El Libro del Jaguar
 

Este es el jaguar. Potente es su salto y poderosa su zarpa. Es el señor de los bosques. Todos los animales son sus súbditos. No tolera la resistencia. Terribles son sus castigos. Destruye al desobediente y devora sus carnes.


1 El territorio de los Dioses
600.000 - 10.481 a. de C.

Es una cuestión muy debatida la del comienzo de la historia de la Humanidad. Según la Biblia, Dios creó el mundo en siete días para su propio honor y para el bien de la Humanidad. Hizo luego al hombre del barro y le insufló el aliento vital. Pero según el Popol Vuh, el libro de los mayas, el hombre sólo emergería por vez primera con la cuarta creación divina, después de que los tres mundos anteriores hubieran sido destruidos por terribles catástrofes. La historiografía tradicional sitúa el comienzo real de la Humanidad hacia el año 600.000 a. de C., con los primeros humanos primitivos que no conocían ni las herramientas ni el uso del fuego.

 

Hacia el año 80.000 a. de C. aparecería el hombre de Neanderthal, que ya había avanzado tremendamente: conocía el uso del fuego y había desarrollado ritos funerarios. La prehistoria, la historia inicial del hombre, comienza en el año 50.000 a.de C., y, según los hallazgos arqueológicos, ha sido dividida en las Edades de la Piedra, del Bronce y del Hierro. Durante la Edad de Piedra, el hombre era cazador y recolector; cazaba mamuts, caballos salvajes y renos. Con la lenta regresión del casquete de hielos, el hombre seguiría gradualmente a los animales que estaban migrando hacia el Norte.

 

La agricultura y los animales domesticados les eran todavía desconocidos. Sin embargo, sus pinturas sobre las paredes de las cuevas de cobijo evidenciaban un arte sorprendentemente sofisticado y basado en ritos de caza mágico-religiosos. Se cree que hacia el año 25.000 a. de C. las primeras tribus del Asia Central cruzaron los estrechos de Bering hacia América.


Los maestros extranjeros que llegaron de Schwerta

La Crónica de Akakor, la historia escrita de mi pueblo, comienza en la hora cero, cuando los Dioses nos dejaron. En aquel momento, Ina, el primer príncipe de los Ugha Mongulala, decidió que todo lo que fuera a suceder quedase escrito con buenas palabras y con lenguaje claro. Y así, la Crónica de Akakor da testimonio de la historia del pueblo más antiguo del mundo, desde sus comienzos, en la hora cero, cuando los Maestros Antiguos nos dejaron, hasta los tiempos presentes, cuando los Blancos Bárbaros están tratando de destruir nuestro pueblo.

 

Explica el testamento de los Padres Antiguos, sus conocimientos y su sabiduría. Y describe el origen del tiempo, cuando mi pueblo era el único que poblaba el continente y el Gran Río fluía en otra dirección, cuando el país todavía era llano y liso como la espalda de un cordero. Todo esto está escrito en la crónica, la historia de mi pueblo desde que los Dioses partieron, en la hora cero, y que corresponde al año 10.481 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros:

Esta es la historia. Esta es la historia de los Senadores Escogidos. En el comienzo todo era caos. El hombre vivía como los animales, sin razón y sin conocimiento, sin leyes y sin cultivar la tierra, sin vestirse y sin ni siquiera cubrir su desnudez. No conocía los secretos de la naturaleza. Vivía en grupos de dos o tres, cuando un accidente los había juntado, en cuevas o en hendiduras de las rocas. Los hombres caminaron en todas las direcciones hasta que los Dioses llegaron. Ellos trajeron la luz.

No sabemos cuándo sucedió; de dónde procedían, tan sólo oscuramente. Un denso misterio cubre los orígenes de nuestros Maestros Antiguos, que ni siquiera el conocimiento de los sacerdotes puede desentrañar. Según la tradición, debió ocurrir 3.000 años antes de la hora cero: 13.000 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros. Súbitamente, unas brillantes naves doradas aparecieron en el cielo. Enormes chorros de fuego iluminaron la llanura. La Tierra se estremeció y el trueno retumbó sobre las colinas. El hombre se inclinó lleno de veneración ante los poderosos extranjeros que llegaban para tomar posesión de la Tierra.

Los extraños dijeron que procedían de un lugar llamado Schwerta, un remoto mundo situado en las profundidades del Universo, en el que vivían sus antepasados y del que habían partido para llevar el conocimiento a otros mundos. Dicen nuestros sacerdotes que era aquél un poderoso imperio formado por muchos planetas, tan numerosos que ambos mundos, el de los Maestros Antiguos y el de la misma Tierra, se encuentran el uno al otro cada 6.000 años. Es entonces cuando regresan los Dioses.

Con la llegada a nuestro mundo de los extraños visitantes, se inició la Edad de Oro. Ciento treinta familias de los Padres Antiguos vinieron a la Tierra para liberar al hombre de la oscuridad. Y los Dioses los reconocieron como sus propios hermanos. Ellos asentaron a las tribus que vagaban errantes; les dieron partes justas de todas las cosas comestibles. Trabajaron diligentemente para enseñar sus leyes a los hombres, aun cuando su enseñanza encontró oposición. Por esta labor, por todo lo que sufrieron por la Humanidad, y por lo que nos trajeron y nos mostraron, los veneramos como los creadores de nuestra luz. Y nuestros artistas más sublimes han realizado imágenes de los Dioses para que den testimonio durante toda la eternidad de su auténtica grandeza y de su maravilloso poder. Así, la imagen de los Maestros Antiguos ha permanecido presente en nuestro recuerdo hasta nuestros idas.

En su aspecto físico, los extraños de Schwerta apenas se diferenciaban del hombre. Tenían cuerpos agraciados y la piel blanca. Sus notables rostros, enmarcados por un fino pelo negro-azulado. Una poblada barba cubría el labio superior y el mentón. Al igual que los hombres, eran criaturas vulnerables de carne y hueso. Pero el signo decisivo que distinguía a los Padres Antiguos de los hombres eran los seis dedos en cada una de sus manos y los seis dedos en cada uno de sus pies. Constituía la característica de su origen divino.

¿Quién puede llegar a desentrañar los actos de los Dioses? ¿Quién puede llegar a comprender sus acciones? Porque seguramente eran poderosas e incomprensibles para los ordinarios mortales. Conocían el curso de las estrellas v las leves de la naturaleza. Verdaderamente, estaban familiarizados con las leyes más profundas del Universo. Ciento treinta familias de los Padres Antiguos vinieron a la Tierra y trajeron la luz.


Las Tribus Escogidas

El recuerdo de nuestros más antiguos antepasados me estremece y entristece. Mi corazón está pesaroso porque ahora estamos solos, abandonados por nuestros Maestros Antiguos. Todo nuestro conocimiento, y todo nuestro poder, a ellos se lo debemos. Ellos llevaron al hombre desde la oscuridad hasta la luz. Antes de que los extraños de Schwerta llegaran, los hombres vagaban como niños que no pueden encontrar sus hogares y cuyos corazones no conocen el amor.

 

Recogían raíces, bulbos y frutas que crecían salvajes; vivían en cuevas y en agujeros en el suelo; disputaban con sus vecinos por el botín cazado. Pero entonces llegaron los Dioses e instituyeron un nuevo orden en el mundo. Enseñaron a los hombres a cultivar la tierra y a criar animales. Les enseñaron a tejer la tela y asignaron hogares permanentes a las familias y a los clanes. Así nacieron las tribus.

Este fue el comienzo de la luz, de la vida y de la tribu. Los Dioses llamaron a los hombres para que se juntaran. Deliberaron, reflexionaron y celebraron consejos. Y luego adoptaron decisiones. Y de entre todas las personas escogieron a sus servidores para que vivieran con ellos, y a los que les transmitieron sus conocimientos.

Con las familias escogidas, los Dioses fundaron una nueva tribu y le dieron el nombre de Ugha Mongulala, que en el lenguaje de los Blancos Bárbaros significa las Tribus Escogidas Aliadas. Y como una muestra de su alianza eterna, se emparejaron con sus servidores. Por tanto, y hasta hoy en día, los Ugha Mongulala se parecen físicamente a sus divinos antepasados. Son altos; sus rostros se caracterizan por unos pómulos salientes, una nariz nítidamente delineada, y unos ojos almendrados. Tanto los hombres como las mujeres tienen el mismo pelo espeso negro-azulado. La única diferencia con los Dioses la constituyen los cinco dedos de los mortales en las manos y en los pies. Los Ugha Mongulala son el único pueblo de piel blanca sobre el continente.

Aunque los Maestros Antiguos retuvieron consigo muchos secretos, la historia de mi pueblo explica también la historia de los Dioses. Los extraños de Schwerta fundaron un poderoso imperio. Con sus conocimientos, su superior sabiduría y sus misteriosas herramientas les fue fácil modificar la Tierra según sus propias ideas. Dividieron el país y construyeron caminos y canales. Sembraron nuevas plantas que el hombre desconocía. Enseñaron a nuestros antepasados que un animal no sólo es una presa sino que asimismo puede ser una valiosa posesión e indispensable contra el hambre. Con mucha paciencia impartieron los conocimientos necesarios para que el hombre pudiera arrancar los secretos de la naturaleza.

Basados en esta sabiduría, los Ugha Mongulala han sobrevivido durante miles de años a pesar de catástrofes y de guerras terribles. Como los Servidores Escogidos de los Maestros Antiguos, han determinado la historia de la Humanidad durante 12.453 años, tal y como está escrito en la Crónica de Akakor:

La línea de los Servidores Escogidos no se extinguió.

Aquellos que son llamados los Ugha Mongulala sobrevivieron. Muchos de sus hijos murieron en guerras devastadoras; catástrofes terribles visitaron su territorio. Pero la fuerza de los Servidores Escogidos permaneció intacta. Ellos son los maestros. Ellos son los descendientes de los Dioses.


El imperio de Piedra

La Crónica de Akakor, la historia escrita del pueblo de los Ugha Mongulala, comienza con la partida de los Maestros Antiguos en el año cero. En ese momento, Ina. el primer príncipe de los Ugha Mongulala, dispuso que todos los acontecimientos quedasen escritos con buenas palabras y con lenguaje claro, y con la debida veneración para con los Maestros Antiguos. Pero la historia de los Servidores Escogidos se remonta más atrás, a la Edad de Oro.

 

A cuando los Padres Antiguos todavía gobernaban la Tierra. Muy pocos testimonios se han conservado de este periodo. Los Dioses debieron haber establecido un poderoso imperio en el que todas las tribus cumplían unas tareas determinadas y en el que los Ugha Mongulala ocupaban el primer lugar. A ellos les fue concedida una sabiduría mayor que los hizo superiores a todos los demás pueblos. En el año cero, los Dioses legaron sus ciudades y sus templos a las Tribus Escogidas. Han durado 12.000 años.

Tan sólo unos pocos de los Blancos Bárbaros han visto estos monumentos o la ciudad de Akakor, la capital de mi Pueblo. Algunos soldados españoles que habían sido capturados por los Ugha Mongulala lograron escapar a través de pasadizos subterráneos. Los aventureros y los colonos blancos que descubrieron nuestra capital fueron tomados prisioneros por mi pueblo.

Akakor, la capital del territorio, fue construida hace 14.000 años por nuestros antepasados con la guía de los Maestros Antiguos. También el nombre procede de ellos: Aka significa «fortaleza» y Kor significa «dos». Akakor es la segunda fortaleza. Nuestros sacerdotes hablan asimismo de la primera fortaleza, Akanis. Estaba situada sobre un estrecho istmo en el país que llaman México, en el lugar donde los dos océanos se tocan. Akahim, la tercera fortaleza, no es mencionada por la crónica hasta el año 7315. Su historia está muy unida a la de Akakor.

Nuestra capital está situada sobre un valle elevado en las montañas en la zona fronteriza entre los países llamados Perú y Brasil. Está protegida en tres de sus lados por escarpadas rocas. Al Este, una llanura gradualmente descendente llega hasta la inmensidad de las lianas de la región de los grandes bosques. Toda la ciudad está rodeada por una gran muralla de piedra con trece puertas. Éstas son tan estrechas que únicamente permiten el acceso de las personas de una en una. La llanura del Este, a su vez, está protegida por atalayas de piedra en las que escogidos guerreros se hallan continuamente en vigilancia de los enemigos.

Akakor está dispuesta en rectángulos. Dos calles principales que se cruzan dividen la ciudad en cuatro partes, que corresponden a los cuatro puntos universales de nuestros Dioses. El Gran Templo del Sol y una puerta de piedra tallada de un único bloque están situados sobre una gran plaza en el centro. El templo mira hacia el Este, hacia el Sol naciente, y está decorado con imágenes simbólicas de nuestros Maestros Antiguos. En cada mano, una criatura divina sostiene un cetro en cuyo extremo superior hay una cabeza de jaguar. La figura está coronada con un tocado de ornamentos animales. Una extraña escritura, y que sólo puede ser interpretada por nuestros sacerdotes, reseña la fundación de la ciudad. Todas las ciudades de piedra construidas por nuestros Maestros Antiguos tienen una puerta semejante.

El edificio más impresionante de Akakor es el Gran Templo del Sol. Sus paredes exteriores están desnudas y fueron construidas con piedras artísticamente labradas. El techo está abierto de modo que los rayos del Sol naciente puedan llegar hasta un espejo de oro, que se remonta a los tiempos de los Maestros Antiguos, y que está montado en la parte delantera. Figuras de piedra de tamaño natural flanquean la entrada del templo por ambos lados. Las paredes interiores están tapizadas con relieves. En una gran arca de piedra hundida en la pared delantera del templo se encuentran las primeras leyes escritas de nuestros Maestros Antiguos.

Cerca del Gran Templo del Sol se hallan los edificios para los sacerdotes y sus servidores, el palacio del príncipe y los alojamientos de los guerreros. Estos edificios son de forma rectangular y están construidos con bloques de piedra labrada. Los techos se componen de una espesa capa de hierba sostenida por pértigas de bambú.

Durante el reinado de nuestros Maestros Antiguos, otras veintiséis ciudades de piedra rodeaban Akakor. Todas ellas son mencionadas en la crónica. Las mayores eran Humbaya y Patite, en el país llamado Solivia; Emin, en las zonas bajas del Gran Río; y Cadira, en las montañas del país llamado Venezuela. Pero todas ellas quedaron completamente destruidas por la primera Gran Catástrofe que ocurrió trece años después de la partida de los Dioses.

Además de estas poderosas ciudades, los Padres Antiguos erigieron tres recintos religiosos sagrados: Salazere, en las zonas altas del Gran Río; Tiahuanaco, sobre el Gran Lago: y Manoa, en la llanura elevada del Sur. Eran las residencias terrestres de los Maestros Antiguos y un lugar prohibido para los Ugha Mongulala. En el centro se levantaba una gigantesca pirámide, y una espaciosa escalera conducía hasta la plataforma en la que los Dioses celebraban ceremonias desconocidas por nosotros.

 

El edificio principal estaba rodeado de pirámides más pequeñas e interconectadas por columnas, y más allá, sobre unas colinas creadas artificialmente, se situaban otros edificios decorados con láminas que resplandecían. Cuentan los sacerdotes que con la luz del Sol naciente las ciudades de los Dioses parecían estar en llamas. Éstas radiaban una misteriosa luz, que se reflejaba en las montañas nevadas.

De los tres recintos religiosos sagrados, yo tan sólo he contemplado con mis propios ojos el de Salazere. Se encuentra situado sobre un afluente del Gran Río. a una distancia de unos ocho días de viaje desde la ciudad que los Blancos Bárbaros llaman Manaus. Sus palacios y sus templos han sido completamente cubiertos por la jungla de lianas. Únicamente la cumbre de la gran pirámide se destaca todavía por encima del bosque, cubierta por una densa maleza de matorrales y de árboles. Incluso los iniciados tienen dificultades para encontrar el lugar de residencia de los Dioses.

 

Está rodeado por profundas marismas, en el territorio de la Tribu que Vive en los Árboles. Esta tribu, tras su primer contacto con los Blancos Bárbaros, se retiró a los bosques inaccesibles que rodean Salazere. Allí el pueblo vive en los árboles como si fueran monos, matando a todo aquel que se atreve a invadir su comunidad. Yo logré dar con el recinto religioso porque hace miles de años esta tribu estuvo aliada con los Ugha Mongulala y respeta todavía los signos secretos del reconocimiento. Estos signos se encuentran grabados sobre una piedra en el borde superior de la plataforma de la pirámide. Aunque nosotros podemos copiarlos, hemos perdido por completo la comprensión de su significado.

También los recintos religiosos son un misterio para mi pueblo. Sus construcciones son testimonio de un conocimiento superior, incomprensible para los humanos. Para los Dioses, las pirámides no sólo eran lugares de residencia sino también símbolos de la vida y de la muerte. Eran un signo del sol, de la luz, de la vida. Los Maestros Antiguos nos enseñaron que hay un lugar entre la vida y la muerte, entre la vida y la nada, que está sujeto a un tiempo diferente.

 

Para ellos, las pirámides suponían una conexión con la segunda vida.


Las residencias subterráneas

Grande era el conocimiento de los Maestros Antiguos; grande su sabiduría. Su visión alcanzaba a las colinas, a las llanuras, a los bosques, a los mares y a los valles. Eran seres milagrosos. Conocían el futuro. Les había sido revelada la verdad. Eran perspicaces y de gran resolución. Erigieron Akanis, y Akakor, y Akahim. Verdaderamente, sus trabajos eran poderosos, como lo eran los métodos que utilizaron para crearlos: la forma cómo determinaron las cuatro esquinas del Universo y los cuatro lados. Los señores del cosmos, las criaturas de los cielos y de la Tierra, crearon las cuatro esquinas y los cuatro lados del Universo.

Akakor yace ahora en ruinas. La gran puerta de piedra está derruida. Las lianas crecen en el Gran Templo del Sol. Bajo mis órdenes, y con el acuerdo del consejo supremo y de los sacerdotes, los guerreros de los Ugha Mongulala destruyeron nuestra capital hace tres años. La ciudad habría revelado nuestra presencia a los Blancos Bárbaros, de modo que decidimos abandonar Akakor.

 

Mi pueblo ha huido al interior de las residencias subterráneas, el último regalo de los Dioses. Tenemos trece ciudades, profundamente ocultas en el interior de las montañas llamadas los Andes. Su plan corresponde al de la constelación de Schwerta, el hogar de los Padres Antiguos. En el centro se sitúa Akakor inferior. La ciudad está edificada sobre una cueva gigantesca hecha por el hombre. Las casas, dispuestas en círculo y rodeadas por una muralla meramente decorativa, flanquean el Gran Templo del Sol, que se destaca en el centro. Al igual que Akakor superior, la ciudad queda dividida por dos calles que se cruzan, correspondiendo a las cuatro esquinas de la Tierra y a los cuatro lados del Universo.

 

Todos los caminos corren paralelos a aquellas. El edificio más importante es el Gran Templo del Sol, cuyas torres sobresalen por encima de las residencias de los sacerdotes y sus servidores, del palacio del príncipe, de los alojamientos de los guerreros y de las modestas casas del pueblo. En el interior del templo hay doce entradas a los túneles que unen Akakor inferior con otras ciudades subterráneas. Éstos tienen las paredes inclinadas y un techo plano. Los túneles son lo suficientemente grandes como para que cinco hombres puedan caminar erectos. Son necesarios varios días para llegar a cualquiera de estas ciudades desde Akakor.

Esquema de las 13 residencias subterráneas (su plan corresponde al de la constelación de Schwerta, el hogar de los Dioses)
1) Akakor 2) Sikon 3) Tat 4) Aman 5) Kos 6) Songa 7) Mu 8) Tanum
9) Gudi 10) Boda 11) Riño 12) Kish 13) Budu
 

Doce de las ciudades —Akakor, Budu, Kish, Boda, Gudi, Tanum, Sanga, Riño, Kos, Aman, Tal y Sikon— están iluminadas artificialmente. La luz cambia según la posición del sol. Solamente Mu, la decimotercera y la más pequeña de las ciudades, tiene unas chimeneas que llegan hasta la superficie. Un enorme espejo de plata dispersa la luz del sol sobre el conjunto de la ciudad. Todas las ciudades subterráneas están recorridas por canales que traen el agua desde las montañas. Pequeños tributarios abastecen a las construcciones y casas individuales. Las entradas desde la superficie están cuidadosamente camufladas. En casos de emergencia, las residencias subterráneas pueden aislarse del exterior mediante grandes puertas de roca móviles.

Nada sabemos sobre la construcción de Akakor inferior. Su historia se pierde en la oscuridad del más remoto pasado. Ni siquiera los soldados alemanes que se establecieron con mi pueblo pudieron desvelar este misterio. Durante varios años, midieron las instalaciones subterráneas de los Dioses, exploraron el sistema de túneles y buscaron el origen del aire de respiración, pero sin resultado alguno. Nuestros Maestros Antiguos construyeron las residencias subterráneas de acuerdo con sus propios planes y leyes, que no nos fueron revelados. Desde aquí gobernaron sobre su vasto imperio, un imperio de 362 millones de personas, tal y como está escrito en la Crónica de Akakor:

Y los Dioses gobernaron desde Akakor. Gobernaron sobre los hombres y sobre la Tierra. Tenían naves más rápidas que el vuelo de los pájaros; naves que llegaban a su punto de destino sin velas y sin remos, tanto por la noche como por el día. Tenían piedras mágicas para observar los lugares más alejados, de modo que podían ver ciudades, ríos, colinas y lagos. Cualquier hecho que ocurriera sobre la Tierra o en el cielo quedaba reflejado en las piedras. Pero lo más maravilloso de todo lo eran las residencias subterráneas. Y los Dioses se las entregaron a sus Servidores Escogidos como su último regalo. Porque los Maestros Antiguos son de la misma sangre y tienen el mismo padre.

Durante miles de años, las residencias subterráneas han protegido a los Ugha Mongulala de sus enemigos y soportaron dos catástrofes. Los ataques de las tribus salvajes se dispersaron ante sus puertas. En el interior, lo que queda de mi pueblo espera el avance de los Blancos Bárbaros que suben por el Gran Río en un número incontable como las hormigas. Nuestros sacerdotes han profetizado que finalmente descubrirán Akakor y que encontrarán en ella su propia imagen.

 

Entonces el circulo se habrá cerrado.

Plano de Akakor superior
1) Templo 2) Palacio del príncipe 3) Guardia personal v servidumbre de Palacio

4) Soldados 5) Escuela 6) Sacerdote 7) Servidumbre de los sacerdotes 8) Pueblo 9) Zona agrícola


Arriba: Túnel subterráneo (corte vertical)
Abajo: Corte vertical de Akakor inferior

1) Recinto secreto del templo 2) Salida 3) Túnel subterráneo

 



Plano de Akakor inferior
1) Templo 2) Palacio 3) Sacerdote 4) A arsenal 5) Pueblo

6) Guardia de palacio 7) Sala del trono 8) Túnel de comunicación 9) Portal de los Dioses
 

 

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2 La hora cero
10.481 - 10.468 a. de C.

La milenaria obra épica india Mahabharata cuenta cómo los dioses y los titanes pelearon entre sí por el gobierno de la Tierra. Según Platón, el legendario imperio de la Atlántida alcanzó su apogeo en este período. El científico germano-boliviano Posnansky cree en la existencia de un enorme imperio en la región de la ciudad boliviana en ruinas Tiahuanaco.

 

Según los historiadores y los etnólogos, las principales divisiones raciales del Homo sapiens de la última glaciación tuvieron lugar hacia el año 13.000 a. de C.: mongoloides en Asia, negroides en África, caucasoides en Europa. En el continente europeo, los principales asentamientos se encuentran en las regiones costeras. Los hallazgos arqueológicos en la región de Altamira y en la Amazonia confirman por vez primera la existencia de seres humanos en el continente sudamericano.


La partida de los Maestros Antiguos

La historia de mi pueblo, escrita en la Crónica de Akakor, se acerca a su final. Dicen los sacerdotes que el tiempo pronto concluirá, que solamente nos restan unos pocos meses. Entonces se habrá cumplido el destino de los Ugha Mongulala. Y cuando contemplo la desesperación y la miseria de mi pueblo, no puedo por menos que creer en estas profecías. Los Blancos Bárbaros están penetrando cada vez más profundamente en nuestro territorio. Vienen desde el Este y desde el Oeste, como el fuego movido por un viento violento, y extienden sobre el país un manto de oscuridad para tomar posesión de él.

 

Pero si los Blancos Bárbaros reflexionaran, llegarían a comprender que no podemos tomar nada que no nos pertenezca. Entonces comprenderían que los Dioses nos dieron a todos una gran mansión para compartirla y disfrutarla. Pero los Blancos Bárbaros lo desean todo para sí, para sí solos. Sus corazones no se conmueven ni siquiera cuando realizan los actos más terribles. Así que nosotros como indios no podemos hacer otra cosa sino retirarnos y esperar el regreso de nuestros Maestros Antiguos, tal y como está escrito en la crónica, con buenas palabras, con lenguaje claro:

El día que los Dioses abandonaron la Tierra llamaron a Ina. Dejaron su legado con el más fiel de sus servidores:

 

«Ina, nos marchamos a casa. Te hemos enseñado la sabiduría y te hemos dado buen consejo. Retornamos a casa. Nuestro trabajo está cumplido. Nuestros días están completos. Consérvanos en tu memoria y no nos olvides. Porque somos hermanos de la misma sangre y tenemos el mismo padre. Regresaremos cuando estés amenazado. Mas ahora toma a las Tribus Escogidas y condúcelas al interior de las residencias subterráneas para protegerlas de la catástrofe que se avecina».

Estas fueron sus palabras. Así es cómo hablaron cuando dijeron adiós. E Ina contempló cómo sus naves los llevaron al cielo con fuego y con estrépito. Desaparecieron sobre las montañas de Akakor. Solamente Ina contempló su partida. Pero los Dioses nos dejaron su conocimiento y su sabiduría. Fueron venerados como sagrados. Fueron un signo para los Padres Antiguos. E Ina convocó a consejo a los Ancianos del Pueblo y les habló sobre la última instrucción de los Dioses. Y ordenó un nuevo reconocimiento del tiempo para conmemorar la partida de los Maestros Antiguos. Ésta es la historia escrita de los Servidores Escogidos, la Crónica de Akakor.

En la hora cero (10.481 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros) los Dioses dejaron la Tierra. Su partida señala un nuevo capítulo en la historia de mi pueblo. Pero en ese momento ni siquiera Ina, su más fiel servidor y el primer príncipe de los Ugha Mongulala, conocía los terribles acontecimientos que iban a suceder. El Pueblo Escogido estaba afligido por la partida de los Maestros Antiguos y abrumado por el desaliento.

Únicamente la imagen de los Dioses permaneció en los corazones de los Servidores Escogidos. Con ojos ardientes miraron hacia el cielo, pero las naves doradas no regresaron. Los cielos estaban vacíos, sin brisa, sin sonido alguno. El cielo siguió vacío.


El lenguaje de los Dioses

En el lenguaje de los Blancos Bárbaros, Ugha significa «aliado», «juntado»; Mongu significa «escogido», «elegido»; y Lala significa «tribus». Los Ugha Mongulala son las Tribus Escogidas Aliadas. Una nueva era comenzada para ellos tras la partida de los Maestros Antiguos. Nunca más los Dioses superiores gobernarían su imperio, cuyas fronteras se hallaban entre si a muchas lunas de distancia. Ahora los Ugha Mongulala gobernaban entre los dos océanos: a lo largo del Gran Río. en las colinas bajas del Norte y en las lejanas llanuras del Sur.

 

Los dos millones que constituían las Tribus Escogidas gobernaban sobre un imperio de 362 millones de personas, ya que a lo largo de los siglos los Maestros Antiguos habían sometido a otras tribus. Los Ugha Mongulala gobernaban sobre veintiséis ciudades, sobre poderosas fortificaciones fronterizas y sobre las residencias subterráneas de los Dioses. Únicamente tres complejos religiosos — Salazere, Manoa y Tiahuanaco— quedaron fuera de su jurisdicción por instrucciones explícitas de los Padres Antiguos. Ina, el primer príncipe de los Ugha Mongulala. se veía frente a enormes tareas.

Sé solamente unos pocos detalles sobre el período que siguió a la partida de los Maestros Antiguos. La primera Gran Catástrofe cae como una losa sobre los acontecimientos de los trece primeros años de la historia de mi pueblo. Según los sacerdotes, Ina gobernó sobre el más grandioso imperio que jamás haya existido sobre la Tierra. Estaba dirigido por los Ugha Mongulala. quienes hacían que las leyes se cumplieran. Sus guerreros protegían las fronteras de las incursiones de las tribus salvajes. 360 millones de aliados les debían fidelidad, pero tras la primera Gran Catástrofe se rebelaron contra el gobierno de los Ugha Mongulala, rechazaron el legado de los Dioses y olvidaron rápidamente su idioma y su escritura. Se convirtieron en degenerados.

El quechua, que es como los Blancos Bárbaros denominan nuestro idioma, se compone de buenas y sencillas palabras que son suficientes para describir todos los misterios de la Naturaleza. Ni siquiera los incas conocen la escritura de los Dioses. Existen 1.400 símbolos, que producen significados diferentes según su secuencia. Los signos más importantes son el de la vida y el de la muerte, representados por el pan y por el agua.

 

Todas las anotaciones de la crónica comienzan y terminan con estos símbolos. Tras la llegada de los soldados alemanes en el año 1942, según el calendario de los Blancos Bárbaros, los sacerdotes comenzaron a registrar los acontecimientos también en el idioma de las Tribus Aliadas. El idioma, el servicio a la comunidad, la veneración de lo antiguo y el respeto al príncipe son las cosas más importantes documentadas desde los años anteriores a la primera Gran Catástrofe.

 

Suponen la evidencia de que en los 10.000 años de su historia mi pueblo se ha guiado por un único objetivo: preservar el legado de los Maestros Antiguos.
 


Signos ominosos en el cielo

Había signos extraños en el cielo. El crepúsculo cubría la superficie de la Tierra. El sol brillaba todavía, mas una bruma grisácea, grande y poderosa, comenzaba a oscurecer la luz del día. Signos extraños se mostraban en el cielo. Las estrellas parecían piedras perezosas. Sobre las colinas se cernía una niebla venenosa. Los árboles desprendían un fuego maloliente. Un sol rojo y un sendero negro se cruzaban entre sí. Negro, rojo, las cuatro esquinas de la Tierra estaban rojas.

La primera Gran Catástrofe cambió la vida de mi pueblo y el aspecto del mundo. Nadie puede imaginarse qué es lo que entonces, trece años después de la partida de los Maestros Antiguos, ocurrió. La catástrofe fue enorme, y nuestra crónica la describe con terror.

Los Senadores Escogidos estaban llenos de espanto y de terror. Ya no veían ni el Sol, ni la Luna, ni las estrellas. La confusión y la oscuridad estallaban por doquier. Imágenes extrañas pasaban por sobre sus cabezas. La resina goteaba desde el cielo y, en el crepúsculo, los hombres caminaban desesperados en busca de comida. Mataron a sus propios hermanos. Olvidaron el testamento de los Dioses. La era de la sangre había comenzado.

¿Qué ocurrió en aquel momento cuando los Dioses nos abandonaron? ¿Quién fue el responsable de la catástrofe que arrojó a mi pueblo a las tinieblas durante 6.000 años? Una vez más, nuestros sacerdotes pueden interpretar los devastadores acontecimientos. Ellos dicen que en el período anterior a la hora cero existía otra nación de dioses que era hostil a nuestros Maestros Antiguos. Según las imágenes del Gran Templo del Sol en Akakor. las extrañas criaturas parecían hombres. Tenían mucho pelo y eran de piel rojiza.

 

Como los hombres, tenían cinco dedos en las manos y cinco en los pies; mas de sus espaldas crecían cabezas de serpientes, de tigres, de halcones y de otros animales. Dicen nuestros sacerdotes que estos dioses también gobernaban sobre un enorme imperio y que poseían asimismo conocimientos que los convertían en superiores a los hombres e iguales a nuestros Maestros Antiguos.

 

Las dos razas de dioses, que están representadas en las imágenes del Gran Templo del Sol en Akakor, comenzaron a disputar. Quemaron el mundo con calor solar y trataron de arrebatarse el poder la una a la otra. Sin embargo, y por primera vez, la providencia de los Dioses salvó a los Ugha Mongulala. Recordando las últimas palabras de nuestros Maestros Antiguos anunciando la catástrofe, Ina ordenó la retirada hacia las residencias subterráneas.

Los ancianos del pueblo se reunieron. Obedecieron la orden de Ina.

«¿Cómo podremos protegernos? Los signos están llenos de amenaza», dijeron. «Sigamos la orden de los Dioses y trasladémonos a los refugios subterráneos. ¿Es que no son suficientes nuestras ideas para toda una nación? Nadie debe faltar, ni una sola persona.»

Así fue cómo hablaron y así decidieron. Y la multitud se reunió. Cruzaron las aguas, descendieron por las cañadas y las atravesaron. Llegaron hasta la meta final, allí donde se cruzan los cuatro caminos en las residencias de los Maestros Antiguos, protegidas en el interior de las montañas.

Esto es lo que cuenta la Crónica de Akakor. Y así fue cómo se cumplieron las órdenes de Ina. Con confianza en la promesa de los Maestros Antiguos, el pueblo de los Ugha Mongulala se trasladó a Akakor inferior para protegerse contra la inminente catástrofe. Aquí permanecieron hasta que la Tierra se hubo acallado, al igual que hace un pájaro cuando se oculta detrás de una roca para protegerse de la tormenta que se acerca. Los Ugha Mongulala se salvaron de la catástrofe porque confiaron en los Padres Antiguos.
 


La primera Gran Catástrofe

El año 13 (10.468 a. de C., según el calendario de los Blancos Bárbaros) es un año trágico en la historia de mi pueblo. Una vez que se hubo retirado a las residencias subterráneas, la Tierra fue visitada por la mayor catástrofe de la que la memoria guarda recuerdo. Superó incluso a la segunda Gran Catástrofe, 6.000 años después, cuando las aguas del Gran Río afluyeron corriente arriba. La primera Gran Catástrofe destruyó el imperio de nuestros Maestros Antiguos y trajo la muerte a millones de personas.

Este es el relato de cómo perecieron los hombres.

 

¿ Qué es lo que le ocurrió a la Tierra? ¿ Quién la hizo temblar? ¿Quién hizo bailar a las estrellas? ¿Quién hizo salir a ¡as aguas de las rocas?

 

Numerosas fueron las calamidades que visitaron al hombre; varias las pruebas a las que estuvo sujeto. Hacía un frío terrible, y un viento helado soplaba sobre la Tierra; hacía un calor terrible, y las personas se quemaban con su propio aliento. Los hombres y los animales huían sobrecogidos por el pánico. Corrían desesperados de un lado a otro. Intentaban subir a los árboles, pero los árboles los rechazaban; intentaban llegar a las cavernas, pero ¡as cavernas se desplomaban y los sepultaban.

 

Lo que estaba abajo se puso arriba, y lo que estaba arriba se hundió en las profundidades. El sonido y la furia de los Dioses parecían no tener fin. Incluso los refugios subterráneos comenzaron a temblar.

La primera mención sobre la forma del continente antes de la primera Gran Catástrofe fue hecha después de la partida de los Maestros Antiguos. En aquel tiempo difería considerablemente de su forma actual. Era mucho más frío y la lluvia caía regularmente. Podían distinguirse con claridad los periodos de sequía y los de lluvia. Todavía no existían los grandes bosques. El Gran Río era más pequeño y afluía hacia los dos océanos. Los afluentes lo' unían con el lago gigante en el que los Dioses habían erigido el complejo religioso de Tiahuanaco sobre la costa del Sur.

La primera Gran Catástrofe dio a la superficie de la Tierra un aspecto diferente. El curso de los ríos quedó alterado, y la altura de las montañas y la fuerza del sol cambiaron. Hubo continentes que quedaron inundados. Las aguas del Gran Lago retrocedieron hacia los océanos. El Gran Río fue desplazado por una nueva alineación montañosa y afluía ahora rápidamente hacia el Este. En sus orillas nacieron y crecieron enormes bosques. Un calor húmedo se extendió sobre las regiones orientales del imperio. En el Oeste, donde habían surgido unas gigantescas montañas, las personas se congelaron con el frío cerrado de las elevadas altitudes. La Gran Catástrofe provocó unas devastaciones terribles, tal y como había sido anunciado por nuestros Maestros Antiguos.

Y lo mismo ocurrirá en la futura catástrofe que nuestros sacerdotes han calculado por el curso de las estrellas. Porque la historia de los hombres sigue unos caminos predeterminados: todo se repite, todo regresa en torno a un circulo que dura 6.000 años. Nuestros Maestros Antiguos nos enseñaron esta ley. Nuevamente, 6.000 años han transcurrido desde la última Gran Catástrofe, y 6.000 años desde que nuestros Maestros Antiguos nos abandonaron por segunda vez. Una vez más, signos ominosos aparecen en el cielo. Los animales huyen perseguidos por el pánico. Han estallado las guerras.

 

Las leyes se desprecian o se cumplen con desgana. Mientras los Blancos Bárbaros, llenos de pura arrogancia, destruyen las relaciones entre la Naturaleza y el hombre, el destino se acerca a su conclusión. Los Ugha Mongulala saben que el final está próximo. Lo saben y lo esperan con resignación. Porque ellos creen en el legado de sus Maestros Antiguos. Con la imagen de los Dioses en sus corazones, siguen sus pasos.

 

Siguen a aquellos que son de la misma carne y tienen el mismo padre.
 

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3 La era de la oscuridad
10.468 - 3166 a. de C.


El científico germano-boliviano Posnansky estima que Tiahuanaco fue destruida hacia 10.000 a. de C. Los geólogos hablan de tremendos cambios climáticos que podrían haber sido causados por una desviación del eje de la Tierra. La Era Neolítica, que se inicia hacia 5000 a. de C., contempló importantes innovaciones culturales y añadió una transformación económica que iba a tener grandes repercusiones: la transición a la agricultura y a los sistemas económicos productivos. El hombre neolítico cultivaba cereales salvajes y criaba ovejas, cabras y cerdos. Grandes familias se establecieron en aldeas y posteriormente en pueblos fortificados.

 

Entre el octavo y el sexto milenio a. de C., Jericó es considerado como el estadio preliminar de las altas civilizaciones urbanas, aunque los egiptólogos sospechan de la existencia de una cultura aún más antigua en el valle del Nilo. Los hallazgos arqueológicos en Eridu y en Uruk apuntan hacia las primeras construcciones sagradas. Es aquí donde se han hallado las primeras tablillas de arcilla con inscripciones. La palabra y los signos fonéticos reemplazaron a la primitiva escritura pictográfica. En todas estas civilizaciones puede observarse una atención especial a los muertos. Varias inundaciones y erupciones volcánicas catastróficas, probablemente hacia 3000 a. de C., son descritas en la Biblia como El Gran Diluvio.

 

América del Sur continúa siendo colonizada por oleadas de inmigrantes procedentes de Asia.
 


El hundimiento del imperio

Verdaderamente, los Blancos Bárbaros son un pueblo poderoso. Gobiernan sobre el cielo y sobre la Tierra, y son al mismo tiempo pájaro, gusano y caballo. Piensan que están viendo la luz, mas sin embargo viven en la oscuridad y son malvados. Y lo peor de todo es que niegan a su propio Dios y se esfuerzan por llegar a ser Dioses y por hacernos creer que ellos son los que gobiernan el mundo. Pero los Dioses son más grandes y más poderosos que todos los Blancos Bárbaros juntos. Los Dioses todavía deciden quién de nosotros debe morir y cuándo.

 

Todavía el Sol, la Tierra y el fuego les sirven a ellos antes que a nadie. Porque los Dioses no permiten que sus secretos les sean arrebatados. Dicen nuestros sacerdotes que un día enviarán un juicio que liberará a los Blancos Bárbaros del peso de sus errores. Vendrá una lluvia continua que eliminará la oscuridad de sus corazones. Las aguas se elevarán cada vez más y se llevarán su maldad y su codicia de poder y de dinero.

 

Así sucedió ya en una ocasión hace miles de años. tal y como queda escrito en la crónica, con buenas palabras, con lenguaje claro:

Pasaron tres lunas, tres veces tres lunas. Entonces las aguas se dividieron. La Tierra se tranquilizó nuevamente. Las corrientes de agua encontraron cursos diferentes y se perdieron entre las colinas. Surgieron grandes montarías desafiaron al sol. Cuando los Servidores Escogidos salieron de las residencias subterráneas, la Tierra había cambiado. Grande era su tristeza.

 

Elevaron sus rostros hacia el cielo. Sus ojos buscaron las llanuras y las colinas, los ríos y los lagos. Terrible era la verdad, horrible la destrucción. E Ina congregó al consejo de ancianos. Las Tribus Escogidas reunieron ofrendas: joyas, y miel de abejas, e incienso. Y las sacrificaron para hacer que los Dioses regresaran a la Tierra. Pero el cielo se mantuvo vacío. Había comenzado la era del Jaguar: el tiempo de la sangre en el que todo quedaría destruido. Así, pues, el contacto entre los Maestros A antiguos y sus servidores había quedado cortado. Y una nueva vida se iniciaba.

Los años de sangre, el periodo entre el año 13 y el año 7315, son la época más terrible de la historia de mi pueblo. La Crónica de Akakor no recoge sus acontecimientos. Durante miles de años, no hay anotación alguna. Los recuerdos orales son también pobres y están recorridos por extrañas profecías.

Fue una época terrible. El jaguar salvaje se acercó y devoró la carne de los hombres. Quebrantó los huesos de los Servidores Escogidos. Rasgó las cabezas de sus servidores. La oscuridad se extendió por la Tierra.

Tras la primera Gran Catástrofe, el imperio se encontraba en una situación desesperada. Las residencias subterráneas de los Maestros Antiguos habían soportado los tremendos corrimientos de tierras y ninguna de las trece ciudades quedó destruida, pero muchos de los pasadizos que unían las fronteras del imperio habían quedado bloqueados. Su luz misteriosa se había extinguido al igual que la de una vela apagada por el viento. Las veintiséis ciudades fueron destruidas por una tremenda inundación.

 

Los recintos religiosos sagrados de Salazere, Tiahuanaco y Manoa yacían en ruinas, destruidos por la furia terrible de los Dioses. Los exploradores que habían sido enviados al exterior informaron a su vuelta de que tan sólo unas pocas de las Tribus Escogidas habían sobrevivido a la catástrofe. Éstas, empujadas por el hambre, abandonaron sus antiguos asentamientos y penetraron en el territorio de los Ugha Mongulala, sembrando a su paso la destrucción y la muerte. La desesperación, la angustia y la miseria se extendieron por todo el imperio. Estallaron violentas luchas sobre las últimas regiones fértiles. El dominio de las Tribus Escogidas estaba a punto de concluir.

Este fue el comienzo del ignominioso final del imperio. Los hombres habían perdido la razón. Se arrastraban por el país en todas las direcciones. Temblaban de miedo y de terror. Estaban abatidos. Su espíritu, confundido. Como animales, se atacaron los unos a los otros. Mataron a sus vecinos v comieron sus carnes. Ciertamente, los tiempos eran horribles.

El terrible período entre la primera y la segunda Gran Catástrofe, desde 10.468 a. de C. hasta 3166 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros, puso a mi pueblo al borde de la extinción. Las Tribus Degeneradas, que con anterioridad a la primera Gran Catástrofe habían sido aliadas de los Ugha Mongulala, fundaron sus propios imperios. Derrotaron a los ejércitos de los Ugha Mongulala y en nuestro año 4130 los empujaron hasta las puertas de Akakor.

Las tribus de los Degenerados formaron una alianza. Decían:

«¿Cómo podemos proceder con nuestros antiguos gobernantes? Verdaderamente, todavía son pode-rosos». De modo que se reunieron en consejo. «Tendámosles una emboscada. Los mataremos. ¿No somos grandes en número? ¿No somos más que suficientes para vencerlos?»

Y todas las tribus se armaron. Reunieron un numeroso ejército.

 

La vista no podía alcanzar a ver toda la enorme masa de sus guerreros. Deseaban conquistar Akakor. Marcharon en formación para matar a Urna, el príncipe. Mas los Servidores Escogidos se habían preparado. Esperaron en la cumbre de la montaña. El nombre de la montaña en la que esperaron era Akai. Todas las Tribus Escogidas se habían agrupado en torno a Urna cuando los Degenerados se acercaron. Llegaron dando alaridos, con arcos y con flechas. Cantaban canciones de guerra. Aullaban y, con sus dedos, silbaban. Y así fue cómo asaltaron Akakor.

En este punto, la Crónica de Akakor se interrumpe. Cuentan nuestros sacerdotes que los Ugha Mongulala perdieron la batalla y que Urna fue asesinado. Los supervivientes se retiraron al interior de las residencias subterráneas. La derrota en Akai, la montaña del destino, representa el punto más bajo de la desgracia de mi pueblo. Al igual que los Blancos Bárbaros, que niegan a los Dioses y se consideran a sí mismos por encima de toda ley, los Ugha Mongulala fueron cayendo progresivamente en la humillación. Confundidos por estos acontecimientos incomprensibles, comenzaron a adorar los árboles y las rocas, e incluso a sacrificar animales y seres humanos. Y fue entonces cuando cometieron el más vergonzoso crimen en los 10.000 años de historia de mi pueblo.

Así es cómo sucedió:

Cuando Urna murió en la batalla contra las Tribus Degeneradas, el Sumo Sacerdote negó a su hijo Hanán la entrada en los recintos secretos de los Dioses, lo desterró y usurpó su poder. Contra las leyes de los Dioses y sin el debido respeto hacia los Padres Antiguos, comenzó a gobernar al pueblo de la forma que a él le pareció bien. Éste fue el punto culminante de la era de la sangre, el período durante el cual el jaguar salvaje señoreaba por doquier.

¿Por qué sufrió mi pueblo estos crímenes? ¿Por qué toleraron los ancianos las fechorías del Sumo Sacerdote?

 

Tan sólo existe una única explicación. Tras la partida de los Dioses, sólo algunas personas conocían la sabiduría de los Maestros Antiguos. Los sacerdotes ya no transmitían su conocimiento. Enseñaban las verdades de los Padres Antiguos únicamente a sus confidentes más próximos. Su poder se hizo cada vez mayor a medida que el legado sagrado desaparecía.

 

Pronto se sintieron responsables por sí solos de todo lo que ocurriera en la Tierra y en el cielo. Durante miles de años, los sacerdotes gobernaron omnipotentemente sobre los Ugha Mongulala. Eso es lo que dicen nuestros antepasados. Y debe ser verdad, porque sólo la verdad se conserva en la memoria de los hombres a través de los tiempos.
 


La segunda Gran Catástrofe

Terrible es la historia. Terrible la verdad. Los Servidores Escogidos todavía estaban viviendo en las residencias subterráneas de los Dioses. Cientos de años, miles de años. El legado sagrado había sido olvidado. Su escritura se había vuelto ilegible. Los servidores habían traicionado la alianza con sus Dioses. Vivían por encima de toda norma, como los animales en el bosque. Caminaban en todas direcciones. Los crímenes eran cometidos a la luz del día. Y los Dioses se sentían agraviados. Sus corazones se veían llenos de tristeza por la maldad de los hombres.

 

Y los Dioses dijeron:

«Castigaremos al pueblo. Lo erradicaremos de la faz de la Tierra —al hombre y al ganado, a los gusanos y a los pájaros del cielo— porque ha rechazado nuestro legado».

Y los Dioses comenzaron a destruir al pueblo. Enviaron una potente estrella cuya roja estela ocultó el cielo. Y enviaron un fuego más brillante que mil soles juntos. Había comenzado la gran sentencia. Durante trece lunas cayeron las lluvias. Crecieron las aguas de los océanos. Los ríos afluyeron hacia atrás. El Gran Río se convirtió en un enorme lago. Y los pueblos fueron destruidos. Se ahogaron en la terrible inundación.

Los Ugha Mongulala sobrevivieron a la segunda Gran Catástrofe en la historia de la Humanidad. Refugiados en las residencias subterráneas de sus Maestros Antiguos, observaron con terror la destrucción de la Tierra. Mientras que los Servidores Escogidos se sabían inocentes durante la primera Gran Catástrofe, ahora se acusaban los unos a los otros del segundo acontecimiento terrible. Estallaron las disputas y las luchas. En Akakor inferior se inició una guerra civil que habría llevado a mi pueblo a la extinción a no ser porque entonces ocurrió un hecho que desde hacía tiempo había sido profetizado por los sacerdotes. Cuando mayor era la necesidad, los Maestros Antiguos regresaron.

Y con su regreso se inicia un nuevo capítulo en la historia de los Ugha Mongulala, el segundo libro de la Crónica de Akakor. El primer libro concluye con las hazañas de Madus, un valeroso guerrero de los Ugha Mongulala quien, aun en los momentos más difíciles, no había perdido su fe en el legado de los Dioses, tal y como está escrito en la crónica:

Madus se atrevió a tomar el camino que conducía a la superficie de la Tierra. Sin temer ni a la tormenta ni al agua, salió. Contempló con desolación el devastado país. No vio ni personas ni plantas, sólo algunos animales y pájaros asustados que volaban sobre la infinita extensión de agua hasta que se cansaban y caían para ahogarse. Esto fue lo que Madus vio. Y al mismo tiempo se entristeció y se enojó.

 

Arrancó unos troncos de árboles del suelo inundado, recogió unas maderas a la deriva y construyó una balsa para ayudar a los animales. Tomó un par de cada: dos jaguares, dos serpientes, dos tapires, dos halcones. Y las aguas ascendientes empujaron su balsa cada vez más alto, montañas arriba, hasta la cima del Monte Akai, la montaña del destino de las Tribus Escogidas. Aquí Madus permitió que los animales se trasladaran a la Tierra y que los pájaros se elevaran en el aire.

 

Y cuando, después de trece lunas, las aguas retrocedieron de nuevo y el sol dispersó las nubes, regresó a Akakor e informó del final de la terrible era de la sangre.

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