por A. Graham

07 Agosto 2018

del Sitio Web Counter-Currents

traducción de Alonso González de Nájera

23 Febrero 2020

del Sitio Web Editorial-Streicher

Version original en ingles

 

 

El siguiente artículo es una reseña que ha hecho A. Graham del libro de 2018 de Catherine Nixey "The Darkening Age", publicada en counter-currents.com en Agosto de 2018.

 

Ambos autores se refieren a la violencia institucional que ejerció el cristianismo desde sus primeros tiempos cuando se vio en el poder, en una guerra contra la civilización europea y contra la vida en general, una contra-natural rebelión de esclavos del tipo que describió Nietzsche, una sistemática destrucción de la base física cultural dondequiera que se encontrase, un borrar un mundo inmensamente superior.

 

 


 

 

 

 



La Destrucción Cristiana del Mundo Clásico
 


The Darkening Age - The Christian Destruction of the Classical World (2018) de Catherine Nixey es una poderosa descripción que vale bastante la pena leer acerca de la destrucción de la Antigüedad clásica llevada a cabo por los cristianos.

 

Ciertamente tiene algunos defectos, pero ofrece refutaciones implacables y concisas a difundidos mitos que rodean la historia del cristianismo temprano.

Sorprendentemente, hay pocos libros sobre este tema. La única descripción completa de los crímenes del cristianismo contra el mundo pagano es la Kriminalgeschichte des Christentums (Historia Criminal del Cristianismo) de Karlheinz Deschner, en 10 volúmenes, que nunca ha sido traducida al inglés.

 

La razón principal de eso, por supuesto, es que el cristianismo dominó la vida intelectual en Europa durante más de un milenio, y la Historia es escrita por los vencedores...

 

Nixey indica que hasta 1871 Oxford requería que todos sus estudiantes fueran miembros de la Iglesia de Inglaterra. Pocos se aventuraron a criticar al cristianismo en tal atmósfera.

The Darkening Age es, hasta donde sé, el único trabajo de historia popular sobre el tema de la violencia cristiana contra los paganos.

 

A diferencia del trabajo de Deschner, éste no es un tomo denso y académico sino más bien una polémica escrita para una audiencia popular.

 

La prosa de Nixey es valiente y vívida, y ella no tiene pretensiones de imparcialidad, como aclara en su Introducción:

"Este es un libro acerca de la destrucción cristiana del mundo clásico.

 

El asalto cristiano no fue el único - incendios, inundaciones, invasiones y el tiempo mismo, todos jugaron su parte - pero este libro se enfoca en el asalto del cristianismo en particular.

 

Esto no quiere decir que la Iglesia no conservó cosas: lo hizo. Pero la historia de las buenas obras del cristianismo en ese período ha sido contada una y otra vez; tales libros proliferan en bibliotecas y librerías. La historia y los sufrimientos de aquellos a los que el cristianismo derrotó no lo ha sido.

 

Este libro se concentra en ellos".

Nixey reconoce que la Iglesia Católica en efecto preservó manuscritos clásicos y obras de arte.

 

Ella elogia,

"el cristianismo de las antiguas bibliotecas monásticas, de la belleza de los manuscritos iluminados, de Beda el Venerable".

Sin embargo, como ella indica, mucho más fue destruido que lo que fue conservado.

 

Que la Iglesia conservara una fracción del cuerpo total de manuscritos clásicos y del arte no cambia el hecho de que el triunfo del cristianismo fue hecho posible en gran parte por la destrucción del paganismo.

A los monjes cristianos a menudo se los acredita con la conservación de textos clásicos.

 

Menos a menudo reconocido es que los propios monjes fueron también cómplices en la destrucción de la Antigüedad Clásica.

 

Entre éstos se incluye Benedicto, el famoso fundador de la orden benedictina.

Tras llegar a Montecassino, donde él estableció su primer monasterio, su primer acto fue destruir una estatua de Apolo junto con un altar dedicado a él, sobre el cual construyó una capilla dedicada a Juan el Bautista.

 

Él fue aún más allá,

"derribando los ídolos y destruyendo las arboledas en la montaña... hasta que él hubo desarraigado el último remanente del paganismo en aquellas partes".

Martín de Tours, un monje y obispo a quien está dedicado el monasterio más antiguo en Europa, destruyó lugares sagrados paganos y estatuas por todas partes del campo galo.

 

Una línea en la Vida de San Martín dice:

"Él demolió completamente el templo que pertenece a la falsa religión y redujo a polvo todos los altares y estatuas".

Las exageraciones abundan en las hagiografías, naturalmente, pero es revelador el que tanto los hagiógrafos de Benedicto como los de Martín vieran la destrucción de templos como algo digno de encomio y elogiaran con mucho entusiasmo las correrías de ellos.

Era sabido que bandas de monjes cristianos se comportaban violentamente en Siria.

 

El libro se abre con,

una descripción (hecha con algunas licencias poéticas) del derribamiento de Palmira en 385 d.C.

 

El altar del Templo de Al-Lat (un diosa del Cercano Oriente asociada con Atenea) fue destruido, y la estatua de Allat-Atenea fue decapitada y le cortaron sus brazos y nariz.

 

Casi dos mil años más tarde el Estado Islámico terminó lo que sus antepasados monoteístas habían comenzado, demoliendo templos y estatuas en Palmira, incluyendo lo que quedaba de la estatua de Atenea.

El orador griego Libanio describió la destrucción de templos en Siria:

"Esta gente se apresura para atacar los templos con palos y piedras y barras de hierro, y en algunos casos, desdeñando esos elementos, con manos y pies.

 

Luego sigue la desolación completa, con la remoción de tejados, la demolición de murallas, el derribo de estatuas y el derribamiento de altares, y los sacerdotes de esos templos deben mantenerse callados o morir..."

Así, la destrucción de templos y obras de arte no fue la acción de lobos solitarios y lunáticos aislados.

 

Fue decretada e instigada por monjes cristianos, obispos y teólogos, algunos de los cuales fueron canonizados más tarde.

 

Incluso Agustín una vez declaró que,

"toda la superstición de paganos e inconversos debería ser aniquilada, es lo que Dios quiere, lo que Dios manda, ¡lo que Dios proclama!".

Juan Crisóstomo se deleitó con la decadencia del paganismo:

"La tradición de los antepasados ha sido destruida, la costumbre profundamente arraigada ha sido arrancada, la tiranía de la alegría [y] los malditos festivales... han sido borrados como humo".

Él se jactó de que las escrituras,

"de los griegos han perecido todas y han sido borradas... ¿Dónde está Platón? ¡En ninguna parte! ¿Dónde está Pablo? ¡En boca de todos!".

Crisóstomo animó a otros cristianos a saquear las casas de la gente y forzarlas ante cualquier signo de herejía.

 

Esa táctica también fue adoptada por Shenoute, un abad egipcio que es considerado ahora un santo en la Iglesia copta. Shenoute y sus bandas de matones irrumpirían en las casas de vecinos sospechosos de ser paganos y destruirían estatuas y literatura "paganas".

 

En palabras de él,

"no hay ningún crimen para aquellos que tienen a Cristo".

Un obispo sirio del siglo V aconsejó que los cristianos,

"busquen los libros de los herejes... en cada lugar, y dondequiera que ustedes puedan, traérnoslos o quemarlos en el fuego".

Uno de los mayores crímenes instigados por un funcionario de la Iglesia fue la destrucción del Serapeum en 392 d.C.

 

El Serapeum fue construido por Ptolomeo III en el siglo III a.C. y fue dedicado a Serapis, una deidad greco-egipcia que combinaba a Osiris y Apis. Se decía que aquél era uno de los templos más grandes y más magníficos del mundo antiguo.

 

Albergaba miles de rollos que pertenecían a una colección adicional de la Gran Biblioteca de Alejandría, que se convirtió en todo lo que quedaba de dicha biblioteca después de su destrucción. En el centro del templo había una magnífica estatua de Serapis revestida con marfil y oro.

 

El historiador pagano Amiano Marcelino escribió que el esplendor del templo era tal que "las meras palabras sólo pueden hacerle una injusticia".

Los relatos de los acontecimientos que rodearon a la destrucción del Serapeum difieren, pero se cree que comenzaron cuando Teófilo, el obispo de Alejandría, y sus seguidores desfilaron en público en tono burlón con artefactos paganos, provocando ataques paganos.

 

Los cristianos contraatacaron, y los paganos buscaron refugio en el Serapeum.

 

El Emperador Teodosio, que había publicado un decreto en 391 que cerraba todos los templos paganos y prohibía la adoración pagana, envió una carta a Teófilo concediendo el perdón a los paganos e instruyéndolo para destruir el templo.

La destrucción del Serapeum fue celebrada por cronistas cristianos.

"Y ése fue el final de la vana superstición y antiguo error de Serapis", concluyó uno.

Serapis fue descrito como un "anciano decrépito".

 

Se piensa que los cristianos destruyeron aproximadamente 2.500 santuarios, templos y sitios religiosos a través de toda Alejandría (una nota a pie de página explica que esa cifra se deriva de un registro del siglo IV de los cinco distritos de la ciudad).

 

Un profesor griego escribió:

"Los muertos solían dejar la ciudad viva detrás de ellos, pero nosotros que vivimos ahora llevamos la ciudad a su tumba".

Aproximadamente veinte años más tarde, en 415 d.C., la renombrada filósofa, matemática y astrónoma Hipatia de Alejandría fue asesinada por una muchedumbre cristiana.

 

Eso fue la culminación de una cadena de acontecimientos que surgieron del choque entre Orestes, el prefecto imperial de Alejandría, y Cirilo, el arzobispo de Alejandría, con respecto a la gran población judía de la ciudad.

 

Hipatia era amiga de Orestes, y los cristianos la pusieron en la mira como un chivo expiatorio por la falta de voluntad de Orestes para negociar con Cirilo.

Un día de Marzo ella fue atacada por una turba de cristianos que la arrastraron a una iglesia cercana, la desnudaron completamente, y la apuñalaron con fragmentos de cerámica.

 

Su cuerpo fue desmembrado y quemado.

Es verdad que el conflicto que condujo a la muerte de Hipatia fue en último término uno político y que su asesinato no fue un ataque espontáneo motivado únicamente por el odio cristiano al paganismo.

 

Pero el asesinato de Hipatia muestra que, sin tener en cuenta sus motivaciones precisas, los cristianos no tuvieron escrúpulos para asesinar brutalmente a una de las mayores pensadoras de Alejandría.

 

La muerte de Hipatia fue incluso celebrada por cronistas cristianos posteriores como Juan de Nikiu, quien comparó las enseñanzas de ella con "artimañas satánicas" y elogió a Cirilo por erradicar la idolatría en Alejandría.

Nixey minimiza el hecho de que ambos partidos se involucraron en la violencia durante el curso de esos acontecimientos.

 

Pero, nuevamente, su propósito declarado era documentar sólo la violencia cristiana, y así ella no puede ser criticada por su tendencia. Además, si bien es verdadero que las muchedumbres paganas cometieron actos esporádicos de violencia contra los cristianos, ellos no pueden ser justamente comparados con la violencia cristiana.

 

Esta última implicó la destrucción de la herencia cultural (estatuas, santuarios, templos, bibliotecas), mientras que la violencia de los paganos surgió como una respuesta a la amenaza civilizacional que el cristianismo representaba.

La destrucción del paganismo también tuvo lugar dentro de paredes monacales.

Los monjes escribirían literatura eclesiástica encima de los textos de manuscritos clásicos, borrándolos mediante el raspado de sus superficies con piedra pómez.

 

La obra De Re Publica de Cicerón fue sobre-escrita por Agustín.

 

Una biografía escrita por Séneca fue sobre-escrita con el Antiguo Testamento.

 

Al Método de los Teoremas Mecánicos de Arquímedes le fue superpuesto un libro de rezos.

 

Fue sólo recientemente, con la ayuda de modernas tecnologías de imagen, que los investigadores fueron capaces de recuperar el palimpsesto de Arquímedes en su totalidad.

El influyente "Discurso a Hombres Jóvenes sobre la Literatura Griega" de Basilio de Cesarea indudablemente tuvo un impacto sobre qué textos fueron conservados y cuáles no.

 

En dicho ensayo, Basilio ("el Grande") perfiló qué obras de la literatura clásica eran aceptables a sus ojos. Él aconsejó que los cristianos rechazaran los trabajos más indecentes y más violentos de la literatura clásica, así como aquellas obras en las cuales las deidades greco-romanas eran abiertamente elogiadas.

 

Como resultado, muchas obras fueron simplemente removidas del canon.

 

En cuanto a obras de filosofía, los monjes tenían poco interés en copiar las escrituras de filósofos que se oponían al cristianismo, excepto con el propósito expreso de refutarlos (como Orígenes hizo en su Contra Celsum).

La decadencia de la literatura clásica fue así "lenta, pero devastadora". Se estima que menos del 10% de la literatura clásica ha sobrevivido hasta la época moderna. En términos de literatura latina específicamente, se estima que sólo un 1% ha sobrevivido.

 

El interés por los autores clásicos alcanzó un punto bajo durante los primeros siglos de la temprana Edad Media, que comenzó a repuntar sólo a finales del siglo VIII.

 

Nixey escribe:

"De la totalidad del siglo VI sólo sobreviven 'fragmentos' de dos manuscritos del poeta satírico romano Juvenal y meros 'remanentes' de otros dos, uno de Plinio el Viejo y otro de Plinio el Joven.

 

Del siglo siguiente no sobrevive nada salvo un único fragmento del poeta Lucano. Desde el principio del siglo que sigue, nada en absoluto".

La Iglesia Católica asimiló realmente elementos de la filosofía clásica.

 

El neo-platonismo, por ejemplo, influyó en varios filósofos cristianos, desde Agustín, Orígenes y el Pseudo-Dionisio el Areopagita hasta figuras posteriores como Marsilio Ficino y Ralph Cudworth.

 

Ellos representan lo mejor del cristianismo, es decir, su parte más helenizada.

 

Pero cuando uno quita el barniz pagano puesto sobre la Iglesia y se zambulle hasta el núcleo de las enseñanzas cristianas (de lo cual los cristianos tempranos son los mejores representantes), uno encuentra que la actitud general hacia el aprendizaje clásico, y el conocimiento en general, es de hostilidad.

 

Un escritor se quejó contra aquellos que,

"dejaron de lado la sagrada palabra de Dios y se dedican a la geometría...

 

Algunos de ellos entregan todas sus energías al estudio de la geometría euclidiana, y tratan a Aristóteles... con temor reverente; para algunos de ellos Galeno es casi un objeto de adoración".

Esa condena del conocimiento mundano era común entre los primeros cristianos.

 

Está incrustada en la Biblia, comenzando con Adán y Eva y la historia de la Torre de Babel. Ese tema persiste a través de toda la Escritura. Pablo escribe en su Primera Carta a los Corintios que "la sabiduría de este mundo es tontería para Dios" (1 Corintios 3:19).

 

Otro pasaje en esa carta es particularmente ilustrativo de la indiferencia cristiana por el conocimiento así como de la moralidad de esclavos inherente en el cristianismo:

"Lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a los fuertes; y lo vil del mundo y lo menos preciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es".

(1 Corintios 1:27-28)

Celso observó que,

"los esclavos, las mujeres y los niños pequeños" y "los tontos, la gente sin honor y estúpida",

...eran los más receptivos al mensaje cristiano, lo que no es sorprendente a la luz del desprecio que sentían los cristianos por el sabio, el fuerte y el honorable.

Las quemas de libros eran bastante comunes. Las obras del filósofo neo-platónico Porfirio, por ejemplo, fueron quemadas por órdenes de Constantino. Aproximadamente un siglo más tarde, Teodosio II y Valentiniano III también entregaron a las llamas las obras de aquél.

 

Amiano Marcelino escribe que:

"...innumerables libros y montones enteros de documentos, que habían sido sacados de varias casas, fueron reunidos y quemados bajo los ojos de los jueces.

 

Ellos fueron tratados como textos prohibidos para aliviar la indignación causada por las ejecuciones, aunque la mayor parte de ellos eran Tratados sobre diversas artes liberales y jurisprudencia".

En efecto, aunque los cristianos aparentemente sólo quemaron libros que pertenecían a magia, adivinación y herejía cristiana, las obras de filosofía eran a veces puestas bajo esa categoría.

 

Dirk Rohmann escribe:

"Además, si bien había precedentes antiguos para sugerir que ciertos filósofos eran caracterizados como magos, en la Antigüedad Tardía la magia y la herejía llegaron a ser vinculadas más claramente a esas tradiciones filosóficas...

 

Los herejes fueron así no sólo entendidos como disidentes cristianos sino que de vez en cuando aquellos paganos cuyas opiniones daban forma al discurso cristiano herético también podían ser etiquetados como herejes en la Antigüedad Tardía, a diferencia del moderno entendimiento del término herejía que está limitado a los cristianos.

 

Junto con la legislación imperial y eclesiástica que proscribió textos mágicos, heréticos y astrológicos, he sostenido que dentro de las comunidades cristianas surgió una falta de disposición no sólo para conservar textos de esas materias sino también textos que estuvieran relacionados con esos géneros o fueran considerados la base para cosmovisiones astrológicas o heréticas". [1]

Una creencia común entre los primeros cristianos era que las obras paganas de arte, su literatura, filosofía, etcétera, eran demoníacas...

 

Ellos creían en la existencia literal de demonios, los acólitos alados de Satán que atraían a la gente para que cometiera pecados. Se pensaba que los templos paganos eran centros de actividad demoníaca.

 

Según Agustín,

"Todos los paganos estaban bajo el poder de demonios.

 

Los templos fueron construidos para demonios, los altares fueron establecidos para demonios, los sacerdotes ordenados para el servicio de demonios, sacrificios ofrecidos a demonios, y los participantes extasiados fueron introducidos como profetas para demonios".

Eso dio ocasión a una gran paranoia.

 

Los cristianos se preocupaban sobre si usar los mismos baños que los paganos, por ejemplo, los infectaría con demonios. Un cristiano escribió a Agustín preguntándole si estaría bien para los cristianos comer la comida encontrada en un templo pagano en caso de que ellos pasaran hambre y no hubiera ninguna otra opción.

Agustín contestó que sería mejor morir de hambre...

El paganismo fue descrito como si fuera una enfermedad. Era natural, entonces, que los cristianos quisieran erradicarlo.

Los cristianos creían que las estatuas paganas estaban poseídas por demonios y sólo podían ser purgadas de la influencia demoníaca si ellas fueran dañadas de alguna forma (como mínimo, cortándoles la nariz o sus miembros). Se pensó que arrastrarlas, escupirlas o lanzando suciedad sobre ellas era insuficiente.

 

La mutilación cristiana de estatuas antiguas puede ser vista en museos hoy.

 

Nixey escribe:

"En Atenas, una enorme estatua de Afrodita fue desfigurada con una cruz ordinaria esculpida en su ceja; sus ojos fueron desfigurados y su nariz ha desaparecido.

 

En Cirene, los ojos han sido arrancados de un busto de tamaño natural en un santuario de Deméter, y la nariz quitada; en Toscana una pequeña estatua de Baco ha sido decapitada...

 

Una hermosa estatua de Apolo en Salamina ha sido castrada y luego golpeada, con fuerza, en la cara, rompiéndose la nariz del dios.

 

A través de su cuello hay cicatrices que indican que los cristianos intentaron decapitarlo, pero fallaron".

Es también probable que algo del daño sufrido por el Partenón, en particular el frontón del Este (que representa el nacimiento de Atenea), pueda ser atribuido a los cristianos.

 

Las imágenes de dioses en el complejo de Templo de Dendera también muestran signos de haber sido atacadas con armas contundentes.

La creencia sostenida por la mayoría de los cristianos de que el paganismo era demoníaco y enfermo les impidió tolerar pacíficamente a sus vecinos paganos.

 

El famoso Edicto de Milán de Constantino, promulgado en 313 d.C., estableció nominalmente la libertad religiosa a través de todo el Imperio, pero la persecución de paganos comenzó poco después de que el edicto fuera promulgado.

 

El biógrafo de Constantino lo elogió por haber,

"confutado el error supersticioso de los paganos en toda clase de formas".

En efecto, durante la última mitad de su reinado, el propio Constantino ordenó el saqueo y la destrucción de templos paganos, como el templo de Asclepio en Cilicia y un templo de Afrodita en Líbano.

 

Él también ordenó la ejecución de sacerdotes paganos. Las estatuas fueron removidas a la fuerza de los templos y fundidas, lo que contribuyó a la creciente riqueza de la Iglesia. Otras fueron robadas y conservadas en casas de cristianos ricos.

 

El poeta Palladas comentó de ellas que,

"ahí, al menos, ellas evitarán la caldera que las derrite".

El hijo de Constantino prohibió los sacrificios paganos en 341, declarando que "la superstición cesará".

 

En 356 la adoración de imágenes paganas se convirtió en un crimen capital. Él también ordenó el cierre de templos. Después del breve reinado de Juliano "el Apóstata" (361-363), Roma fue gobernada por Emperadores cristianos hasta el final. Juliano fue sucedido por Joviano, quien ordenó la destrucción de la Biblioteca Real de Antioquia y reinstauró la pena de muerte para aquellos que adoraban a dioses paganos.

 

El cristianismo Niceno fue declarado la religión oficial del Imperio en 380, durante el reinado de Teodosio I.

 

Entre 389 y 392 Teodosio publicó una serie de decretos que prohibían los sacrificios paganos y otros rituales, cerrando templos y aboliendo feriados paganos.

 

Él declaró:

"A ninguna persona se le concederá el derecho de realizar sacrificios; ninguna persona se aproximará a los templos; ninguna persona reverenciará los lugares sagrados".

Él también disolvió a las Vírgenes Vestales y los Juegos Olímpicos.

 

En 399 él publicó un decreto que autorizaba la destrucción de templos, anunciando que,

"si hubiera algún templo en los distritos del país, ellos serán derribados sin perturbación o tumulto. Ya que cuando ellos son derribados y removidos, la base material de toda superstición será destruida".

El incidente del retiro del Altar de la Victoria en 382 es ilustrativo de la parcialidad de la "tolerancia" aparentemente concedida a todos los súbditos del Imperio.

 

Los cristianos se opusieron a la presencia del Altar de la Victoria en la Casa del Senado romana, y el Emperador cristiano Graciano la hizo quitar. El senador Simaco presentó una solicitud a Valentiniano II, solicitando la restauración del Altar y haciendo una apelación a la tolerancia religiosa, pero él fue rechazado.

En 399 Arcadio, el hijo de Teodosio, decretó que todos los templos paganos restantes deberían ser demolidos.

 

En 408 su hermano y co-Emperador Honorio publicó un decreto que proclamaba que,

"si alguna imagen queda en pie todavía en los templos y lugares sagrados, ellas serán arrancadas desde su fundamento...

 

Los edificios de los templos que están situados en ciudades o pueblos o fuera de los pueblos serán reivindicados para uso público. Los altares serán destruidos en todos los sitios".

Nixey enfatiza que ésos no eran decretos huecos.

 

Los propios registros cristianos dan testimonio de eso. Marcelo, obispo de Apamea, fue descrito como,

"el primero de los obispos en poner el edicto en vigencia y en destruir los santuarios de la ciudad puestos bajo su cuidado".

(Él más tarde fue quemado vivo por paganos en venganza).

 

Un escritor cristiano se alegró de que los Emperadores,

"escupieran en las caras de ídolos muertos, pisotearan los ritos ilegales de demonios, y se rieran de las viejas mentiras".

Otro se jactó:

"Vuestras estatuas, bustos, los instrumentos de vuestro culto han sido todos derribados; ellos yacen en tierra y todos se ríen de vuestros engaños".

Se estima que en el año 312 aproximadamente entre el 7 y el 10% del Imperio romano era cristiano (entre 4 y 6 millones de una población de aproximadamente 60 millones).

 

Dentro de un siglo, lo inverso había llegado a suceder, y entre el 70 y el 90% del Imperio era cristiano. La mayoría de las conversiones ocurrió fruto de intimidación y fueron incitadas por la destrucción de templos y objetos sagrados.

 

Libanio, quien fue desterrado del Imperio en 346, comentó al final del siglo IV que los templos estaban,

"en ruinas, su ritual prohibido, sus altares derribados, sus sacrificios suprimidos, sus sacerdotes echados y su propiedad dividida entre una multitud de bribones".

Allí donde la destrucción cristiana de la herencia clásica es por lo general minimizada o pasada por alto, las historias de mártires cristianos en la Antigüedad tardía han sido inculcadas en la imaginación popular.

 

Los mártires fueron venerados por la Iglesia, y sus historias fueron contadas y vueltas a contar, a menudo exageradas y sacadas de contexto.

 

Así hay algunas persistentes ideas falsas que rodean al martirio cristiano en la Roma antigua.

La idea de que los cristianos fueron torturados y ejecutados en masa por una sucesión continua de sanguinarios Emperadores romanos es falsa.

 

Durante los primeros dos siglos y medio después del nacimiento de Cristo, el único caso de persecución imperial de cristianos fue la breve persecución de Nerón el año 64.

 

Durante el curso de tres siglos de gobierno romano, hubo menos de quince años de persecución gubernamental de cristianos.

 

De manera importante, como señala Nixey, los romanos no intentaron erradicar el cristianismo mismo. Si Roma hubiera dirigido todo el peso de su fuerza imperial para detener la difusión del cristianismo en sus primeros días, habría tenido éxito.

Después de Nerón, la persecución imperial de cristianos no se reanudó sino hasta casi dos siglos más tarde, durante el reinado de Decio.

 

La persecución de éste comenzó en 250 d.C., después de que él decretó que todos los romanos tenían que realizarle sacrificios a él y a los dioses romanos. Su edicto no apuntaba a los cristianos expresamente; su intención era unificar el Imperio y asegurar la lealtad de sus súbditos.

 

El no adherirse al edicto era castigable con la muerte, pero a los cristianos se les dio la oportunidad para apostatar.

El edicto duró sólo un año.

 

Eso fue seguido pronto por la persecución de Valeriano, que fue similar en su efecto y duró de 257 a 260.

La persecución imperial más severa de cristianos fue la "Gran Persecución" bajo el Emperador Diocleciano, que duró entre 303 y 313.

 

Cientos de cristianos fueron muertos, torturados o encarcelados. Sin embargo, la mayoría de los cristianos en el Imperio fueron capaces de evitar el castigo, ya fuera mediante apostasía, soborno o huyendo del Imperio.

 

Los esfuerzos de Diocleciano en general fueron ineficaces.

Nixey dedica un capítulo a analizar la correspondencia entre Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, y el Emperador Trajano sobre el asunto de los cristianos en el Imperio. En 112 d.C. Plinio escribió a Trajano pidiéndole consejo sobre cómo tratar con cristianos locales, que estaban interrumpiendo la paz.

 

Esa carta (Epistula X. 96) es la primera mención registrada de cristianos por un escritor romano y proporciona mucha información acerca de cómo los cristianos eran percibidos por los romanos.

 

Plinio los veía como un culto molesto que debilitaba la unidad imperial y provocaba desorden. Su "persecución" de cristianos nació no del odio fanático sino del pragmatismo. Él no se opuso a ellos por razones religiosas y nunca se refiere a ellos como malvados, poseídos por demonios, etcétera.

 

La respuesta de Trajano a Plinio declara que los cristianos deberían ser castigados.

 

Pero él añade una cláusula importante:

"Esa gente no debe ser perseguida".

Plinio, de esa manera, vio la ejecución como un último remedio.

 

Él dio a los cristianos recalcitrantes múltiples oportunidades para cumplir con la ley. Otros funcionarios romanos hicieron lo mismo. Hay un relato de una joven muchacha cristiana que voluntariamente se presentó al gobernador romano Daciano con la esperanza de ser martirizada.

 

Él no quiso matarla e imploró que ella obedeciera:

"Piensa en las grandes alegrías que estás cortando... La familia que estás privando te sigue con lágrimas".

La glorificación del martirio significó que muchos cristianos se entusiasmaran por ser martirizados.

 

Cuando el gobernador de fines del siglo II Arrio Antonino ejecutó a algunos cristianos en su provincia, los cristianos locales afluyeron a él y pidieron ser muertos en una manera similar.

 

Eso lo llevó a comentar:

"Oh, ustedes, gente detestable. Si desean morir, tienen acantilados de los cuales saltar y sogas con las cuales colgarse".

Dice algo sobre el cristianismo el que sus mayores héroes no sean aquellos que consiguieron grandes cosas sino más bien aquellos a los que se hizo sufrir.

 

Esto trae a la mente la descripción de Julius Évola del ascetismo cristiano como,

"una especie de masoquismo, un gusto por sufrir, mezclado con un resentimiento mal disimulado contra todas las formas de salud, fuerza, sabiduría y virilidad".

Évola

La Doctrina del Despertar

Eso también da testimonio del igualitarismo inherente al cristianismo...

 

George Bernard Shaw una vez definió el martirio como,

"la única forma por medio de la cual un hombre puede hacerse famoso sin tener ninguna habilidad".

La naturaleza del cristianismo, negadora de la vida, también fue manifestada en la actitud cristiana hacia los pasatiempos romanos diarios.

 

Los cristianos repudiaban la actitud franca de los romanos hacia la sexualidad y procuraron suprimir el arte y la literatura eróticos. Ellos denunciaron las fiestas de celebración, y un decreto que prohibía "los banquetes cordiales en honor a ritos sacrílegos" fue publicado en 407.

 

La lucha libre fue etiquetada como "el comercio del Diablo".

 

Los cristianos también se quejaron contra los baños públicos, que funcionaban como plazas de ciudad y que se consideraba que estaban infestados de demonios. Las estatuas de deidades romanas que estaban en baños públicos a menudo eran destruidas.

Es irónico que en su búsqueda para divorciarse del mundo material los tempranos monjes cristianos llegaran a obsesionarse con pecados terrenales hasta un grado patológico.

Los monjes pasaban sus días contemplando sus propios pecados y reprochándose a sí mismos.

 

Las tempranas descripciones cristianas de demonios y de los pecados que ellos incitan son meticulosas y extensas.

 

Las descripciones de martirios a menudo se detienen sobre los espantosos procedimientos mediante los cuales los cristianos fueron supuestamente muertos, y muestran una preocupación casi masoquista por la tortura.

Nixey está en lo correcto al indicar que los romanos no celebraban el libertinaje y el desenfreno abyecto, como a veces se ha supuesto.

Los romanos apreciaban la modestia (pudicitia o pudor) y la autodisciplina (gravitas). Había restricciones legales en cuanto a la sexualidad, y la hipersexualidad era despreciada, al igual que el afeminamiento.

 

A diferencia de los cristianos, sin embargo, los romanos abrazaban la sexualidad como una parte natural de la vida y no procuraban sofocarla.

Nixey no hace una aclaración similar en cuanto a la cuestión de la tolerancia religiosa.

 

Su descripción de la civilización romana como "fundamentalmente liberal" en este aspecto es engañosa. Los romanos eran tolerantes de otros en tanto que éstos hicieran ofrecimientos a los dioses romanos y al Emperador:

el Imperio impuso una ortopraxia más bien que una ortodoxia.

De ahí que las élites romanas cultas, a pesar de que muchos eran incrédulos, todavía realizaran ofrendas a los dioses y se adhirieran a la costumbre romana tradicional (mos maiorum).

El politeísmo romano era pluralista en el sentido de que un hombre podía adorar, digamos, tanto a Júpiter como a Isis o Mitra.

 

Los cultos importados de Egipto y Oriente fueron introducidos en Roma en el siglo I y gradualmente se convirtieron en una parte de la religión romana (aunque ellos nunca adquirieran el status de deidades romanas tradicionales).

 

Sin embargo, el gobierno colocó restricciones a los cultos que eran percibidos como una amenaza para la unidad imperial.

 

En 186 a.C., por ejemplo, el Senado prohibió las Bacchanalia (un culto de misterio con raíces en los Misterios Dionisíacos) a causa de que el secreto del culto podía fomentar la conspiración y la subversión política.

Por supuesto, el objetivo de la prohibición de las Bacanales no era erradicar el culto sino regularlo y asegurar la supremacía de la religión romana. La prohibición simplemente puso a los iniciados bajo la vigilancia de cónsules y estipulaba que los ritos bacanales requerían la aprobación del Senado a fin de ser realizados.

 

Eso está muy lejos de la actitud cristiana hacia los paganos, que fue de una desquiciada hostilidad, inclinada a la erradicación total del paganismo.

 

Ésta es una de las diferencias esenciales entre el paganismo y el monoteísmo bíblico. En efecto, el exterminio del paganismo fue celebrado por los cristianos.

 

Isidoro de Pelusium declaró triunfalmente a principios del siglo V que,

"la fe pagana... [había] desaparecido de la tierra".

En 423 Teodosio decretó que,

"las regulaciones de constituciones antes promulgadas supriman a todos los paganos, aunque ahora creamos que no hay ninguno". [2]

En el momento del asesinato de Hipatia, en 415, el paganismo clásico estaba en sus convulsiones de muerte.

Cuando Justiniano ascendió al trono en 527 la destrucción del paganismo había más o menos ocurrido ya. Todavía había paganos, pero el mayor daño había sido ya hecho.

 

Nixey sobredramatiza el cierre que hizo Justiniano de la Academia Neoplatónica en 529, que era en gran parte una cuestión de cortar el financiamiento público de la institución.

 

La Academia Neoplatónica no podía alardear de pertenecer a una "cadena dorada" que se remontaba a Platón, ya que no poseía ningún vínculo directo con la Academia de Platón original (que fue destruida cuando Sula saqueó Atenas en 86 a.C.).

 

El cierre de la Academia no sumergió a Europa en la Edad Oscura, como ella afirma. Los "siete últimos filósofos" en efecto huyeron de Atenas y buscaron refugio en la corte del Emperador persa Cosroes I, pero ellos volvieron a Atenas poco después.

 

Tras retornar ellos Justiniano les concedió residencia en el Imperio y les permitió practicar la filosofía y dar clases en privado.

 

La enseñanza de la filosofía en Atenas continuó durante aproximadamente cincuenta años, hasta que Atenas fue saqueada por los Eslavos en 582. [3]

 

Eso no quiere decir que Justiniano fuera inocente: él prohibió el paganismo, ejecutó paganos, y organizó quemas de libros por todas partes del Imperio.

La implicación de Nixey es que la Edad Oscura abarcó la totalidad de la Edad Media. Ella no entra en detalles en eso, pero una de sus principales influencias es Edward Gibbon, cuya visión de la Edad Media era notoriamente débil.

 

La investigación medieval más reciente ha puesto en duda ese cliché. Los primeros siglos de la Temprana Edad Media se caracterizaron por la decadencia cultural y económica, pero la Edad Media en conjunto presenció muchos grandes logros.

 

Tres renacimientos culturales ocurrieron durante la Edad Media:

  • el Renacimiento Carolingio en los siglos VIII y IX

  • el Renacimiento de Otón en el siglo X

  • el Renacimiento del siglo XII

Esos períodos vieron un renovado interés por la filosofía, la literatura, la ciencia, etcétera, de los greco-romanos.

 

Por supuesto, los logros que ocurrieron durante la Edad Media no deben nada al cristianismo y todo a los europeos mismos.

Fue a pesar del cristianismo, y no debido a él, que ocurrieron los renacimientos medievales.

 

Fue a pesar del cristianismo que la civilización europea en general fue capaz de alcanzar tales grandes alturas.

Hay varios errores descuidados a través de todo el libro.

 

Por ejemplo,

la aseveración de Nixey de que los siglos después de Constantino no produjeron ningún poeta satírico es errónea; hubo algunos.

 

Ellos eran generalmente poco entusiastas con respecto al cristianismo.

 

La elegía final del poeta del siglo VI Maximiano, considerado como el último verdadero poeta romano, habla de su muerte inminente y ha sido interpretada como un lamento por la decadencia del mundo pagano.

Luego hay algunos defectos más profundos, además de aquellos ya mencionados.

La autora proyecta ideales de la Ilustración del siglo XVIII sobre la civilización greco-romana cuando le sirve a su fábula de Nueva Atea.

 

Ella pasa por alto el hecho de que la filosofía y el misticismo no eran mutuamente exclusivos en el mundo antiguo.

 

El límite entre filosofía y teurgia, misticismo y magia, era borroso; como se dijo, el condenar al fuego textos de magia y adivinación llevó también a la quema de obras de filosofía.

 

El escepticismo también quedó restringido a las élites; la mayoría de los griegos y romanos corrientes creía en dioses y fuerzas sobrenaturales.

Ella no menciona que la aristocracia romana estaba en un estado de decadencia, ya que eso debilitaría su alabanza del ateísmo y cosmopolitismo de dicha clase.

 

En la época de Constantino la aristocracia había perdido su espíritu marcial y se había hecho suave y satisfecha.

Amiano Marcelino lamentó el hecho de que,

"las pocas casas que eran famosas antes por su dedicación a búsquedas serias ahora abundan en los deportes de la indolencia inactiva". [4]

Eso hizo más fácil para el cristianismo infiltrarse en la élite.

 

A medida que la élite se cristianizaba cada vez más, muchos se convirtieron al cristianismo por un deseo de movilidad ascendente.

Otro defecto que se destaca es la curiosa omisión de una cierta tribu. Nixey no menciona judíos fuera del contexto del asesinato de Hipatia, además de describirlos como "los odiados enemigos de la Iglesia", citando las homilías anti-judías de Juan Crisóstomo.

 

Pero los judíos contribuyeron tanto de manera directa como indirecta a la destrucción del mundo clásico. El odio fanático y el dogmatismo de los primeros cristianos fueron directamente heredados de sus antepasados judíos.

 

En Éxodo 22:20 dice:

"Él que sacrifique a otro dios que no sea Yahvé será completamente destruido".

Los judíos también se involucraron en la destrucción de estatuas paganas, templos y obras de arte.

 

Durante la Guerra de Kitos, por ejemplo, los rebeldes judíos conducidos por Lukuas devastaron Cirenaica, destruyendo estatuas paganas y templos así como edificios oficiales romanos y baños públicos.

 

Además, ellos limpiaron étnicamente la región asesinando de manera brutal a no menos de 240.000 de sus habitantes. [5]

 

La carnicería fue tal que Roma tuvo que restaurar la población estableciendo nuevas colonias allí. Lukuas y los judíos después le prendieron fuego a Alejandría, destruyendo templos egipcios y profanando la tumba de Pompeyo.

 

Ésa fue sólo una de varias rebeliones judías contra el Imperio romano.

Los paralelos entre los crímenes judíos contra los paganos y los cometidos por los cristianos son asombrosos.

Las autoridades romanas reconocieron correctamente al cristianismo como una forma de judaísmo disfrazado.

 

La destrucción de estatuas no era algo inaudito en el mundo antiguo, pero eso por lo general ocurría en el contexto de conquistas imperiales y cambio de regímenes.

 

Los crímenes de judíos y cristianos contra paganos, por otra parte, provinieron únicamente del odio y la venganza intrínsecos del monoteísmo bíblico.

 

Tanto judíos como cristianos reclamaban un monopolio sobre la verdad religiosa y declaraban que todas las religiones "falsas" debían ser erradicadas.

Compare esa intolerancia semítica con la aseveración de Celso de que,

"hay una antigua doctrina [ἀρχαῖος λόγος] que ha existido desde el principio y que siempre ha sido mantenida por las más sabias naciones y ciudades y hombres sabios". [6]

(Celso llega a excluir a los judíos de entre las "naciones más sabias" y describe al judaísmo como una perversión de la sabiduría antigua).

Tanto los ataques judíos como cristianos contra el paganismo indoeuropeo fueron esencialmente revueltas de esclavos alimentadas por el resentimiento, en un sentido muy literal: los judíos en el Imperio romano realmente descendían de esclavos importados del Este, y los primeros y más celosos conversos al cristianismo fueron igualmente sacados de los peldaños más bajos de la sociedad.

 

El cristianismo apeló a los esclavos porque, al igual que el judaísmo, apreciaba todo lo que representaba lo opuesto de sus amos superiores.

 

Nietzsche notó ese paralelo, comentando que el cristianismo puso,

"todas las valoraciones de cabeza" y que el judaísmo representaba una "inversión de los valores". [7]

Jan Assmann ha usado el término "inversión normativa" para describir el proceso por el cual los elementos del judaísmo evolucionaron como una rebelión consciente contra la religión egipcia. [8]

 

Dicho término podría ser fácilmente aplicado al cristianismo también.

Es posible que Nixey decidiera minimizar las raíces judías del cristianismo a fin de evitar potenciales acusaciones de "anti-semitismo". Si ése es el caso, esto es un testimonio del hecho de que, dos mil años después de las guerras romano-judías, la subversión judía es todavía un fenómeno muy real.

Un cristiano puede replicar que las acciones de monjes fanáticos hace dos milenios tienen poca conexión con el cristianismo de hoy y como evolucionó en Europa.

 

Sin embargo, uno no puede entender verdaderamente al cristianismo - y por lo tanto el núcleo que está sepultado bajo el magnífico edificio de la Iglesia Católica - sin estudiar su historia y sus tempranas escrituras.

 

Ninguna cantidad de influencia pagana puede suprimir totalmente el veneno que está en el centro del cristianismo, el cual existe fundamentalmente en guerra contra el paganismo indoeuropeo así como contra Europa misma.

No puedo recomendar The Darkening Age sin reservas, pero es sin embargo una descripción persuasiva y poderosamente escrita de la destrucción cristiana de la Antigüedad Clásica.

 

Los errores dispersos por todas partes son desafortunados, y uno espera que un día otro escritor anglófono venga y escriba un mejor trabajo popular sobre el tema.

 

Pero mientras tanto, este libro proporciona un sólido contrapeso a difundidas ideas falsas sobre la historia del cristianismo temprano.

 

Demuele hábilmente los mitos que sostienen,

  • que el cristianismo triunfó únicamente por medios 'pacíficos'

  • que los primeros cristianos eran inocentes que fueron bárbaramente muertos por malvados Emperadores romanos

  • que el cristianismo conservó más que lo que destruyó...

Ninguno de los defectos del libro es tan grave como para disminuir la verdad de su tesis.

 

Sirve como un poderoso recordatorio de la amenaza que el monoteísmo bíblico ha representado y sigue representando para la civilización europea.

 

 

 

 

Referencias

  1. Dirk Rohmann, Christianity, Book-Burning, and Censorship in Late Antiquity: Studies in Text Transmission, Berlin, 2016, p. 148.
     

  2. Peter Brown, Power and Persuasion in Late Antiquity: Towards a Christian Empire, University of Wisconsin, 1992, p. 128.

     

  3. Alan Cameron, "The Last Days of the Academy of Athens", Proceedings of the Cambridge Philological Society, vol. 195, 1969, pp. 8, 25.
     

  4. Ammianus Marcellinus, Res Gestae, XIV, 6.18.
     

  5. Dión Casio, Hist. Rom., V, 68.32.
     

  6. Orígenes, Contra Celsum, I, 14.
     

  7. Friedrich Nietzsche, Más Allá del Bien y del Mal, §62 y 195.
     

  8. Jan Assmann, Moses the Egyptian: The Memory of Egypt in Western Monotheism, Cambridge, 1997, p. 31. Greg Johnson escribió una excelente serie de artículos sobre este libro.