El Libro de la Serpiente de agua
 

Esta es la serpiente de agua; es poderosa. Silenciosa, se desliza por el Gran Río en búsqueda de su enemigo. Con poder, lucha contra las innumerables manos de sus cazadores. Rasga sus lazos. Porque es libre e invencible en su territorio.
 

 


1 Los soldados alemanes
1932 - 1945

El Tratado de Versalles trajo modificaciones considerables para Europa. Bajo la presión de las adversas condiciones económicas, crecieron nuevas ideologías de carácter autoritario. En 1933, el Partido Nacional Socialista de Hitler alcanzó el poder en Alemania. Su implacable política de expansión desembocó en la Segunda Guerra Mundial, cuyas ramificaciones se entendieron a otros continentes.

 

En un principio, los países de América Latina adoptaron una actitud de espera respecto del nacional socialismo. Tras el inicio de las hostilidades en 1939, Hitler trató de convencer al presidente brasileño Vargas a que se aliara con él, y en compensación le ofreció varias plantas de acero. Sin embargo, y bajo la presión de los Estados Unidos, en 1942 Brasil declaró la guerra a Alemania. En el continente sudamericano, las hostilidades se limitaron a acciones secretas de comandos del ejército alemán, apoyadas por las importantes colonias alemanas que allí existían.

Durante este período, el destino de los indios no cambió de una manera sustancial. Por segunda vez, un ejército de cortadores de caucho avanzó por la región amazónica para proporcionar la valiosa materia prima a los aliados. La población nativa se retiró aún más hacia el interior de las regiones inaccesibles de los bosques vírgenes.
 


El asalto al poblado de Santa María

La Crónica de Akakor registra todo lo que les ha acontecido a los Ugha Mongulala, incluso la alianza con los soldados ale manes que vinieron aquí para quedarse con nosotros para siempre.

 

Todo ello está escrito en la crónica:

Numerosos eran los Blancos Bárbaros. Algunos de ellos habíanse establecido en comunidades. Otros llegaron que recorrieron los caminos. Gritaban como el gran pájaro de los bosques y rugían como el jaguar. Deseaban que los Servidores Escogidos se asustaran. Deseaban ahuyentar a los guerreros y exterminar a los últimos de las Tribus Escogidas. Y así fue como habló el consejo supremo:

«Hemos de luchar contra los extranjeros. Hemos de matar a los Blancos Bárbaros. Asesinan a nuestras mujeres, nos roban nuestras tierras y adoran a falsos dioses. Agujerearemos sus oídos y sus codos y los privaremos de su virilidad. Los mataremos, uno a uno, y si los encontramos solos, los emboscaremos. Esparciremos su sangre por los caminos, y colocaremos sus cabezas sobre la orilla del río en el que tantos de nuestros guerreros han caído».

La guerra de conquista de los Blancos Bárbaros terminó con la retirada de los cortadores de caucho. Únicamente pequeños grupos de aventureros y de buscadores se atrevieron a penetrar más allá de la frontera situada en la Gran Catarata. Avanzaron hacia las regiones interiores de Akakor y se enzarzaron en una feroz lucha con nuestros exploradores, librada con una crueldad terrible por ambas partes. Los Blancos Bárbaros atacaron las aldeas de las Tribus Aliadas y mataron a los hombres, a las mujeres y a los niños. Los Ugha Mongulala capturaron a los de los puestos más adelantados, les rasparon sus pies y los arrojaron al río, donde su sangre atrajo a los peces carnívoros, que los devoraron vivos. Otros fueron atados y entregados a los animales salvajes de la inmensidad de las lianas.

Las batallas formales eran raras; sin embargo, hubo una en el año 12.417 (1936). Una expedición dirigida por sacerdotes blancos se había adentrado en el territorio de la Tribu Aliada de los Corazones Negros. Habían incendiado sus cabañas y abierto las tumbas en busca de oro. Esto constituía una violación de las leyes divinas que exigía una expiación. El príncipe Sinkaia, el mismo que había dado la orden para el ataque de Lima, se puso al frente de los Ugha Mongulala. Con un grupo de escogidos guerreros atacó un poblado de los Blancos Bárbaros llamado Santa María y situado en las zonas altas del Río Negro.

 

Ordenó que todos los hombres fueran asesinados y todas las casas incendiadas. Únicamente sobrevivieron las cuatro mujeres de la aldea, que fueron hechas prisioneras. En un intento de escapar, tres de ellas se ahogaron en el camino de regreso a Akakor. La cuarta mujer llegó a la capital del imperio de los Ugha Mongulala. Con su llegada en el año 12.417, comienza un nuevo capítulo de la historia de mi pueblo.

Por vez primera, un Blanco Bárbaro no trajo ni el daño ni la tristeza a los Ugha Mongulala. Y también por vez primera, un príncipe de las Tribus Escogidas se alió con la sangre de un pueblo extranjero, en contra de los deseos del consejo supremo, pero con la aprobación de los sacerdotes.

Reinha, que así era como se llamaba la mujer cautiva, procedía de un lejano país llamado Alemania. Los sacerdotes blancos la habían enviado a Brasil para convertir a las Tribus Degeneradas al signo de la cruz. Su trabajo la había familiarizado con la vida de los antiguos pueblos del Gran Río. Había contemplado sus miserias y conocido su desesperada lucha por la supervivencia.

 

Tras haber sido tomada prisionera, Reinha se ganó rápidamente la confianza de mi pueblo. Ayudo a los enfermos y vendó las heridas de los guerreros, ínter cambió sus conocimientos con los de los sacerdotes y les hablo sobre la herencia de su pueblo. El príncipe Sinkaia, que la había observado detenidamente, se sintió profundamente atraído hacia Reinha. Cuando ella le correspondió con los mismos sentimientos y se mostró dispuesta a renunciar al signo de la cruz, él la elevó al rango de princesa de los Ugha Mongulala.

Hablaremos ahora sobre todos los nombres y títulos. Registraremos los nombres de todos aquellos que acudieron a Akakor para celebrar la unión entre Reinha y el príncipe. El príncipe de las Tribus Escogidas era Sinkaia, el hijo primogénito de Urna, el venerable descendiente de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses. A su lado se sentaron el sumo sacerdote, Magus, y el supremo señor de la guerra, Ina. Éstos fueron los primeros en rendir homenaje a la nueva princesa. A ellos les siguieron el consejo supremo y los señores de la Casa de Hama, de la Casa de Magus y de la Casa de Maid. También los guerreros se congregaron. Hasta el pueblo ordinario asistió a la ceremonia.

 

Todos saludaron a la nueva señora con el debido respeto.
 


Reinha en Akakor

La unión entre Reinha y Sinkaia cambió la vida de mi pueblo. La nueva princesa de los Ugha Mongulala fue la primera mujer en compartir el gobierno con el príncipe. Ella asistió a las reuniones del consejo supremo y propuso importantes decisiones. Bajo su recomendación, Sinkaia ordenó la igualdad de derechos para todas las Tribus Aliadas. Hasta la llegada de Reinha a Akakor. éstas habían estado sometidas a pesadas cargas de tributos y al impuesto de guerra. Ahora Sinkaia anulaba una de las leyes de los Padres Antiguos.

 

Les concedió los mismos derechos que los que disfrutaban los Ugha Mongulala, tal y como está escrito en la crónica:

Así se introdujo la igualdad para todas las tribus. Los arqueros v los lanceros, los hondistas v los exploradores, los ancianos v los señores de la guerra: todos los títulos v todas las funciones, quedaban ahora abiertas para todos. Únicamente el impuesto de príncipe y las jerarquías de los sacerdotes quedaron reservadas al Pueblo Escogido, el legítimo descendiente de los Maestros Antiguos.

Desde este momento, las Tribus Aliadas gozarían de derechos iguales. Para evitar que pudieran caer en la traición, el consejo supremo introdujo la pena de muerte. Esto también constituía una violación del orden de los Padres Antiguos Según su legado, los mayores crímenes eran castigados con el exilio. Pero la Edad de Oro era una cosa del pasado, y en vez de los sabios y previsores Dioses, eran los Blancos Bárbaros quienes determinaban el destino del continente, gobernaban según sus propias leyes y con su traición y su astucia habían traído la inquietud a las Tribus Aliadas. Quince de las tribus más confiadas habían sido ya engañadas por sus hipócritas promesas y habíanse convertido al signo de la cruz.

 

El consejo supremo esperaba evitar el peligro de la traición introduciendo, por lo menos temporalmente, la pena de muerte. Cuando la estación de las lluvias del año 12.418 (1937) concluía se produjo en Akakor un acontecimiento que había sido gozosamente anticipado durante bastante tiempo:

Reinha trajo un hijo a Sinkaia. Yo, Tatunca Nara, soy el hijo primogénito de Sinkaia, el legítimo príncipe de los Ugha Mongulala, tal y como está escrito en la crónica:

 

Esta es la historia del nacimiento del hijo primogénito de Sinkaia. Como los rayos del sol al comenzar la mañana, la noticia se extendió por todo el país. Grande fue la alegría de los Servidores Escogidos. El entusiasmo colmaba sus corazones. La tristeza desapareció inmediatamente, y sus pensamientos se mostraban optimistas. Porque Sinkaia era muy apreciado y su familia muy respetada. La sucesión de la dinastía de Lhasa quedaba asegurada, ya nunca podría extinguirse. La raza del príncipe, el supremo servidor de los Maestros Antiguos, no se perdería. Así hablaba el pueblo, y así hablaban los guerreros.

 

Únicamente el sumo sacerdote permanecía sentado envuelto en el silencio. Y él realizó las invocaciones prescritas. Para interpretar el futuro, abrió el árbol. Pero de él manó una savia roja que cayó sobre la vasija, adquiriendo la forma de un corazón. Y el jugo que afluía era como sangre real. Entonces la sangre se congeló. Una costra brillante recubrió la savia, encerrando un terrible secreto. Había nacido el último príncipe, el último de la dinastía de Lhasa.
 

La alianza con Alemania

Cuatro años después de su matrimonio con Sinkaia, Reinha regresó con su pueblo. No como una refugiada, sino que, por el contrario, partió como embajadora de los Ugha Mongulala. Tomando una ruta secreta, alcanzó los poblados de los Blancos Bárbaros situados en la costa oriental del océano. Un gran barco la transportó a su país. Reinha permaneció con su pueblo durante doce lunas. Entonces los exploradores anunciaron su inminente llegada a Akakor. Pero en esta ocasión, la princesa de las Tribus Escogidas venia acompañada de tres grandes dirigentes de su pueblo. Sinkaia reunió a los ancianos, a los señores de la guerra, y a los sacerdotes para darles la bienvenida.

 

También los guerreros y el pueblo ordinario se congregaron para contemplar a los visitantes extranjeros. En los días que siguieron, el consejo supremo y los dirigentes de los alemanes celebraron numerosas conversaciones, en las cuales Reinha estuvo presente. Intercambiaron sus conocimientos y discutieron un futuro común. Luego llegaron a un acuerdo. Los Ugha Mongulala y los alemanes adoptaron un acuerdo que una vez más habría dado un giro completamente diferente al destino de los Ugha Mongulala.

Antes de pasar a relatar los detalles de este acuerdo, he de describir una vez más la miseria y la desesperación en la que mi pueblo se encontraba en estos años. La guerra proseguía por las cuatro esquinas del imperio. Nuestros guerreros caían en enormes cantidades, alcanzados por las terribles armas de los Blancos Bárbaros. Tanto presionaban en su avance nuestros enemigos que ya ni siquiera podíamos enterrar a los muertos de acuerdo con las leyes antiguas. Sus cuerpos se descomponían sobre la tierra cual capullos marchitos.

 

Las quejas y los gritos de dolor de las mujeres llenaban Akakor. En el Gran Templo del Sol, los sacerdotes imploraban a los Padres Antiguos en solicitud de ayuda. Mas el cielo continuaba vacío. Las Tribus Escogidas sufrían de hambre. En su desesperación. rebanaban la corteza de los árboles y comían los líquenes que crecían en las rocas. Surgieron la discordia y las riñas. Sólo era cuestión de tiempo el que los Ugha Mongulala tuvieran que abandonar su lucha contra los Blancos Bárbaros. Como un jaguar que hubiera sido atrapado, luchaban desesperadamente contra la inminente destrucción.

Esta era la situación de mi pueblo cuando el consejo supremo concluyó la alianza con los dirigentes alemanes. Éstos prometieron a los Ugha Mongulala las mismas poderosas armas que las que utilizaban los Blancos Bárbaros. Serían enviados a Akakor dos mil soldados para enseñarles el manejo del equipo. Éstos serían asimismo responsables de la construcción de grandes fortificaciones y de ganar nueva tierra cultivable. Pero la parte más importante del acuerdo se refería a la guerra que había sido planeada para el año 12.425 (1944).

 

Nuestros aliados tenían previsto desembarcar en la costa brasileña y ocupar todas las ciudades más importantes. Los guerreros de los Ugha Mongulala apoyarían la campaña mediante rápidas incursiones sobre los poblados de los Blancos Barbaros situados en el interior del país. Tras la esperada victoria. Brasil seria dividido en dos territorios: los soldados alemanes reclamarían las provincias de la costa; los Ugha Mongulala serían satisfechos con la región sobre el Gran Río que les había sido dada por los Dioses 12.000 años antes. Este fue el acuerdo entre el consejo supremo de Akakor y los dirigentes de Alemania.

Los dirigentes alemanes eran sabios y sus pensamientos tenían raciocinio. Sus palabras expresaban los sentimientos de sus corazones. Y entonces dijeron:

«Hemos de partir. Hemos de regresar allí donde nuestro pueblo está fabricando las poderosas armas. Pero no os olvidaremos. Recordaremos vuestras palabras. Pronto regresaremos. Volveremos para destruir a vuestros enemigos».

Así hablaron cuando partieron. Y luego se marcharon para reencontrarse con su poderoso país*.

 

* Debe darse por supuesto que el pueblo de Tatunca Nara nada sabía sobre Hitler y el Tercer Reich, y que por tanto aceptó agradecido su ayuda. (N. de! E.)

La alianza con Alemania devolvió su antigua confianza a los Ugha Mongulala. En un momento de acuciante necesidad habían encontrado un nuevo aliado para restablecer su imperio. Se armaron nuevamente de valor. Las penas de las mujeres quedaron olvidadas. Desaparecería la época del hambre; brillaría de nuevo el sol con todo su antiguo esplendor. Escriben los sacerdotes que Sinkaia convocó a todo el pueblo a una gran fiesta en Akakor, y ordenó que fueran distribuidas las últimas provisiones.

 

Ordenó que los escribas leyeran en voz alta fragmentos de la Crónica de Akakor, sobre el renacimiento del imperio bajo Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, sobre la llegada de los godos y sobre la Edad de Oro de los Dioses. Por vez primera en muchos años, la alegría podía verse de nuevo en los rostros de los Servidores Escogidos. Los hombres y las mujeres se adornaron con piedras y con cintas de colores. Danzaron exuberantes al son de las flautas de huesos y de los tambores.

 

Dicen los sacerdotes que la fiesta duró tres días. Después los dirigentes alemanes abandonaron Akakor y regresaron a su lugar de origen.


Escritura simplificada de los Padres Antiguos tras la llegada de los soldados alemanes (ejemplo)

 


Los dos mil soldados alemanes en Akakor

Los primeros soldados alemanes cruzaron la frontera hacia Akakor en la estación seca del año 12.422 (1941). Continuaron llegando nuevos grupos durante los años siguientes, hasta alcanzar la cifra acordada de 2.000. Los últimos alemanes en arribar a la capital de los Ugha Mongulala lo hicieron en el año 12.426 (1945).

 

Después de esa fecha, toda comunicación con el gobierno alemán quedó interrumpida.

Escrito de los Padres Antiguos - Traducción de Tatunca Nara:

A través del matrimonio del príncipe de Akakor se estableció el contacto con el pueblo alemán. De 1938 a 1945. Durante ese tiempo llegaron 2.000 soldados a nuestro pueblo, se mezclaron con nosotros y se quedaron.

Tatunca Nara

Yo aprendí la ruta que los soldados alemanes siguieron des de su propio país hasta Akakor por sus informes. El punto de partida lo constituía una ciudad llamada Marsella. Se les decía que su destino era Inglaterra. Una vez a bordo de la nave, que podía moverse bajo el agua como un pez. les era revelado su auténtico destino. Después de viajar durante tres semanas por el océano oriental, llegaban a la desembocadura del Gran Río.

 

Aquí les recogía un barco más pequeño, que los transportaba hasta las zonas altas del Río Negro. En la última parte de su viaje eran acompañados por exploradores de los Ugha Mongulala. El trayecto hasta la Gran Catarata situada en la frontera entre Brasil y Perú lo realizaban en canoas, y desde aquí solamente eran necesarias veinte horas de camino hasta llegar a Akakor. En conjunto, el viaje de los soldados alemanes duraba unas cinco lunas.

Así fue cómo los soldados alemanes llegaron a Akakor. Y así fue cómo se establecieron. Llegaron con el corazón abierto. Trajeron presentes y mil y una poderosas armas para luchar contra los Blancos Bárbaros.

 

Y así fue cómo habló el consejo supremo:

«Este es el comienzo del renacimiento del imperio. Ya no necesitan los Servidores Escogidos seguir huyendo. Los guerreros regresan con honor a la lucha. Ellos vengarán los crímenes de los Blancos Bárbaros. Porque éstos son servidores de los búhos y codician la guerra; son mentirosos y blasfemos. Sus corazones son falsos, blancos y negros al mismo tiempo. Pero el legado de los Dioses será cumplido. Les espera la muerte».

La llegada de los soldados alemanes a Akakor dio origen a un período de intensa actividad. Los nuevos aliados entrenaron a 1.000 guerreros de los Ugha Mongulala en el uso de las nuevas armas, para las cuales ni siquiera hoy contamos con nombres. En el idioma de nuestros aliados se llaman rifles, pistolas automáticas, revólveres, granadas de mano, cuchillos de doble filo, botes inflables, tiendas, máscaras de gas, telescopios, y otras misteriosas herramientas de guerra. Escogidos guerreros iban trayendo noticias sobre la inminente guerra.

 

Los cazadores almacenaron grandes provisiones de carne. Las mujeres tejieron e hicieron botas para los hombres. Bajo la instrucción de los soldados alemanes, prepararon también unos grandes saquitos de cuero, que eran rellenados con un liquido parduzco fácilmente inflamable que procedía de unas fuentes secretas en las montañas sólo conocidas por los sacerdotes.

 

En caso de un ataque por sorpresa del enemigo, los guerreros verterían este líquido en los ríos y le prenderían fuego. Una simple antorcha sería suficiente para convertir los ríos en un gigantesco mar de llamas. Mientras estos preparativos para la guerra tenían lugar en Akakor, en la frontera oriental del imperio, sobre las zonas altas del Río Rojo y del Río Negro, se concentró un ejército de 12.000 guerreros bajo el mando de los soldados alemanes. Los hombres esperaban el signo acordado para el ataque. Querían librar una guerra justa y que sólo podría terminar con la victoria.

Ahora hablaremos de Akakor, de los festivales en el Gran Templo del Sol, y de las oraciones de los sacerdotes. Alzaron sus rostros hacia el cielo; imploraron a los Dioses en solicitud de ayuda.

 

Este era el grito de sus corazones:

«Oh tu: maravillosa, corazón del cielo corazón de la Tierra, donante de abundancia. Concédenos tu fuerza, danos tu poder. Permite que nuestros guerreros alcancen la victoria en los caminos y en los senderos, en los barrancos y en las aguas, en los bosques y en la inmensidad de las lianas».

La guerra nunca tuvo lugar. Precisamente cuando los dirigentes alemanes pensaban que la victoria sería suya, fueron derrotados. El último grupo de soldados alemanes, que venia acompañado de mujeres y de niños, informó sobre la derrota absoluta de su pueblo. Las superiores fuerzas del enemigo habían destruido su país y traído la desolación a la Tierra. Única mente la fuga precipitada les había permitido salvarse de la cautividad. A partir de este momento ya no podría esperarse ayuda alguna desde Alemania.

La llegada de los últimos soldados alemanes provocó la desilusión y la desesperación en mi pueblo. Dado que su aliado ya no podría desembarcar en la costa oriental de Brasil, la guerra contra los Blancos Bárbaros tornábanse imposible. La esperanza en el renacimiento del imperio se desvaneció. El consejo supremo ordenó que los guerreros regresaran a casa. Junto con los otros miembros de los Ugha Mongulala, deliberaron sobre el destino de los soldados alemanes, cuya presencia en la capital estaba relacionada con problemas casi insolubles.

 

Éstos pertenecían a un pueblo extranjero ajeno al legado de los Dioses, vivían según leyes diferentes y no comprendían ni nuestro idioma ni nuestra escritura. Pero de todos modos mi pueblo no podía devolverlos a su país de origen. Los aliados serían hechos prisioneros y revelarían el secreto de Akakor. Con no excesivo entusiasmo, el consejo supremo decidió acceder a la petición de Reinha. Los servidores escogidos aceptaron a los soldados alemanes para siempre.

 

Al igual que ocurriera 500 años antes con los godos, se convirtieron en parte integrante de mi pueblo, unidos con él según el legado de los dioses.
 

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2 El nuevo pueblo
1945 - 1968


La Segunda Guerra Mundial produjo millones de muertos de desaparecidos y de heridos. Muchos países del mundo experimentaron graves desequilibrios económicos y financieros. La desconfianza y el temor dieron como resultados dos bloques de poder divididos por ideologías mutuamente hostiles. Hasta el momento, este conflicto no ha tenido demasiadas repercusiones en el continente sudamericano.

 

El exterminio de los indios de los bosques alcanzó un nuevo punto máximo. Se descubrió que el Servicio Brasileño de Protección India se había convertido en un mero instrumento de los grupos económicos de presión para el exterminio de la población nativa. En un período de tan sólo veinte años, ochenta tribus indias cayeron víctimas de las intrigas de la potencia blanca y de las enfermedades de la civilización.

 

Los supervivientes se retiraron a las regiones inaccesibles de las cabeceras de los ríos.
 


La vida de los soldados alemanes en Akakor

Yo soy sólo un hombre, pero hablo con la voz de mi pueblo. Mi corazón es el de los Ugha Mongulala. Cualquier cosa que agobie su corazón, la contaré. Las Tribus Escogidas ya no desean la guerra. Pero no temen morir. Ya no se ocultan detrás de las rocas. Ya no temen a la muerte, porque forma parte de sus vidas. Los Blancos Bárbaros temen a la muerte. Sólo cuando se ven sorprendidos por un ataque o se debilitan sus vidas se acuerdan de que existen poderes superiores a los suyos y dioses que están por encima de ellos.

 

Durante el día, la idea de la muerte les molesta, ya que les alejaría de sus extrañas alegrías y placeres. Los Blancos Bárbaros saben que su dios no está satisfecho y que deberían postrarse llenos de vergüenza. Porque no están más que llenos de odio, de avaricia y de hostilidad. Sus corazones son como enormes garfios afilados cuando en realidad deberían ser una fuente de luz que derrotara a la oscuridad e iluminara y diera calor al mundo.

 

Por consiguiente, hemos de luchar, tal y como está escrito en la crónica:

Todos se habían reunido, las tribus de los Senadores Escogidos y los Pueblos Aliados, todas las tribus grandes y las pequeñas. Todos estaban reunidos en el mismo lugar, esperando la decisión del consejo supremo. Se mostraban humildes, después de haber llegado hasta allí con enormes dificultades. Y así fue cómo habló el Sumo Sacerdote:

«¿Qué delito hemos cometido para que los Blancos Bárbaros nos persigan como animales e invadan nuestro país como el jaguar que acecha? Hemos llegado a una triste situación. Oh, que el sol brille para que nos traiga la paz».

El Sumo Sacerdote habló con pena y con dolor, con suspiros y con lágrimas. Porque el consejo supremo deseaba ir a la guerra, la última guerra en la historia del Pueblo Escogido.

El sueño del renacimiento del imperio saltó por los aires cuando en el año 12.426 (1945) las comunicaciones con Alemania se interrumpieron. Una vez más, los Ugha Mongulala volvían a depender exclusivamente de sus propias fuerzas. Pero por vez primera, contaban ahora con poderosas armas y con 2.000 experimentados soldados alemanes dispuestos a luchar con ellos. Sin embargo, el consejo supremo había estado esperando la llegada de nuevas y más numerosas fuerzas a la costa oriental de Brasil para atacar a los Blancos Bárbaros simultáneamente en dos frentes. Tras la derrota de la Nación Aliada, Akakor tuvo que abandonar este plan y Sinkaia ordenó que el ejército regresara a la capital.

Por aquel entonces, los 2.000 soldados alemanes comenzaron a integrarse en el Pueblo Escogido. Era una labor difícil. Estos aliados no conocían ni el legado de los Dioses, ni nuestro idioma, ni tampoco nuestra escritura. Para facilitar la unión, los sacerdotes simplificaron los símbolos escritos de los Padres Antiguos. Designaron un único signo para cada letra de la escritura de los soldados alemanes. Utilizaron después estos signos, que eran comprendidos por las dos naciones, para registrar los acontecimientos en la Crónica de Akakor.

 

Los Ugha Mongulala adoptaron las palabras de los soldados alemanes que describían los objetos desconocidos hasta entonces por mi pueblo. Aprendieron asimismo aquellas palabras que expresan una actividad, tales como correr, hacer o construir. Muy pronto los soldados alemanes y los Ugha Mongulala se estaban comunicando en un idioma compuesto de alemán y de quechua.

Con ello, los alemanes podían asistir a las escuelas de los sacerdotes y aprender el legado de los Dioses. Como eran experimentados en la batalla, el consejo supremo les confió importantes puestos en la administración. Dos de sus principales líderes asumieron los puestos de supremos señores de la guerra. Otros cinco fueron nombrados miembros del consejo de ancianos. Cada uno de ellos poseía un voto y podía participar en la toma de decisiones. Sólo los puestos de príncipe y de Sumo Sacerdote quedaron reservados explícitamente a los Ugha Mongulala.

Así fue cómo el sumo sacerdote habló a los aliados: «No os sintáis afligidos porque ya nunca más vayáis a ver a vuestros hermanos. Los habéis perdido para siempre. Durante toda la eternidad los Dioses os han separado de ellos. Mas no os desaniméis; sed fuertes. Aquí estamos nosotros, vuestros nuevos hermanos. Afrontemos juntos nuestro destino. Juntos serviremos a los Padres Antiguos». Y los soldados alemanes comenzaron a trabajar. Para hacerse merecedores a los ojos de los Dioses, tomaron sus herramientas e hicieron el mismo trabajo que el Pueblo Escogido.

La presencia de los soldados alemanes cambió la vida de los Ugha Mongulala. Con sus misteriosas herramientas construyeron resistentes casas de madera, fabricaron sillas, mesas y camas, y mejoraron el arte de tejer de los godos. Enseñaron a las mujeres cómo preparar nuevos vestidos que cubrían la totalidad del cuerpo. Mostraron a los hombres cómo utilizar sus armas y cómo construir refugios subterráneos. Para poder disponer de suficientes alimentos durante los momentos de necesidad, retiraron los matorrales de los valles y plantaron maíz y patatas. Criaron grandes rebaños de borregos en las altas montañas. De esta forma, el abastecimiento de carne y de lana quedó asegurado.

 

Pero la mayor innovación de los aliados consistió en la producción de un misterioso polvo producido con arena verde y con piedra. Incluso una pequeña cantidad era suficiente para destruir toda una casa. Los alemanes utilizaban esta pólvora negra, así es cómo ellos la llamaban, para sus armas. Las invisibles flechas las hacían a partir del hierro colado. Por intermedio de un cedazo lo vertían sobre una artesa llena de agua fría. Con la inmersión se formaban unas balas redondas y eran éstas las invisibles flechas de sus cañones.

Con el paso del tiempo, los soldados alemanes fueron integrándose poco a poco en la comunidad de mi pueblo. Fundaron sus propias familias y, siguiendo el ejemplo de las Tribus Escogidas, pusieron a sus hijos los nombres de los animales salvajes, de los árboles resistentes, de los ríos presurosos y de las montañas elevadas. Satisfacían sus impuestos de guerra. trabajaban en los campos y vivían según las leyes de Lhasa. Parecía como si fueran pronto a olvidar a su propio país. Mas al igual que le sucede al jaguar que siempre regresa a sus lugares de caza, no podían olvidar la memoria de Alemania.

 

Al final de cada luna, se reunían para celebrar una fiesta en el monte Akai, cantaban las canciones de su pueblo y bebían jugo de maíz fermentado. Sus dirigentes jugaban al ajedrez. (Así es cómo los soldados alemanes denominaban un juego con figuras de madera sobre un tablero pintado.)

 

Después regresaban de nuevo a Akakor y vivían con sus familias.
 


Guerras en Perú

En el año 12.444 (1963) se reanudó el avance de los colonos blancos por el Oeste. Habían descubierto las minas de oro de los incas y comenzaron a saquearlas. Las noticias sobre el oro atrajeron hacia la región del Akai a grupos cada vez más numerosos de Blancos Bárbaros. Nuestros exploradores se vieron obligados a huir. El consejo supremo tuvo que hacer frente a una difícil decisión: o abandonar el último territorio sobre las laderas orientales de los Andes u ordenar a los guerreros que entraran en combate. Ante la insistencia de los soldados alemanes, se declaró la guerra.

Yo mismo puedo describir con bastante detalle la lucha que seguidamente se entabló con los Blancos Bárbaros. Como hijo del príncipe Sinkaia, el consejo supremo me confió el mando de las fuerzas de los Ugha Mongulala. Un oficial alemán me acompañó en la campaña. En marchas forzadas, nuestros guerreros penetraron profundamente en la provincia fronteriza del Perú, expulsaron a los Blancos Bárbaros y destruyeron las minas de oro incas. Nuestros enemigos huyeron despavoridos del territorio conquistado.

 

Pero el éxito inicial de mis guerreros quedó bruscamente detenido cuando el ejército blanco montó el contraataque. Sólo una rápida retirada nos permitió salvarnos de la extinción completa. Los Blancos Bárbaros que nos perseguían atacaron los asentamientos de la Tribu Aliada de la Gran Voz. mataron a las mujeres y a los niños y esclavizaron a los hombres capturados. Parecía inevitable que acabarían por descubrir Akakor. Fue por esto por lo que el consejo supremo decidió utilizar las armas de los soldados alemanes.

Por vez primera, los Blancos Bárbaros se encontraron con una guerra equilibrada. En un rápido contraataque, mis guerreros destruyeron los puestos avanzados de guardia de los soldados blancos y cercaron al grueso de sus tropas en la fortaleza llamada Maldonado. Entonces se inició el asedio. Durante tres días, nuestros enormes tambores de guerra causaron gran confusión entre las filas del enemigo. Durante tres días, provocaron el terror y el miedo. Al despuntar el cuarto día. di la orden de ataque. Abandonamos nuestros ocultos lugares, escalamos las murallas y avanzamos hacia la fortaleza con sonoros gritos de guerra. La encarnizada lucha concluyo con la derrota total de nuestros enemigos. Cuando sus refuerzos llegaron, mis guerreros habíanse ya retirado.

Esta brillante victoria inició una sangrienta guerra de guerrillas en las fronteras occidentales del imperio y que todavía se está desarrollando en la actualidad. Pese a que los Blancos Bárbaros han movilizado un poderoso ejército, no han logrado avanzar hacia Akakor. Sus soldados han sido repetidamente expulsados o muertos por nuestros guerreros. También mi pueblo ha sufrido graves pérdidas en esta lucha. Una innumerable cantidad de hombres ha perdido la vida. Más de la mitad del fértil territorio de las laderas orientales de los Andes ha quedado asolado. Nuestras últimas Tribus Aliadas han perdido la confianza en la fuerza del Pueblo Escogido y se están alejando de nosotros.

¿Qué es lo que va a suceder? Hambrientas están las Tribus Escogidas. Han comido de la hierba de los campos. Su alimento eran las cortezas de los árboles. Nada poseían. Estaban empobrecidas. Las pieles de los animales, sus únicos vestidos. Pero los Blancos Bárbaros no les daban respiro. Avanzaban sin misericordia. Brutalmente fueron derrotados los guerreros.

 

Los blancos deseaban extirpar al Pueblo Escogido de la faz de la tierra.
 


Los doce generales de los Blancos Bárbaros

La frontera oriental se mantuvo tranquila durante la lucha contra los buscadores y los colonizadores blancos. Desde la retirada de los recolectores de caucho, los Blancos Bárbaros se habían limitado a avances ocasionales a lo largo del Río Rojo. No se atrevían a avanzar más porque sospechaban de la presencia de espíritus malignos en la inmensidad de las lianas de los Andes. De este modo, los Ugha Mongulala estuvieron tranquilos, sin ser molestados, y protegidos por las supersticiones de los Blancos Bárbaros.

Únicamente en el año 12.449 (1968) se vio interrumpida la paz. Un aeroplano —según el idioma de los soldados alemanes— se había estrellado en las zonas altas del Río Rojo. La Tribu Aliada de los Corazones Negros, que vivía en esta región, tomó prisioneros a los supervivientes e informó a Akakor. Sinkaia, el príncipe de los Ugha Mongulala, me ordenó que ejecutara a las Blancos Bárbaros. Pero yo no cumplí la orden. Para preservar la paz en la frontera oriental, los dejé libres y los conduje a Manaus, su ciudad, situada sobre el Gran Río. Dado que no cumplí la orden explícita de mi padre, era culpable de pena de muerte. Pero, ¿quién me habría castigado? Los Ugha Mongulala estaban cansados de la eterna guerra y deseaban la paz.

Nunca olvidaré el tiempo que pasé en Manaus. Allí vi por primera vez cómo se diferencian las ciudades de los Blancos Bárbaros de los poblados de los Ugha Mongulala. Las calles estaban llenas de un sinnúmero de personas que corrían, se empujaban y se precipitaban. Se lanzaban a través de la ciudad montados en unos extraños vehículos llamados automóviles como si fueran perseguidos por espíritus malignos. Estos vehículos son terriblemente ruidosos y producen unos olores malsanos. Las residencias de los Blancos Bárbaros son diez y hasta veinte veces más altas que las casas que mi pueblo construye. Sin embargo, cada familia tan sólo posee una pequeña parte, en la que apila sus posesiones y sus riquezas.

 

Todas estas cosas son objetos que pueden obtenerse en unos lugares determinados y destinados exclusivamente a este fin. Pero una persona no puede tomar aquello que necesita y llevárselo. No. para todo tiene que extender un pequeño trozo de papel que a los ojos de los Blancos Bárbaros posee un gran valor. Lo llaman dinero. Cuanto más dinero tenga una persona, más respetada es. El dinero la hace poderosa y la eleva por encima de las demás como si fuera un dios. Esto lleva consigo el que todo el mundo trate de engañarse y de explotarse mutuamente. Los corazones de los Blancos Bárbaros están llenos de continua malicia, incluso para con sus propios hermanos.

La ciudad de los Blancos Bárbaros es incomprensible para los Ugha Mongulala. Es como una colonia de hormigas, atareada durante el día y durante la noche. En cuanto el Sol ha recorrido su curso y ha desaparecido por detrás de las colinas del poniente, los Blancos Bárbaros iluminan sus ciudades y sus casas con unas enormes lámparas, de modo que aquéllas están tan brillantes durante la noche como durante el día.

 

Atraídos por las relucientes luces, acuden a unos grandes salones en los que consiguen la alegría, la satisfacción y la exuberancia. Otros se sientan en unas salas oscuras, delante de una pared blanca y con los ojos muy abiertos contemplan unas imágenes que se mueven, vivas. Otros, a su vez, se sitúan delante de cajas de exhibición que se alinean en la parte delantera de los edificios y admiran los objetos puestos ante ellos.

Yo no comprendo a los Blancos Bárbaros. Viven en un mundo de ficción y de ilusión. Para prolongar el día, matan la noche con sus lámparas, de manera que ningún árbol, ninguna planta, ningún animal, y ninguna piedra logran conseguir su merecido descanso. Trabajan incansables como la hormiga, y sin embargo suspiran y se quejan como si fueran a ser aplastados por el peso de la carga. Pueden tener pensamientos alegres, mas no se ríen; pueden tener pensamientos tristes, mas tampoco lloran. Son unas personas cuyos sentidos viven en completa enemistad con sus espíritus, disociados ambos entre sí.

En Manaus supe que mis antiguos prisioneros eran importantes oficiales. Como muestra de gratitud por su rescate me dieron un segundo nombre. Nara, Tatunca, mi primer nombre, significa «gran serpiente de agua». Llevo este nombre desde que vencí a la criatura más peligrosa del Gran Río. En el idioma de mi pueblo. Nara significa «yo no sé». Ésta fue mi respuesta cuando los oficiales blancos me preguntaron por el nombre de mi familia. Así es como surgió el nombre Tatunca Nara: «gran serpiente de agua yo no sé».

Permanecí en la ciudad de los Blancos Bárbaros sólo por un corto periodo de tiempo. Apenas una luna después de mi llegada, un explorador de los Corazones Negros me trajo noticias de Akakor. Mi padre, el príncipe Sinkaia, había sido gravemente herido en una batalla contra soldados de los Blancos Bárbaros y exigía mi regreso inmediato. Me despedí de los oficiales blancos y llegué a los puestos de avanzada de mi pueblo a comienzos de la estación de las lluvias del año 12.449. Unos días después, mi padre murió a consecuencia de sus heridas.

 

Los Ugha Mongulala habían perdido a su caudillo, tal y como está escrito en la crónica:

Sinkaia, el legítimo sucesor de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, había muerto. Y los Guerreros Escogidos lloraron amargamente por él. Entonaron el quejido de la luz, porque Sinkaia, el príncipe de los príncipes, les había abandonado. No había cometido crimen alguno ni puesto la injusticia en el lugar de la justicia. Había sido un digno sucesor de Lhasa y había gobernado como él cuando el viento vino desde el Sur, cuando el viento vino desde el Norte, cuando el viento vino desde el Oeste y cuando el viento vino desde el Este. Y así fue como Sinkaia entró en la segunda vida. Acompañado por los lamentos de su pueblo, se elevó en el cielo oriental.


El nuevo príncipe

Tres días después de su muerte, Sinkaia, el legítimo príncipe de los Servidores Escogidos, fue enterrado en el Gran Templo del Sol en Akakor inferior. Los sacerdotes depositaron su cuerpo, adornado de oro y de joyas, en el nicho labrado que él mismo había esculpido con sus propias manos sobre la roca. y lo emparedaron. Seguidamente, y en presencia de los más fieles confidentes del príncipe, el sumo sacerdote pronunció las palabras prescritas:

Dioses de los cielos y de la tierra que determináis y regís el destino del hombre, Dioses de la permanencia y de la eternidad, Príncipes de la eternidad, escuchad mi oración: aceptadle en vuestro territorio. No olvidéis sus actos, los actos del gran príncipe Sinkaia. Porque su vida regresa a vosotros, Dioses. Ahora obedece vuestras órdenes. Ya nunca os abandonará. Permanecerá con vosotros, en el territorio de la eternidad, en el territorio de la luz.

Durante el funeral del príncipe Sinkaia, signos ominosos aparecieron en el cielo. Los guerreros de los Ugha Mongulala sufrieron fuertes derrotas. La Tribu Aliada de los Comedores de Serpientes renunció a Akakor y se puso al lado de los Blancos Bárbaros. La estación de las lluvias llegó con tal violencia que ni siquiera los más ancianos habían conocido nada igual. La desesperación y el temor se extendieron entre las Tribus Escogidas. Bajo estos signos, el consejo supremo se reunió para elegir al nuevo príncipe y legítimo gobernador de los Ugha Mongulala. Siguiendo el legado de los Dioses, fui citado ante la cámara del trono de las residencias subterráneas y durante tres días y tres noches el consejo me interrogó sobre la historia de las Tribus Escogidas. A continuación, el Sumo Sacerdote me escoltó a las regiones secretas de Akakor inferior. Mi destino se hallaba ahora en las manos de los Dioses.

Yo entré en el recinto religioso secreto al despuntar la mañana, poco después de la salida del Sol. Envuelto en el traje dorado de Lhasa, descendí por una espaciosa escalera. Me condujo al interior de una habitación, y ni aún ahora puedo decir si ésta era grande o pequeña. El techo y las paredes eran de un color infinitamente azulado. No tenían ni comienzo ni final. Sobre una losa de piedra labrada había pan y una fuente de agua, los signos de la vida y de la muerte. Siguiendo las instrucciones de los sacerdotes, me arrodillé, comí del pan y bebí del agua. Un profundo silencio reinaba en la habitación.

Repentinamente, una voz que parecía proceder de todas partes me ordenó que me levantara y que entrara en la siguiente habitación, que se parecía al Gran Templo del Sol. Sus paredes estaban recubiertas de muchos y muy diversos instrumentos. Brillaban y resplandecían en todos los colores. Tres grandes losas hundidas en el suelo fosforecían como el hierro. Contemplé maravillado los extraños instrumentos durante algún tiempo. Luego escuché una vez más la misteriosa voz. Me llevó a una tercera habitación, aún más profunda e interior.

 

Tan deslumbrados estaban mis ojos por la brillante luz que tardé bastante tiempo en reconocer algo que ya nunca olvidaré. En el centro de la habitación cuyas paredes irradiaban la misteriosa luz se encontraban cuatro bloques de piedra transparente. Cuando, lleno de temor, pude acercarme, descubrí en ellos a cuatro misteriosas criaturas: cuatro muertos vivientes, cuatro humanos durmientes, tres hombres y una mujer. Yacían en un líquido que los cubría hasta el pecho. Eran como los humanos en todos los aspectos, sólo que tenían seis dedos en las manos y seis dedos en los pies.

No puedo recordar cuánto tiempo permanecí con los Dioses durmientes. Sólo sé que la misma voz me ordenó que retornara a la primera habitación. Me dio consejos llenos de sabiduría y me reveló el futuro de las Tribus Escogidas. Pero la voz me prohibió que jamás hablase sobre ello. Tras mi regreso del recinto religioso secreto trece días después, el Sumo Sacerdote me saludó como el nuevo legítimo gobernante de los Ugha Mongulala.

 

El pueblo estalló de júbilo: yo había pasado la prueba de los Dioses. Sin embargo, la alegría de los Servidores Escogidos apenas me alcanzaba a mí. Había quedado profundamente impresionado por las misteriosas criaturas. ¿Estaban vivas o muertas? ¿Eran los Dioses? ¿Quién las había colocado allí? Ni siquiera el Sumo Sacerdote conocía la respuesta. El recinto religioso secreto de Akakor interior contiene el conocimiento y la sabiduría de los Padres Antiguos. A nosotros únicamente nos entregaron parte del legado. Ellos se reservaron la verdad definitiva, el secreto real de sus vidas.

Así eran los Dioses. Poseían la razón, el conocimiento y la perspicacia. Cuando miraban, todo lo veían: cada grano de polvo sobre la tierra y en el cielo, e incluso las cosas ocultas más distantes. Conocían el futuro, y planeaban según sus conocimientos.

 

Mirando por delante de la noche y de la oscuridad, protegían el destino de la Humanidad.
 

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3 Tatunca Nara
1968 - 1970


El desarrollo de los grandes depósitos de petróleo existentes en las regiones de la jungla del Perú preludió la tercera fase de la exploración económica de la Amazonia por la civilización blanca. Perú inició la colonización del territorio antiguamente virgen de la provincia de Madre de Dios, y Brasil, por su parte, decidió la construcción de la Transamazónica.

 

Este proceso aceleró aún más la extinción de las tribus indias, que sucumbieron a las enfermedades de los colonos blancos y perdieron sus últimos territorios. Quinientos años después del descubrimiento de América, los ocho millones de personas que en un tiempo poblaron los bosques habían quedado reducidos a apenas 1 50.000 supervivientes.
 


El plan de los señores de la guerra

Cuando mi padre estaba todavía vivo, un día me enseñó la tierra en el Este y en el Oeste, y no vi más pueblo que los Ugha Mongulala y sus Tribus Aliadas. Transcurridos muchos años, volví a mirar de nuevo, y observé que habían llegado pueblos extranjeros para privarles de sus tierras a sus legítimos propietarios. ¿Por qué? ¿Por qué tienen que abandonar su país los Ugha Mongulala y vagar por las montañas, deseando que los cielos los aplasten?

 

En un tiempo, los Ugha Mongulala fueron un gran pueblo. Pocos sobreviven, y nada poseen salvo una pequeña extensión de tierra en las montañas. Y tienen todavía consigo la Crónica de Akakor, la historia escrita de mi pueblo, el pueblo más antiguo de la Tierra. Hasta el presente, la crónica no era conocida por los Blancos Bárbaros. Hoy la estoy revelando para divulgar la verdad, porque éste es mi deber como caudillo de las Tribus Aliadas y como príncipe del Pueblo Escogido.

Dos años habían pasado desde la muerte de Sinkaia, el príncipe incomparable. Y los Servidores Escogidos se reunieron, junto con los soldados alemanes y con las Tribus Aliadas. Todas las clases y razas se habían congregado para celebrar consejo y buscar la manera de salvar al pueblo. E incluso aquellos que no tenían casas y que caminaban solitarios por los bosques, incluso éstos vinieron a Akakor. Porque su necesidad era grande. El Sol brillaba, mas débilmente. El cielo estaba cubierto de nubes. El pueblo vivía en la pobreza, vagaba por los bosques, huyendo de sus enemigos. Alzó su rostro al cielo e imploró a los Dioses. Solicitó su ayuda en la lucha contra los Blancos Bárbaros.

Unos pocos meses después de que yo hubiera asumido el poder en Akakor en el año 12.449 (1968), encendióse de nuevo y con renovada fuerza la lucha en la frontera occidental. Nuestros enemigos hablan atacado a la Tribu Aliada de los Corazones Negros y hablan cogido prisionero a su caudillo. Creían de esta forma que así podrían desanimar a sus guerreros y forzarles a renunciar a la alianza con Akakor. Pero una vez mas. los Blancos Bárbaros se equivocaban. A pesar de sus crueles torturas, no pudieron someter a los guerreros de esta última y todavía leal aliada. Allí donde un Ugha Mongulala caía prisionero. éste seguía la regla de los señores de la guerra; encomendaba entonces su vida a los Dioses y fallecía.

Para impedir el descubrimiento de Akakor por los aeroplanos. di órdenes de camuflar todos los templos, palacios y casas con bambú y con esteras de bejucos. Mandé destruir las torres de vigilancia situadas en los exteriores de Akakor y sustituirlas por trampas. Transcurridas unas lunas, hasta tal punto había sido cubierta la capital por los bosques que incluso las Tribus Aliadas tenían dificultades para localizarla. El acceso a Akakor quedaba así completamente cerrado para los cazadores y buscadores blancos. En sus correrías no en contrarían más que ruinas abandonadas. Sospecharían que era obra de los espíritus malignos y se retirarían detrás de la frontera en la Gran Catarata.

Pero los «espíritus malignos» no habitaban en los bosques: habitaban en Akakor. Los señores de la guerra y los dirigentes de los soldados alemanes observaron con temor el creciente poder de los Blancos Bárbaros y planearon una campaña contra Cuzco, dentro del territorio enemigo. Ya habían iniciado los preparativos necesarios. Las Tribus Aliadas estaban así mismo preparadas. Faltaba únicamente por recibirse la aprobación del príncipe, tal y como prescribe el legado de los Dioses. Pese a la insistencia de los soldados alemanes y de los señores de la guerra, rechacé el plan de guerra. Mi experiencia en Manaus me había convencido de la inutilidad de semejante empresa.

 

Nuestros enemigos eran demasiado numerosos. Mi pueblo no estaba preparado para su falsedad y su astucia. Además, temía que la lucha se prolongase. El secreto de Akakor estaba en peligro. De modo que envié a los impacientes guerreros y a los dirigentes de los soldados alemanes a las peligrosas fronteras y traté de establecer un contacto más estrecho con los sacerdotes para reforzar así mi posición como príncipe. Tampoco ellos creían en el éxito de una guerra formal y aconsejaban una lenta retirada hacia el interior de las residencias subterráneas de los Dioses. Mas yo no había perdido aún todas las esperanzas.

 

Dado que todas mis acciones militares habían sido coronadas por el éxito, ahora intentaría conseguir la paz.
 


El sumo sacerdote de los Blancos Bárbaros

Así está escrito en la Crónica de Akakor:

Grande era la miseria de los Servidores Escogidos. El Sol requemaba la tierra; en los campos se secaban los frutos. Una terrible sequía se extendió. Las personas morían hambrientas en las montañas y en los valles, en las llanuras y en los bosques. En esto parecía consistir el destino de los Servidores Escogidos: en ser extinguidos, en ser barridos de la faz de la tierra. Ésta parecía ser la voluntad de los Dioses, quienes ya no se acordaban de sus hermanos de la misma sangre y del mismo padre.

El año 12.450 (1969) contempló el comienzo de una terrible sequía. La estación de las lluvias se retrasó en varias lunas. El gamo se retiró a las regiones del nacimiento de los ríos. En los campos se secaban las semillas. Para salvar a mi pueblo de la muerte por hambre, adopté una decisión desesperada. De acuerdo con los sacerdotes, mas sin el conocimiento ni del consejo supremo ni de los señores de la guerra, partí para ponerme en contacto con los Blancos Bárbaros.

 

Vestido con las ropas de los soldados alemanes, abandoné Akakor y después de un laborioso viaje, llegué a Río Branco. una de sus grandes ciudades, situada en la frontera entre Brasil y Solivia. Aquí me dirigí al sumo sacerdote de los Blancos Bárbaros, a quien había conocido por intermedio de los doce oficiales blancos. Le revelé el secreto de Akakor y le hablé sobre la miserable situación de mi pueblo. Como prueba de mi historia, le entregue dos documentos de los Dioses, y éstos convencieron definitivamente al sumo sacerdote blanco. Accedió a mi petición y regresó conmigo a Akakor.

La llegada a Akakor del sumo sacerdote blanco provocó violentas discusiones con el consejo supremo. Los ancianos y los señores de la guerra rechazaron todo contacto con él. Para evitar cualquier posible traición, exigieron incluso su cautividad. Solamente los sacerdotes estaban preparados para discutir una paz justa. Después de argumentaciones infinitas, el consejo supremo concedió al sumo sacerdote blanco un período de seis meses, durante el cual expondría a su propio pueblo la terrible situación de los Ugha Mongulala. Para que pudiera reforzar su historia, le fueron entregados varios escritos de los Padres Antiguos. Si no lograba convencer a los Blancos Bárbaros, tenía la obligación de devolver los documentos a Akakor.

Durante seis meses, nuestros exploradores esperaron en el lugar acordado para el encuentro en la zona alta del Río Rojo. El sumo sacerdote blanco no regresó. (Algún tiempo después me enteraría de que había muerto en un accidente de aviación. De todos modos, había enviado los documentos a una lejana ciudad llamada Roma. Esto es lo que, en cualquier caso, dijeron sus servidores.) Una vez que el plazo acordado hubo expirado, convoqué al consejo supremo para discutir el destino de mi pueblo. Los ancianos y los sacerdotes estaban contrariados y exigían la guerra. Y una vez más, yo me negué. Rechacé su decisión gracias a mi derecho a tres vetos como príncipe de los Ugha Mongulala. Lo que el sumo sacerdote blanco no había conseguido, lo trataría de lograr yo mismo.

Esta es la despedida de Tatunca, el legítimo príncipe de las Tribus Escogidas. Él era fuerte, él dejó su pueblo. Como la gran serpiente de agua, se acercó silenciosamente al enemigo.

 

Partió solo, protegido por las oraciones de los sacerdotes en el Gran Templo del Sol:

«¡Oh, Dioses! Defendedle contra sus enemigos en este tiempo de oscuridad, en esta noche de sombras malignas. Ojalá no desfallezca. Ojalá que venza el odio de los Blancos Bárbaros y supere su falsedad y su astucia. Porque el Pueblo Escogido desea la paz».

Y Tatunca partió por el difícil camino. Acompañado por la mirada de los Dioses, descendió hasta las cañadas, cruzó el veloz río y no tropezó. Alcanzó la otra orilla. Siguió adelante hasta que llegó al lugar donde los Blancos Bárbaros han edificado sus casas hechas de argamasa y de caliza.


Tatunca Nara en el país de los Blancos Bárbaros

En el año 12.451 (1970) pasé ocho lunas en el territorio de nuestro peor enemigo. Nunca lo olvidaré. Fue la experiencia más amarga de mi vida y me mostró claramente cuan diferentes son los corazones de los dos pueblos. Para los Blancos Bárbaros únicamente cuentan el poder y la violencia. Sus pensamientos son tan intrincados como los matorrales de las Grandes Ciénagas, en las que nada verde y fértil puede crecer. Pero los Ugha Mongulala viven de acuerdo con el legado de los Dioses. Y éstos asignaron a cada tribu y a cada pueblo un lugar adecuado y una tierra suficiente para su supervivencia. Trajeron la luz a la humanidad para su iluminación y para extender su sabiduría y su conocimiento.

La comprensión de la inflexibilidad de los Blancos Bárbaros fue lo más difícil de soportar, dado que mis primeros contactos parecían haber tenido éxito. Los oficiales que yo había rescatado intercedieron por mi y fui presentado a un alto funciona río brasileño. Le hablé sobre la miseria de mi pueblo y le pedí ayuda. El dirigente blanco me escuchó lleno de sorpresa y prometió transmitir mi informe. Mientras tanto, me envió a Manaus, donde habría de esperar la decisión del consejo supremo del Brasil.

Durante tres meses viví en un campamento de soldados de los Blancos Bárbaros. Eran hombres bien entrenados que conocían la vida en los ríos y en la inmensidad de las lianas. Salían regularmente de campaña hasta los más alejados territorios del imperio. Por ellos supe y para mi desgracia que los Blancos Bárbaros estaban peleando en prácticamente todas las fronteras. En el Mato Grosso lucharon contra la Tribu de los Caminantes. En las regiones del nacimiento del Gran Río estaban incendiando los asentamientos de la Tribu de los Espíritus Malignos. En el país de los Akahim atacaron a las tribus salvajes y las empujaron hacia el interior de las montañas.

No había olvidado aún las terribles descripciones de los soldados blancos cuando fui llamado a la capital del Brasil. Aquí volví a exponer de nuevo la desesperación y la miseria de mi pueblo. Revelé la historia de los Ugha Mongulala a los supremos dirigentes de los Blancos Bárbaros. Mis oyentes estaban sorprendidos. Comprobarían mi informe y asimismo me pondrían en contacto con un representante alemán. Éste me recibió con amabilidad y me escuchó con atención. Pero después dijo que no podía creer mi historia porque nunca había habido en Brasil una invasión de 2.000 soldados alemanes. Ni siquiera los nombres que le cité pudieron convencerle. Impaciente, me sugirió que pusiera el destino de mi pueblo en manos de los Blancos Bárbaros.

Apenas han transcurrido dos años desde esta conversación. Solamente en la frontera entre Bolivia y Brasil, siete Tribus Aliadas han sido exterminadas por los Blancos Bárbaros, entre ellas los orgullosos guerreros de los Corazones Negros y de la Gran Voz. Cuatro tribus salvajes han huido al interior de la región del nacimiento del Río Rojo para escapar a la extinción. La tercera parte de mi pueblo ha caído víctima de las armas de los Blancos Bárbaros. ¿Es esto lo que el representante alemán quería decir cuando me aconsejó que pusiera el destino de mi pueblo en manos de los Blancos Bárbaros?

Así son los Blancos Bárbaros. Sus corazones están llenos de odio. Crueles son sus actos. No muestran comprensión. Tienen rostro envidioso y dos corazones, uno blanco y uno negro al mismo tiempo. Codician la riqueza y el poder. Planean el mal contra las Tribus Escogidas, que no les han hecho daño alguno. Pero los Dioses son justos y castigarán a aquellos que infringen su legado. Los Blancos Bárbaros pagarán caro por sus crímenes. Expiarán sus pecados. Porque el círculo se está cerrando. Signos ominosos se muestran en el cielo. La tercera Gran Catástrofe, que los destruirá como el agua destruye al fuego y la luz destruye la oscuridad, ya no está lejos.

Ya habían pasado siete lunas en el territorio de los Blancos Bárbaros. Entonces uno de sus dirigentes me dijo que él me acompañaría hasta la Gran Catarata, a veinte horas de camino de Akakor. Aquí deseaba establecer el primer contacto con mi pueblo; y para un año después se planearía una expedición de un grupo más numeroso de soldados blancos a la capital de los Ugha Mongulala. Esto me daría a mi tiempo para preparar a mi pueblo para su llegada. Me sentía feliz; mi misión parecía cumplida. Pero una vez más los Blancos Bárbaros mostraron sus malvados corazones.

 

Rompieron el acuerdo que ellos mismos me habían sugerido y me arrestaron en Río Branco. Ataron al príncipe de las Tribus Escogidas, al supremo servidor de los Dioses, como un animal salvaje y lo tuvieron cautivo en una gran casa de piedra. He de dar gracias a los Dioses porque lograra escapar. Ellos me dieron la fuerza para librarme de mis ligaduras. Golpeé a mis confiados guardianes y huí. Ocho lunas después de mi partida regresé a Akakor con las manos vacías, decepcionado por las mentiras de los Blancos Bárbaros.

Y los sacerdotes se reunieron. Durante trece días ayunaron en el Gran Templo del Sol. Estaban dispuestos a sacrificar sus vidas, a ofrendar sus corazones por sus hijos, por sus esposas y por sus descendientes. Deseaban morir por su pueblo. Este era el precio que estaban preparados para pagar. Esta era la responsabilidad que estaban dispuestos a asumir para salvar a las Tribus Escogidas.

Los Ugha Mongulala no aceptaron el sacrificio ofrecido por los sacerdotes. Durante 12.000 años han repudiado los sacrificios humanos y han mantenido las leyes de los Maestros Antiguos, de las que nunca deberán desviarse.

 

Porque son leyes eternas que determinan la vida de todo el pueblo de los Servidores Escogidos y asignan a cada individuo una función en la comunidad, tal y como está escrito en la Crónica de Akakor, con buenas palabras, con lenguaje claro:

Ocurrió hace un tiempo infinitamente largo. Una piedra del pavimento estaba colocada en el camino que conducía al Gran Templo del Sol. Veía pasar a todas las personas que pisaban por encima de ella cuando iban a hacer ofrendas a los Dioses. Veía pasar a personas que procedían de las cuatro esquinas del universo. Y a la piedra del pavimento le sobrevino un deseo vehemente. Y cuando el Sumo Sacerdote pisaba por encima de ella, le pidió piernas. Mucho se sorprendió el Sumo Sacerdote.

 

Pero el hombre sabio, el mago, el señor de todas las cosas, púsole piernas. Diole cuatro piernas que nunca pararían de moverse. Y la piedra del pavimento partió. Vagó por aquí y por allá, por montañas y valles, a través de bosques y de llanuras, hasta que lo hubo visto todo y se hubo cansado de mirar. Así que regresó al Gran Templo del Sol. Y cuando llegó a su antiguo lugar, observó que su sitio ya había sido ocupado. Y su corazón se entristeció y lloró amargas lágrimas. Y la piedra del pavimento reconoció la verdad: sólo aquel que cumple sus deberes para con la comunidad cumple las leyes de los Dioses.

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4 El regreso de los Dioses
1970 hasta el presente

El mundo está lleno de escepticismo y de incertidumbre. Están produciéndose cambios en todas las esferas del conocimiento que amenazan cambios en todas las esferas de los sistemas políticos y económicos hasta ahora válidos. Los stocks de bombas atómicas y de hidrógeno son suficientes para destruir toda la vida sobre la Tierra. La creciente escasez de materias primas ha llevado al asalto final de las últimas regiones inexploradas.

 

En la Amazonia, las carreteras troncales y los aeropuertos han sentado las bases necesarias para la exploración de las enormes regiones de bosques vírgenes, restringiendo aún más el espacio vital de la población nativa. Según las estimaciones de FUNAI, Servicio de Protección India del Gobierno Brasileño, apenas 10.000 indios de los bosques verán el año 1985.
 


La muerte del Sumo Sacerdote

Cuando un hombre no tiene mucho que perder y todos los Caminos hacia el futuro parecen cegados, se vuelve hacia el pasado. Esto es lo que yo he hecho al revelar el secreto de! pueblo más antiguo sobre la Tierra. Pero los Blancos Bárbaros no creyeron en mis palabras. Como hormigas que todo lo destruyen, nos arrebatan la poca tierra que aún nos queda. Y de este modo los Ugha Mongulala se están preparando para su extinción. Porque el final está cerca; el círculo se está cerrando. La tercera Gran Catástrofe se acerca.

 

Entonces regresarán los Dioses, tal y como está escrito en la crónica:

«¡Ay de nosotros! El final está cerca. Hemos llegado a una triste situación. ¿Qué es lo que los Senadores Escogidos han hecho para caer tan bajo? Oh, que los Maestros Antiguos regresen.» Así hablaban los hombres en el consejo supremo. Hablaban con tristeza y con pena, con suspiros y con lágrimas. Porque el tiempo se acercaba a su conclusión. Nubes negras cubrían el sol. Un velo ensombrecía la estrella de la mañana. Y el Sumo Sacerdote se inclinó ante el espejo dorado. Así fue cómo habló en el Gran Templo del Sol:

«¿Quiénes son estas personas? ¿Quién las envía? ¿De dónde vienen? Verdaderamente, nuestros corazones están pesarosos, porque lo que ellos hacen es malvado. Sus pensamientos son crueles. Sus existencias, llenas de amenaza. Pero si nos fuerzan a luchar, lucharemos. Lanza en mano, confiando en el arco y en la flecha, moriremos como los servidores de los Maestros Antiguos, que pronto regresarán para vengarnos».

En el año 12.452 (1971), unas pocas lunas después de mi regreso a Akakor, los Ugha Mongulala fueron visitados por otro desastre más: Magus, el Sumo Sacerdote, había muerto. Se había desplomado tras una reunión del consejo supremo, abrumado por la pena y por su conocimiento del inminente peligro. Su muerte era como un signo ominoso para los Ugha Mongulala, una indicación de que se acercaba el fin. Acosados por los Blancos Bárbaros que avanzaban, perdían el valor y su fe en el legado de los Maestros Antiguos.

Las ceremonias de duelo de Magus, el Sumo Sacerdote de las Tribus Escogidas, duraron tres días. Los sacerdotes se congregaron en el Gran Templo del Sol y prepararon su cuerpo para el viaje hacia la segunda vida. Lo envolvieron en un fino traje y lo trasladaron a la piedra de consagración situada delante del espejo dorado, el ojo de los Dioses. A sus pies colocaron una hogaza de pan y una fuente de agua, los signos de la vida y de la muerte. Los ancianos ofrecieron incienso, miel de abejas y fruta madura.

 

Los señores de la guerra recordaron la sabiduría y las acciones del que partía. Seguidamente los sacerdotes introdujeron su cuerpo en la cámara funeraria dispuesta al efecto en la parte delantera del Gran Templo del Sol. Durante tres días, el pueblo desfiló ante Magus y, con pena y con tristeza, se despidió de él. A la mañana siguiente, antes de que los rayos del sol hubieran tocado la tierra, los sacerdotes clausuraron la tumba. Magus, el sabio Sumo Sacerdote que había predicho todas las guerras y a quien todas las cosas le habían sido reveladas, había vuelto con los Dioses.

Ahora hablaremos de Magus. Su memoria perdurará para siempre en los corazones del Pueblo Escogido, pues sólo hizo aquello que era justo y verdadero. Todo lo que era falso y confuso era desconocido de su corazón. Dedicó su vida a los Dioses. Era un maestro del conocímiento. Cada parte de su cuerpo estaba llena de sabiduría y de verdad. Conocía el equilibrio de todas las cosas. Podía leer en los corazones de todos los hombres, y comprendía las leyes de la naturaleza. Sus actos no estaban sujetos a la influencia de la hora. No conocía ni la ambición ni la envidia. Obedeciendo las leyes de los Dioses, completó el círculo.

 

Y a ellos se ofreció en la hora cíe ¡a muerte que es irrevocable, como lo es el sol al amanecer que determina la vida del hombre.
 


La retirada al interior de las residencias subterráneas

Magus, el Sumo Sacerdote de los Ugha Mongulala, había muerto. Según el legado de los Dioses, su posición pasaba a su hijo primogénito. Éste, al igual que el príncipe, hubo de superar una severa prueba del consejo supremo y hablar con los Dioses. A los trece días, Uno. el hijo primogénito de Magus. regresó al Gran Templo del Sol. Los ancianos le confirmaron como el nuevo Sumo Sacerdote. Las leyes de Lhasa habían sido cumplidas.

Convoqué al consejo supremo para decidir sobre el futuro de las Tribus Escogidas. La reunión fue breve. Unánimemente, los ancianos decidieron trasladarse al interior de las residencias subterráneas de los Dioses.

Fue así como los Ugha Mongulala regresaron al mismo lugar en el que sus antepasados habían sobrevivido ya a dos Grandes Catástrofes. Los hombres se lamentaban a medida que abandonaban sus casas y cortaban todo contacto con el mundo exterior. Con su pólvora negra, los soldados alemanes destruyeron los templos, los palacios y los edificios de Akakor. Los guerreros incendiaron las últimas aldeas y poblados. No dejaron signo alguno, ninguna huella que pudiera indicar el camino hacia Akakor.

 

Abandonaron incluso las pocas bases que aún quedaban en la región del nacimiento del Gran Río. A las Tribus Aliadas se les ofreció la opción de unirse a los Ugha Mongulala o de interrumpir las relaciones. De las siete tribus, seis decidieron continuar en sus antiguos territorios tribales. Únicamente la Tribu de los Comedores de Serpientes acompañó a mi pueblo al interior de las residencias subterráneas. Fue recibida con todos los honores y a su caudillo le fue ofrecido un asiento en el consejo supremo como muestra de gratitud por su lealtad hacia los Ugha Mongulala y hacia el legado de los Dioses.

La retirada está completa. Los Servidores Escogidos se retiraron a las residencias subterráneas para esperar el regreso de los Dioses. Entonces sus corazones descansaron. Y hablaron a sus hijos sobre los días del pasado y sobre la gloria de los Dioses, sobre los poderosos magos que crearon las montañas y los valles, las aguas y la tierra. Le hablaron sobre los señores del cielo que son de la misma sangre y tienen el mismo padre.

Desde que los Servidores Escogidos se retiraron a las residencias subterráneas en el año 12.452 (1971), únicamente 5.000 guerreros permanecen en el exterior. Éstos cultivan los campos, introducen las cosechas, e informan además al consejo sobre el avance de los Blancos Bárbaros. Pero les ha sido prohibido luchar. Cuando el enemigo aparece, ellos deben retirarse para preservar el secreto de las residencias subterráneas.

Treinta mil personas están viviendo en las subterráneas Akakor, Bodo y Kish. Las otras ciudades están desiertas o, como Mu, llenas de viandas y de material de guerra. La luz artificial todavía ilumina las trece ciudades de los Dioses. El aire para respirar se filtra a través de las paredes. Las grandes puertas de piedra todavía pueden ser movidas tan suavemente como hace 10.000 años. Tras la retirada, los soldados alemanes trataron de resolver el misterio de Akakor inferior. Midieron el túnel e hicieron mapas exactos.

 

A petición de sus dirigentes, yo mismo les abrí el recinto secreto situado debajo del Gran Templo del Sol. Aquí los soldados alemanes descubrieron extraños instrumentos y herramientas de los Dioses que se semejaban a sus propios aparatos. Su impresión era que los Padres Antiguos habían abandonado las residencias de los Dioses en una huida precipitada. Pero, de todos modos, nuestros aliados no pudieron explicar el secreto de Akakor inferior. Porque los Dioses construyeron las ciudades según sus propios planes, que son desconocidos para nosotros. Solamente cuando ellos regresen comprenderán los humanos sus trabajos y sus actos.

Los soldados alemanes ya están resignados a permanecer con nosotros. Han envejecido o han muerto. Sus hijos piensan y sienten como los Ugha Mongulala y viven según el legado de los Dioses. Los sacerdotes celebran los servicios de consagración en el Gran Templo del Sol. El pueblo ordinario fabrica objetos para su uso diario. Los funcionarios del príncipe mantienen las comunicaciones con Bodo y con Kish. Es ésta una época de aprendizaje y de contemplación.

 

Todo el pueblo vive de sus memorias, y sus corazones están pesarosos cuando piensan en los gloriosos días de Lhasa. Nada les queda ahora salvo la esperanza de protegerse del asalto de los Blancos Bárbaros sobre las residencias subterráneas. Y tienen la certeza de que los Dioses pronto regresarán, tal y como prometieron a su partida.
 


El regreso de los Dioses

Si los Ugha Mongulala fueran un pueblo como cualquier otro, hace ya tiempo que su destino se habría cumplido. Pero ellos son los Servidores Escogidos de los Dioses y confían en su milenario legado. Viven de acuerdo con las leyes de los Padres Antiguos incluso en las épocas en las que la necesidad es más acuciante.

 

Esto les autoriza para juzgar a los Blancos Bárbaros y avisar a la Humanidad, tal y como está escrito en la Crónica de Akakor:

Pueblos de los bosques, de las llanuras y de las montañas, escuchad: los Blancos Bárbaros se están volviendo locos. Se matan los unos a los otros. Todo es sangre, terror y perdición. La luz de la Tierra está próxima a extinguirse. La oscuridad cubre los caminos. Los únicos sonidos que se escuchan son el aletear de los búhos y el chillar del gran pájaro de los bosques. Hemos de mantenernos fuertes contra ellos. Cuando uno de ellos se acerque, extended vuestras manos.

 

Rechazadle y gritadle:

«Calla, tú el de la potente voz. Tus palabras son sólo como el retumbar del trueno, nada más. Manténte alejado de nosotros, tú con tus placeres y tus ambiciones, con tu codicia de riquezas, con tu avaricia de ser más que quien tienes a tu lado, con todas tus acciones sin sentido, con la torpeza de tus manos, con tu curiosidad en el pensamiento y en el conocimiento, que en realidad nada conoce. Nada de eso necesitamos nosotros. Estamos contentos con el legado de los Dioses, cuya luz no nos deslumbra ni nos confunde, sino que en cambio ilumina todos los caminos para que podamos absorber toda su gran sabiduría y vivir como humanos».

Yo lo recuerdo. Fue en el año 12.449 cuando por primera vez visité la tierra de los Blancos Bárbaros. Una y otra vez. los soldados me preguntaban las mismas cuestiones. Hablaban sobre la vida de los pueblos del Gran Río, sobre su supuesta pereza y sus supuestos vicios. Los salvajes, así me dijeron ellos, son congénitamente estúpidos, astutos y falsos. Tienen poco espíritu y carecen de nervio. Se matan los unos a los otros por el placer de matarse. Así era cómo los Blancos Bárbaros hablaban sobre unos pueblos que ya poseían leyes escritas cuando ellos todavía caminaban por los bosques en todas las direcciones, tal y como está escrito en la crónica. Pero yo acepté su maldita conversación; atesoré sus palabras dentro de mí como el explorador que recuerda las huellas de sus enemigos.

Mas en las ocho lunas que yo pasé en el país de los Blancos Bárbaros, no encontré nada que pudiera ser útil para mi pueblo. Cierto que ellos también han cultivado los campos y construido ciudades, que han trazado carreteras e inventado poderosos instrumentos que ningún Ugha Mongulala puede comprender. Pero desconocen el legado de los Dioses. Con sus falsas creencias, los Blancos Bárbaros están destruyendo su propio mundo. Hasta tal punto están cegados que ni siquiera reconocen su origen. Porque sólo aquel que conoce su pasado puede encontrar el camino del futuro.

Los Ugha Mongulala conocen su pasado, escrito en la Crónica de Akakor. Por tanto también conocen su futuro. Según las profecías de los sacerdotes, en el año 12.462 (1981) sobrevendrá una tercera Gran Catástrofe que destruirá la Tierra. La catástrofe se iniciará allí donde Samón estableciera su gran imperio. En este país estallará una guerra que lentamente se irá extendiendo por toda la Tierra. Los Blancos Bárbaros se destruirán los unos a los otros con armas mas brillantes que mil soles. Solamente unos pocos sobrevivirán a las grandes tempestades de fuego, y entre ellos se encontrará el pueblo de los Ugha Mongulala que se ha refugiado en las residencias subterráneas.

 

Esto es, en cualquier caso, lo que dicen los sacerdotes, y así lo han escrito en la crónica:

Un terrible destino le espera a la Humanidad. Una conmoción se producirá y las montañas y los valles temblarán. La sangre caerá desde el cielo y la carne del hombre se contraerá y se volverá fofa. Las personas estarán sin fuerza y sin movimiento. Perderán la razón. Ya no podrán mirar más hacia atrás. Sus cuerpos se desintegrarán. Así será cómo los Blancos Bárbaros recogerán la cosecha de sus actos.

 

El bosque se llenará de sus sombras, agitadas por el dolor y por la desesperación. Entonces regresarán los Dioses, llenos de pesar, por el pueblo que olvidó su legado. Y surgirá un nuevo mundo en el que los hombres, los animales y las plantas vivirán juntos en una unión sagrada. Entonces comenzará la nueva Edad de Oro.

Con ello concluye la Crónica de Akakor
 

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