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			6. EL LEGADO TEMPLARIO  
			
			 
			 
			Para la mayoría de los historiadores, con los violentos 
			acontecimientos de comienzos del siglo XIV cayó para los templarios 
			el telón del último acto. Consecuentes con ello, no se molestan en 
			buscar indicios de una posible continuación de su existencia.  
			
			  
			
			 
			En 
			cambio la tradición ocultista siempre ha hablado de unos 
			descendientes espirituales de aquellos caballeros templarios y dice 
			que siguen viviendo entre nosotros, e incluso hay asociaciones 
			actuales que se pretenden sus herederas. Es más, como ha demostrado 
			de manera persuasiva la abundancia de estudios recientes, no sólo 
			sobrevivió la Orden sino que ejerció una influencia enorme sobre la 
			cultura occidental.  
			
			 
			 
			Son profundas y de largo alcance las consecuencias de ello. Porque 
			si se dedicaron a recoger conocimientos esotéricos y alquímicos, tal 
			como nosotros y otros investigadores creemos, cualquier caso de 
			supervivencia de los templarios apuntaría a algún tipo de 
			continuidad de importantes secretos a través de una tradición oculta 
			que quizá seguiría existiendo hoy día.  
			
			  
			
			 
			Estos secretos, entre los 
			cuales figurarían quizá los conocimientos científicos de los 
			antiguos alquimistas y las prácticas mágicas de las tradiciones 
			esotéricas orientales, tal vez están supérstites todavía, incluso en 
			nuestra misma sociedad. En tal caso, y en tanto que ejemplos 
			caracterizados de un antiguo sistema de creencias y prácticas 
			heréticas, quizá los templarios de hoy arrojarían alguna luz sobre 
			nuestra investigación. Ante todo debíamos persuadirnos de que los 
			templarios no se extinguieron.  
			
			 
			 
			El sentido común nos dice que es muy implausible que unas gentes tan 
			bien organizadas se entregasen como corderos destinados al 
			sacrificio. En primer lugar no todos los caballeros de Europa 
			cayeron en la encerrona de aquel trascendental viernes trece. Ese 
			tipo de cataclismo para la Orden sólo ocurrió en Francia, y aun allí 
			algunos lograron escapar. En otros países hubo criterios 
			discrepantes en cuanto a la persecución y supresión. Eduardo II de 
			Inglaterra, por ejemplo, se negó a creer que los templarios fuesen 
			culpables de lo que se les acusaba, e incluso se embarcó en un 
			acalorado debate con el papa. Además se negó de plano a utilizar la 
			tortura contra los caballeros.  
			
			 
			 
			En Alemania se produjo una escena estupendamente cómica cuando Hugo 
			de Gumbach, el Maestre de los templarios alemanes, hizo una 
			espectacular entrada en el sínodo convocado por el arzobispo de 
			Metz, armado hasta los dientes y acompañado de una veintena de 
			aguerridos caballeros cuidadosamente elegidos. Una vez allí proclamó 
			que el papa era un corrupto y que convenía fuese depuesto; que la 
			Orden era inocente... afirmación que estaba dispuesto a defender en 
			juicio de Dios mediante combate singular contra los allí reunidos, 
			uno a uno o todos a la vez. Tras un instante de estupor se disolvió 
			la asamblea allí mismo y dejaron la prueba de la inocencia de los 
			templarios para otro día.  
			  
			
			 
			En Aragón y Castilla los obispos procesaron a los templarios y 
			dictaminaron su inocencia. Sin embargo, por muy tolerantes o muy 
			liberales que los jueces quisieran mostrarse para con los 
			caballeros, la bula del papa disolviendo formalmente la orden en 
			1312 no se podía ignorar. Pero incluso en Francia los ejecutados 
			fueron relativamente pocos; muchos recobraron la libertad después de 
			retractarse, y en otros países se reconstituyeron bajo un nombre 
			distinto, o ingresaron en otras órdenes ya existentes, como la 
			Teutónica de los caballeros alemanes.  
			
			 
			 
			Desde el punto de vista histórico nada indica que los templarios 
			desapareciesen efectivamente. Lo natural sería que hubiesen pasado a 
			la clandestinidad para reagruparse y reconstituirse, o mejor dicho, 
			el procedimiento utilizado para su disolución garantizaba en la 
			práctica esa consecuencia.  
			
			 
			 
			Recordemos que los caballeros «de número» eran muy distintos del 
			círculo interior, los de la minoría dirigente y además depositaria 
			de conocimientos secretos. Es bastante posible que los caballeros de 
			uno y otro nivel estableciesen sus propias organizaciones 
			clandestinas, lo cual equivaldría a crear dos organizaciones 
			distintas cada una de las cuales pretendería ser la legítima 
			heredera del Temple.  
			
			 
			 
			Cuando se disolvió la orden, gran parte de sus tierras pasaron a 
			manos de sus rivales, los hospitalarios. Por el contrario, en 
			Escocia e Inglaterra no hubo mucha transferencia de propiedades; 
			todavía en 1650, algunas fincas de Londres que habían sido del 
			Temple estaban en poder de familias descendientes de templarios 
			según consta documentalmente.1 Lo que aquí nos interesa, sin 
			embargo, no es la continuidad en el régimen de posesión de terrenos 
			y edificios, sino la del conocimiento esotérico templario.  
			
			 
			 
			Aunque no hay pruebas concluyentes de que los templarios fuesen los 
			inspiradores de la red clandestina de los alquimistas, sabemos que 
			el «círculo interior» prestaba atención a la alquimia, y lo indica 
			por ejemplo la cercanía entre los centros de aquéllos, como 
			Alet-les-Bains, y las encomiendas templarias. Hemos visto también 
			que los alquimistas, lo mismo que los templarios, veneraban a Juan 
			el Bautista.  
			
			 
			 
			Recientemente algunos estudiosos han presentado pruebas convincentes 
			de que la francmasonería tuvo sus orígenes en la herencia templaria: 
			es la tesis de Michael Baigent y Richard Leigh en The Temple and the 
			Lodge y asimismo la del historiador e investigador norteamericano 
			John J. Robinson en Born in Blood, quienes coinciden en esa 
			conclusión tras plantearse el tema desde puntos de vista totalmente 
			diferentes.  
			
			 
			 
			Aquéllos habían reseguido la continuidad de los templarios partiendo 
			de Escocia, mientras que el segundo se dedicó a buscar los orígenes 
			de los ritos masónicos actuales, y también él se halló conducido por 
			esa pista hasta los templarios. Resulta así que los dos libros se 
			complementan mutuamente y proporcionan un cuadro bastante completo 
			de los vínculos entre esas dos grandes organizaciones ocultas.  
			  
			
			 
			El punto principal de discrepancia entre Baigent-Leigh y Robinson es 
			que los primeros consideran que la francmasonería tuvo su origen en 
			unos templarios aislados, acogidos al refugio de Escocia, y que 
			pasaron a Inglaterra en 1603 cuando subió al trono el rey escocés 
			Jaime VI, con el consiguiente aumento de influencia de la 
			aristocracia escocesa. En cambio Robinson cree que fue en Inglaterra 
			donde se convirtieron en francmasones los templarios. Aduce este 
			autor con bastante fundamento que los templarios fomentaron la 
			insurrección campesina de 1381 que se dedicó a atacar concretamente 
			las propiedades de la Iglesia y las de los caballeros hospitalarios 
			—las dos organizaciones principales enemigas de aquéllos—, mientras 
			que tuvieron buen cuidado de no dañar los edificios que habían sido 
			de los templarios antiguamente.  
			  
			
			 
			Muchas personas ajenas a estos asuntos creen que la francmasonería 
			es una especie de cofradía de viejos camaradas un poco chiflados, y 
			de paso sirve como camarilla de introducidos que reparte lucrativos 
			negocios e influencias entre sus miembros. En cuanto al rito, se 
			contempla como la parte extravagante de la cuestión, consistente en 
			arremangarse la pernera y proferir juramentos arcaicos desprovistos 
			de sentido. Es posible que la situación haya cambiado, pero en sus 
			primeros tiempos la francmasonería era una escuela mistérica con 
			iniciaciones solemnes basadas en las tradiciones ocultas de la 
			antigüedad, y expresamente encaminadas a obtener la iluminación 
			trascendental además de la función evidente de asegurar la cohesión 
			entre los hermanos.  
			
			 
			 
			En efecto fue una organización oculta en su origen, con dedicación 
			explícita a la transmisión de un conocimiento sagrado. Buena parte 
			de lo que hoy llamaríamos ciencia salió en realidad de esa cofradía, 
			como lo evidencia la constitución de la Royal Society inglesa en 
			1662, que se ocupaba y sigue ocupándose de reunir y dar a conocer el conocimiento científico. Fue el establecimiento oficial de lo que 
			había sido en principio el «Colegio Invisible» de los masones, 
			creado en 1645.2 (Y tal como sucedía en tiempos de Leonardo, se 
			consideraba que el conocimiento oculto y el científico, lejos de ser 
			antitéticos, eran una y la misma cosa.)  
			
			 
			 
			Aunque muchos francmasones modernos sin duda se someten a sus 
			iniciaciones respetando lo solemne y con un sentido de 
			espiritualidad, el panorama de conjunto sí podría decirse que es el 
			de una organización que ha olvidado su sentido originario. Es así 
			que la corriente mayoritaria de la francmasonería actual es la Gran 
			Logia, de fundación relativamente reciente, como que fue constituida 
			el día de san Juan Bautista (24 de junio) de 1717. Con anterioridad 
			había sido una verdadera sociedad secreta, pero la aparición de la 
			Gran Logia marcó la época de su conversión ya realizada en un 
			cenáculo algo pomposo donde se reunían unos amigos, y tomaba un 
			carácter semipúblico porque ya no tenía ningún secreto que guardar.
			 
			
			 
			 
			Así pues, ¿qué antigüedad atribuiremos realmente a la 
			francmasonería? La 
			primera referencia comprobada data de 1641,3 pero si existió la 
			relación con los 
			templarios obviamente debe de ser mucho más antigua. Según los 
			indicios que cita John J. Robinson hubo logias allá por 1380,4 y un tratado de 
			alquimia datado hacia
			1450 utiliza explícitaniente la palabra Freemason.5  
			
			 
			 
			Si hemos de dar crédito a lo que dicen ellos mismos, los masones 
			proceden de las cofradías medievales de canteros (stonemasons), que 
			habían adoptado ademanes y códigos secretos de mutua identificación 
			porque eran portadores de un conocimiento tal vez peligroso, el de 
			la geometría sacra. Sin embargo, y como han demostrado las extensas 
			y meticulosas investigaciones de John J. Robinson, esos 
			gremios brillaron por su ausencia en la Inglaterra medieval.6  
			
			  
			
			 
			Otro mito de 
			los francmasones es la pretensión de que los canteros habían 
			recibido dichos conocimientos secretos de los constructores del 
			fabuloso Templo de Salomón. Si fue así, ¿podían permitirse no hacer 
			caso de otro grupo mucho más obviamente vinculado a dicho templo? 
			Pues en apariencia, evitaron la vinculación más evidente de todas, 
			la de la orden oficialmente llamada de los Pobres Conmilitones de 
			Cristo y del Templo de Salomón, es decir los templarios.  
			
			 
			 
			No obstante, antes de la formación de la Gran Logia los francmasones
			propagaban en realidad el mismo tipo de información que los 
			templarios sobre 
			geometría sacra, alquimia y hermetismo. Por ejemplo, los primeros 
			masones
			prestaron mucha atención a la alquimia, y un tratado alquímico de 
			mediados del 
			siglo XV alude a ellos bajo el nombre de «obreros de la alquimia».7 
			Uno de los
			primeros iniciados masónicos de que haya constancia fue Elias 
			Ashmole (admitido
			en 1646), el fundador del Ashmolean Museum de Oxford, que fue 
			alquimista, hermético y rosacruz.8 
			(Y el primero que escribió acerca de los templarios en términos 
			elogiosos desde la supresión de éstos.)9  
			
			 
			 
			Una de las joyas de la corona masónica es el curioso y fascinante 
			edificio 
			llamado la Rosslyn Chapel, a las afueras de Edimburgo. Visto de 
			fuera parece
			hallarse en estado tan ruinoso que vaya a derrumbarse de un momento 
			a otro, pero 
			el observador queda desengañado al contemplar la robustez del 
			interior... como no 
			podía ser de otra manera, porque la capilla Rosslyn es en la 
			actualidad el foco de
			los francmasones modernos y de muchas organizaciones templarias.10 
			
			 
			 
			Construida entre 1450 y 1480 por el Laird de Rosslyn sir William 
			Saint-Clair, en su origen quiso ser la capilla de la Virgen de un 
			santuario mucho más grande que iba a construirse siguiendo el modelo 
			del Templo de Salomón, pero en realidad se quedó por los siglos tal 
			como estaba. Los Saint-Clair (cuyo apellido cambió más adelante a 
			Sinclair) fueron los protectores, hereditarios de la francmasonería 
			en Escocia desde el siglo XV en adelante;11 no sería por 
			coincidencia que antes hubiesen atendido a la misma misión en favor 
			de los templarios.  
			
			 
			 
			En efecto, la orden del Temple estuvo conectada con los Sinclair y 
			con Rosslyn desde sus mismos orígenes: el Gran Maestro y fundador 
			Hugo de Payens tuvo por esposa a una tal Catalina Saint-Clair. Este 
			linaje de los Saint-Clair/ Sinclair, de ascendencia vikinga, es una 
			de las familias más misteriosas y notables de la Historia, y 
			destacaron en Escocia y Francia desde el siglo XI. (Por cierto que 
			el apellido familiar recuerda al mártir escocés Saint-Clair, quien 
			murió decapitado.)  
			  
			
			 
			Hugo y Catalina visitaron las propiedades de los Saint-Clair en 
			Rosslyn y establecieron allí la primera encomienda templaria de 
			Escocia, que fue luego cuartel general.  
			
			 
			 
			(Como se ha mencionado, Pierre Plantard ha adoptado el patronímico 
			«de
			Saint-Clair» buscando deliberadamente relacionarse con la rama 
			francesa de esa
			antigua familia. Varios comentaristas se han preguntado si tendría 
			derecho a
			utilizar el apellido; lo seguro es que tiene al menos una buena 
			razón para 
			hacerlo.)12 
			
			 
			 
			Indudablemente los templarlos hicieron de Escocia uno de sus 
			principales refugios después de la disolución oficial. Quiza porque 
			dicho país fue en tiempos el reino de Roberto Bruce, excomulgado 
			también, de manera que el brazo del papa no alcanzaba allí. Es 
			bastante plausible que la desaparecida flota templaria recalase en 
			las costas de Escocia, como argumentan Baigent y Leigh.  
			
			 
			 
			Uno de los acontecimientos críticos en la Historia de las islas 
			británicas fue 
			sin duda alguna la batalla de Bannockburn, que ocurrió el 24 de 
			junio (día de san
			Juan Bautista) de 1314 y supuso una derrota definitiva de los 
			ingleses a manos de 
			las fuerzas de Robert Bruce. Sin embargo, los indicios dan a 
			entender que éste
			contó con una ayuda formidable... a saber, la de un contingente de 
			templarios que 
			salvaron la jornada en el último momento.  
			
			  
			
			 
			Desde luego eso es lo que 
			creen los
			modernos caballeros templarios de Escocia (que se dicen 
			descendientes de aquellos 
			fugitivos), motivo por el cual celebran en la capilla Rosslyn los 
			aniversarios de la
			batalla de Bannockburn y dicen que fue la ocasión en que «se alzó el 
			Velo que
			cubría a los caballeros del Temple». Entre los que combatieron en 
			Bannockburn al
			lado de Robert Bruce estuvo un sir William Saint-Clair (diferente 
			del mencionado
			antes), que murió en 1330 y fue enterrado en Rosslyn... en una 
			característica
			sepultura templaria.13 
			
			 
			 
			En cuanto a la capilla Rosslyn, observamos algunas anomalías 
			evidentes en su ornamentación. En el interior de ella no quedó ni un 
			centímetro cuadrado sin esculpir y no sólo está repleta de símbolos, 
			sino que el edificio entero se alzó con arreglo a los elevados 
			ideales de la geometría sacra. Muchos de sus elementos son 
			innegablemente masónicos; así, por ejemplo, exhibe la «Columna del 
			Aprendiz» en explícito paralelismo con el mito masónico de Hiram 
			Abiff,14 y el aprendiz representado en ella recibe el nombre de «el 
			Hijo de la Viuda», que responde a una significativa terminología 
			masónica (y también ha tenido su importancia para la presente 
			investigación). En el dintel contiguo a esa columna leemos la 
			inscripción:  
			El vino es fuerte, el Rey es más fuerte, las mujeres son fortísimas, 
			pero LA VERDAD vence a 
			todos.15 
			
			 
			 
			Ahora bien, y aunque la mayor parte del simbolismo de Rosslyn sea 
			masónico, definitivamente también es templario: la planta de la 
			capilla tiene la forma de la cruz templaria y algunos relieves 
			presentan la famosa imagen de dos jinetes sobre un mismo caballo que 
			fue el sello de los freires. En las cercanías hay una antigua 
			arboleda que tenía forma de cruz templaria.  
			  
			
			 
			Pero también existe en la capilla Rosslyn mucho simbolismo que no es 
			clásicamente masón ni templario. Hay una plétora de imágenes 
			paganas, e incluso algunas islámicas. En el exterior un relieve 
			representa a Hermes, clara alusión al hermetismo, y en el interior 
			se encuentran más de cien representaciones del Hombre Verde, el dios 
			de la vegetación en el antiguo panteón céltico. Tim Wallace-Murphy, 
			el historiador oficial de la capilla Rosslyn, ha relacionado al 
			Hombre Verde con el dios babilónico Tammuz, una más de las 
			divinidades que mueren y resucitan. Todos estos dioses tienen 
			atributos parecidos, y suele representárseles con la cara verde, 
			aunque fue Osiris, el esposo de Isis, el así representado más 
			habitualmente.  
			
			 
			 
			Cuando visitamos a Niven Sinclair, un miembro de la ilustre familla, 
			quedamos prácticamente abrumados por un aluvión de pruebas de que 
			los Sinclair no sólo habían sido templarios, sino también paganos. 
			Apasionado estudioso de la Historia de Rosslyn y de los Sinclair, 
			Niven nos suministró algunos indicios muy reveladores de lo ocurrido 
			con los conocimientos perdidos de los Templarios.  
			
			 
			 
			Según él, están codificados en la obra de la capilla Rosslyn para 
			que fuese posible
			transmitirlos a futuras generaciones. Como él dice,  
			
				
				«el conde 
			William Saint-Clair
			construyó la capilla en una época en que los libros podían ser 
			quemados o 
			prohibidos. Era necesario dejar un mensaje a la posteridad».16 
			 
			
			 
			Mientras Niven iba entusiasmándose con su tema nosotros admirábamos 
			el ingenio aplicado por su antepasado sir William a la creación de 
			ese libro de piedra. O como él nos dijo,  
			
				
				«si vais a la catedral de 
			San Pablo, os bastará una sola visita para verla toda. Pero la 
			capilla Rosslyn es diferente. Figuraos si habré estado allí en 
			cientos de ocasiones, y cada vez descubro algo nuevo. En eso 
			consiste su belleza».  
			 
			
			 
			Rosslyn dista de ser una capilla cristiana típica. Según Niven,  
			
				
				«se 
			dijo que el conde Guillermo la erigió “a la mayor gloria de Dios”, 
			pero si es así, llama la atención que se encuentren tan pocos 
			símbolos cristianos en ella».  
			 
			
			 
			Los Sinclair medievales promovieron activamente celebraciones 
			paganas y
			proporcionaron refugio a los gitanos (de quienes se ha dicho que 
			figuran «entre los 
			últimos practicantes del culto a la Diosa en Europa»).17 También es 
			revelador que 
			según muchas autoridades la cripta de la capilla Rosslyn tuviese en 
			tiempos una
			Virgen negra.18 
			
			 
			 
			Acabábamos de darnos cuenta, no sin cierta sorpresa, de que los 
			templarios no fueron ni con mucho los devotos soldados de Cristo del 
			imaginario popular. Ese camuflaje creado por ellos mismos ha tenido 
			mucho éxito, pero evidentemente cuidaron también de sembrar pistas 
			que manifestasen sus auténticas preocupaciones a quienes «tuviesen 
			ojos para ver». La ornamentación de la capilla Rosslyn no era sino 
			un ejemplo más de ese mensaje críptico pero revelador.  
			
			 
			 
			Como una consecuencia más de la afición de los templarios al 
			conocimiento y su conservación, encontramos asimismo en Rosslyn el 
			llamado «Manuscrito Rosslyn-Hay», la obra escocesa en prosa más 
			antigua que se conoce. Se trata de una traducción de escritos sobre 
			caballería y gobierno debidos a Renato de Anjou;
			en la encuadernación figura la leyenda «JHESUS (sic) - MARIA - 
			JOHANNES».  
			
			  
			
			 
			Y tal como ha dicho Andrew Sinclair en The Sword and the 
			Grail (1992):  
			
				
				No es corriente esa adición del nombre de san Juan a los de Jesús y 
			María, pero puesto que 
			tuvo la veneración de los gnósticos y la de los templarios [...]otro 
			rasgo llamativo de la 
			encuadernación de ese libro es la utilización del Agnus Dei, el 
			Cordero de Dios [...]. El sello
			templario del Cordero de Dios también se halla esculpido en la 
			capilla Rosslyn.19 
			 
			
			 
			El conde William y Renato de Anjou debieron de tener alguna 
			relación, puesto que ambos fueron miembros de la 
			
			Orden del Vellocino 
			de Oro, grupo cuyo designio declarado era la restauración de los 
			antiguos ideales de caballería y hermandad de los templarios.
			Queda claro que los templarios sobrevivieron en Escocia y siguieron 
			teniendo 
			actividad externa, no sólo en Rosslyn sino en otros emplazamientos 
			también.20 
			
			  
			
			 
			En
			1329, sin embargo, el idilio se vio de nuevo amenazado cuando el 
			papa le anuló la 
			excomunión a Robert Bruce y pareció que el largo brazo de Roma podía 
			llegar
			hasta ellos. En algún momento se discutió incluso la posibilidad de 
			lanzar una 
			cruzada contra Escocia, y aunque no llegó a concretarse, los 
			templarios escoceses 
			juzgaron más prudente pasar a la clandestinidad lo mismo que muchos 
			de sus 
			hermanos del resto de Europa. Y de ahí nacieron los comienzos de la
			francmasonería, según se afirma.21 
			
			 
			 
			Es de señalar que algunas ramas de la francmasonería han afirmado 
			siempre que eran descendientes de los templarios y que tenían sus 
			orígenes en Escocia, pero pocos historiadores lo tomaron en serio, 
			pese a que algunos de éstos también eran masones. Podemos suponer 
			que aquellos masones «del Temple» heredaron por lo menos una parte 
			de los secretos templarios auténticos. Esos conocimientos que 
			incluyeron la sabiduría hermética y alquímica, además de la 
			geometría sacra, todavía se juzgan valiosos, tal vez porque 
			responden a preocupaciones muy diferentes de las que interesan en el 
			mundo moderno actual, hablando en líneas generales.  
			
			 
			 
			Fue otro escocés, Andrew Michael Ramsay, quien pronunció ante los 
			francmasones de París, en 1737, lo que luego se llamó Ramsay’s 
			Oration. Caballero de la Orden de San Lázaro, y tutor de Bonnie 
			Prince Charlie—es decir, Carlos Eduardo Estuardo, llamado «el Joven 
			Pretendiente»—, el «caballero» Ramsay recordó a los congregados con 
			especial énfasis que ellos eran descendientes de los caballeros 
			Cruzados, alusión apenas velada a los templarios. Y no tuvo otro 
			remedio que recurrir a un eufemismo porque los templarios todavía 
			eran anatema para la sociedad francesa. En el Discurso dijo también 
			Ramsay otra cosa más discutible, que los masones tenían sus orígenes 
			en las escuelas mistéricas de las diosas Diana, Minerva e
			Isis.  
			
			 
			 
			En los años transcurridos el Discurso ha concitado mucho desdén y no 
			sólo 
			por la mención a los cultos de divinidades femeninas, sino porque el 
			caballero 
			Ramsay había asegurado que la Orden no descendía de los canteros 
			medievales; los entendidos en el tema se centraron en esa 
			proposición y dijeron que al ser ésta evidentemente incierta, 
			quedaba en tela de juicio todo el resto del Discurso. Pero tal como 
			ya hemos mencionado aquí, los estudios recientes han demostrado que 
			no hubo tales gremios medievales de canteros en Gran Bretaña, así 
			que quizá convendría conceder al buen caballero, por lo menos, el 
			beneficio de la duda en cuanto a ésta y las demás proposiciones 
			suyas.  
			
			 
			 
			Este Discurso de 1737 fue la primera insinuación pública de que los 
			francmasones descendieran de los templarios: ¿hubo tal vez alguna 
			relación con el hecho de que apenas un año más tarde el papa 
			condenase a toda hermandad francmasónica? Y más consternante 
			todavía, a esas alturas del siglo XVIII algunos masones fueron 
			encarcelados y torturados por la Inquisición de resultas de esa bula 
			papal.  
			
			 
			 
			Después de la alusión no tan indirecta de Ramsay a la conexión 
			templaria, se produjo otra declaración más explícita y parece que 
			autorizada, aunque éste es uno de los episodios más polémicos en la 
			Historia de la francmasonería. Un tal Karl Gotthelf, barón Von Hund 
			und Alten-Grotkan, aseguró que había sido admitido en una Orden 
			Masónica del Temple, lo cual ocurrió en 1743 y en París, 
			haciéndosele entrega de la «auténtica» Historia de la francmasonería 
			y autorizándosele a fundar logias en base a tal línea de autoridad, 
			que él llamó «la Observancia Estricta del Temple», aunque en 
			Alemania, y esto también es significativo, se llamasen la 
			Confraternidad de Juan el Bautista.22 
			
			  
			
			 
			En cuanto a esa Historia 
			auténtica que se le suministró, entre otras informaciones decía que 
			cuando fue disuelta la orden algunos caballeros huyeron a Escocia y 
			se establecieron allí. El barón Von Hund tenía en su poder una 
			nómina que dijo ser la de los Grandes Maestres sucesores de Jacobo 
			de Molay en la clandestinidad del movimiento templario.  
			
			 
			 
			Las logias de Von Hund tuvieron un éxito fulgurante, pero por 
			desgracia no
			hizo amigos entre los historiadores, que denunciaron sus 
			afirmaciones como 
			charlatanería sin fundamento y desdeñaron «por absurda» su versión 
			de la 
			«Historia auténtica».23 También han pasado de su lista de supuestos 
			Grandes 
			Maestres. La razón primera de esa descalificación global fue que 
			atribuía sus 
			afirmaciones a noticias de unos contactos anónimos —lo que él 
			llamaba «los 
			Superiores Desconocidos»—, lo cual desde luego daba la impresión de 
			que todo 
			fuesen invenciones suyas. Es cierto que las comunicaciones anónimas 
			son episodio 
			frecuente en los grupos ocultistas, como podemos atestiguar 
			personalmente. Pero 
			en los últimos tiempos se han asignado a los Superiores Desconocidos 
			algunos 
			nombres y apellidos muy verosímiles, tanto es así que no hay que 
			descartar que 
			hubiese dicho la verdad en cuanto a sus comunicantes, después de 
			todo.24 
			
			 
			 
			Es de observar que los historiadores nunca han logrado dar una 
			nómina 
			definitiva de los Grandes Maestres de los templarios históricos, 
			atendido el estado 
			fragmentario de los archivos disponibles. Sin embargo la lista de 
			Von Hund es
			idéntica a la que aparece en los 
			
			Dossiers secrets del Priorato de 
			Sión.25 
			
			  
			
			 
			Basándose en
			sus pesquisas, Baigent, Leigh y Lincoln se persuadieron de que la 
			lista del Priorato
			era la más exacta de todas las existentes;26 aunque repitámoslo una 
			vez más, como la documentación escasea nunca podremos estar seguros 
			del todo. En todo caso ha resistido el escrutinio de los 
			profesionales y bien pudiera ser que fuese correcta. Pero aun 
			queriendo ser muy escépticos, si hacia 1950 el Priorato pudo sacarse 
			de la manga una lista retrospectivamente correcta, en 1750 Von Hund 
			difícilmente podía inventarse una lista similar, porque entonces no 
			estaban accesibles los archivos, ni se disponía de estudios 
			históricos acerca de los templarios. Al menos el documento señala 
			una relación común entre la Observancia Estricta del Temple y el 
			Priorato.  
			
			 
			 
			Mucho se ha escrito sobre las pretensiones de Von Hund y su 
			organización, pero es curioso que no se le haya ocurrido a nadie 
			fijarse en sus posibles motivos. De hecho su Observancia Estricta 
			era, fundamentalmente, una trama de alquimistas, y él mismo fue 
			alquimista ante todo y principalmente.27 ¿Quizá continuaba la 
			tradición de los templarios?  
			  
			
			 
			Cualquiera que sea la verdad en cuanto a la organización y las 
			preocupaciones de Von Hund, la francmasonería templaria no tardó en 
			establecerse y se convirtió en una corriente importante de la 
			masonería a ambas orillas del Atlántico. (Se ha sugerido que los 
			templarios se «ocultaban» eficazmente en los grados superiores de la 
			francmasonería.) También influyó la francmasonería templaria en otra 
			evolución que luego se revelaría importante para nuestra línea de 
			investigación: la francmasonería de rito escocés, en especial su 
			forma llamada Rito Escocés Rectificado, que tiene un seguimiento 
			particularmente numeroso en Francia.  
			
			 
			 
			Entre los francmasones franceses circulaba una curiosa leyenda sobre 
			«Maître 
			Jacques», un personaje mítico que fue patrono de las cofradías 
			medievales de 
			canteros en Francia. Según la narración fue uno de los maestros 
			canteros que 
			trabajaron en el Templo de Salomón. Después de la muerte de Hiram 
			Abiff salió de
			Palestina y se embarcó rumbo a Marsella junto con trece oficiales. 
			Los seguidores 
			de su gran enemigo, el maestro cantero Père Soubise, le perseguían 
			dispuestos a
			matarlo, y entonces él se escondió en la cueva de Sainte-Baume, la 
			misma que más tarde ocupó María Magdalena. Pero no le valió de nada, 
			porque fue traicionado y muerto. Este lugar todavía recibe una 
			peregrinación de masones cada día 22 de julio.28 
			 
			El movimiento llamado de los rosacruces es otro firme candidato al 
			título de herederos de la sabiduría esotérica del Temple. Tras haber 
			recibido muchas burlas de los historiadores, que lo consideraban una 
			invención de comienzos del siglo XVII, en la actualidad va ganando 
			terreno la convicción de que sus raíces auténticas están en las 
			tradiciones del Renacimiento. El «ideal rosacruz», o la actitud 
			aunque todavía no recibiese tal nombre, se distingue como fuerza 
			impulsora del Renacimiento y tiene su prototipo en Leonardo. Como ha 
			escrito la distinguida autora Frances Yates:  
			
				
				¿No sería quizá partiendo de la actitud del Mago que una 
			personalidad como Leonardo 
			pudo coordinar sus estudios matemáticos y mecánicos con su obra como 
			artista?29 
			 
			
			 
			Desde luego Leonardo vivió en una época en que los grandes 
			movimientos intelectuales y místicos atraían como imanes a los 
			sedientos de conocimiento y de poder. Teniendo en cuenta la 
			animadversión de la Iglesia era preciso que tales movimientos 
			permanecieran en la clandestinidad, pero sabemos que las tres ramas 
			que florecieron en secreto fueron: la alquimia, el hermeticismo y el 
			gnosticismo. La escuela hermética que proporcionó tan destacados 
			ímpetus a la ilustración renacentista-rosacruz, y el gnosticismo que 
			inspiró a los cátaros, son dos evoluciones de las mismas ideas 
			cosmológicas.  
			
			  
			
			 
			Según éstas el mundo material es el peldaño más bajo 
			en una jerarquía de «mundos» —o de «esferas», como decían ellos, 
			«planos» o «dimensiones» en la terminología actual—, siendo Dios el 
			más alto. El hombre es un ser que fue divino y ha quedado «atrapado» 
			en su cuerpo material, pero aún engloba una chispa divina (como dice 
			el tan repetido adagio hermético, «acaso no sabéis todavía que sois 
			dioses»). Es posible para el hombre reunirse con lo Divino, o mejor 
			dicho es su deber.  
			
			  
			
			 
			Los gnósticos expresaban esta idea desde una 
			perspectiva religiosa (y entonces la reunión con lo Divino se 
			equipara a la salvación), mientras que los herméticos la pensaban en 
			términos mágicos, pero da lo mismo. Es imposible trazar una división 
			nítida entre el gnosticismo y el hermeticismo, como lo es distinguir 
			netamente entre religión y magia.  
			  
			
			 
			Pero hay más todavía, y es que el gnosticismo y el hermeticismo se 
			retrotraen ambos a la misma época y el mismo lugar: el fermento de 
			ideas que ocurrió en Egipto, y más especialmente en la ciudad de 
			Alejandría, durante los siglos I y II de nuestra Era. En aquel gran 
			crisol de concepciones religiosas y filosóficas se fundieron las 
			creencias de muchas culturas —la griega, la persa, la judía, la 
			egipcia antigua e incluso las religiones del Lejano Oriente— para 
			dar origen a ideas que hoy son los fundamentos de la nuestra. (La 
			estrecha relación entre el gnosticismo y el hermeticismo viene 
			documentada por el hecho de que 
			
			los «evangelios gnósticos» 
			encontrados en Nag Hammadi incluyan tratados concebidos como 
			diálogos con Hermes Trismegisto.)  
			
			 
			 
			La cosmología del 
			
			Pistis Sophia, el evangelio gnóstico que atribuye 
			papel protagonista a María Magdalena, en esencia no difiere de la 
			que propugnaron los magos renacentistas como Marsilio Ficino, 
			Cornelius Agrippa o Robert Fludd. Las mismas ideas, y en igual 
			cultura, época y lugar engendraron la alquimia. Aunque ésta bebió 
			también de fuentes muy anteriores, la alquimia en el sentido que 
			entendemos hoy fue un producto de Egipto durante los primeros siglos 
			de nuestra Era. Jack Lindsay ha explorado las raíces de la alquimia 
			y sus paralelismos con las doctrinas herméticas y gnósticas en su 
			libro The Origins of Alchemy in Graeco-Roman Egypt (1970).  
			
			 
			 
			No es difícil comprender el atractivo del gnosticismo, aunque en sí 
			no fuese 
			fácil como opción de vida, dada la trascendencia que atribuía a la 
			responsabilidad 
			individual en función de las acciones. También es evidente el 
			peligro que 
			representaba para la Iglesia de Roma. Se atribuye a Hermes 
			Trismegisto la 
			exclamación «¡oh, qué milagro es el Hombre!», que viene a resumir 
			aquella idea de
			la chispa divina encerrada en el ser humano. Ni los gnósticos ni los 
			hermeticistas se
			humillaban ante su Dios; a diferencia de los católicos, no se 
			consideraban unos 
			indignos ni unos réprobos merecedores, a lo sumo, del purgatorio.  
			
			  
			
			 
			El 
			que se cree
			portador de una chispa divina recibe con ello la noción que hoy 
			llamaríamos 
			«autoestima» o confianza en sí mismo, el ingrediente mágico que le 
			permite realizarla plenitud de sus posibilidades. Ésa fue la clave 
			del Renacimiento, mirado en su 
			totalidad; a consecuencia de esa nueva intrepidez se abrió 
			súbitamente el mundo y comenzó una época de navegaciones y 
			descubrimientos como no se había visto nunca. Peor aún, desde el 
			punto de vista de la Iglesia, la noción de la posibilidad individual 
			de obrar el bien implicaba que las mujeres valían tanto como los 
			hombres, al menos espiritualmente. En el gnosticismo la mujer 
			siempre tuvo algo que decir, e incluso actuaba corno oficiante de 
			ceremonias religiosas. En esto vio la Iglesia católica uno de los 
			grandes peligros del gnosticismo.  
			
			  
			
			 
			Además la idea del origen 
			esencialmente divino de la humanidad no se compaginaba con la 
			doctrina cristiana del «pecado original», es decir que todos los 
			hombres y mujeres nacen con la mancha del pecado en castigo por la 
			caída de Adán y Eva (sobre todo esta última). Es así que todos los 
			infantes son engendrados por medio de un «pecaminoso» acto sexual, 
			por donde tanto las mujeres como los hijos quedaban comprendidos en 
			una especie de conspiración permanente contra los hombres más 
			virtuosos y contra un Dios vengativo. Los sistemas gnósticos y 
			hermético no hacían caso de ningún «pecado original».  
			
			 
			 
			A cada individuo se le invitaba a explorar sus mundos externos e 
			internos buscando la experiencia de la gnosis o conocimiento de lo 
			Divino. Se propugnaba, por tanto, un camino de salvación individual, 
			en total contradicción con la idea del magisterio eclesiástico y el 
			papel mediador del sacerdote en la comunicación de Dios con los 
			hombres. La idea gnóstica de una línea directa con Dios, como si 
			dijéramos, amenazaba la propia existencia de la Iglesia. Si la grey 
			no precisaba de sacerdotes para salvarse, ¿en qué se fundaba la 
			prevalencia de la jerarquía? Lo mismo que en el caso de la alquimia, 
			el gnóstico y el hermético prudentes procuraban mantenerse ocultos a 
			los ojos de la Iglesia.  
			
			 
			 
			Una ciencia prohibida y una filosofía excomulgada: los practicantes 
			de tales creencias desde luego se autoexcluían, como diríamos hoy, y 
			era inevitable que buscaran refugio en las tramas clandestinas. 
			Muchos de esos hombres (pero también hubo mujeres entre los 
			alquimistas del Renacimiento) profesaban opiniones extrañas sobre 
			asuntos como la arquitectura y las matemáticas, además de albergar 
			ideas teológicas excepcionalmente, heterodoxas. Se trataba de gentes 
			peligrosas, por consiguiente, y tanto más porque la necesidad de 
			guardar secreto suele concentrar las actitudes subversivas. Una 
			manifestación principal de esa herejía fue el movimiento rosacruz.
			 
			
			 
			 
			La palabra «rosacruz» se acuñó en el siglo XVII, pero designaba un
			movimiento establecido desde bastante antes. Su primera floración 
			importante, 
			como la de tantos otros movimientos que han tenido trascendencia, se 
			registró durante el Renacimiento. O mejor dicho, apenas sería 
			exagerado afirmar que los rosacruces eran el Renacimiento.  
			
			 
			 
			En la segunda mitad del siglo XV cobró un auge extraordinario la 
			afición al hermeticismo y a las ciencias ocultas. Aunque apenas se 
			manejó por aquel entonces ninguna información nueva, lo que sucedió 
			fue que coincidieron muchas influencias y muchos personajes 
			contemporáneos en el afan de explorar las consecuencias de la 
			doctrina hermética hasta donde alcanzasen sus límites. De súbito, 
			esto pareció materia digna del debate intelectual, sacándola de los 
			enclaves secretos donde había permanecido confinada hasta entonces. 
			Si los entusiastas del Renacimiento hubiesen podido actuar a su 
			antojo, poco habría tardado el hermeticismo en dejar de ser 
			«oculto».  
			
			 
			 
			Esta marea de fascinación hacia todo lo hermético tuvo un centro 
			principal en la corte de los Médicis de Florencia (donde influyó 
			poderosamente sobre Leonardo da Vinci, entre otros muchos grandes 
			pensadores).30 Bajo el patrocinio de los Médicis, en especial 
			Cosme 
			el Viejo (1389-1464) y su nieto Lorenzo el Magnífico (1449-1492), se 
			emprendió la primera gran síntesis de las muchas ideas ocultistas 
			dispersas.  
			
			  
			
			 
			Cosme no sólo envió emisarios en busca de obras 
			legendarias como el 
			
			Corpus Hermeticum, supuestamente escrito por el 
			mismo Hermes Trismegisto, sino que además financió la traducción de 
			esos textos. La corte de los Médicis era el salón donde pontificaban 
			pensadores tan famosos (aunque la cabeza les oliese a pólvora en 
			ocasiones) como Marsilio Ficino (1433-1499), el traductor del 
			Corpus Hermeticum, y Pico della Mirandola (1463-1494), éste autor de una 
			aportación destacable al introducir la teoría y la práctica de la 
			cabalística en aquel crisol de ideas atrevidas.  
			
			 
			 
			Tal vez inducido por su aristocrático patrono a una sensación de 
			seguridad 
			algo errónea, Mirandola proclamó con excesiva franqueza sus ideas 
			ocultistas y no
			tardó en ver sus libros puestos en el índice papal de los 
			prohibidos. Él mismo fue 
			amenazado por el papa Inocencio VIII y por algún tiempo pareció que 
			iba a correr
			la suerte de todos los que se enfrentaban al Vaticano, pero entonces 
			sucedió algo 
			misterioso. El nuevo papa, Alejandro VI, de la familia Borgia, 
			retiró
			sorprendentemente todos los cargos y amenazas, e incluso le escribió 
			una carta en 
			la que le expresaba su simpatía personal. El porqué nunca se supo. 
			Claro que éste 
			fue el papa que hizo decorar sus habitaciones particulares en el 
			Vaticano con 
			frescos inspirados en temas del Egipto antiguo, sobre todo la diosa Isis.31 
			
			 
			 
			Los historiadores modernos tienden a negar el poder y la influencia 
			de lo oculto. Si lo mencionan es sólo para poner de relieve, por 
			comparación, el triunfo de la Era de las Luces, cuando todas 
			aquellas «necedades supersticiosas» fueron rechazadas por 
			quienquiera tuviese un adarme de sentido común. Pero el ocultismo no 
			había desaparecido durante el Renacimiento, sino que fue su motor 
			principal. La fascinación por lo oculto no era un mero síntoma, sino 
			la causa de la nueva apertura en el mundo de las ideas.  
			
			  
			
			 
			En una serie de libros, Frances Yates ha escrito la verdadera 
			crónica de la
			acción ocultista como impulsora del Renacimiento.32 Tal como ella 
			señala, la nueva 
			filosofía oculta se propagó desde Italia al resto de Europa, el 
			punto culminante de 
			cuyo proceso fue la campaña europea de Giordano Bruno (1548-1600), 
			el gran
			predicador del hermeticismo que viajó por muchos países, entre los 
			cuales
			Alemania e Inglaterra, para postular el retorno a lo que era, en 
			esencia, la antigua 
			religión egipcia, y denunciar con característica franqueza los que 
			él consideraba 
			males del cristianismo institucionalizado.33 
			
			 
			 
			Como hemos visto, se creía que el fundador de la ciencia hermética 
			había sido Hermes «el tres veces grande» por medio del fragmento de 
			la Tabla Esmeralda, en el cual condensó muchos y portentosos 
			secretos. Pocos herméticos creyeron esa leyenda en realidad, aunque 
			sí aceptaron la significación del antiguo panteón egipcio. Sin 
			embargo, y por más que los hermeticistas del Renacimiento creyeran 
			que sus secretos procedían del Egipto de los faraones en tiempos de 
			Moisés, en realidad correspondían a una época mucho más próxima a la 
			del Jesús histórico.  
			
			 
			 
			Las raíces de aquellas ideas en Egipto se retrotraen hasta los 
			siglos I a III de nuestra
			Era; con anterioridad a esto sólo puede tenerse por cierta la 
			confluencia de 
			numerosas culturas. No obstante, estudios recientes han demostrado 
			que las 
			investigaciones anteriores habían sobrevalorado la aportación de la 
			filosofía griega 
			y que otras ideas, efectivamente derivadas de la religión de los 
			antiguos egipcios, 
			tuvieron en el desarrollo de las creencias herméticas una influencia 
			mayor de la 
			que venía atribuyéndoseles.34 
			
			 
			 
			Así pues, los hermeticistas habían visto que si bien la antigua 
			Grecia tuvo mucho que ofrecer al raciocinio humano, era sobre todo 
			en Egipto donde se encontraban las claves del conocimiento que ellos 
			buscaban. También comprendieron que ese conocimiento no estaba ahí 
			para ofrecerse a quienquiera que lo buscase, sino que el sistema 
			egipcio se hallaba codificado en una escuela mistérica y que sus 
			secretos requerían vocación por parte del aprendiz, quien se vería 
			obligado a recorrer las arduas etapas de una iniciación progresiva.  
			
			 
			 
			Giordano Bruno llegó a Inglaterra en 1583 y trabó conocimiento en 
			seguida
			con luminarias tales como sir Philip Sydney, el autor de la 
			Arcadia, 
			entre otras
			obras. Sydney, discípulo del doctor 
			
			John Dee (1527-1606), el gran 
			ocultista inglés,
			fue sin duda un personaje importante en ese mundo semiclandestino, 
			como lo 
			indica el hecho de que Bruno le dedicase dos obras durante su 
			estancia en 
			Inglaterra.  
			
			  
			
			 
			Es posible que asistiera al encuentro entre Bruno y 
			Sydney otro
			personaje de los círculos de la sociedad isabelina que participaban 
			de las aficiones 
			ocultistas, un tal William Shakespeare. (Hay quien considera 
			significativo que el
			primer Globe Theatre de Londres se construyese con arreglo a los 
			principios de la
			geometría sacra,35 y no falta quien opine que la última obra de Shakespeare, 
			La
			Tempestad, trata del doctor Dee y hace alusión a gran número de 
			conceptos
			rosacruces.)36 
			
			 
			 
			En cuanto a Bruno, aunque su nombre apenas lo mencionen los libros
			utilizados para enseñar Historia en las escuelas, fue un personaje 
			de estatura 
			comparable a la de Lutero o Calvino. Lo mismo que éstos, o mejor 
			dicho lo mismo que la mayoría de los grandes protagonistas de la 
			Contrarreforma, fue intolerante y obstinado. Era el estilo de la 
			época, pero a diferencia de ellos, lo que predicaba Bruno distaba de 
			ser ninguna versión del cristianismo aceptado, y bastaba con eso 
			para que tuviese los días contados. Con su carácter rimbombante, 
			además, era fácil prever como acabaría, y fue que tras haber sido 
			traicionado y denunciado a la Inquisición por un discípulo 
			desengañado lo apresaron en Roma y lo quemaron vivo en 1600.  
			  
			
			 
			En Alemania dejaba una sociedad secreta de su invención, la de los 
			«giordanisti». Poco se sabe de ella, aunque debió de ser una 
			influencia principal en la aparición de los rosacruces en Europa.37 
			Aunque también debería reconocérsele un mérito comparable al 
			mencionado doctor John Dee, un genuino brujo galés y hombre de 
			muchos recursos que no sólo fue astrólogo y consejero de Isabel I, 
			sino además agente secreto, alquimista y necromántico.38 (Un detalle 
			poco conocido acerca del doctor Dee es que su nombre en clave como 
			espía era «007».)  
			
			 
			 
			De esas raíces nació el movimiento rosacruz, uno de los más 
			misteriosos de la 
			Historia. Su existencia la dieron a conocer dos folletos anónimos, 
			
			Fama Fraternitatis
			o «Descubrimiento de la Fraternidad de la muy noble Orden de la Rosa 
			Cruz» y 
			
			Confessio Fraternitatis o «La Confesión de la Laudable 
			Fraternidad de la muy honorable Orden de la Rosa Cruz». que 
			circularon por Alemania en 1614 y 1615.39 Estas publicaciones 
			anunciaban una cofradía secreta de adeptos mágicos, los rosacruces, 
			que recibieron el nombre de su legendario fundador Christian 
			Rosenkreutz, o «Cristiano Cruz de Rosas».  
			
			 
			 
			El héroe había viajado supuestamente por Egipto y los Santos Lugares 
			para recoger conocimientos secretos, u ocultos, que transmitir a una 
			nueva generación de adeptos. Pero si su vida fue insólita, su muerte 
			y sepultura lo fueron todavía más. Se dijo que Rosenkreutz tenía 106 
			años de edad en 1484, cuando murió, y fue enterrado en un lugar 
			secreto que permanecía iluminado por «un Sol interior». Y que su 
			cuerpo permaneció «incorrupto», es decir que no sufrió la habitual 
			descomposición cadavérica, suceso post mortem que por lo visto 
			afecta a un número extraordinario de personas, entre ellas no pocos 
			santos católicos.  
			
			 
			 
			En esos Manifiestos rosacruces, como no tardaron en llamarse los 
			documentos citados, no se transmitía ninguno de los secretos en 
			cuestión, pero 
			como proclamaban la existencia de la hermandad parecían indicar que 
			si alguien 
			tenía interés en conocerlos podía ponerse en contacto con ésta. A lo 
			mejor esto lo 
			concibieron como una especie de test de iniciativa, porque no daban 
			señas útiles
			para los posibles corresponsales. En ese detalle se apoyan los 
			historiadores oficiales 
			que desdeñan toda la historia a título de fabulación absurda. Pero 
			corno ha 
			demostrado Frances Yates,40 los autores de 
			los Manifiestos revelaron 
			un
			conocimiento profundo y auténtico de la sabiduría hermética y la 
			alquimia; es de 
			resaltar, por ejemplo, que trataban de la alquimia como una 
			disciplina espiritual y 
			tuvieron buen cuidado de marcar distancias con respecto al afán de 
			fabricar oro, al 
			que tildaban de «impío y maldito».41 
			
			 
			 
			Cualquiera que sea la verdad acerca de los orígenes de los 
			rosacruces, es 
			seguro que ejercieron influencia sobre muchos pensadores de fama 
			mundial, como 
			Robert Fludd (1574-1637) y sir lsaac Newton. Y por mucho que 
			extrañe, también
			
			
			Francis Bacon, pese a su fama de racionalista, fue, en esencia, un 
			rosacruz.42 Lo cual
			tiene su coherencia, porque el movimiento rosacruz fue una síntesis 
			de todos los 
			conceptos herméticos y ocultos ya existentes y la única novedad 
			consistió en el 
			nombre. Frances Yates no tiene reparos en caracterizar a Leonardo, 
			nada menos,
			como «uno de los primeros rosacruces».43 
			
			 
			 
			Ese nombre también figura en la relación de los Grandes Maestres del 
			Priorato de Sión, aunque él no se habría considerado rosacruz porque 
			la palabra aún no existía en su época. Otros personajes de esa lista 
			no conocieron tal inconveniente, por ejemplo Johann Valentin Andreae 
			(1586-1654), dramaturgo y poeta alemán que fue también «pastor», es 
			decir cura luterano. Según los Dossiers secrets empuñó el timón del 
			Priorato desde 1637 hasta 1654, aunque son muchos más los que creen 
			que los Manifiestos rosacruces los escribió él mismo, o fue por lo 
			menos su inspirador.  
			
			 
			 
			Desde luego escribió en 1616 lo que vino a constituir el tercer 
			Manifiesto, 
			
			Las Nupcias Químicas de Christian Rosenkreutz,44 es 
			decir bastantes años antes de la supuesta ascensión a la jefatura 
			del Priorato. A lo mejor fue su actividad como destacado rosacruz lo 
			que le valió la elección. Todo indica que el tema de la Rosa Cruz es 
			el hilo común que reúne a los cuatro supuestos Grandes Maestros cuya 
			magistratura abarca la duración del siglo XVII. Si admitimos esto 
			tendremos que conceder todavía mas credibilidad a dicha nómina, 
			porque no fue hasta después de 1970 cuando Frances Yates demostró la 
			existencia y la influencia del legado rosacruz.  
			
			 
			 
			Entre los Grandes Maestros del Priorato la serie de los rosacruces, 
			comenzó, a más tardar, con Robert Fludd, el alquimista inglés que lo 
			fue entre 1595 y 1637. El mismo Fludd dijo haber buscado a los 
			rosacruces después de leer sus manifiestos y con intención de unirse 
			a ellos. pero no lo consiguió. No obstante, escribió mucho sobre el 
			tema e incorporó ideas de aquéllos en obras suyas tan leídas como la 
			Utriusque cosmi historia o «Historia de los dos mundos» (1617).45 
			
			  
			
			 
			(Es interesante la observación de Lewis Spence, comentador de temas 
			de ocultismo, según la cual las obras de Robert Fludd posteriores a 
			1630 usan «un lenguaje con recio sabor a francmasonería» y que 
			organizó «su sociedad» por grados.)46  
			
			  
			
			 
			El sucesor de Fludd fue el 
			propio Andreae, quien ostentó la dignidad de Gran Maestro hasta su 
			muerte en 1654, y el Maestro siguiente fue el químico Robert Boyle, 
			de Oxford.  
			
			 
			 
			Que sepamos, Boyle nunca mencionó la palabra «Rosa Cruz» en sus 
			obras,
			pero demostró un conocimiento no poco profundo del contenido de los
			Manifiestos.47 Y cuando fundó lo que luego llegaría a ser la 
			Royal Society
			llamándolo El Colegio Invisible hizo con ello una alusión irónica a 
			la descripción 
			que los rosacruces hacen de sí mismos como la sociedad 
			«Invisible».48 
			
			 
			 
			Aparece entonces Isaac Newton, supuesto Gran Maestre del Priorato 
			desde 
			1691 hasta 1727. Se sabe desde hace tiempo que practicaba la 
			alquimia, y también 
			tuvo en su poder un ejemplar de la traducción inglesa de los 
			Manifiestos, aunque hay indicios de que no dejó de advertir el 
			carácter legendario del personaje de Rosenkreutz. (Para los 
			comentaristas de temas esotéricos al menos, siempre estuvo claro que 
			esa narración nunca se propuso que nadie la tomase como verdad 
			literal.)  
			
			 
			 
			No ha sido sino recientemente, sin embargo, que se ha descubierto el 
			pleno alcance 
			de las aficiones ocultistas de Newton. Más del 10 por ciento de lo 
			que escribió 
			fueron tratados de alquimia, y lo que quizá sea más revelador, 
			dibujó una 
			hipotética reconstrucción de la planta del Templo de Salomón.49 
			
			 
			 
			Los rosacruces también aparecen muy conectados con el florecimiento 
			de la 
			francmasonería. A los dos primeros francmasones ingleses conocidos, 
			Elias
			Ashmole y el alquimista sir Robert Moray, se les relaciona con el 
			movimiento
			rosacruz. En particular Ashmole fue rosacruz notorio mientras que 
			Moray, según
			Frances Yates, «hizo probablemente más que nadie en lo tocante a 
			promover la
			fundación de la Royal Society».50 
			
			  
			
			 
			En la primera literatura masónica 
			se hallan
			además alusiones que vinculan explícitamente a «los Hermanos de la 
			Rosa Cruz» 
			con los francmasones, si bien dan a entender también que se trata de 
			sociedades 
			distintas, aunque emparentadas.51 
			
			 
			 
			Esas relaciones mutuas entre rosacruces, francmasonería, 
			hermeticismo y
			alquimia, que hasta ahora demostraban Frances Yates y otros 
			historiadores por el
			procedimiento de ir casando indicios con paciencia de benedictinos, 
			han quedado 
			súbitamente iluminadas por el descubrimiento reciente de una 
			colección de 
			documentos que ilustran hasta qué punto estaban integrados todos 
			estos 
			movimientos y personajes.  
			
			  
			
			 
			En 1984 Joy Hancox, profesora de música en
			Manchester, quiso escribir una Historia de la casa en que vivía y se 
			tropezó con 
			una colección de papeles, que eran principalmente diagramas y 
			dibujos 
			geométricos, reunida por John Byrom (1691-1763) y conservada por los
			descendientes de éste pese a que no sabían lo que significaban. Esos 
			papeles, que 
			son más de 500, versan principalmente de geometría sacra y 
			arquitectura, y 
			contienen símbolos cabalísticos, masónicos, herméticos y 
			alquímicos.52 
			
			 
			 
			La importancia de la «Colección Byrom» consiste, como hemos dicho, 
			en la luz que arroja sobre las relaciones entre estos temas y entre 
			las personas —la crema de las instituciones intelectuales y 
			científicas de la época— que compartieron esas preocupaciones. 
			Byrom, personaje destacado del movimiento jacobita que se había 
			propuesto restablecer a los Estuardo en el trono de Inglaterra, fue 
			miembro de la Royal Society y francmasón. También pertenecía al 
			«Cabala Club», por otro nombre llamado Club del Sol, cuyos miembros 
			se reunían en el mismo edificio de las inmediaciones de San Pablo de 
			Londres donde tuvo su sede una de las cuatro logias fundacionales 
			que luego confluyeron en la Gran Logia de la Francmasonería inglesa. 
			Sus diarios revelan que tuvo relaciones con los intelectuales más 
			notables de aquellos días.  
			
			 
			 
			La obra incorporada en su colección tomó de todas las sociedades y
			personajes de que hemos venido hablando hasta aquí, incluyendo a los 
			rosacruces, 
			a John Dee (de quien Byrom fue pariente político), a Robert Fludd, a 
			Robert Boyle... e incluso a los caballeros templarios.  
			
			 
			 
			Encontramos en ella diagramas que detallan la geometría sagrada de 
			muchos edificios de distintas épocas, como queriendo demostrar la 
			continuidad en el conocimiento de los principios inspiradores de 
			esas construcciones. Por ejemplo, uno de aquéllos muestra que la 
			planta de la capilla del Kings College en Cambridge, edificio de 
			mediados del siglo XV —y una de las últimas grandes estructuras 
			góticas que se construyeron en este país»—53 se inspiró en el 
			Árbol 
			de la Vida de los cabalistas (aunque ya Nigel Pennick, autoridad en 
			materia de simbolismo esotérico, había llegado a la misma 
			conclusión).  
			
			  
			
			 
			A lo que parece el trazado de la capilla deriva de una 
			catedral del siglo XIV, la de Albi del Languedoc, que más 
			antiguamente fue uno de los centros cátaros. También hay en la 
			colección un diagrama de la Temple Church de Londres, así como los 
			de otros edificios del Temple, siempre dentro de la misma línea de 
			demostrar que todas estas obras formaban parte de una tradición 
			continuada, y que eso lo sabían los miembros de las cofradías 
			rosacruces/masónicas del siglo XVIII. La colección Byrom incluye 
			asimismo materiales que tratan del Templo de Salomón y el Arca de la 
			Alianza.  
			  
			
			 
			Si los masones fueron los descendientes de los templarios, como 
			parece, ¿Podría ocurrir que los rosacruces también hubieran sido del 
			mismo linaje? El propio nombre «Rosa Cruz» evoca poderosamente a 
			aquellos caballeros cuyo emblema era una cruz roja o rosada. En las 
			Nupcias Químicas del pastor Andreae recurre con frecuencia el tema 
			de la cruz roja sobre fondo blanco, y la obra en general trae muchas 
			connotaciones de los relatos del Grial, material templario donde lo 
			haya. Y la presencia de lo mismo en los papeles de Byrom, 
			predominantemente rosacruces, sugiere un origen común entre esa 
			fraternidad y la de los masones.  
			
			 
			 
			Ahora bien, así como los masones eran y son una organización 
			determinada, y se sabe quiénes son sus miembros y dónde se reúnen, 
			los rosacruces han tenido siempre un perfil mucho más huidizo, a tal 
			punto que la denominación «Rosa Cruz» ha acabado por tomar más bien 
			el significado de un ideal, no de una afiliación concreta. Y en 
			efecto, los mismos Manifiestos se refieren a los rosacruces como una 
			«sociedad invisible». Pero la primera sociedad rosacruz «concreta y 
			visible» fue la Orden de la Cruz Oro y Rosa fundada en 1710 por
			Sigmund Richter en Alemania, cuya finalidad principal eran los 
			estudios alquímicos.54 
			
			  
			
			 
			Sesenta años más, tarde esta Orden se 
			convirtió en una logia masónica dependiente de la Observancia Templaria Estricta, manteniendo siempre, sin embargo, su naturaleza 
			alquímica. Bajo este nuevo avatar tuvo muchos miembros influyentes, 
			como por ejemplo Franz Anton Mesmer (1734-1815) el descubridor del 
			«magnetismo animal» (pero no un precursor del hipnotismo como se 
			cree comúnmente). El mismo hecho de que una sociedad rosacruz fuese 
			admitida tan fácilmente como logia de la tendencia antedicha 
			demuestra la herencia común de ambos movimientos.
			 
  
			Después de 1750 los hilos de la trama se enredan de una manera 
			inextricable. Si antes hubo distinciones claras entre los masones, 
			los rosacruces y las organizaciones que se remitían a unos orígenes 
			templarios, de improviso estos grupos empezaron a entretejerse hasta 
			parecer que todos eran uno y lo mismo. En algunas obediencias de la 
			francmasonería, por ejemplo, los Iniciados tomaban títulos de 
			«caballero templario» y «rosacruz», sin que sea posible averiguar si 
			la filiación fue auténtica o sencillamente eligieron llamarse así 
			por grandilocuencia. Se ha calculado que entre 1700 y, 1800 se 
			añadieron a la francmasonería más de 800 grados y ritos.  
			
			 
			 
			Esta enorme proliferación de sistemas y rituales masónicos dificulta 
			sobremanera el propósito de trazar la genealogía entre los 
			templarios y los masones y rosacruces. En muchos casos resulta 
			prácticamente imposible determinar cuáles de dichos sistemas fueron 
			innovaciones del siglo XVIII y cuáles tenían auténtica solera.  
			
			 
			 
			En cambio, sí es posible reseguir un hilo común entre ciertos 
			sistemas masónicos desautorizados o rechazados por la corriente 
			principal de la francmasonería. Se trata en estos casos de 
			variaciones de la francmasonería «oculta» y todas ellas se 
			retrotraen a la Observancia Templaria Estricta del barón Von Hund, 
			aunque prosperaron especialmente en Francia (véase el apéndice III. 
			La clave de todo ello es un sistema masónico llamado el Rito Escocés 
			Rectificado, el cual se consagró concretamente a los estudios 
			ocultos y hace gran hincapié en sus orígenes templarios. Es también 
			la forma de francmasonería que tuvo relaciones más estrechas con las 
			sociedades rosacruces.  
			
			 
			 
			El empleo de la palabra «Templaria» llegó a ser conflictivo para esa 
			escuela
			de la masonería. Hubo fricciones entre sus miembros y los 
			francmasones 
			«ortodoxos», que rechazaban oficialmente la proposición de unos 
			orígenes 
			templarios y a quienes irritaba más especialmente la afirmación de 
			von Hund de
			que «todo masón es un templario». Pero hubo algo todavía más 
			preocupante, que 
			fueron las sospechas que suscitaban entre las autoridades, ya que 
			corrían 
			numerosos rumores de que los templarios tenían un plan secreto para 
			tomar 
			venganza contra la monarquía francesa y contra el papado por la 
			disolución de su 
			orden y la ejecución de Jacobo de Molay.  
			
			  
			
			 
			A causa de todo esto fue 
			preciso celebrar
			en 1778 una convención de masones «templaristas», que se reunió en 
			Lyon y creó
			el Rito Escocés Rectificado, y acogida a éste una Orden interior 
			llamada de los 
			Chevaliers Bienfaisants de la Cité Sainte, que a fin de cuentas no 
			era sino otro
			modo de decir «templarios».55 
			
			 
			 
			Influencia importante de la convención de Lyon —y del esoterismo 
			francés subsiguiente— fue el filósofo ocultista Louis Claude de 
			Saint-Martin (1743-1804).  
			
			 
			 
			Aunque personalmente se consagró al celibato, según parece, su 
			filosofía se 
			centraba en una veneración de lo Femenino representado por Sophia, a 
			quien
			consideraba «la forma femenina del Gran Arquitecto».56 El 
			«martinismo» fue la
			filosofía oculta más seguida, no sólo en aquellas escuelas de la 
			masonería oculta 
			sino asimismo en las sociedades rosacruces francesas del siglo XIX, 
			de las cuales hablaremos más extensamente en el próximo capítulo.  
			
			 
			 
			Algunos años después de la asamblea de Lyon, en 1782 se reunió otra 
			gran conferencia masónica, esta vez con asistencia de representantes 
			de los grupos masónicos de toda Europa y celebrada en Wilhelmsbad de 
			Hessen bajo la presidencia del duque de Brunswick. Sus finalidades, 
			entablillar las graves fracturas en el seno de la masonería y 
			resolver de una vez por todas la cuestión de las relaciones entre la 
			francmasonería y los caballeros templarios. Las conclusiones fueron 
			humillantes para el barón Von Hund, quien había acudido a defender 
			la tesis templaria, y significó el práctico fin de la Observancia 
			Templaria Estricta.  
			
			  
			
			 
			Sin embargo los templaristas ganaron una 
			batalla, y fue que la conferencia votó la admisión del Rito Escocés 
			Rectificado, que venía a ser lo mismo que la Observancia Templaria 
			Estricta aunque bajo otro nombre.  
			
			 
			 
			En la francmasonería oculta son importantes también los sistemas 
			conocidos como de «Rito Egipcio»; luego llegarían a serlo asimismo 
			para nosotros en orden a nuestra investigación. Pero todos derivan 
			de la Observancia Templaria Estricta en la que Von Hund tenía 
			puestas todas sus complacencias, y por tanto muy estrechamente 
			vinculadas al Rito Escocés Rectificado.  
			
			 
			 
			Se diferencian de la corriente principal de la masonería, según la 
			imagen que 
			tenemos de ella, por la atención especial que dedican al principio 
			femenino (en 
			algunas de sus formas admiten logias femeninas activas). Todos los 
			francmasones 
			reverencian al misterioso «hijo de la viuda». En los Ritos Egipcios, 
			la «viuda» es Isis.57 
			
			 
			 
			El 
			Priorato de Sión, que también declara un gran interés hacia Isis, 
			empezó como círculo interior de la orden templaria según sus propias 
			afirmaciones; como es lógico, desarrolló en el decurso de los años y 
			adquirió otras asociaciones esotéricas, algunas de las cuales son 
			bastante reveladoras por sí mismas. Parece que fue una influencia 
			destacada la de Jacques-Étienne Marconis de Nègre (1795-1865), que 
			fue fundador de uno de los Ritos Egipcios de la francmasonería 
			oculta en 1838, llamado el «Rito de Menfis», el cual también se 
			remitía a la tradición «templarista» de Von Hund.  
			
			 
			 
			Marconis de Nègre trazó para su organización un complicado «mito
			fundacional» en el cual planteaba la acostumbrada pretensión 
			grandilocuente que 
			retrotraía el rito a la antigüedad y a un grupo llamado la Sociedad 
			de los 
			Hermanos Rosacruces de Oriente. El cual a su vez había sido fundado 
			por un 
			sacerdote de la antigua religión egipcia, llamado Ormus, que se 
			convirtió al
			cristianismo gracias a la persuasión de san Marcos, y entre cuyos 
			discípulos hubo 
			miembros de la secta esenia.58 
			
			 
			 
			El mito de Ormus plantea cuatro influencias: la rosacruz, la 
			egipcia, la esotérica judía del género cabalístico (pues se creía, 
			no se sabe si con fundamento o no, que los esenios habían sido 
			cabalistas) y la cristiana, ésta quizá de alguna especie herética.
			 
  
			Lo que nos interesó en realidad de esa leyenda fue lo que también 
			saben los 
			lectores de The Holy Blood and the Holy Grail: que el Priorato de Sión adoptó como
			«subtítulo» este nombre de «Ormus». Más adelante nos enteramos de 
			que desde su
			primera aparición, la historia de Ormus estuvo relacionada con la 
			Orden de la
			Cruz Oro y Rosa en 1770 cuando se convirtió en logia de la 
			Observancia Templaria
			Estricta. Pero como veremos luego, hay en todo esto un trasfondo con 
			muy 
			extensas implicaciones por lo que se refiere a nuestra 
			investigación.59 
			
			 
			 
			Dicho lo anterior tal vez no sorprenderá que existan sociedades que 
			pretenden ser las sucesoras oficiales de los templarios. Muchas de 
			ellas podemos descartarlas fácilmente, si bien la Orden Antigua y 
			Militar del Templo de Jerusalén presenta credenciales persuasivas y 
			dignas de ser tenidas en cuenta. Con sede en Portugal actualmente, 
			dice dedicarse a obras de caridad y estudios históricos, aunque hay 
			un grupo escindido que opera desde una población suiza con el 
			evocador nombre de Sión.60 Pero los orígenes de esa forma resurgida 
			estuvieron en Francia.  
			
			 
			 
			La Orden Antigua y Militar del Templo de Jerusalén fue fundada en 
			1804 por un doctor con el sonoro nombre de Bernard Raymond 
			Fabré-Palaprat, que decía estar autorizado por la 
			
			Carta de 
			Transmisión de Larmenius, o como suele decirse abreviadamente, la 
			Carta Larmenius. De ser eso cierto, desde luego constituiría una 
			buena prueba de que Fabré-Palaprat era realmente del auténtico 
			linaje templario, porque esa certificación fue escrita supuestamente 
			en 1324 por Johannes Marcus Larmenius, quien recibió del mismo 
			Jacobo de Molay el nombramiento de Gran Maestre. También se dice que 
			el documento lleva las firmas de todos los Grandes Maestres 
			subsiguientes de la orden, lo cual llama la atención si se acepta el 
			criterio de que después del martirio de aquél no hubo ninguno más.  
			
			 
			 
			Como era de prever los historiadores rechazan la Carta tildándola de
			falsificación.61 E incluso los autores de mentalidad más abierta, 
			como Baigent y
			Leigh, la consideran una impostura.62 Pero por lo general los 
			críticos no la han visto
			en realidad, sino que basan sus objeciones en una traducción 
			decimonónica del 
			latín original.63 (El documento escrito en latín es una 
			trascripción basada en un
			código cuya clave es la geometría de la cruz templaria.)  
			
			  
			
			 
			Uno de los 
			motivos para
			creer que sea una falsificación es precisamente la calidad del 
			latín, demasiado 
			bueno para la época —como se sabe, el latín medieval era muy 
			deficiente—, pero lo 
			sucedido en realidad fue que el traductor corrigió la sintaxis. Los 
			críticos observaron 
			también que la lista de declaraciones de Grandes Maestres se repetía 
			exactamente, 
			palabra por palabra, coincidencia difícil en un lapso tan largo como 
			el de 13241804; 
			pero una vez más, fueron normalizadas al transcribirlas y eran todas
			diferentes en el original. Se caen por la base, en consecuencia, los 
			dos motivos 
			principales para rechazar la Carta Larmenius.64 
			
			 
			 
			Otra de las críticas dirigidas contra la Carta se refiere a un 
			pasaje en el que 
			carga contra los «desertores templarios Escotos», los cuales, augura 
			Larmenius,
			serán «fulminados por un anatema» (junto con los caballeros 
			hospitalarios). Suponiendo que aquellos cismáticos eran masones de 
			la Observancia Estricta del barón Von Hund, los historiadores ven 
			ahí otra demostración de la falsedad de la Carta, porque creen que 
			el barón inventó la «transmisión escocesa» alrededor de 1750. Pero 
			se perfila un panorama muy diferente si dijo la verdad sobre los 
			auténticos orígenes de los francmasones.  
			  
			
			 
			De hecho la Orden Antigua y Militar del Templo asegura que la Carta 
			existía por lo menos cien años antes de su publicación por Fabré-Palaprat, cuando Felipe, duque de Orleans —el mismo que luego 
			fue regente de Francia—, la invocó al efecto de justificar su 
			autoridad para reunir en Versalles una asamblea de miembros del 
			Temple. De ser cierto, tal acontecimiento constituiría en sí mismo 
			una prueba de la continuidad de la presencia templaria en Europa 
			continental. (Este duque de Orleans fue el que introdujo al 
			caballero Ramsay en la Orden de San Lázaro.)  
			
			 
			 
			Además de la Carta Larmenius, Fabré-Palaprat tenía en su poder otro 
			documento importante cuya autenticidad tampoco quiere admitir la 
			mayoría de los comentaristas. Se trata del 
			
			Levitikon, una versión 
			del Evangelio de Juan con matices de carácter flagrantemente 
			gnóstico, que él dijo haber encontrado en una librería de viejo. 
			Demasiada casualidad, diríamos una vez más, pero si el documento 
			fuese auténtico entenderíamos mejor que se considerase necesario 
			guardar secreto sobre buena parte de los conocimientos gnósticos. 
			Porque esa variante del Evangelio de Juan llamada el Levitikon 
			—según algunos data del siglo XI, que ya es antigüedad—65 cuenta una 
			historia bastante distinta de la que hallamos en el más conocido 
			libro del Nuevo Testamento atribuido al mismo autor.  
			
			 
			 
			El 
			Levitikon le sirvió a Fabré-Palaprat como base para la fundación 
			de su Iglesia Neotemplaria de San Juan en 1828. A su tiempo recibió 
			en ella a los seguidores que tenía y cuando murió, diez años más 
			tarde, le sucedió un francmasón de los grados superiores, sir 
			William Sydney Smith, un héroe de las guerras napoleónicas.  
			
			 
			 
			Traducido del latín al griego, el Levitikon consta de dos partes.66 
			En la primera figuran las doctrinas religiosas que debe recibir el 
			iniciado así como los ritos relativos a los nueve grados de la Orden templaria. Describe la «Iglesia de san Juan» y explica por qué se 
			llaman a sí mismos johannites, «juanistas» o «cristianos de origen».  
			
			 
			 
			La segunda parte es como el Evangelio normal de Juan salvo algunas 
			omisiones significativas. Faltan los capítulos 20 y 21, los dos 
			últimos del Evangelio. También suprime todo asomo de lo milagroso en 
			sucesos como la conversión del agua en vino, la multiplicación de 
			los panes y de los peces, y la resurrección de Lázaro. Y elimina 
			ciertas alusiones a a san Pedro, entre éstas las palabras de Jesús 
			«sobre esta piedra edificaré mi iglesia».  
			 
			Aunque esto ya sea bastante asombroso, lo son más, o escandalosas 
			dirían muchos, las adiciones que contiene el Levitikon: se describe 
			a Jesús como un iniciado en los misterios de Osiris, la deidad 
			egipcia principal de la época.  
			Osiris fue el consorte de su hermana, la bella diosa Isis, entre 
			cuyos atributos figuraban el amor, la sanación y la magia. (Este 
			tipo de relación, aunque hoy lo juzguemos repugnante, formaba parte 
			de la tradición faraónica, y le parecería perfectamente normal a 
			cualquier creyente del antiguo Egipto.)  
			
			  
			
			 
			Su hermano Set le envidió la 
			posesión de Isis y conspiró para matar a Osiris. Lo cual 
			consiguieron los sicarios de Set, que despedazaron el cuerpo de 
			aquél y esparcieron sus restos. Terriblemente afligida, Isis 
			recorrió el mundo para buscarlos con la ayuda de la diosa Neftis, 
			quien, aunque esposa de Set, desaprobaba el crimen. Las dos diosas 
			recobraron todos los pedazos del cuerpo de Osiris excepto el falo. 
			Isis rehizo el cuerpo y con ayuda de un falo artificial concibió 
			mágicamente y dio a luz el infante Horus.  
			
			  
			
			 
			En algunas versiones de la 
			leyenda tuvo más tarde una aventura con Set, cuya motivación no se 
			ve clara, si bien parece que debió de intervenir algún elemento de 
			venganza en esa relación. Esta unión enfureció a Horus, que era ya 
			un muchacho, por considerarla una ofensa a la memoria de su padre 
			Osiris. Entonces desafió a Set y lo mató, perdiendo un ojo en la 
			pelea. Pero sanó y el Ojo de Horus se convirtió en el talismán 
			mágico favorito de los egipcios.  
			
			 
			 
			El Levitikon, además de sentar la extraordinaria afirmación de que 
			Jesús fue un iniciado del culto de Osiris, asegura también que había 
			transmitido sus conocimientos esotéricos a Juan, el «discípulo 
			predilecto». Y continuaba afirmando que, por más que Pablo y los 
			demás Apóstoles hubiesen fundado la Iglesia cristiana, ellos no eran 
			los conocedores de las auténticas enseñanzas de Jesús. No habían 
			sido admitidos a su círculo interior. Según Fabré-Palaprat fueron 
			las enseñanzas secretas, en la forma transmitida al discípulo amado, 
			las que los caballeros templarios conservaron, y acabaron por sufrir 
			esa influencia.  
			
			 
			 
			Recoge 
			el Levitikon
			una tradición supuestamente preservada de 
			generación en generación por una secta, o Iglesia, de cristianos de 
			san Juan en el Próximo Oriente. Éstos decían ser los herederos de la 
			«enseñanza secreta» y verdadera vida de Jesús, a quien llamaban 
			«Yeshu el Ungido». En realidad, si existió esa secta la versión de 
			la vida de Jesús que tenían era tan heterodoxa que uno se pregunta 
			para qué se llamarían «cristianos».  
			
			  
			
			 
			Pues según ellos, no sólo Jesús 
			fue un iniciado de Osiris sino que además era un hombre corriente y 
			no el Hijo de Dios. Decían que fue hijo ilegítimo de María; así 
			pues, ni hablar de nacimiento milagroso de una Virgen, doctrina que 
			según ellos era una ficción ingeniosa, por más que insultante para 
			la razón, que habían inventado los autores de los evangelios con 
			intención de ocultar la ilegitimidad de Jesús, cuando en realidad la 
			madre no tenía ni la menor idea de quién había sido el padre.  
			
			 
			 
			Según las creencias de la secta de Juan, el título de «Cristo» no 
			era exclusivo 
			de Jesús, ya que la palabra griega original Christos significa, 
			sencillamente, «el
			Ungido» y esto podía aplicarse a muchos, incluso a los reyes y a los 
			funcionarios 
			del Imperio romano. Consecuentes con ello los dirigentes juanistas 
			reclamaban el
			título de «Cristos» para sí mismos. (También el Evangelio de Felipe, 
			uno de 
			los textos 
			de Nag Hammadi, llama Cristos a todos los iniciados gnósticos.)67 
			
			 
			 
			Se dijo que este grupo había sido una secta gnóstica que guardó 
			varios 
			secretos esotéricos, entre ellos los de la cábala. Y además 
			concibieron un plan para 
			transformarse en una organización clandestina destinada a ser (en 
			palabras del 
			escritor decimonónico Éliphas Lévi) «el recipiente único de los 
			grandes secretos
			religiosos y sociales, capaz de hacer reyes y pontífices sin 
			exponerlos a las 
			corrupciones del poder»,68 es decir, una organización mistérica que 
			no estaría
			expuesta a los altibajos e incertidumbres de la política ni de los 
			cambios sociales en 
			el decurso de los años.  
			
			  
			
			 
			Su instrumento iban a ser los caballeros 
			templarios, y Hugo
			de Payens y los demás fundadores habían sido, efectivamente, 
			iniciados de la
			Iglesia de Juan. Pero los templarios se corrompieron a su vez por 
			afán de riquezas 
			y de poder, razón por la cual fue necesario que desaparecieran. El 
			rey francés y el 
			papa no podían permitir que se divulgase la verdadera naturaleza del 
			peligro 
			templario, y por eso inventaron las inculpaciones de idolatría, 
			herejía y 
			deshonestidad. Pero antes de ser ejecutado, Jacobo de Molay, siempre 
			citando
			palabras de Éliphas Lévi, «organizó e instituyó la Masonería 
			Oculta».69 
			
			 
			 
			De ser verdaderos esos asertos sufriría un vuelco espectacular la 
			versión aceptada de la Historia. Se habría descubierto el vínculo 
			directo y autorizado entre cierto tipo de francmasonería y los 
			antiguos templarios, de lo cual bien podríamos deducir que esos 
			masones en particular tenían algo que enseñarnos en cuanto a la 
			sabiduría templaria. 
			
			 
			 
			Como acabamos de ver, Éliphas Lévi en su Historia de la magia dedicó 
			un apartado a la tradición juanista descrita en el Levitikon. La 
			primera vez que leímos aquella obra manejábamos la traducción de A. 
			E. Waite al inglés, pero luego nos tropezamos con otra versión del 
			mismo pasaje en un libro de Albert Pike, el erudito estudiosos de la 
			masonería y Gran Maestre del Rito Escocés Antiguo y Aceptado en 
			América, 
			
			Morals and Dogma of the Ancient and Accepted Scottish Rite 
			of Freemasonry (1871). Hay varias diferencias entre ambas versiones, 
			pero ¿cuál de ellas era la auténtica?  
			
			 
			 
			Las cotejamos con la edición original francesa de la obra de Lévi,70 
			y hallamos que Pike había introducido ciertas adiciones o 
			correcciones de su cosecha, probablemente basadas en su propia 
			interpretación de esa tradición. Por ejemplo, reproduce la última 
			parte de la histórica frase que hemos citado antes diciendo 
			«Masonería Oculta, Hermética o Escocesa».71 
			
			  
			
			 
			También corrige palabras 
			de Lévi relativas a una relación entre los templarios juanistas y 
			los rosacruces. Lo que escribió Lévi fue, en la traducción fiel de 
			A. E. Waite:  
			
				
				Los sucesores de los antiguos rosacruces, modificando poco a poco 
			los métodos austeros y 
			jerárquicos de sus precursores en la iniciación, se habían 
			convertido en una secta mística y 
			abrazaron celosamente las doctrinas mágicas templarias, en virtud de 
			lo cual se consideraban
			únicos depositarios [sic] de los secretos insinuados en el Evangelio 
			según san Juan.72 
			 
			
			 
			Pike, y esto es revelador, corrigió la frase aquí puesta en cursiva 
			de esta manera:  
			
				
				[...] y se unieron con muchos de los templarios, entremezclándose el 
			dogma de ambos [...].73 
			 
			
			 
			Los cambios de Pike son significativos porque, mientras Lévi era un 
			observador y comentador del mundo ocultista y masónico, pero 
			espectador externo en cierta medida, aquél en cambio estaba 
			introducido, y mucho. Por eso consideró necesario corregir la 
			versión de Lévi, y en vez de decir que los rosacruces adoptaron 
			«doctrinas templarias» Pike asegura que llegaron a unirse con los 
			grupos templarios sobrevivientes.  
			
			 
			 
			Pero la modificación más notable de Pike introduce un elemento 
			enteramente nuevo. Después de la frase donde dice que Jacobo de Molay 
			instituyó la «Masonería Oculta, Hermética o Escocesa», agrega Pike que dicha orden:  
			
				
				adoptó a san Juan el Evangelista como uno de sus patronos 
			asociándole, para no suscitar las 
			sospechas de Roma, a san Juan el Bautista [...].74 
			 
			
			 
			Esto es curioso, y aun nos parece poco decir. Atendido que tanto 
			Juan el Evangelista como Juan el Bautista son santos católicos 
			reconocidos, ¿por qué era necesario que la veneración dirigida a uno 
			de ellos sirviera de «tapadera» para la del otro? Y sin embargo Pike, el más erudito de los estudiosos de la masonería, no habría 
			introducido esa información al reproducir un pasaje del libro de 
			otra persona si no hubiese tenido sus buenos motivos para ello. Nos 
			pareció evidente la necesidad de seguir profundizando en ese tema 
			juanista dentro de la tradición masónica.  
			
			 
			 
			Como vimos en el capítulo anterior, A. E. Waite había aludido a una 
			«tradición juanista» que influyó en las leyendas del Grial, lo cual 
			nos pareció extrañísimo al principio. Pero ahora empezaba a encajar: 
			está claro que esa «tradición juanista» tiene alguna relación o con 
			Juan el Evangelista, o con Juan el Bautista.  
			
			 
			 
			Ese hilo oculto desde luego no era una novedad en nuestra 
			investigación. Hemos encontrado también una «tradición juanista» 
			entre los temas principales del Priorato de Sión, claramente 
			vinculada a un san Juan, aunque para ellos, según hernos creído 
			averiguar es san Juan Bautista el que prevalece.  
			
			 
			 
			Como se mencionó en el capítulo 2, el Priorato asegura que Godofredo 
			de Bouillon se reunió con los delegados de una misteriosa «Iglesia 
			de Juan» por otro nombre llamados los Hermanos de Ormus, y como 
			resultado de dicho encuentro se decidió formar un «gobierno 
			secreto». A su tiempo fueron creados los caballeros templarios y el 
			Priorato de Sión como partes de ese plan maestro. Hay que hacer 
			hincapié de nuevo en que, al menos según esa versión, tanto el 
			Priorato como los templarios se crearon conforme a los ideales de la 
			misteriosa Iglesia de Juan.  
			
			 
			 
			Aparte algunos detalles secundarios, este relato es idéntico al del 
			Levitikon, y
			establece cuando menos que el moderno Priorato y los templarios 
			forman parte de la misma tradición.  
			
			 
			 
			El concepto de los templarios como organización secreta con 
			autoridad para poner y quitar reyes tiene su paralelismo en los 
			caballeros templarios del Grial según la versión del Parzival de 
			Wolfram von Eschenbach, y, ciertamente hay indicios de que los 
			templarios pretendieron ese derecho.75 El problema es que la mayoría 
			de esas reivindicaciones exóticas de un pedigrí histórico milenario, 
			en realidad sólo se retrotraen a las organizaciones neotemplarias 
			del siglo XIX. 
			
			  
			
			 
			Pero cobrarían consistencia si apareciesen indicios 
			independientes que confirmasen la relación entre sus movimientos y 
			otras organizaciones que demostradamente estuviesen ahí siglos 
			antes, como ocurre con el vínculo entre rosacruces y masones.  
			
			 
			 
			Otra dificultad estriba en que se plantean dos pretensiones 
			distintas. La una, que ciertas formas de la francmasonería son 
			descendientes directas de los templarios. La otra, que los mismos 
			templarios eran continuación de una tradición más antigua, herética, 
			y que nos lleva a la época de Jesús. Por desgracia, ni aunque se 
			demuestre lo primero no significa que lo segundo sea automáticamente 
			cierto.  
			
			 
			 
			La insistencia alrededor de una versión no canónica del Evangelio de 
			Juan 
			desde luego incita a la reflexión, aunque parece darse alguna 
			confusión entre Juan 
			el Evangelista y, Juan el Bautista. Como hemos visto, Albert Pike 
			cae en el absurdo
			cuando dice que los masones utilizaron al Bautista para encubrir su 
			veneración 
			secreta por Juan el Evangelista. ¿Por qué iban a ocultar su 
			reverencia hacia ningún 
			santo, cuando ambos son perfectamente aceptables para la Iglesia? Lo 
			único que 
			consigue Pike es llamar la atención sobre ambos Juanes y, 
			envolverlos en un aura
			de misterio e intriga. Tal vez era ésa su intención. En otro lugar 
			A. E. Waite cita
			unos escritos masónicos acerca de la masonería juanista, que se 
			pretende a su vez
			relacionada con una cristiandad juanista centrada en la figura del 
			Bautista, a quien
			considera «el único profeta verdadero».76 
			
			  
			
			 
			Tenemos, pues, que Juan el Bautista era el santo patrono tanto de 
			los 
			caballeros templarios como de los francmasones. Es así que la Gran 
			Logia de 
			Inglaterra se fundó un 24 de junio, día de san Juan Bautista. Y que 
			todo Templo 
			masónico tiene en el suelo dos líneas paralelas: la una representa 
			la vara de Juan 
			«el Evangelista» (suponiéndose que éste es la misma persona que 
			Juan, «el 
			discípulo predilecto»), mientras que la otra simboliza la vara del 
			Bautista. Está 
			claro que ambos Juanes revisten particular importancia para la 
			fraternidad, aunque
			la prioridad corresponde al más antiguo de los dos.  
			
			  
			
			 
			Pero hay más, y 
			es que juran
			por los santos Juanes,77 aunque los masones hoy día, según confiesan 
			ellos mismos,
			no tienen ni idea de por qué se venera tanto a los dos. Pudiera 
			ocurrir que con los 
			años hubiese cundido alguna confusión entre ambos personajes 
			bíblicos, y que el 
			término de johannite comúnmente entendido como seguidor del 
			Predilecto se
			refiera en realidad a los del Bautista.  
			
			  
			
			 
			Pero con independencia de si 
			el Juan
			reverenciado por los masones es el joven o el viejo —o ambos—, hay 
			un nombre 
			que brilla por su práctica ausencia en las logias, y es el del mismo 
			Jesús, que no 
			tiene una presencia destacada. Se suele decir que esto obedece a que 
			los masones 
			no son primordialmente una organización cristiana; basta que uno se 
			declare teísta 
			para ser admitido. Pero en este caso, ¿por qué dedican tanta 
			veneración a unos 
			santos cristianos como son los Juanes?78 
			
			 
			 
			La idea de que el Evangelio de Juan contiene secretos arcanos, o que 
			existe 
			otra versión del mismo, recurre en el decurso de esta investigación. 
			Se ha dicho 
			que los cátaros poseyeron una variante herética y esto se convirtió 
			en una obsesión 
			para sir Isaac Newton. (Como ha escrito Graham Hancock, «[...] pese 
			a sus
			arraigadas convicciones religiosas y gran devoción, a veces parece 
			que viese en 
			Cristo a un hombre especialmente inspirado... pero no al Hijo de 
			Dios».)79 
			
			 
			 
			De manera que tanto los francmasones del Rito Escocés como los 
			templarios de la «transmisión Larmenius» conservaron tal vez los 
			secretos originarios de los freires, y por ambas vías éstos se 
			retrotraen a la «secta de Juan». Aunque no se halla nada 
			especialmente juanista en los Ritos Egipcios de la francmasonería, 
			todos estos sistemas derivan de la Observancia Templaria Estricta 
			del barón Von Hund. Y el Priorato de Sión se vincula con los tres 
			sistemas.  
			
			 
			 
			Hemos mencionado que 
			
			Pierre Plantard de Saint-Clair ha dicho que el 
			propósito de la orden del Temple era «ceñir espada por la Iglesia de 
			Juan y portar el estandarte de la primera dinastía, las armas que 
			obedecieron al espíritu de Sión».  
			
			 
			 
			El resultado de ese gran designio sería un «renacimiento espiritual» 
			que 
			«transmutaría toda la cristiandad». Es obvio que eso no ha 
			ocurrido... y sin 
			embargo, nuestras investigaciones demuestran que la revelación 
			susceptible de 
			traer un cambio tan portentoso existe y espera la hora de hacer su 
			espectacular 
			entrada en la escena mundial, sea bajo la forma del Priorato, sea 
			bajo la de alguna 
			escuela mistérica aliada de tipo juanista.80 
			
			 
			 
			En cualquier caso, hemos alcanzado un resultado bastante notable:
			empezábamos con la aparente obsesión de Leonardo por Juan el 
			Bautista y hemos reseguido ese leve indicio hasta dar con el 
			Priorato de Sión, que también tenía algo que ver con ese santo. No 
			era mucho, de momento, pero al seguir las pistas desde los 
			templarios hasta los masones y luego hasta los demás grupos ocultos, 
			se nos revela una conexión mucho más convincente. Es la herejía 
			juanista lo que aparece bajo los distintos disfraces del panorama 
			ocultista clandestino, y también el Priorato pertenece a esa 
			tradición según ellos mismos confiesan.
			 
			
			  
			
			 
			Quedaban sin respuesta todavía muchas preguntas importantes, pero 
			empezaba a perfilarse un cuadro coherente, en el que Juan el 
			Bautista aparecía relacionado con una tradición oculta y mantenida 
			por vías muy diversas e intrincadas. Esto, sin embargo, era sólo una 
			parte de lo que se concretaba como una herejía con dos temas 
			principales, siendo el otro la veneración secreta de la Diosa, o del 
			principio de lo Femenino.  
			
			 
			 
			Por supuesto resulta difícil conciliar ese otro tema con las formas 
			externas de 
			ciertas organizaciones, como los mismos francmasones, que revisten 
			una 
			exclusividad masculina excepcional. Pero es evidente que vale la 
			pena poseer los 
			secretos que se ocultan detrás de esos temas —el de lo Femenino y el 
			de los 
			sectarios de Juan—, cuando vemos que fueron defendidos, guardados y 
			protegidos 
			a todo evento y además suscitaron especial hostilidad por parte de 
			la Iglesia de Roma.  
			
			  
			
			 
			Esto último no debe sorprender mucho porque la 
			segunda pista de los secretos esotéricos antiguos, la veneración de 
			lo Femenino, adoptó en seguida formas de magia sexual trascendental 
			con todas las implicaciones del poderío inherente a la mujer.  
			
			  
			
			
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