo, el hecho de que la dedicatoria de 
			Eroici furori remita concretamente al Cantar de los Cantares.52 Una 
			vez más nos encontramos ante el culto de la Virgen negra, y por 
			asociación, el de la Magdalena.  
			 
			(Naturalmente el otro gran escritor hermético/rosacruz de aquellas 
			fechas, 
			conocido como William Shakespeare, dedicó sus sonetos a una 
			Misteriosa Dama
			Negra, cuya identidad ha dado pie a generaciones de críticos para el 
			interminable 
			debate. Y aunque bien pudiera ser que hubiese sido una verdadera 
			mujer, o un 
			hombre como aseguran otros, también es probable que represente, en 
			el fondo, a la 
			Madona negra, la Diosa de piel oscura. En efecto, los herméticos 
			simbolizaron 
			cierto estado alternativo, un tipo de trance especializado, en la 
			figura de una mujer 
			de piel oscura.)53
 
			 
			Los vigorosos ataques de Bruno contra las creencias y costumbres del
			cristianismo le valieron una muerte horrible, que debía servir de 
			escarmiento para 
			otros esprits forts. También el atroz holocausto de brujas y 
			hechiceros, como hemos
			visto, confería peso a la necesidad de circunspección entre los 
			«heréticos» (y 
			cumple citar aquí que, si bien los quemaderos ya han dejado de 
			funcionar, todavía 
			en 1944 el Reino Unido procesaba a una mujer en virtud de leyes 
			vigentes contra la 
			brujería). Pero como la unión sexual trascendental no dependía de 
			unos individuos 
			determinados sino que era un secreto del acervo clandestino de los 
			ocultistas, no desapareció con aquéllos.
 
			 
			Lo cual no quita que haya alguna dificultad para reseguir una 
			tradición 
			directa de sexualidad sacra en Europa, a causa del antagonismo de la 
			Iglesia y la 
			consiguiente necesidad de mantener reserva por parte de los 
			custodios de ese 
			conocimiento. Sin embargo, hacia los siglos XVI y XVII por lo visto 
			Alemania se
			convirtió en un refugio de dicha tradición, aunque no muy estudiado 
			hasta época 
			reciente. Según investigadores franceses modernos como Denis 
			Labouré, en
			Alemania la práctica de la «alquimia interna» se concentró en 
			diversas sociedades 
			ocultistas. Otros estudios recientes, corno el del doctor Stephen E. 
			Flowers, han
			corroborado que el ocultismo alemán de ese período fue, 
			esencialmente, de 
			naturaleza sexual.54
 
			 
			Otro problema para los investigadores de esta especialidad que 
			buscan 
			indicios de cultos sexuales lo origina la Iglesia, o por lo menos 
			aquellos elementos 
			de ella que tienden a ver manifestaciones de satanismo en todo lo 
			que guarde 
			alguna relación con el sexo. Cuando esos movimientos se sienten 
			perseguidos, lo 
			primero que hacen es destruir o expurgar sus archivos, y entonces 
			todo lo que 
			resta es la versión de los hechos según los cuentan sus adversarios. 
			Eso fue lo que 
			ocurrió con los cátaros y los templarios, y alcanzó su terrible 
			cenit con la caza de
			brujas; pero el proceso entró en acción todas las veces que alguien 
			expresó ideas 
			acerca de la sexualidad sagrada, como sucedió de nuevo en la Francia 
			del siglo 
			XIX.
 
			 
			En esa época surgieron varios movimientos interrelacionados que, 
			pese a florecer en el seno de la Iglesia católica y ocupar a 
			personajes que se consideraban a sí mismos buenos católicos, 
			incluyeron conceptos de sexualidad sacra y de elevación de lo 
			Femenino (generalmente bajo las formas externas de la Virgen María), 
			además de asociarse a un grupo de «seguidores de Juan» en la sombra, 
			esta vez expresamente identificado como el Bautista.
 
			 
			Tratar de desentrañar la complicada sucesión de los acontecimientos 
			resulta muy difícil, no sólo porque dichos movimientos fueron 
			perseguidos por inmorales en razón de las ideas religiosas no 
			ortodoxas y los conceptos sobre la sexualidad que manejaban, sino 
			además y fundamentalmente, por la intervención de motivos políticos 
			que les valieron la hostilidad de las autoridades. También en este 
			caso, la crónica quedó a cargo de los acusadores.
 
			 
			Los motivos políticos en cuestión quedan fuera del alcance del 
			presente estudio, aunque fuesen muy importantes para los 
			protagonistas de la época. Baste decir que intervinieron, entre 
			otros, las pretensiones del llamado Charles Guillaume Naündorff 
			(1785-1845), pero que decía ser en realidad Luis XVII (el infante al 
			que muchos creían muerto, como su padre Luis XVI, durante la 
			Revolución francesa).
 
 
			 
			Uno de esos grupos fue la Iglesia del Carmelo, también llamada 
			Oeuvre de la Misericorde, fundada poco después de 1840 por un tal 
			Eugène Vintras (1807-1875).  
			 
			Predicador carismático y persuasivo, Vintras logró captar para su 
			movimiento lo
			mejorcito de la alta sociedad, lo cual no impidió que pronto se 
			formulasen contra él 
			acusaciones de practicar la magia diabólica. Lo seguro es que sus 
			ritos tenían algún 
			tipo de contenido sexual y en ellos (citando las palabras de Ean 
			Begg), «el
			sacramento más grande era el acto sexual».55
 
			 
			Para empeorar las cosas de cara a las autoridades, Vintras y 
			Naündorff se avalaban mutuamente. De manera que Vintras se vio 
			arrastrado de manera inevitable a un proceso politizado. Convicto de 
			estafa —aunque incluso las supuestas víctimas declararon que no se 
			había cometido ningún delito—, en 1842 fue sentenciado a cinco años 
			de cárcel. Cuando salió en libertad pasó a Londres y fue entonces 
			cuando un ex miembro de su Iglesia, un sacerdote llamado Gozzoli, 
			escribió un panfleto acusándole de celebrar orgías sexuales de todos 
			los tipos.
 
			  
			 
			Y aunque buena parte de ellas fueron, a lo que parece, 
			producto de una imaginación calenturienta, es posible que hubiese 
			algo de cierto. Así que en 1848 la secta fue declarada herética por 
			el papa, y excomulgados todos sus miembros. Pero eso mismo le 
			permitió constituirse como Iglesia separada, que ordenaba 
			sacerdotisas lo mismo que sacerdotes... como los cátaros, aunque no 
			queda claro si el culto de Vintras seguía principios tan elevados.  
			 
			Detrás de estos personajes se movía una enigmática secta llamada «de 
			los 
			Salvadores de Luis XVII» y también «de los juanistas», grupo que se 
			retrotrae a
			poco después de 1770 y tal vez desempeñó algún papel en las 
			agitaciones civiles 
			que precedieron a la Revolución. A diferencia de los juanistas 
			«masónicos» que
			comentábamos antes, éstos no tenían ningún titubeo en cuanto a cuál 
			fuese el Juan 
			venerado por ellos: el Bautista.56
 
			 
			Después de la Revolución estos juanistas se ocuparon sobre todo de 
			intentar la restauración de la monarquía. Ellos fueron los 
			principales responsables de la promoción de Naündorff como 
			pretendiente al trono, y también instigaron movimientos «proféticos» 
			como el de Vintras. Otro que se promovió a sí mismo como guru de la 
			época fue Thomas Martin, meteóricamente ascendido de simple labrador 
			a consejero del rey.57
 
			  
			 
			También a éste apoyaron los juanistas, 
			quienes tuvieron asimismo alguna intervención como «escenógrafos» de 
			determinadas visiones de la Virgen, en 1846 por ejemplo las 
			apariciones de La Salette, en las estribaciones de los Alpes 
			occidentales.58 Lo que pasó ahí es difícil de precisar, pero sí 
			pueden identificarse los hilos principales, que pasan por ciertos 
			acontecimientos obviamente relacionados.  
			 
			En primer lugar fue un intento de regenerar el catolicismo desde 
			dentro. Para ello sería preciso sustituir el dogma convencionalmente 
			aceptado, basado en la autoridad de Pedro, por un cristianismo 
			místico y esotérico partiendo de la creencia de que estaba a punto 
			de empezar una Era nueva, la del Espíritu Santo.
 
			 
			Otro elemento sería la elevación de lo Femenino bajo la forma 
			aparente de la 
			Virgen María, pero este aspecto no tardó en tomar un cariz más 
			abiertamente 
			sexual y la Iglesia empezó a percibir intención hostil en la 
			iniciativa. La visión de La Salette, que fue condenada por la 
			Jerarquía, era parte central de este plan y también era crucial, de 
			alguna manera, la intervención de Juan el Bautista en el asunto.
 
			 
			El movimiento se alió con los que albergaban la intención de lograr 
			el 
			reconocimiento de Naündorff como rey legítimo de Francia, 
			probablemente
			porque de haber triunfado, él se habría mostrado favorable a esa 
			nueva forma de 
			religión (puesto que ya había apoyado a Vintras). Significativamente 
			Melanie
			Calvet, la niña visionaria de La Salette, hizo declaraciones a favor 
			de Naündorff; y
			también es interesante la reacción de la Iglesia, que la embarcó 
			rumbo a un 
			convento de Darlington, en el nordeste de Inglaterra, donde no pudo 
			causar más
			trastornos.59
 
			 
			Las fuerzas combinadas de la Iglesia y el Estado impidieron que se 
			cumpliese el gran designio, y lo que sucedió después queda enterrado 
			para nosotros bajo un alud de escándalos y acusaciones mutuas. Pero 
			llama la atención el hecho de que la Iglesia proclamase el dogma de 
			la Inmaculada Concepción en 1854 (artículo de fe oportunamente 
			respaldado por la misma Virgen María cuando se apareció en Lourdes a 
			la niña campesina Bernadette Soubirous, unos cuatro años más tarde, 
			aunque al principio ella había descrito su visión con las sencillas 
			palabras «una cosa»).
 
			 
			Da la impresión de que los profetas, como Martin y Vintras, fueron
			«manejados» por el grupo juanista sin que llegasen a formar parte de 
			éste. Vintras
			se relacionaba con dicho grupo a través de su protectora, una tal 
			madarne Bouche
			que vivía en la plaza Saint-Sulpice de París y usaba el nombre 
			espléndidamente
			evocador de «Hermana Salomé». (La vintrasiana Iglesia del Carmelo 
			todavía
			estaba activa en París después de 1940, y se rumoreó que durante los 
			años sesenta 
			había existido un grupo en Londres.)60
 
			 
			Con la Iglesia del Carmelo se fusionó otro movimiento fundado con 
			anterioridad, en 1838. Eran los Hermanos de la Doctrina Cristiana, 
			instituidos por los tres hermanos Baillard, que eran todos 
			sacerdotes. Éstos, siempre considerándose fieles católicos, fundaron 
			sendas casas de religión en lugares montañosos: Sainte-Odile en 
			Alsacia y Sion-Vaudémont en Lorena. Los dos emplazamientos eran 
			lugares muy principales en sus respectivas regiones y es un misterio 
			de dónde sacaron los hermanos Baillard recursos para comprarlos.
 
			 
			Sion-Vaudémont había sido en la antigüedad importante santuario 
			pagano
			consagrado a la Diosa Rosamerta, y como su mismo nombre indica tuvo 
			una larga
			asociación con el Priorato de Sión. En realidad, allí fundó la 
			históricamente
			reconocida Ordre de Notre-Dame de Sion en el siglo XIV un cierto 
			Ferri de
			Vaudémont que tenía credenciales de la abadía del Monte Sión de 
			Jerusalén... de
			donde, por cierto, el Priorato dice haber tomado su nombre 
			originariamente.
 
			  
			 
			Un
			hijo de Ferri casó con Yolanda de Bar, Gran Maestre del Priorato 
			entre 1480 y 1483,
			que era hija de Renato de Anjou, el Maestre anterior. Yolanda 
			convirtió a Sion-Vaudémont en un importante centro de peregrinación de los que 
			acudían a
			venerar su Virgen negra. Esta figura quedó destruida durante la 
			Revolución y la 
			reemplazaron por otra Virgen medieval, aunque no negra, tomada de la 
			iglesia de 
			Vaudérmont, que está consagrada a Juan el Bautista.61 
			 
			Consideraremos significativo, pues, que se estableciese en dicho 
			lugar una de las nuevas iglesias de los hermanos Baillard. Tenían 
			ideas similares a las de Vintras sin excluir lo tocante a la 
			esperanza en la próxima Era del Espíritu Santo y la sexualidad 
			sagrada, así que no sería de extrañar que provinieran de la misma 
			fuente. Su movimiento contó con apoyos destacados, entre los cuales 
			el de la casa de Habsburgo. Pero luego también fue suprimido en 
			1852.
 
			 
			En 1875, cuando murió Vintras el movimiento pasó a ser dirigido por 
			el abate Joseph Boullan (1824-1893), personaje todavía más polémico 
			que el anterior. Con anterioridad había seducido a Adèle Chevalier, 
			una monja joven del convento de La Salette, y la pareja había 
			fundado en 1859 la Sociedad para la Reparación de las Almas. Ésta se 
			dedicaba concretamente a los ritos sexuales basándose en una 
			filosofía de redención de la humanidad mediante la utilización de la 
			sexualidad como sacramento. La idea de por sí puede juzgarse pura y 
			de inspiración alquímica pese a la desafortunada tendencia de 
			incluir a los animales en los beneficios del rito por parte de Boullan.
 
			 
			Boullan y Adèle Chevalier tuvieron hijos y se dice que sacrificaron 
			a uno de
			ellos durante una misa negra celebrada en 1860; aunque todos los 
			manuales 
			modernos presentan esto como un hecho comprobado, la verdad es que 
			no lo 
			corrobora ninguna fuente digna de confianza. Si Boullan perpetró ese 
			crimen, al
			parecer salió bien librado. Cierto que aquel mismo año le cayó una 
			suspensión 
			eclesiástica, pero le fue levantada al cabo de unos meses.
 
			  
			 
			En 1861 
			él y Adéle fueron
			encarcelados por estafa (tal vez era el método habitualmente usado 
			por las 
			autoridades con aquellos que les desagradaban, si no lograban 
			acusarlos de nada 
			más). Fue declarado culpable, lo cual sirvió de motivo para 
			suspenderlo de nuevo, 
			pero una vez más la decisión quedó anulada al poco. Cuando recobró 
			la libertad, 
			Boullan se presentó voluntariamente al Santo Oficio (que era 
			entonces el nombre
			oficial de la Inquisición) de Roma, que no halló en él ninguna falta 
			y lo devolvió a 
			París.62 
			 
			Durante su estancia en Roma, Boullan escribió sus doctrinas en un 
			cuaderno
			(que se llamó el cahier rose, por el color de las tapas es de 
			suponer), el cual fue
			encontrado por el escritor J. K. Huysmans entre sus papeles cuando 
			aquél murió en
			1893. No se conocen detalles exactos de su contenido, aunque fue 
			descrito como 
			«un documento escandaloso», y actualmente está guardado en la 
			biblioteca 
			Vaticana. Las peticiones de consulta se deniegan sistemáticamente.63
 
			 
			Es evidente que el caso Boullan encierra más de lo que se ve a 
			simple vista.
 
			 
			Aparenta ser una más de las historias de clubes de degenerados que 
			saltan de vez 
			en cuando, pero hay indicios de que disfrutó de cierta protección 
			por parte de la 
			Iglesia. Circularon instrucciones de que no se le molestase, por 
			ejemplo, y se ha
 dado a entender que poseía algún secreto que le servía de 
			protección.64 La historia 
			de Boullan encaja en la tipología clásica del agent provocateur, 
			infiltrado en una
			organización por cuenta de otro grupo diferente, con el propósito 
			deliberado de desacreditar a aquélla. Lo cual explicaría las 
			flagrantes discrepancias entre su estilo de vida y las actitudes de 
			la autoridad hacia él.
 
			 
			Después de su regreso de Roma, Boullan ingresó en la vintrasiana 
			Iglesia del Carmelo y se convirtió en dirigente de ella. Lo cual 
			provocó un cisma: los miembros del culto que estaban de acuerdo con 
			él le siguieron a Lyon, y establecieron allí una nueva sede. Donde 
			se produjeron tremendos cuadros de libertinaje sexual, una vez más 
			en notable contradicción con las pretensiones de Boullan en el 
			sentido de ser la reencarnación de Juan el Bautista.
 
			 
			Esa idea bien pudo ser la inspiración de Joris Karl Huysmans (un 
			devoto del culto a las Vírgenes negras), al menos cuando eligió el 
			nombre de su personaje «doctor Johannès», inspirado en Boullan (y 
			tanto que ése era uno de los alias que utilizaba el mismo Boullan), 
			como protagonista de su novela sobre el satanismo Là Bas («Allá 
			abajo», 1891). Pero se equivocaría quien precipitase conclusiones: 
			el doctor Johannès era un sacerdote que practicaba la magia para 
			luchar contra el satanismo, y víctima de la incomprensión de la 
			Iglesia, que naturalmente condena toda magia como cosa del Diablo. Huysmans fue amigo de Boullan y le acompañó en Lyon mientras se 
			documentaba para su novela. No obstante llegar a entender no poco de 
			magia, siguió siendo un hijo devoto de la Iglesia, teóricamente al 
			menos.
 
			 
			En la actualidad Là Bas todavía es bastante leída por su morbosa 
			descripción de una misa negra, que tiene todos los visos de ser el 
			relato de un testigo presencial. Sin embargo, los verdaderos «malos» 
			de la narración son los rosacruces, en lo que se hace eco de una 
			notoria batalla mágica entre Boullan y los miembros de ciertas 
			órdenes rosacruces que florecían por entonces en Francia.
 
			  
			 
			Se puede 
			juzgar incongruente que precisamente unos rosacruces fuesen tan 
			enemigos de Boullan y de todo lo que éste representaba. También es 
			posible que el conflicto no fuese más que un choque de caracteres, 
			como suele ocurrir característicamente entre movimientos de ese 
			género, o tal vez la frivolidad con que Boullan aventaba sus 
			secretos alarmó a algunos rosacruces.  
			 
			En efecto, Francia estaba hecha un hervidero de logias ocultas. 
			Varias órdenes 
			rosacruces representaban la evolución de la especialidad de 
			movimientos 
			templario-masónico-rosacruces hallados en el sudoeste de Francia. 
			Aunque no 
			eran desde luego unas órdenes masónicas estrictas, ciertamente 
			estuvieron aliadas 
			con los sistemas masónicos ocultos como el Rito Escocés Rectificado 
			y los Ritos 
			Egipcios.
 
			  
			 
			Ambos grupos, el masónico y el rosacruz, abrazaban la 
			filosofía
			martinista, queremos decir las enseñanzas ocultistas de Louis Claude 
			de Saint-Martin. O dicho de otro modo, apenas cabe exagerar la influencia que 
			tuvo el
			martinismo: en la actualidad, los francmasones del Rito Escocés 
			Rectificado se
			reclutan casi exclusivamente entre martinistas.65 
			 
			La primera de estas organizaciones rosacruces retoñó por lo visto de 
			una 
			logia masónica algo irregular llamada La Sagesse (es decir, 
			Sabiduría o Sophia) de
			Toulouse. Hacia 1850 uno de sus miembros, el vizconde de Lapasse 
			(1792-1867),
			prestigioso doctor y alquimista, fundó la Ordre de la Rose-Croix, du 
			Temple et du
			Graal.66
 
			  
			 
			Después de él dirigió la orden Joseph Péladan (1859-1918), 
			que también era de Toulouse y acabaría por convertirse en lo que 
			podríamos llamar el Padrino de todas las sociedades rosacruces 
			francesas de la época.  
			 
			Péladan era gran entendido en ocultismo; tras recibir la inspiración 
			del
			escritor francés Éliphas Lévi (de su verdadero nombre Alphonse Louis 
			Constant,
			1810-1875), desarrolló un sistema de magia que ha sido descrito como 
			«potaje de 
			catolicismo erótico y magia»,67 y organizó el popular Salon de la 
			Rose + Croix (hay
			un interesante cartel anunciador de una de estas reuniones, en el 
			que se representa 
			a Dante como Hugo de Payens, el primer Gran Maestre de los 
			templarios, y a
			Leonardo como el custodio del Grial (véase pliego ilustrado).
 
			  
			 
			Creía 
			que la Iglesia
			católica era depositaria de unos conocimientos que ella misma había 
			olvidado, y le 
			interesaba especialmente el Evangelio de Juan.68 También se adelantó 
			a los 
			estudiosos modernos por cuanto supo ver que los fidele d’amore 
			habían sido una
			sociedad esotérica, a la que él relacionaba concretamente con los 
			rosacruces del 
			siglo XVII.69 
			 
			Péladan conoció a otro ocultista, Stanislas de Guaïta (1861-1898), y 
			ambos fundaron en 1888 la Ordre Kabbalistique de la Rose-Croix. Se 
			trata del mismo Guaïta que se infiltró en la Iglesia del Carmelo 
			cuando la dirigía Boullan, y junto con Oswald Wirth, un miembro 
			desengañado de ese culto, escribieron el libro El Templo de Satán, 
			donde todo el montaje quedaba denunciado por diabólico. Entonces se 
			produjo la batalla mágica, con acusaciones mutuas entre Boullan y 
			Guaïta de haber usado medios mágicos para obtener la muerte del 
			otro.
 
			  
			 
			Tal vez sea decepcionante, pero Boullan murió de causa 
			natural, a lo que parece, aunque previamente la disputa había 
			motivado dos desafíos reales a duelo, uno de éstos entre Guaïta y 
			Jules Bois, un discípulo de Boullan, y el otro entre éste y uno de 
			los rosacruces, Gérard Encausse (más conocido como Papus). Ambos 
			encuentros terminaron sin vencedor ni vencido.  
			 
			Este episodio es un tema favorito de los que escriben sobre 
			ocultismo, pero nunca ha quedado explicado satisfactoriamente. ¿Qué 
			motivos tendrían Guaïta y los rosacruces de París para emprender una 
			vendetta contra Boullan? (cabe recordar en este contexto que la 
			única prueba de las depravaciones supuestamente perpetradas por 
			Boullan y seguidores es la palabra de Guaïta y Wirth). A primera 
			vista no hay relación real, ni motivo para una disputa, entre las 
			logias ocultas y la orden de Boullan, que era esencialmente 
			religiosa.
 
			 
			Si profundizamos un poco, sin embargo, aparece la razón: De Guaïta y 
			un tribunal de rosacruces habían condenado ya a Boullan por 
			«profanar» y revelar enseñanzas que los rosacruces consideraban 
			«secretos cabalísticos», es decir de sus dominios.70 Y esta condena 
			fue pronunciada el 23 de mayo de 1887, antes de que Guaïta se 
			infiltrase en el grupo de Boullan. Ése fue el verdadero motivo por 
			el cual estimaron necesario pararle los pies.
 
			 
			A algunos comentaristas parece habérseles escapado la deducción 
			lógica: si 
			los rosacruces consideraban que Boullan con sus ritos usurpaba algo 
			que les
			pertenecía a ellos, entonces los rosacruces sin duda practicaban 
			también ritos sexuales.
 Para ellos el delito de Boullan consistía en hacerlos públicos.
 
			 
			París a finales del siglo XIX era un gran emporio de erudición y 
			filosofía ocultistas, lo cual reflejaba tal vez la búsqueda 
			finisecular de un sentido de la vida. Por eso atrajo a pensadores y 
			artistas de todas clases, como Oscar Wilde, Debussy y 
			W. B. Yeats. 
			(Como siempre, la auténtica Comunidad Europea era una hermandad 
			oculta.) Los salones bullían de rostros famosos tan impacientes por 
			recoger fórmulas mágicas como por captar la chismografía más 
			reciente, entre ellos Marcel Proust, Maurice Maeterlinck y la 
			cantante de ópera Emma Calvé (1858-1942). Esta belleza célebre acabó 
			teniendo salón propio, donde recibía a todo el que tuviese algo que 
			contar, sobre todo si se trataba de algún gran secreto ocultista. En 
			estos círculos se movieron también Joséphin Péladan, Papus y 
			Jules Bois (que fue uno de los muchos amantes de Emma Calvé).
 
			 
			Muchos de los agentes principales de este mundillo eran oriundos del 
			Languedoc, como la misma Emma Calvé (en modo alguno desconocedora 
			del misticismo; la famosa visionaria de La Salette, Melanie Calvet, 
			era pariente suya y, a su vez, ésta fue amiga de Adèle Chevalier, la 
			monja seducida por Boullan que se convirtió en su consorte y 
			ayudante). También tuvo Emma Calvé una intervención significativa en 
			el enrevesado caso del abbé Saunière, cura de la aldea languedociana 
			de Rennes-le-Château, sobre cuyo suceso volveremos luego.
 
			 
			Llama la atención que Emma comprase en 1894 el castillo de 
			Cabrières, en Aveyron, cerca de Millau, que era su ciudad natal. De 
			aquel lugar se dijo que había servido de escondite en el siglo XVII 
			al muy buscado Libro de Abrahán el Judío, el mismo que sirvió a 
			Flamel para conseguir la Gran Obra.71 En su autobiografía la Calvé 
			consigna que el castillo había sido «refugio de cierto grupo de 
			caballeros templarios»,72 pero luego se calla con malicia lo demás.
 
			 
			Hubo más grupos ocultistas importantes originarios del Languedoc y 
			relacionados con sociedades rosacruces. Estuvieron influidos por la 
			francmasonería de la Observancia Templaria Estricta del barón
			Von 
			Hund, pero el influjo principal fue el del discutido personaje que 
			se llamó conde Cagliostro (17431795).73
 
			 
			Denunciado generalmente como charlatán, y desde luego poseedor de 
			grandes dotes de comediante, fue sin embargo un genuino buscador del 
			conocimiento oculto. Nacido Giuseppe Balsamo, tomó de una madrina 
			suya el título de conde Alessandro Cagliostro. A los veintidós años 
			se introdujo en el ocultismo durante una visita a Malta, donde 
			conoció al Gran Maestre de los caballeros de Malta, que era 
			alquimista y rosacruz, y se aficionó a estos temas. Alquimista y 
			francmasón muy influido por la Observancia Templaria Estricta de Von 
			Hund, en abril de 1777 fue admitido en Gerrard Street, del Soho 
			londinense, donde había una logia de esa obediencia. Viajó mucho por 
			toda Europa, aunque pasó la mayor parte de su tiempo en Alemania 
			expresamente dedicado a buscar los conocimientos perdidos de los 
			templarios. También adquirió reputación como sanador.
 
 
			 
			En 1789 recibió del papa la autorización para visitar Roma, donde 
			tan pronto como llegó fue puesto en manos de la Inquisición bajo 
			cargos de herejía y conspiración política (por orden del mismo 
			papa), y sentenciado a cadena perpetua. Murió en las mazmorras del 
			castillo de San León en 1795.  
			 
			Cagliostro había establecido el sistema de la francmasonería 
			«egipcia» (la
			logia madre se fundó en Lyon, 1782), que consistía en sendas logias 
			masculina y
			femenina quedando ésta a cargo de su mujer, Serafina. Según Lévi, 
			esto fue un
			intento de «resucitar el culto mistérico de Isis».74
 
			  
			 
			Los frutos de la investigación de Cagliostro entre las sociedades 
			ocultas de
			Europa quedaron recogidos en un cuerpo de conocimientos que se llamó 
			el Arcana Arcanorum, es decir «Secreto de los Secretos», o A. A., término 
			originario de los
			rosacruces del siglo XVII. Pero consistía fundamentalmente en 
			descripciones de
			prácticas mágicas que hacían mucho hincapié en la «alquimia 
			interior». Como 
			hemos visto, ésas son en esencia técnicas sexuales afines al 
			tantrismo... pero
			Cagliostro las había aprendido en Alemania, entre los grupos 
			rosacruces.75 
			 
			Fue bajo la autoridad de Cagliostro que se creó en Venecia el 
			Rito 
			de Misraïm
			(que quiere decir «los egipcios» en hebreo), en 1788. Alrededor de 
			1810 lo llevaron 
			a Francia los tres hermanos Bédarride, donde el sistema quedó 
			incorporado al Rito
			Escocés Rectificado de la francmasonería.76
 
			  
			 
			El Rito de Misraïm fue antecedente directo del Rito de Menfis, del 
			cual hemos
			mencionado anteriormente que fue fundado por Jacques Étienne 
			Marconis de
			Nègre, y que el Priorato de Sión se dice vinculado al mismo. (Ambos 
			sistemas
			quedaron unificados como Rito de Menfis-Misraïm en 1899 siendo Gran 
			Maestre el
			ocultista Papus, quien lo acaudilló hasta su muerte en 1918.) El 
			Rito de Menfis
			también estaba estrechamente asociado con una sociedad secreta 
			llamada los Philadelphians, que había fundado en 1780 el marqués de Chefdebien: 
			otra
			derivación de la Observancia Templaria Estricta de Von Hund, pero 
			creada con la
			expresa intención de adquirir conocimientos ocultos. Marconis de 
			Nègre reconoció
			la proximidad con los de Filadelfia y dio el título de «los 
			filadelfos» a uno de los 
			grados de su movimiento.77 
			 
			Ninguno de los dos ritos, ni el de Menfis ni el de Misraïm, tomados 
			cada uno por su lado, tuvo mucha repercusión; pero una vez asociados 
			como Menfis-Misraïm se convirtieron en una fuerza de mucho cuidado, 
			y su influencia se extendió como una marca por toda la 
			clandestinidad del ocultismo europeo. Entre sus miembros hubo astros 
			tenebrosos como 
			Aleister Crowley y también luminarias de la mística 
			como Rudolf Steiner. Y también estaba Karl Kellner, el que luego 
			fundó con Theodore Reuss la Orden de los Templarios de Oriente, más 
			conocida bajo sus siglas OTO.
 
			 
			Esta organización trataba y trata explícitamente de magia sexual. Y 
			aunque 
			muchos creen que representa una occidentalización del tantrismo, 
			también fue en
			buena medida un desarrollo lógico de los secretos que enseñaba la 
			Menfis-
 Misraïm, a su vez derivados de los conocimientos adquiridos por 
			Cagliostro entre
			los grupos alquímicos y rosacruces de Alemania y las logias de la 
			Observancia Templaria Estricta.
 
			 
			Crowley abandonó la Menfis-Misraïm para ingresar en la OTO, de la 
			que
			llegó a ser Gran Maestre. Otro personaje influyente que pasó de 
			aquélla a la OTO 
			fue Rudolf Steiner, quien tras cobrar fama gracias a una variante 
			«pura» de
			misticismo, la antroposofía, procuró poner sordina a su pertenencia 
			a dicha orden, 
			en lo que tuvo tanto éxito que ni siquiera se ha enterado la mayoría 
			de sus 
			ardientes seguidores actuales. Cuando murió, sin embargo, fue 
			inhumado llevando 
			sus paramentos de la OTO.78
 
			 
			Significativamente, Theodore Reuss escribió que la magia sexual de 
			la OTO
			era «la LLAVE que abre todos los secretos masónicos y herméticos 
			[...].»79 También 
			declaró sin más rodeos que la magia sexual había sido el secreto de 
			los caballeros 
			templarios.80
 
			 
			Un nuevo vástago del movimiento Menfis/Misraïm cobró forma en la
			Inglaterra de finales del siglo XIX. Fue la Orden hermética Golden 
			Dawn, o del
			«Amanecer Dorado», entre cuyos miembros figuraron Bram Stoker, 
			empresario
			teatral más conocido por su novela Dracula; el tan repetido Aleister 
			Crowley; el
			místico, poeta y nacionalista irlandés W. B. Yeats; y una figura de 
			la sociedad,
			Constance Wilde, la viuda del infeliz Oscar.
 
			  
			 
			Fundada en 1888 por Macgregor
			Mathers y W. Wynn Westcott, su linaje directo se remonta a la Cruz 
			Oro y Rosa, es
			decir la orden alemana de Observancia Templaria Estricta que 
			comentábamos en el
			capítulo anterior, de la que tomó muchos de sus ritos y nombres de 
			los grados.81 La Golden Dawn utilizó también ritos tomados de la Menfis/Misraïm. A 
			fin de
			cuentas, pues, los títulos de la orden le venían del barón Von Hund, 
			puesto que
			tanto la influencia alemana como la francesa derivan de éste y sus 
			ritos 
			templaristas.82 
			 
			La Golden Dawn es mucho más conocida en el mundo de habla inglesa 
			que los demás grupos europeos, para aquél exóticos. Ostenta fama de 
			gran integridad y parece a primera vista una agrupación de 
			esotéricos aficionados a reunirse disfrazados para entonar fórmulas 
			incantatorias. Es decir, apenas más que unos ocultistas de cenáculo, 
			animados de ideas sublimes. En cambio, entre los estudiosos 
			franceses del ocultismo la Golden Dawn tiene una reputación mucho 
			más siniestra; en 1891, cuando abrió la sucursal de París ingresaron 
			en ella la mayoría de los personajes dudosos que hemos citado antes, 
			incluso Jules Bois, que parecía estar en todas partes al mismo 
			tiempo.
 
			 
			En realidad también la Golden Dawn inglesa tuvo un aspecto poco 
			conocido y más profundo. De hecho era dos órdenes diferentes: por 
			una parte, el escaparate público bien conocido y respetable; por 
			otra, una orden interior llamada la Rosa de Rubí y la Cruz de Oro, 
			en la que sólo se ingresaba a invitación de padrinos. A lo que 
			parece la orden externa servía como coto de reclutamiento para el 
			círculo interno y secreto, cuyas prácticas incluían ritos sexuales.
 
			 
			Ciertamente la Golden Dawn supo guardar bien sus secretos. Durante 
			años,
			incluso autores como Katan Shu’al,83 no ya introducidos sino que 
			formaban parte
			del mundo ocultista ellos mismos, no pudieron escribir más que 
			especulaciones acerca de los ritos sexuales de la orden. Parece ser 
			que los hubo, aunque esta afirmación se funda en indicios 
			fragmentarios.
 
			  
			 
			Quizá sería más exacto decir que los elementos 
			sexuales se hallaron presentes en la misma fundación de la orden. La Golden Dawn derivaba de otra organización, la 
			Societas Rosicruciana 
			in Anglia, entre cuyos fundadores estuvo un tal Hargrave Jennings 
			(1817-1890), cuyos escritos sobre magia sexual son de lo más 
			explícito que podía permitirse un caballero de la época victoriana. 
			En su voluminosa obra The Rosicrucians: Their Rites and Mysteries 
			(1870), Jennings, por decirlo en palabras de otro escritor como 
			Peter Tompkins,  
				
				«insinuó con toda la claridad posible que aquellos 
			ritos y misterios eran de naturaleza fundamentalmente sexual».84 
			 
			Por 
			ejemplo, al discutir el simbolismo sexual de los dos triángulos 
			entrelazados que forman el Sello de Salomón (o la Estrella de 
			David), Jennings desarrolla explícitamente el asunto:  
				
				[...] la pirámide indica la potencia femenina correspondiente, 
			tumefactiva o ascendente, no
			sumisiva, sino de respuesta sugestiva, sincronizada en el clítoris 
			anatómico [...] ese objeto
			excéntricamente diminuto que lo significa todo en la anatomía 
			rosacruz.85 
			 
			El 18 de julio de 1921 Moina Mathers —una de las fundadoras de la 
			Golden Dawn, y hermana del filósofo Henri Bergson— escribió una 
			carta a Paul Foster Case, que era el encargado de la rama 
			neoyorquina de la orden, porque se había enterado de que éste 
			enseñaba ritos sexuales:  
				
				Lamento que nada relativo a la Cuestión Sexual haya trascendido en 
			el Temple a estas 
			alturas, ya que apenas estamos empezando a tocar directamente los 
			asuntos sexuales, y 
			desde luego sólo entre los grados más altos [...].86 
			 
			Más adelante, cuando Dion Fortune (de su verdadero nombre Violet 
			Firth), escritora de ocultismo y miembro de la Golden Dawn, se puso 
			a escribir artículos sobre la sexualidad, Moina quiso expulsarla por 
			traicionar los secretos de la orden. Pero luego tuvo que reconocer que Dion Fortune no estaba en 
			disposición de
			conocerlos, puesto que aún no había alcanzado el grado suficiente.87
 
			 
			Ahora admiten los comentaristas, como Mary K. Greer,88 que hay 
			pruebas en apoyo de la idea de que la Golden Dawn practicó en efecto 
			la magia sexual, si bien la consideraba demasiado poderosa y 
			preciosa como para echarla a perder divulgándola entre los neófitos 
			y los grados inferiores.
 
			 
			También se encuentran insinuaciones en cuanto a los secretos 
			interiores de la 
			Golden Dawn en la descripción de una visión conjunta que tuvieron 
			poco después
			de 1890 Florence Farr y Elaine Simpson, dos adeptas del sistema. La 
			primera, una
			célebre actriz de teatro londinense, fue también conocida por sus 
			aventuras con 
			famosos, como George Bernard Shaw y el cofrade ocultista W. B. Yeats.
 
			  
			 
			El caso fue
			que Florence y su colega en experimentos mágicos Elaine emprendieron 
			juntas un
			viaje astral, una especie de aventura gemela por los Planos 
			Interiores de la 
			alucinación compartida. Este fenómeno es un elemento bastante común 
			del 
			entrenamiento mágico, y suele ser parte del pathworking cabalístico 
			o «recorrido del
			camino», una especie de proyección mental o asociación de imágenes 
			que utiliza el clásico esquema del «Árbol de la Vida».  
			 
			Florence y Elaine se propusieron visitar la «esfera de Venus» en su 
			visión mental conjunta. La culminación de su viaje astral asumió la 
			forma de un encuentro con un sorprendente arquetipo femenino, que 
			les dijo con una sonrisa:
 
				
				Yo soy la poderosa Madre Isis, la más fuerte del mundo porque no 
			lucha pero siempre vence. Yo soy la Bella Durmiente que han buscado 
			los hombres de todas las épocas. Los caminos que llevan a mi 
			castillo están plagados de peligros y engaños. Algunos se duermen, 
			no habiendo sabido encontrarme, o han seguido a la Fata Morgana que 
			desencanima a todos los que se someten a su ilusoria influencia. Yo 
			me elevo a lo alto y pongo bajo mí a los hombres. Soy cuanto el 
			mundo desea, pero pocos me encuentran. Mi secreto, cuando se 
			pronuncia, es el secreto del Santo Grial [...].  
				He dado mi corazón al mundo, ésa es mi fuerza. El Amor es la Madre 
			del Hombre-Dios, que 
			entrega la quintaesencia de su vida para salvar de la destrucción a 
			la humanidad y mostrar 
			el camino hacia la vida eterna. El Amor es la Madre del 
			Cristo-Espíritu, y este Cristo es el 
			amor más alto. Cristo es el corazón del amor, el corazón de la Gran 
			Madre Isis, la Isis de la
			Naturaleza. Él es la expresión de su poder. Ella es el Santo Grial, 
			y Él es la sangre vital del 
			Espíritu que se halla en la copa.89
 
			 
			Acompañaron a estas palabras intensas imágenes de una copa color 
			rubí, y una cruz tribarrada.  
			 
			A primera vista esa descripción parece otro ejemplo de balbuceos del 
			género 
			«Nueva Era» en el que Jesús y la Diosa egipcia Isis se confunden con 
			la noción del
			Santo Grial sencillamente porque todo eso suena a místico y arcano. 
			Pero tal como 
			escribió el malogrado experto en ocultismo Francis X. King, hay en 
			ello dos puntos
			que no conviene pasar por alto:
 
				
				«El primero es la identificación de 
			la Santa Virgen, 
			“la Madre del Hombre-Dios”, con Venus, la Diosa del amor, en este 
			caso amor 
			sexual o eros, no agapé. El segundo es la identificación del Grial 
			con Venus, el yoni
			arquetípico u órgano femenino de la procreación».90 
			 
			El lector moderno, si es además escéptico, tal vez interpretará la 
			visión de esas damas como una realización de deseos, o fantasía de 
			sexo al alimón, especialmente si conoce la reputación subida de 
			color de Florence Farr como una homóloga británica de Emma Calvé. 
			Pero la visión supuestamente venía a revelar un secreto que cuadraba 
			con la filosofía mágica de la Golden Dawn, y de ahí la extrañeza de 
			Francis X. King cuando se pregunta de dónde sacaron las mujeres su 
			imaginería, considerando que la sociedad no tenía nada que ver, como 
			él cree, con ningún tipo de rito sexual.  
			  
			 
			Pero lo que indica la 
			visión, en cambio, y con no poco énfasis, es que sí tenía que ver, 
			aunque una vez más observamos que los ritos en cuestión eran sólo 
			para los iniciados de los grados superiores, los del círculo 
			interior.  
			 
			La importancia de la visión estriba en que relaciona a Isis con el 
			Grial y con la
			sexualidad, lo cual no habría extrañado en absoluto a los 
			alquimistas, los gnósticos 
			ni los trovadores. Que el Grial, visto aquí como el tradicional 
			cáliz, sea un símbolo 
			femenino, se entiende sin más explicaciones en nuestros tiempos 
			posfreudianos,
			pero todavía era una gran revelación para los predecesores. Pero 
			aquí el fluido rojo, la sangre que contiene, lo lleva Isis...
 
			 
			Es interesante asimismo el tema de la Bella Durmiente mencionado en 
			el relato de la visión de estas mujeres, y que ocupa lugar destacado 
			en 
			
			Le serpent rouge, el texto clave del 
			Priorato de Sión. La 
			búsqueda de la Bella Durmiente es un motivo reiterado y se entreteje 
			con el de la búsqueda de la reina de un reino perdido. Como hemos 
			tenido ocasión de comentar, el documento en cuestión también se 
			ocupa mucho de María Magdalena y de Isis, característicamente 
			combinadas como si hubieran sido el mismo personaje.
 
			 
			La búsqueda de la reina es imaginería alquímica, así que no debería
			extrañarnos que su meta sea hallar esas encarnaciones de la 
			sexualidad, la 
			Magdalena e Isis. Llama la atención que todavía hoy casi nadie se 
			aviene a admitir
 o reconocer el rol de la sexualidad en los movimientos heréticos y 
			ocultistas, cuando apenas cabe exagerar la importancia que tiene. Es 
			así que la sexualidad jamás ha sido una cuestión secundaria, ni el 
			reflejo de una flaqueza particular, sino que figura en el corazón de 
			la mayoría de las organizaciones clandestinas más poderosas.
 
			 
			La tradición que más nos interesa y que está en el fondo de esta 
			investigación depende en efecto de la noción de sexualidad sacra. 
			Como hemos visto, parece que la constituyen dos líneas temáticas 
			principales, la de la reverencia hacia la Magdalena y la de la 
			reverencia hacia Juan el Bautista. En esta fase de nuestro estudio 
			nos planteábamos la posibilidad de que la Magdalena fuese una figura 
			simbólica, sencillamente, que representase la idea de la sexualidad 
			sagrada, sin que esta imagen guardase relación con ningún personaje 
			histórico real. En cualquier caso no es difícil de entender una 
			relación entre María Magdalena y la sexualidad, y parece 
			perfectamente natural.
 
			 
			No sucede lo mismo, por supuesto, cuando seguimos el hilo de Juan el 
			Bautista, a ver si ese hilo pasa por la idea de sexualidad sagrada. 
			Pero el relato bíblico y la tradición cristiana han creado la imagen 
			poderosa y sin fisuras de un hombre rigurosamente ascético, una 
			especie de John Knox, de moralidad intransigente y castidad 
			inquebrantable. ¡Cómo va a ser ésa una figura importante para ningún 
			culto basado en las prácticas sexuales!
 
			  
			 
			En el plano superficial se 
			diría que nunca existió ni pudo existir semejante conexión... y sin 
			embargo, una y otra vez en el decurso de nuestras averiguaciones 
			resulta que al menos los ocultistas han creído siempre, generación 
			tras generación, que sí existió. Y como hemos comentado al tratar de 
			la Golden Dawn, el plano superficial puede ser muy engañoso, 
			tratándose de grupos ocultos, cuya raison d’être auténtica puede 
			reservar sorpresas importantes.  
			 
			Florence Farr y sus colegas de la Golden Dawn pertenecían a un 
			amplio
			círculo internacional de ocultistas en el que figuraban también 
			Péladan y Emma
			Calvé. Las sociedades con las que tuvieron afinidad esgrimieron 
			muchas 
			influencias, y ha sido esa trama de sociedades la que ha 
			suministrado el marco de 
			referencia a uno de los misterios más famosos de Francia, que afecta 
			íntimamente al 
			
			Priorato de Sión.
 
			 
			El foco de todos los Dossiers secrets y demás material por el estilo 
			que emite el Priorato de Sión es, desde luego, el misterio de 
			
			Rennes-le-Château. Le serpent rouge, por ejemplo, alude a un gran 
			número de localizaciones de ese pueblo y de los alrededores. Era 
			inevitable que dirigiésemos nuestra atención a Rennes-le-Château, de 
			manera que no tuvimos otro remedio sino regresar al Languedoc, el 
			corazón de la herejía.
 
			  
			
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