13 - ABRAHAM: LOS AÑOS FATÍDICOS

Y sucedió
en los días de Amrafel, rey de Senaar,

rey de Aryok, rey de El-lasar,
de Codorlaomor, rey de Elam,
y de Tidal, rey de Goyim,
que estos hicieron guerra
a Berá, rey de Sodoma,
a Birshá, rey de Gomorra,
a Sinab, rey de Admá,
a Semeber, rey de Seboyim,
y al rey de Belá, que es Soar.

Así comienza el relato bíblico, en el capítulo 14 del Génesis, de una antigua guerra que enfrentó a una alianza de cuatro reinos del Este contra cinco reyes de Canaán.

 

Es éste un relato que ha evocado algunos de los más intensos debates entre los expertos, pues conecta la historia de Abraham, el primer patriarca hebreo, con un acontecimiento concreto no hebreo, ofreciendo así un soporte objetivo de la crónica bíblica del nacimiento de una nación.

Muchos pensaron que habría sido maravilloso poder identificar a los distintos reyes, así como determinar la época exacta en la que vivió Abraham. Pero, aun cuando Elam nos resulta conocido y Senaar se haya identificado con Sumer, ¿quiénes eran los reyes citados, y qué reinos eran aquellos otros del Este?

 

Cuestionando la autenticidad del relato bíblico a menos que se verifique de forma independiente, los críticos de la Biblia preguntaron: ¿Por qué no hemos encontrado mención alguna de los nombres de Codorlaomor, Amrafel, Aryok y Tidal en las inscripciones mesopotámicas? Y, si no existieron, si esa guerra no tuvo lugar, ¿cuan creíble es el resto del relato de Abraham?

Durante muchas décadas, pareció que se impusieran los críticos del Antiguo Testamento pero, luego, cuando el siglo XIX estaba a punto de acabar, el mundo de los estudiosos y el mundo religioso se sorprendieron con el descubrimiento de unas tablillas babilónicas que citaban a Codorlaomor, Aryok y Tidal en un relato no muy diferente del bíblico.

El descubrimiento se hizo público en una conferencia que Theophilus Pinches pronunciara en el Instituto Victoria de Londres, en 1897. Tras examinar varias tablillas pertenecientes a la Colección Spartoli del Museo Británico, se encontró con que describían una guerra de gran magnitud, en la cual un rey de Elam, llamado Kudurlaghamar, encabezó una alianza de reyes entre los que estaba un tal Eri-aku y otro tal Tud-ghula -nombres que fácilmente se podrían haber transformado en hebreo como Codorlaomor, Aryok y Tidal.

 

Con su conferencia, acompañada por una minuciosa transcripción de la escritura cuneiforme y de la traducción correspondiente, Pinches pudo proclamar con total seguridad que el relato bíblico recibía por tanto un apoyo independiente a través de fuentes mesopotámicas.

Con justificada excitación, los asiriólogos de la época confirmaron la lectura de Pinches de los nombres cuneiformes. Las tablillas hablaban, de hecho, de «Kudur-Laghamar, rey del país de Elam» -extrañamente similar al bíblico «Codorlaomor, rey de Elam»; todos los expertos coincidieron en que era un nombre real elamita perfecto, siendo el prefijo Kudur («Servidor») un componente de los nombres de varios reyes elamitas, y siendo Laghamar el nombre-epíteto elamita de cierta deidad.

 

También coincidieron en que el segundo nombre, que se deletreaba Eri-e-a-ku en la inscripción cuneiforme babilónica, se correspondía con el original sumerio ERI.AKU, que significaba «Servidor del dios Aku», siendo Aku una variante de Nannar/Sin. Se sabe por numerosas inscripciones que los reyes elamitas de Larsa llevaban el nombre «Servidor de Sin», por lo que no habría demasiadas dificultades en aceptar que la bíblica El-lasar, la ciudad real de Aryok, era en realidad Larsa.

 

También hubo un acuerdo unánime entre los expertos al aceptar que el Tud-ghula del texto babilónico era el equivalente del bíblico «Tidal, rey de Goyim»; y coincidieron en que el Goyim del Libro del Génesis se refería a las «hordas nación» que en las tablillas cuneiformes se citaban como aliados de Codorlaomor.

¡Ahí estaba, por tanto, la prueba perdida; no sólo de la veracidad de la Biblia y de la existencia de Abraham, sino también de un acontecimiento internacional en el cual se vio involucrado el patriarca!

Pero la excitación no iba a durar. «Desgraciadamente» -por usar una expresión de A. H. Sayce en un discurso pronunciado ante la Sociedad de Arqueología Bíblica once años más tarde- un descubrimiento contemporáneo, que debería de haber apoyado al anunciado por Pinches, terminó por dejarlo a un lado e, incluso, por desacreditarlo.

El segundo descubrimiento fue anunciado por Vincent Scheil, que dijo que, entre las tablillas del Museo Imperial Otomano de Constantinopla, había encontrado una carta del famoso rey babilonio Hammurabi, ¡en la que se hacía mención al mismísimo Kudur-laghamar!

 

Debido a que la carta estaba dirigida a un rey de Larsa, el padre Scheil llegó a la conclusión de que los tres eran contemporáneos, agrupando así a tres de los cuatro reyes bíblicos del Este, siendo Hammurabi nada menos que «Amrafel, rey de Senaar».

Por un tiempo, dio la impresión de que todas las piezas del rompecabezas habían encajado en su sitio; hasta se pueden encontrar libros de texto y comentarios bíblicos que sostienen que Amrafel era Hammurabi.

 

Parecía plausible la conclusión resultante de que Abraham había sido contemporáneo de este rey, porque entonces se creía que Hammurabi había reinado entre el 2067 y el 2025 a.C, situando a Abraham, la guerra de los reyes y la consiguiente destrucción de Sodoma y Gomorra a fines del tercer milenio a.C.

Sin embargo, las investigaciones posteriores convencieron a la mayoría de los expertos de que Hammurabi había reinado mucho más tarde (entre 1792 y 1750 a.C, según The Cambridge Ancient History), con lo que la simultaneidad que parecía haber conseguido Scheil se venía abajo, y todo lo relativo a las inscripciones descubiertas -incluso las aportadas por Pinches- se ponía en duda.

 

Hasta se ignoraron las alegaciones de Pinches de que, a despecho de con quién se hubiera identificado a los tres reyes citados -aun en el caso de que Codorlaomor, Aryok y Tidal de los textos cuneiformes no fueran contemporáneos de Hammurabi-, el relato del texto con sus tres nombres seguía siendo «una notable coincidencia histórica, y merece reconocerse como tal». En 1917, Alfred Jeremías (Die sogenanten Codorlaomor-Texte) intentó reavivar el interés por el tema, pero la comunidad de expertos prefirió tratar las tablillas Spartoli con una benigna indiferencia.

Siguieron ignoradas en los sótanos del Museo Británico durante medio siglo más, hasta que M. C. Astour volvió sobre el tema en un estudio de la Universidad de Brandéis (Political and Cosmic Symbolism in Génesis 14). Aceptando que los redactores bíblicos y babilonios de los respectivos textos los habían extraído de una fuente más antigua, de una fuente común mesopotámica, Astour identificó a los cuatro Reyes del Este con reyes conocidos:

1) de Babilonia en el siglo VIII a.C

2) de Asiría en el siglo XIII a.C

3) de los hititas en el siglo XVI a.C

4) de Elam en el siglo XII a.C.

Como ninguno era contemporáneo del resto ni de Abraham, sugirió ingenuamente que no se trataba, así pues, de un texto histórico, sino de una obra de filosofía religiosa, en donde el autor había utilizado cuatro incidentes históricos diferentes para ilustrar una idea moral (el destino de los reyes malvados). Pero, en otras publicaciones especializadas, no se tardó mucho en señalar lo improbable de las suposiciones de Astour, y, con ello, el interés en los Textos de Codorlaomor decayó de nuevo.

Sin embargo, el consenso de los expertos en que el relato bíblico y los textos babilónicos tienen una fuente común mucho más antigua nos impele a reavivar las alegaciones de Pinches y su argumento central: ¿Cómo se pueden ignorar unos textos cuneiformes que afirman el trasfondo bíblico de una importante guerra y citan a tres de los reyes bíblicos? ¿Habría que descartar las evidencias -cruciales, como veremos, para la comprensión de los años fatídicos- simplemente por el hecho de que Amrafel no fuera Hammurabi?

La respuesta es que la carta de Hammurabi que encontró Scheil no debería de haber dejado a un lado el descubrimiento de Pinches, porque Scheil malinterpretó la carta. Según su interpretación, Hammurabi prometió una recompensa a Sin-Idinna, rey de Larsa, por su «heroísmo en el día de Codorlaomor». Esto suponía que ambos habían sido aliados en una guerra contra Codorlaomor y, por tanto, contemporáneos de aquel rey de Elam.

 

Éste fue el punto que terminaría desacreditando el descubrimiento de Scheil, pues contradecía tanto la afirmación bíblica, de que los tres reyes eran aliados, como los hechos históricos conocidos: Hammurabi no trató a Larsa como aliada, sino como adversaria, alardeando de que él «derribó a Larsa en batalla», y atacó su recinto sagrado «con la poderosa arma que los dioses le habían dado».

Un examen más detenido del mismo texto de la carta de Hammurabi nos revela que, en su entusiasmo por demostrar la identificación Hammurabi-Amrafel, el padre Scheil invirtió el significado de la carta: Hammurabi no estaba ofreciendo como recompensa el retorno de determinadas diosas al recinto sagrado de Larsa (el Emutbal); más bien, estaba exigiendo su retorno a Babilonia desde Larsa:

A Sin-Idinna
habla así Hammurabi respecto
a las diosas que en el Emutbal
han estado tras las puertas
desde los días de Kudur-Laghamar,
con atuendo de harpillera:
Cuando de ti les pidan volver,
a mis hombres entrégaselas;
los hombres tomarán las manos de las diosas;
a su morada las llevarán.

El incidente del rapto de las diosas ocurrió, por tanto, en tiempos más antiguos; se las tuvo cautivas en el Emutbal «desde los días de Codorlaomor»; y Hammurabi estaba exigiendo ahora su regreso a Babilonia, de donde se las había llevado cautivas Codorlaomor. Esto sólo puede significar que los tiempos de Codorlaomor acaecieron mucho antes que los de Hammurabi.

En apoyo de nuestra lectura de la carta de Hammurabi encontrada por el padre Scheil en el Museo de Constantinopla se encuentra el hecho de que Hammurabi repetía la exigencia del retorno de las diosas a Babilonia en otro duro mensaje a Sin-Idinna, enviado en esta ocasión a través de altos mandos militares.

 

Esta segunda carta está en el Museo Británico (N° 23.131) y su texto lo publicó L. W. King en The Letters and Inscriptions of Hammurabi:

A Sin-Idinna dijo así Hammurabi:
Te envío a Zikir-ilishu, el Oficial de Transporte,
y a Hammurabi-bani, el Oficial de la Línea de Frente,
para que traigan a las diosas que están en el Emutbal.

Y, luego, la carta especifica claramente que las diosas tenían que ser devueltas desde Larsa a Babilonia:

Tienes que hacer que las diosas viajen
en un barco procesional, como en un santuario,
para que puedan venir a Babilonia.

Las mujeres del templo las acompañarán.


Para que coman las diosas, cargarás
el barco con crema pura y cereales;
ovejas y provisiones pondrás a bordo
para el sustento de las mujeres del templo,
[suficiente] para todo el viaje hasta Babilonia.

Y designarás a unos hombres para que remolquen el barco,
y soldados selectos para que traigan a las diosas
a salvo a Babilonia.

No te demores; que lleguen rápidamente a Babilonia.

Queda claro en estas cartas que Hammurabi -enemigo, que no aliado, de Larsa- buscaba la restitución de acontecimientos sucedidos mucho antes de su tiempo, en los días de Kudur-Laghamar, el regente elamita de Larsa. Los textos de las cartas de Hammurabi confirman así la existencia de Codorlaomor y del gobierno elamita de Larsa («EHasar»), y, por tanto, de elementos clave del relato bíblico.

Pero, ¿cuál es el período en el que encajan estos elementos?

Según lo establecido por los datos históricos, fue Shulgi el que, en el vigésimo octavo año de su reinado (2068 a.C.) dio a su hija en matrimonio a un jefe elamita, concediéndole como dote la ciudad de Larsa; a cambio, los elamitas pusieron a su disposición una «legión extranjera» de tropas propias. Shulgi utilizó estas tropas para someter las provincias occidentales, incluida Canaán.

 

Así pues, es en los últimos años del reinado de Shulgi, y cuando Ur era todavía capital imperial, bajo el dominio de su sucesor inmediato, Amar-Sin, cuando nos encontramos con el lapso temporal histórico en el cual parecen encajar a la perfección tanto los relatos bíblicos como los mesopotámicos.

Creemos que es en esta época en la que hay que buscar al Abraham histórico; pues, como mostraremos, el relato de Abraham i se entremezcla con el de la caída de Ur, y sus días fueron los últimos días de Sumer.

Con el descrédito de la hipótesis Amrafel-Hammurabi, la verificación de la Época de Abraham se convirtió en una refriega en la que « algunos sugerían fechas tan tardías que hacían del primer patriarca un descendiente de los últimos reyes de Israel... Pero las fechas exactas de su tiempo y de los acontecimientos no precisan de elucubración alguna: la información nos la proporciona la misma Biblia; todo lo que tenemos que hacer es aceptar su veracidad.

Los cálculos cronológicos son sorprendentemente simples. Nuestro punto de arranque es el 963 a.C, año en el cual se cree que Salomón asumió la realeza en Jerusalén. El Libro de los Reyes dice inequívocamente que Salomón comenzó la construcción del Templo de Yahveh en Jerusalén en el cuarto año de su reinado, terminándolo en el undécimo año.

 

En I Reyes 6:1 se afirma también que,

«Sucedió cuatrocientos ochenta años después de la salida de los Hijos de Israel de las tierras de Egipto, en el cuarto año del reinado de Salomón sobre Israel... que comenzó la construcción de la Casa de Yahveh».

Esta afirmación viene apoyada (con una ligera diferencia) por la tradición sacerdotal que afirma que hubo doce generaciones sacerdotales, de cuarenta años cada una, desde el Éxodo hasta el tiempo en que Azarías «ejerció el sacerdocio en el templo que Salomón construyó en Jerusalén» (I Crónicas 5:36).

Ambas fuentes coinciden en el transcurso de 480 años, con esta diferencia: en una, se cuenta desde el comienzo de la construcción del templo (960 a.C), y la otra, desde su terminación (953 a.C), que es cuando pudieron comenzar los servicios sacerdotales. Esto nos permite situar el Éxodo israelita de Egipto bien en 1440 o en 1433 a.C, y creemos que ésta última es la que ofrece una mejor sincronización con otros acontecimientos.

Basándose en los conocimientos acumulados hasta comienzos del siglo XX, los egiptólogos y los eruditos bíblicos llegaron entonces a la conclusión de que el Éxodo tuvo lugar, ciertamente, a mediados del siglo XV a.C. Pero, más tarde, el peso de la opinión especializada cambió al siglo XIII, debido a que parecía encajar mejor con la datación arqueológica de diversos lugares cananeos, en línea con los datos bíblicos de la conquista de Canaán por parte de los israelitas.

Sin embargo, esta nueva datación no fue aceptada unánimente. La ciudad más importante que se conquistó fue Jericó, y uno de los más eminentes arqueólogos que la excavó (K. M. Kenyon) llegó a la conclusión de que su destrucción tuvo lugar hacia el 1560 a.C. -bastante antes de los acontecimientos bíblicos.

 

Por otra parte, el principal arqueólogo de Jericó, J. Garstang (The Story of Jericho), sostenía que las evidencias apuntaban a que su conquista tuvo lugar en algún momento entre 1400 y 1385 a.C Si le sumamos a esto los cuarenta años de andanzas israelitas por el desierto tras la salida de Egipto, nos encontramos con que, tanto él como otros, han encontrado pruebas que apoyan la idea de un Éxodo fechado en algún punto entre 1440 y 1425 a.C. -lapso temporal que coincide con nuestra propuesta de 1433 a.C

Durante más de un siglo, los expertos han estado buscando también en las crónicas egipcias existentes una pista egipcia sobre el Éxodo y su datación. Las únicas referencias aparentes se han encontrado en los escritos de Manetón. Según lo cita Flavio Josefo en Contra Apión, Manetón decía que «después de que las bocanadas del disgusto de Dios destrozaran Egipto», un faraón llamado Toumosis negoció con el Pueblo Pastor, «el pueblo del este, para que evacuaran Egipto y fueran donde quisieran, sin ser molestados».

 

Más tarde, este pueblo partiría y atravesaría el desierto, «y construyeron una ciudad en un país que llaman ahora Judea... y le dieron el nombre de Jerusalén».

¿Acaso Josefo ajustó los escritos de Manetón para que se adaptaran al relato bíblico? ¿O, ciertamente, los acontecimientos relativos a la permanencia, al duro trato y al posterior Éxodo de los israelitas ocurrió durante el reinado de uno de los más famosos faraones, conocido como Tutmosis?

Manetón se refería a «el rey que expulsó de Egipto al pueblo pastor» en una sección dedicada a los faraones de la XVIII Dinastía. Los egiptólogos aceptan ahora como un hecho histórico la expulsión de los Hyksos (los «Reyes Pastores» asiáticos) en 1567 a.C, a cargo del fundador de esta dinastía, el faraón Ahmosis (Amosis en griego). Esta nueva dinastía, que fundó el Imperio Nuevo en Egipto, bien pudo haber sido la nueva dinastía de faraones «que no conoció a José», y de la cual habla la Biblia (Éxodo 1:8).

Teófilo, obispo de Antioquía del siglo II, también hace referencia en sus escritos a Manetón, y afirma que los hebreos fueron esclavizados por el rey Tethmosis, para el cual «construyeron fuertes ciudades, Peito, Ramsés y On, que es Heliópolis»; después, partieron de Egipto bajo el faraón «cuyo nombre era Amasis».

De estas antiguas fuentes se desprende que los problemas de los israelitas comenzaron con un faraón llamado Tutmosis, y culminaron con su partida bajo un sucesor suyo llamado Amasis. ¿Cuáles son los hechos históricos, tal como se aceptan en este momento?

Después de que Amosis expulsara a los Hyksos, sus sucesores en el trono de Egipto -varios de los cuales llevaron ciertamente el nombre de Tutmosis, como afirman los historiadores antiguos- emprendieron campañas militares en el Gran Canaán utilizando el Camino del Mar como ruta de invasión. Tutmosis I (1525-1512 a.C), que era soldado de profesión, puso a Egipto en pie de guerra y lanzó expediciones militares en Asia, llegando a alcanzar el río Eufrates.

 

Creemos que fue él el que temió la deslealtad de los israelitas -«cuando se llame a la guerra, ellos se unirán a nuestros enemigos»-, y el que ordenó la matanza de los varones israelitas recién nacidos (Éxodo 1:9-16). Según nuestros cálculos, Moisés nació en 1513 a.C, un año antes de la muerte de Tutmosis I.

A principios del siglo XX, J. W. Jack (The Date of the Exodus) y otros se preguntaban si «la hija del faraón», que había sacado al bebé Moisés de las aguas del Nilo y lo había criado en el palacio real, no habría sido Hatshepsut, la hija mayor de Tutmosis I y de su esposa oficial, siendo así la única princesa real de entonces, aquélla a la que se concedía el título de «La Hija del Rey», un título idéntico al que se le da en la Biblia.

 

Creemos que, ciertamente, fue ella; y también que el hecho de que Moisés siguiera recibiendo el trato de un hijo adoptado se podría explicar porque, cuando ella se casó con el sucesor al trono, su hermanastro Tutmosis II, no pudo darle un hijo.

Tutmosis II murió tras un corto reinado. Su sucesor, Tutmosis III -cuya madre fue una de las chicas del harén- fue el más grande de los reyes guerreros de Egipto, un antiguo Napoleón, según la opinión de algunos expertos. De sus 17 campañas en tierras extranjeras para obtener tributos y cautivos para sus principales obras de construcción, la mayoría se llevaron a cabo en Canaán y Líbano, llegando por el norte hasta el río Eufrates.

 

Creemos, como sostenían T. E. Peet (Egypt and the Old Testament) y otros a principios del siglo XX, que fue este faraón, Tutmosis III, el que esclavizó a los israelitas; pues en sus expediciones militares llegó a alcanzar por el norte las tierras de Naharin, el nombre egipcio de la región del alto Eufrates que la Biblia llama Aram-Naharim, donde seguían viviendo los parientes de los patriarcas hebreos; y esto bien pudo explicar el temor del faraón (Éxodo 1:10) de que «cuando haya guerra, ellos [los israelitas] se unirán a nuestros enemigos».

 

Y sugerimos que fue de la sentencia de muerte de Tutmosis III, de la que escapó Moisés al desierto del Sinaí, tras enterarse de sus orígenes hebreos y ponerse abiertamente del lado de su pueblo.

Remontándonos con nuestros cálculos, intentaremos establecer ahora la fecha en que los israelitas llegaron a Egipto. La tradición hebrea afirma que estuvieron allí 400 años, de acuerdo con lo dicho Por el Señor a Abraham (Génesis 15:13-14); lo mismo se dice en el Nuevo Testamento (Hechos 7:6).

 

Sin embargo, el Libro del Éxodo dice que «la estancia de los Hijos de Israel que vivieron en Egipto fue de «cuatrocientos treinta años» (Éxodo 12:40-41). El calificativo de «estancia» con las palabras «que vivieron en Egipto», quizás se hiciera para distinguir entre los josefitas (que habían vivido en Egipto) y las recién llegadas familias de los hermanos de José, que simplemente llegaron para «residir».

 

Si esto fuera así, la diferencia de treinta años se podría explicar por el hecho de que José tenía treinta años de edad cuando se le convirtió en Principal de Egipto. Esto dejaría intacta la cifra de 400 años de estancia de los israelitas (más que de los josefitas) en Egipto, y sitúa el acontecimiento en el 1833 a.C. (1.433 + 400).

La siguiente pista se encuentra en el Génesis 47:7-9:

«Y José llevó a Jacob, su padre, y lo presentó ante el faraón... Y el faraón le dijo a Jacob: '¿Qué edad tienes?', y Jacob le dijo al faraón: 'Los días de mis años son ciento treinta'».

Jacob, por tanto, nació en 1963 a.C.

Ahora bien, Isaac tenía sesenta años de edad cuando nació Jacob (Génesis 6:26); e Isaac le nació a su padre Abraham cuando éste tenía 100 años (Génesis 21:5). Así pues, Abraham (que vivió hasta los 175 años) tenía 160 años cuando nació su nieto Jacob. Esto sitúa el nacimiento de Abraham en el 2123 a.C.

El siglo de Abraham -los cien años que van desde su nacimiento hasta el nacimiento de su hijo y sucesor, Isaac- fue, por tanto, el siglo que presenció el auge y la caída de la Tercera Dinastía de Ur. Nuestra lectura de los relatos y la cronología bíblica sitúa a Abraham justo en medio de los trascendentales acontecimientos de aquellos tiempos -no como un mero observador, sino como participante activo.

 

En contra de las afirmaciones de los que abogan por el criticismo bíblico, y que dicen que, con el relato de Abraham, la Biblia pierde el interés en la historia general de la humanidad y de Oriente Próximo para concentrarse en la «historia tribal» de una nación en particular, la Biblia continúa relatando, de hecho, acontecimientos de la mayor importancia para la humanidad y su civilización (como ya hiciera con los relatos del Diluvio y de la Torre de Babel); nos relata una guerra de características sin precedentes y un desastre de singular naturaleza; acontecimientos en los que el patriarca hebreo jugó un importante papel. Es el relato de cómo se salvó el legado de Sumer, cuando el mismo Sumer fue condenado.

A pesar de los numerosos estudios que se han hecho acerca de Abraham, lo cierto es que todo lo que sabemos de él es lo que nos encontramos en la Biblia. Perteneciente a una familia que remonta sus antepasados al linaje de Sem, Abraham -llamado al principio Abram - era hijo de Téraj, siendo sus hermanos Harán y Najor. Harán murió a temprana edad, cuando la familia vivía en «Ur de los Caldeos». Allí se casó Abram con Saray (que después se llamaría Sara).

Entonces,

«Téraj tomó a su hijo Abram, a su nieto Lot, el hijo de Harán, y a su nuera Saray, la mujer de su hijo Abram; y partieron y fueron desde Ur de los Caldeos hasta la tierra de Canaán; y fueron hasta Jarán, y moraron allí».

Los arqueólogos han encontrado Jarán, Harran («La Caravanera»). Está situada al noroeste de Mesopotamia, en las estribaciones de los Montes del Tauro, y fue un importante cruce de caminos en la antigüedad. Del mismo modo que Mari controlaba la entrada meridional desde Mesopotamia a las tierras de la costa mediterránea, Jarán controlaba la entrada de la ruta septentrional a las tierras de Asia occidental. En los tiempos de la Tercera Dinastía de Ur, Jarán marcaba la frontera entre los dominios de Nannar y los de Adad, en Asia Menor, y los arqueólogos han descubierto que era un reflejo de Ur, tanto en su diseño como en su culto a Nannar/Sin.

En la Biblia no se da ninguna explicación a la partida de Ur, ni tampoco se dice el momento, pero podemos suponer las respuestas si relacionamos su partida con los acontecimientos de Mesopotamia en general y de Ur en particular.

Sabemos que Abraham tenía setenta y cinco años cuando, más tarde, fue de Jarán a Canaán. Por lo que se sugiere en la narración bíblica, la estancia en Jarán debió ser larga, y nos ofrece la imagen de un Abraham joven y recién casado cuando llega a Jarán. Si, según nuestros cálculos, Abraham nació en 2123 a.C, tendría diez años cuando Ur-Nammu ascendió al trono de Ur y cuando a Nannar se le confió la administración de Nippur.

 

Y tendría 27 años cuando Ur-Nammu perdió inexplicablemente el favor de Anu y Enlil, muriendo en un distante campo de batalla. Ya hemos descrito el traumático efecto de aquel acontecimiento sobre la población de Mesopotamia, el golpe que supuso en su fe en la omnipotencia de Nannar y la fidelidad de la palabra de Enlil.

El año de la caída de Ur-Nammu fue el 2096 a.C. ¿No pudo ser el año en que, bajo el impacto del acontecimiento o como consecuencia de él, Téraj y su familia dejaron Ur en dirección a un destino lejano, Jarán, el Ur lejos de Ur?

A lo largo de todos los años que siguieron, con el declive de Ur y la inmoralidad de Shulgi, la familia permaneció en Jarán. Después, súbitamente, el Señor actuó de nuevo:

Y Yahveh le dijo a Abram:


«Vete de tu país
y de tu lugar de nacimiento y de la casa de tu padre,
a la tierra que yo te mostraré»...

Y Abram partió, tal como le había dicho Yahveh,
y Lot se fue con él.


Y Abram tenía setenta y cinco años cuando dejó Jarán.

Tampoco aquí se nos da razón alguna para tan crucial mudanza. Pero la pista cronológica es de lo más reveladora. Abraham tenía 75 años de edad en el 2048 a.C. -¡el mismo año de la caída de Shulgi!

Debido a que la familia de Abraham (Génesis 11) era la continuadora directa del linaje de Sem, se ha considerado a Abraham como semita, aquél cuyo origen, herencia cultural y lengua son semitas, a diferencia (en la mentalidad de los expertos) de los súmenos no semitas y de los posteriores indoeuropeos. Pero, en un sentido bíblico original, todos los pueblos de Mesopotamia eran descendientes de Sem, tan «semitas» como «sumerios».

 

No existe nada en la Biblia que sugiera, como algunos expertos han empezado a sostener, que Abraham y su familia fueran amoritas (es decir, semitas occidentales) que llegaron como inmigrantes a Sumer para volver después a su lugar de origen. Por el contrario: todo indica que se trataba de una familia enraizada en Sumer desde sus comienzos, una familia que, súbitamente, tuvo que desarraigarse de su país para mudarse a una tierra extraña.

Las correspondencias entre los dos acontecimientos bíblicos y las fechas de dos importantes acontecimientos sumerios -y de otros más por venir- nos indican una conexión directa entre todos ellos.

 

¡Abraham no aparece como el hijo de unos inmigrantes extranjeros, sino como el vástago de una familia directamente implicada en los asuntos de estado sumerios!

Los expertos, en su búsqueda de respuestas a la pregunta de «¿Quién fue Abraham?», se han aferrado a la similitud entre su designación como hebreo (Ibrí) y el término Hapiru (que en Oriente Próximo se pudo transformar en Habiru), que es como los asirios y los babilonios de los siglos XVIII y XVII a.C. llamaban a las bandas de saqueadores semitas occidentales. A finales del siglo XV a.C, el jefe de una guarnición egipcia en Jerusalén pidió refuerzos a su rey para defenderse de los Hapiru. Y los expertos se han aferrado a todo esto como evidencias de la hipótesis de que Abraham era un semita occidental.

Sin embargo, muchos expertos dudan, y piensan que este término no denota un grupo étnico en absoluto, preguntándose si esta palabra no sería un sustantivo descriptivo que significara, simplemente, «merodeadores» o «invasores». La idea de que Ibri (evidentemente, del verbo «cruzar») y Hapiru tengan algo que ver, entraña problemas filológicos y etimológicos sustanciales.

 

También existen grandes inconsistencias cronológicas, todo lo cual nos lleva a plantear serias objeciones a la solución sugerida sobre la identidad de Abraham, en especial cuando los datos bíblicos se comparan con la connotación de «bandido» que tiene el término Hapiru.

 

Así, la Biblia habla de incidentes relativos a los pozos de agua, que demuestran que Abraham ponía mucho cuidado en evitar los conflictos con los habitantes de los sitios que atravesaba en su viaje a Canaán. Y, cuando Abraham se ve involucrado en la Guerra de los Reyes, se niega a recibir su parte del botín. Ésta no es la conducta de un bárbaro merodeador, sino la de una persona de elevadas normas de comportamiento.

Al llegar a Egipto, Abraham y Sara son llevados a la corte del faraón; en Canaán, Abraham acuerda tratados con los gobernantes locales. No es ésta la imagen de un nómada que saquea las poblaciones de otros; es la imagen de un personaje de elevada reputación, hábil en la negociación y en la diplomacia.

A partir de estas consideraciones, Alfred Jeremías, por entonces un importante asiriólogo y profesor de historia de la religión en la Universidad de Leipzig, anunció en la edición de 1930 de su obra maestra Das Alte Testament im Lichte des Alten Orients que «en su constitución intelectual, Abraham era sumerio». Jeremías amplió esta conclusión en un estudio de 1932 titulado Der Kosmos von Sumer.

«Abraham no era un semita babilónico, sino sumerio».

Y sugirió que Abraham encabezó a los Fieles cuya reforma buscaba elevar a la sociedad sumeria a niveles religiosos más altos.

Estas ideas resultaban audaces en una Alemania que estaba presenciando el auge del Nazismo, con sus radicales teorías. Poco después de la subida al poder de Hitler, las heréticas sugerencias de Jeremías fueron fuertemente criticadas por Nikolaus Schneider en una réplica titulada War Abraham Sumerer? En ella, decía que Abraham ni era sumerio ni era hombre de ascendencia pura:

«Desde la época del reinado del rey acadio Sargón en Ur, la patria de Abraham, no hubo nunca una población puramente sumeria, ni una cultura sumeria homogénea».

Los posteriores trastornos y la Segunda Guerra Mundial cortaron cualquier debate sobre el tema. Lamentablemente, la línea que Jeremias discerniera ya no se ha vuelto a tomar. Sin embargo, todas las evidencias bíblicas y mesopotámicas nos dicen que Abraham fue, sin duda, sumerio.

El Antiguo Testamento nos proporciona, de hecho (Génesis 17:1-16), el modo y el momento en que Abraham se transformó, de noble sumerio, en un potentado semita occidental, tras la alianza establecida con su Dios. En un ritual de circuncisión, su nombre sumerio AB.RAM («Amado del Padre») se cambió por el acadio/semita Abraham («Padre de una Multitud de Naciones») y el de su esposa SARAI («Princesa») se adaptó al semita Sarah.

Fue entonces, a los 99 años de edad, cuando Abraham se convirtió en «Semita».

Para descifrar el antiquísimo enigma de la identidad de Abraham y de su misión en Canaán, tendremos que buscar las respuestas en la historia, las costumbres y la lengua sumerias.

¿No resulta ingenuo pensar que, para su misión en Canaán, para el nacimiento de una nación, y para el gobierno de todas las tierras desde la frontera de Egipto hasta la frontera de Mesopotamia, el Señor eligiera a alguien al azar, designara a cualquiera que circulara por las calles de Ur?

 

La joven con la que se casó Abraham llevaba el nombre-epíteto de Princesa; dado que era hermanastra de Abraham («En verdad, es mi hermana, la hija de mi padre, pero no la hija de mi madre»), podemos dar por seguro que, o bien el padre de Abraham, o bien la madre de Sara, eran de ascendencia real.

 

Del hecho de que la hija de Harán, el hermano de Abraham, llevara también un nombre real (Milkha -«Regia»), se deduce que los antepasados reales provenían del padre de Abraham. Así pues, la familia de Abraham debía pertenecer a uno de los más altos escalafones de las familias de Sumer; gente de noble proceder y elegante porte, como se puede observar en las distintas estatuas sumerias (Fig. 98).

No sólo era una familia que podía reivindicar ser descendiente de Sem, sino que también dispondrían de registros familiares que remontarían su linaje a través de generaciones de primogénitos: Arpakshad, Shélaj y Héber; Péleg, Reú y Serug; Najor, Téraj y Abraham; ¡los registros históricos de la familia se remontaban en el tiempo nada menos que tres siglos!

Fig. 98
 

¿Qué significan los nombres-epíteto? Si Shélaj («Espada») nació, como dice el capítulo 11 del Génesis, 258 años antes que Abraham, tuvo que nacer en 2381 a.C. Es decir, la época de los conflictos que llevaron a Sargón al trono en la nueva capital Agadé («Unida»), para simbolizar la unificación de las tierras y una nueva era.

 

Sesenta y cuatro años después, la familia llamó a su primogénito Péleg («División»), «pues en sus días la tierra se dividió». De hecho, fue la época en la que Sumer y Acad se separaron tras la intentona de Sargón de llevarse suelo sagrado de Babilonia, con su posterior muerte.

Pero más interesante resulta el significado del nombre de Héber, y la razón para habérselo puesto al primogénito en el 2351 a.C, y de la cual proviene el término bíblico Ibri («hebreo»), por el cual se identificó a Abraham y a su familia. Proviene claramente de la raíz de una palabra que significa «cruzar», y la mejor explicación que se les ocurrió a los expertos fue buscar la conexión Habiru/Hapiru, ya mencionada (y descartada).

 

Esta errónea interpretación proviene de la búsqueda del significado del nombre-epíteto en Asia Occidental. Sin embargo, estamos convencidos de que la respuesta se encontraba en los orígenes sumerios y en la lengua sumeria de Abraham y sus antepasados. Un vistazo a las raíces sumerias de la familia y del nombre nos ofrecerá una respuesta que asusta por su simplicidad.

El sufijo bíblico «i», cuando se aplica a una persona, significa «nativo de»; Gileadi significaba nativo de Gilead, etc. Del mismo modo, Ibri significaba nativo de un lugar llamado «Cruce»; y ese, precisamente, era el nombre sumerio de Nippur: NI.IB.RU -el Lugar del Cruce, el lugar donde la rejilla antediluviana se cruzaba, el Ombligo de la Tierra original, el antiguo Centro de Control de Misiones.

La caída de la n al pasar del sumerio al acadio/hebreo era algo frecuente. Al decir que Abraham era un Ibri, la Biblia simplemente quiere decir que Abraham era un Ni-ib-ri, ¡un hombre de origen nippuriano!

Los expertos han interpretado el hecho de que la familia de Abraham emigrara de Ur a Jarán como que Ur era también el lugar de nacimiento de Abraham; pero eso no lo dice la Biblia en ninguna parte. Al contrario, cuando se le ordena a Abraham que vaya a Canaán y deje por las buenas sus pasadas moradas, se hace una relación de tres cosas separadas: la casa de su padre (que estaba enton-' ees en Jarán); su país (la ciudad-estado de Ur); y su lugar de nacimiento (que en la Biblia no se identifica).

 

Nuestra hipótesis de que Ibri identifica a un nativo de Nippur resuelve el problema del verdadero lugar de nacimiento de Abraham.

Tal como indica el nombre de Héber, fue en su época -mediados del siglo XXIV a.C- cuando se inició la conexión de la familia con Nippur. Nippur no fue nunca una capital real; más bien, fue una ciudad consagrada, el «centro religioso» de Sumer, que es como los expertos la calificarían. También fue donde se confiaron los conocimientos astronómicos a los sumos sacerdotes, y de ahí el lugar donde tuvo su origen el calendario -la relación entre el Sol, la Tierra y la Luna en sus órbitas.

Los expertos reconocen que los calendarios de la actualidad se derivan del calendario original nippuriano. Todas las evidencias demuestran que el calendario nippuriano tuvo sus inicios hacia el 4000 a.C, en la era de Tauro. Y aquí nos encontramos con otra confirmación del cordón umbilical que conectaba a los hebreos con Nippur: el calendario judío sigue contando los años a partir de un enigmático comienzo en el 3760 a.C. (de manera que, para los judíos, el año 1983 era el 5743).

 

Se supone que esta cuenta se establece «desde el principio del mundo»; pero lo que realmente querían decir con ello los sabios judíos es que éste es el número de años que han pasado «desde que comenzó la cuenta [de los años]».

 

Suponemos que se refieren a la introducción del calendario en Nippur.

En los ancestros de Abraham nos encontramos así con una familia sacerdotal de sangre real, una familia encabezada por un sumo sacerdote nippuriano que era el único al que se le permitía entrar en la cámara más profunda del templo, para recibir allí las órdenes de la deidad y trasmitírselas al rey y al pueblo.

A este respecto, el nombre del padre de Abraham, Téraj, resulta muy significativo. Los eruditos bíblicos, buscando pistas tan sólo en el entorno semita, consideran que los nombres, como los de Harán y Na-jor, son meros topónimos (nombres que personifican lugares), y sostienen que tuvo que haber ciudades con estos nombres en el centro y norte de Mesopotamia. Los asiriólogos, investigando en la terminología acadia (por ser la primera lengua semita), sólo pudieron descubrir que Tirhu significaba «un objeto o vasija para propósitos mágicos».

 

Pero si recurrimos a la lengua sumeria, nos encontraremos con que el signo cuneiforme de Tirhu procedía directamente del de un objeto que recibía el nombre sumerio de DUG.NAMTAR -literalmente, «El Que Dice el Destino»- ¡el que anunciaba los oráculos!

Téraj, por tanto, era un Sacerdote de Oráculos, designado para acercarse a la «Piedra que Susurra», para escuchar las palabras de la deidad y comunicarlas (con o sin una interpretación) a la jerarquía laica.

 

Era ésta una función que asumiría posteriormente el Sumo Sacerdote israelita, que era el único al que se le permitía entrar al Santo de los Santos, aproximarse al Dvir («Hablador»), y «escuchar la voz [del Señor] que le habla desde fuera del revestimiento que hay sobre el Arca de la Alianza, de entre los dos Querubines».

 

Durante el Éxodo israelita, en el Monte Sinaí, el Señor proclamó que su alianza con los descendientes de Abraham significaba que «seréis para mí un reino de sacerdotes». Era una afirmación que reflejaba el estatus de los propios ascendientes de Abraham: el sacerdocio real.

Por inverosímiles que puedan parecer estas conclusiones, están completamente de acuerdo con las prácticas sumerias según las cuales los reyes nombraban a sus hijas e hijos, y a menudo a sí mismos, para posiciones de sumo sacerdocio, con la consiguiente mezcolanza de linajes reales y sacerdotales.

 

Las inscripciones votivas encontradas en Nippur (como las que encontraron las expediciones arqueológicas de la Universidad de Pennsylvania) confirman que los reyes de Ur tenían en mucha estima el título de «Piadoso Pastor de Nippur», y que realizaban allí funciones sacerdotales; y el gobernador de Nippur (PA.TE.SI NI.IB.RU) era también el Principal UR.ENLIL («Principal Servidor de Enlil»).

Algunos de los nombres que llevaban estos VIPs regio-sacerdotales se parecían al nombre sumerio de Abraham (AB.RAM), comenzando también con el componente AB («Padre» o «Progenitor»); como ocurre con AB.BA.MU, que fue el nombre de un gobernador de Nippur durante el remado de Shulgi.

No es pues ninguna exageración suponer que una familia tan estrechamente relacionada con Nippur como para que se les llamase «nippurianos» (es decir, «hebreos»), sostuviera sin embargo una elevada posición en Ur, pues esto concuerda completamente con las circunstancias reales que imperaban en Sumer en la época que hemos indicado; pues fue por entonces, por los tiempos de la III Dinastía de Ur, cuando, por vez primera en los asuntos divinos y en la historia de Sumer, se les confió a Nannar y al rey de Ur la administración de Nippur, combinando así las funciones religiosas y seculares.

 

Así, pudo suceder que, cuando Ur-Nammu subió al trono de Ur, Téraj se trasladara con su familia desde Nippur a Ur, quizás para servir de enlace entre el templo de Nippur y el palacio real de Ur. Su estancia en Ur se prolongó hasta el fin del remado de Ur-Nammu, y fue a su muerte cuando, como ya hemos visto, la familia dejó Ur para ir a Jarán.

No se dice en ninguna parte qué es lo que la familia hizo en Jarán; pero, si tenemos en consideración su linaje real y su estatus sacerdotal, debieron pertenecer a la jerarquía de Jarán. La familiaridad con la que, más tarde, trataría Abraham a algunos reyes, nos sugiere que debió tener algo que ver con las relaciones exteriores de Jarán; y su amistad con los hititas que vivían en Canaán, renombrados por su experiencia militar, puede arrojar luz sobre la cuestión de dónde adquirió Abraham esa competencia militar que con tanto éxito empleó en la Guerra de los Reyes.

Las tradiciones antiguas nos pintan también a Abraham como a una persona sumamente versada en astronomía -entonces un valioso conocimiento, cuando en los largos viajes había que orientarse por las estrellas. Según Flavio Josefo, Beroso se refirió a Abraham, sin nombrarlo, cuando habló del ascenso «entre los caldeos, de cierto hombre grande y justo que estaba muy versado en astronomía».

 

(Si Beroso, el historiador babilonio, se refería realmente a Abraham, la importancia de la inclusión del patriarca hebreo en las crónicas babilónicas excede con mucho la indicación de sus conocimientos en astronomía.)

A lo largo de los ignominiosos años del reinado de Shulgi, la familia de Téraj permaneció en Jarán. Después, a la muerte de Shulgi, llegó la orden divina de partir hacia Canaán. Téraj era ya bastante viejo, y Najor, su hijo, se quedaría con él en Jarán.

 

El elegido para la misión era Abraham -para entonces, un hombre maduro de 75 años. Era el año 2048 a.C, y marcó el comienzo de 24 años fatídicos -los 18 años que abarcan los reinados, repletos de guerras, de los dos sucesores inmediatos de Shulgi (Amar-Sin y Shu-Sin) y los 6 años de Ibbi-Sin, el último rey de Ur.

Indudablemente, es algo más que una coincidencia que la muerte de Shulgi no sólo fuera la señal de partida para Abraham, sino también del realineamiento entre los dioses de Oriente Próximo. El momento en el que Abraham, acompañado (como veremos después) por un cuerpo militar de élite, dejó Jarán -a las puertas de los dominios hititas- es exactamente el mismo momento en el que el exilado Marduk apareció en «la tierra de Hatti».

 

Sin embargo, la coincidencia más notable es que Marduk permaneció allí durante los mismos 24 Años Fatídicos, los años que culminaron con el gran desastre.

Las evidencias de los movimientos de Marduk están en una tablilla (Fig. 99) encontrada en la biblioteca de Assurbanipal, en la cual un anciano Marduk cuenta sus antiguas andanzas y su posterior retorno a Babilonia:

Oh, grandes dioses, sabed mis secretos.

Mientras me ciño la cintura, me asaltan los recuerdos:
Yo soy el divino Marduk, un gran dios.

Fui rechazado por mis pecados,
a las montañas fui.

En muchas tierras, he sido un vagabundo;
desde donde el sol nace hasta donde se pone fui.

A las alturas de la tierra de Hatti fui.

En la tierra de Hatti pedí un oráculo
[acerca] de mi trono y mi Señorío;
Allí en medio [pregunté]: «¿Hasta cuándo?»
24 años, allí en medio, anidé.

La aparición de Marduk en Asia Menor -lo cual implica una inesperada alianza con Adad- fue, de este modo, la otra cara de la moneda de la apresurada salida de Abraham hacia Canaán. Por el texto, sabemos que Marduk envió, desde su nuevo lugar de exilio, emisarios y suministros (vía Jarán) a sus seguidores en Babilonia, y a sus representantes comerciales en Mari, abriéndose paso de este modo por ambas entradas -la de Nannar/Sin y la de Inanna/Ishtar.

Como si se estuviera esperando una señal, con la muerte de Shulgi, todo el mundo antiguo se puso en movimiento. La Casa de Nannar estaba desacreditada, y la Casa de Marduk veía aproximarse por fin la hora de su supremacía. Aun cuando el mismo Marduk estaba todavía exiliado de Mesopotamia, su primogénito, Nabu, estaba ganando conversos para la causa de su padre.

 

Su base de operaciones era su propio «centro de culto», Borsippa; pero sus esfuerzos alcanzaban a todos los países, incluido el Gran Canaán.

 

Fig. 99
 

Sobre este trasfondo de rápidos cambios es cuando se le ordena a Abraham que vaya a Canaán. El Antiguo Testamento, aunque nada dice al respecto de la misión de Abraham, es claro en lo tocante a su destino: en su rápido traslado a Canaán, Abraham y su esposa, su sobrino Lot, y su séquito se encaminaron sin detenerse hacia el sur. Hubo una parada en Siquem, donde el Señor le habló a Abraham.

«Desde allí se fue al Monte, y acampó al este de Betel; y construyó un altar a Yahveh e invocó su nombre».

Betel, que significa «Casa de Dios» -lugar al que Abraham volvería de nuevo- estaba en las cercanías de Jerusalén y de su santo Monte, el Monte Moria («Monte de la Dirección»), sobre cuya Roca Sagrada se situaría el Arca de la Alianza cuando Salomón construyera el Templo de Yahveh en Jerusalén.

Desde allí, «Abram fue aún más lejos, yendo todavía hacia el Negev». El Negev, la árida región en donde se funden Canaán y el Sinaí, era, con toda claridad, el destino de Abraham. En varias declaraciones divinas se indica el Arroyo de Egipto (actualmente llamado Wadi El-Arish) como frontera sur de los dominios de Abraham, y el oasis de Kadesh-Barnea como el puesto avanzado más meridional (ver el mapa).

  • ¿Qué tenía que hacer Abraham en el Negev, cuyo nombre («La Sequedad») habla de su aridez?

  • ¿Qué sucedía en aquel lugar que requería la precipitada llegada del patriarca, su presencia allí tras un largo viaje desde Jarán, para plantarse en medio de kilómetros y kilómetros de tierra estéril?

El Monte Moria -primer punto de interés de Abraham- era importante en aquéllos días porque servía, junto con sus montes hermanos, el Monte Sofim («Monte de los Observadores») y el Monte Sión («Monte de la Señal»), como emplazamiento del Centro de Control de Misiones de los anunnaki. Y el Negev era importante, simplemente, porque era la puerta de entrada al Espaciopuerto del Sinaí.

Más adelante, se nos dice que Abraham tenía aliados militares en la región, y que entre su séquito había varios centenares de soldados Pertenecientes a un cuerpo de élite. El término bíblico de éstos -Naar- se ha traducido como «criado» o, simplemente, como «hombre joven»; pero los estudios han demostrado que, en hurrita, se designaba con esta palabra a los jinetes u hombres a caballo.

 

De hecho, en recientes estudios de textos mesopotámicos que tratan de Movimientos militares, se habla, entre los hombres de los carros y la caballería, de los LU.NAR («hombres-Nar»), que hacían las veces de una caballería ligera. Nos encontramos con un término idéntico en la Biblia (I Samuel 30:17): tras el ataque del rey David sobre un campamento amalecita, los únicos que escaparon fueron «cuatrocientos Ish-Naar» -literalmente, «hombres-Nar» o LU.NAR- «que cabalgaban camellos».

Al decirnos que los soldados de Abraham eran hombres Naar, el Antiguo Testamento nos hace ver que llevaba con él un cuerpo de caballería, probablemente jinetes de camellos más que de caballos. Es posible que tomara la idea de esta fuerza de combate rápida de los hititas, en cuya frontera estaba ubicada Jarán, pues para las áridas regiones del Negev y del Sinaí resultaban más adecuados los camellos que los caballos.

La imagen de Abraham que se nos va conformando, no como un pastor nómada, sino como un comandante militar innovador de ascendencia real, puede que no encaje con la habitual imagen de este patriarca hebreo, pero está más de acuerdo con los antiguos recuerdos de Abraham.

 

Así, citando fuentes antiguas relativas a éste, Flavio Josefo (siglo I d.C.) dijo de él:

«Abraham reinó en Damasco, donde era un extranjero, tras llegar con un ejército de las tierras que hay por encima de Babilonia», desde donde, «tras un tiempo prolongado, el Señor lo había levantado y lo había sacado del país junto con sus hombres, para llevarlo a la tierra que entonces llamaban Canaán, pero que ahora llaman Judea».

La misión de Abraham era una misión militar:

¡proteger las instalaciones espaciales de los anunnaki -el Centro de Control de Misiones y el Espaciopuerto!

Tras una corta estancia en el Negev, Abraham atravesó la península del Sinaí y llegó a Egipto. Evidentemente, no eran unos vulgares nómadas, cuando a Abraham y a Sara se les llevó al palacio real. Según nuestros cálculos, debió ser hacia el 2047 a.G, cuando los faraones que gobernaban entonces el Bajo Egipto (al norte) -que no eran seguidores de Amén («El Dios Oculto» Ra/Marduk)-, se enfrentaban al fuerte desafío que representaba el príncipe de Tebas, en el sur, en donde se consideraba a Amén como dios supremo.

 

Tan solo podemos suponer los asuntos de estado -alianzas, defensas conjuntas, órdenes divinas- que debieron tratar el asediado faraón y el Ibri, el general nippuriano. La Biblia no dice nada de esto, así como tampoco dice nada del tiempo que estuvieron allí. (El Libro de los Jubileos afirma que estuvieron en Egipto cinco años).

 

Cuando llegó el momento de regresar al Negev, Abraham fue acompañado por un gran séquito de hombres del faraón.

«Y Abraham se fue de Egipto, él y su mujer y Lot con él, hasta el Negev».

Él era «rico en rebaños» de ovejas y ganado vacuno para comer y vestir, así como de asnos y camellos para sus rápidos jinetes. Una vez más, fue a Betel, a «invocar el nombre de Yahveh», a la espera de instrucciones. Después, Lot y él se separaron, y Lot decidió quedarse a vivir, con sus rebaños, en la Llanura del Jordán,

«que era de regadío, como el Jardín del Señor, antes de que Yahveh destruyera Sodoma y Gomorra».

Abraham siguió hasta las montañas, instalándose en la cumbre más alta, cerca de Hebrón, desde donde podía observar en todas las direcciones; y el Señor le dijo: «Ve, recorre el país a lo largo y a lo ancho, pues a ti te lo he de dar».

Y, poco después, «en los días de Amrafel, rey de Senaar», fue cuando tuvo lugar la expedición militar de la alianza oriental.

«Doce años sirivieron [los reyes cananeos] a Codorlaomor, en el año décimo tercero se rebelaron; y en el décimo cuarto vinieron Codorlaomor y los reyes que estaban con él» (Génesis 14: 4-5).

Hace tiempo que los expertos vienen buscando confirmaciones arqueológicas de los acontecimientos de los que se habla en la Biblia; pero sus esfuerzos han sido vanos debido a que han estado buscando a Abraham en una época equivocada. Pero, si tenemos razón en nuestra cronología, existe la posibilidad de que haya una solución sencilla al problema de Amrafel. Es una solución novedosa y, sin embargo, se apoya en las hipótesis propuestas (e ignoradas) de los expertos de hace casi un siglo.

Ya en 1875, al comparar la lectura tradicional del nombre con su deletreo en las antiguas traducciones bíblicas, F. Lenormant (La Langue Primitive de la Chaldée) propuso que la lectura correcta debía ser «Amar-pal», tal como se plasmó fonéticamente en la Septuaginta (la traducción que se hizo en el siglo m a.C. del Antiguo Testamento, del hebreo al griego).

 

Dos años más tarde, D. H. Haigh, en Zeitschrift für Ágyptische Sprache und Altertumskunde, adoptó también la lectura de «Amar-pal» y, afirmando que «el segundo elemento [del nombre del rey] es uno de los nombres del dios Luna [Sin]», declaró:

«Hace tiempo que estoy convencido de que Amar-pal fue uno de los reyes de Ur».

En 1916, Franz M. Bohl (Die Kónige von Génesis 14) sugirió de nuevo -sin éxito- que aquel nombre había que leerlo como en la Septuaginta, «Amar-pal», explicando que significaba «Visitado por el Hijo» -un nombre real en línea con otros nombres reales de Oriente Próximo, como el egipcio Tutmosis (Toth-mes -«Visitado por Toth»).

 

(Por alguna razón, Bohl y otros olvidaron mencionar el hecho, no menos significativo, de que la Septuaginta tradujo el nombre de Codorlaomor como Khodologomar- casi idéntico al Kudur-lagamar de las tablillas Spartoli.)

Pal (que significa «hijo») era, ciertamente, un sufijo habitual en los nombres reales mesopotámicos, identificando a la deidad considerada como Hijo Divino predilecto. Dado que en Ur se consideraba que el Hijo Favorito era Nannar/Sin, sería lógico pensar que Amar-Sin y Amar-pal fueran, en Ur, uno y el mismo nombre.

La identificación del «Amarphal» del Génesis 14 con Amar-Sin, tercer rey de la III Dinastía de Ur, encaja a la perfección con las cronologías bíblica y sumeria. El relato bíblico de la Guerra de los Reyes sitúa el acontecimiento poco después del regreso de Abraham al Negev proviniente de Egipto, pero antes del décimo aniversario de su llegada a Canaán; es decir, entre 2042 y 2039 a.C. El reinado de Amar-Sin/Amar-Pal fue de 2047 a 2039 a.C; así pues, la guerra debió tener lugar en la última parte de su reinado.

Los anales del reinado de Amar-Sin indican que su séptimo año -2041 a.C- fue el de su principal expedición militar a las provincias occidentales. Los datos bíblicos (Génesis 14:4-5) afirman que esto sucedió catorce años después de que los elamitas a las órdenes de Codorlaomor sometieran a los reyes cananeos; y el año 2041 fue de hecho el décimo cuarto después de que Shulgi, tras recibir los oráculos de Nannar, lanzara una expedición militar elamita sobre Canaán (2055 a.C).

Con la sincronización de fechas y acontecimientos bíblicos y sumerios que proponemos, se obtiene la siguiente secuencia y apoya cada factor de tiempo relatado en la Biblia:

  • 2123 a.C. Abraham nace en Nippur, hijo de Téraj.

  • 2113 a.C. Ur-Nammu entronizado en Ur, se le da la custodia de Nippur. • Téraj y su familia se trasladan a Ur.

  • 2095 a.C. Shulgi asciende al trono tras la muerte de Ur-Nammu. Téraj y su familia se van de Ur a Jarán.

  • 2055 a.C. Shulgi recibe los oráculos de Nannar, envía tropas elamitas a Canaán.

  • 2048 a.C. Muerte de Shulgi, ordenada por Anu y Enlil. A Abraham, con 75 años de edad, se le ordena partir hacia Canaán.

  • 2047 a.C. Amar-Sin («Amarpal») asciende al trono de Ur. Abraham sale del Negev hacia Egipto.

  • 2042 a.C. «Los reyes cananeos derivan su fidelidad a «otros dioses». Abraham vuelve de Egipto con un cuerpo de élite.

  • 2041 a.C. Amar-Sin lanza la Guerra de los Reyes.

¿Quiénes eran los «otros dioses» que se estaban ganando la fidelidad de las ciudades cananeas? Pues no eran otros que Marduk, intrigando desde su cercano exilio, y su hijo Nabu, que recorría la zona oriental de Canaán buscando adeptos.

 

Tal como indican los nombres de los lugares bíblicos, toda la tierra de Moab quedó bajo la influencia de Nabu: a esta tierra también se le conoció como Tierra de Nabu, y muchos de sus lugares recibieron su nombre en su honor; el pico más alto conservó su denominación -Monte Nebo- durante los milenios que siguieron.

Éste es el marco histórico en el cual el Antiguo Testamento encajó la invasión del este. Pero, aún desde el punto de vista bíblico, que implica ver los relatos mesopotámicos de los dioses desde el molde monoteísta, fue una guerra poco habitual: el propósito aparente -la supresión de una rebelión- parece haber sido un aspecto secundario en la guerra; el verdadero objetivo -un cruce de caminos en un oasis del desierto- nunca se alcanzó.

Tomando la ruta meridional de Mesopotamia a Canaán, los invasores se encaminaron hacia el sur por TransJordania, siguiendo la Calzada del Rey, atacando los puestos avanzados de vigilancia de los puntos de cruce del Jordán: Ashterot-Carnáyim, en el norte; Cam, en el centro; y Shaveh-Quiryatáyim, en el sur.

Según el relato bíblico, el verdadero objetivo de los invasores era í un lugar llamado El Paran, pero no consiguieron llegar a él. Bajando por TransJordania y circundando el Mar Muerto, los invasores pasaron junto al Monte Seír y avanzaron «hacia El Paran, que está frente al desierto». Pero se vieron obligados a «virar hacia En Mishpat, que es Kadesh».

 

Nunca llegaron a El Paran (¿«Lugar Glorificado de Dios»?); de algún modo, los invasores se vieron obligados a retroceder hasta En Mishpat, también conocido como Kadesh o Kadesh-Barnea.

Sólo entonces, cuando volvían a Canaán, es cuando,

«el rey de Sodoma, el rey de Gomorra, el rey de Admá, el rey de Seboyim y el rey de Belá, que es Soar, les presentaron batalla en el Valle de Siddim». (Ver mapa superior)

La batalla con estos reyes cananeos se dio, por tanto, en una fase tardía de la guerra, y no fue su primer objetivo. Hace casi un siglo, en un minucioso estudio titulado Kadesh-Barnea, H. C. Trumbull llegó a la conclusión de que el verdadero objetivo de los invasores era El Paran, que identificó correctamente como el oasis de Nakhl, en la llanura central del Sinaí.

 

Pero ni él ni ningún otro ha podido explicar por qué una gran alianza iba a enviar un ejército hacia un objetivo situado a miles de kilómetros de distancia para alcanzar un aislado oasis en una inmensa y desolada llanura.

Pero, ¿para qué tenían que ir allí, y quién les bloqueó el camino hacia Kadesh-Barnea forzando a los invasores a dar la vuelta?

No se han dado respuestas; y ninguna respuesta puede tener sentido excepto las que ofrecemos aquí: lo único importante del destino era el Espaciopuerto, y el que bloqueó el camino hacia Kadesh-Barnea fue Abraham. Desde la más remota antigüedad, Kadesh-Barnea fue el punto más cercano a la región del Espaciopuerto al que podían llegar los seres humanos sin un permiso especial.

 

Shulgi había ido allí a rezar y a realizar ofrendas al Dios Que Juzga y, casi mil años antes que él, el rey sumerio Gilgamesh se detuvo allí para obtener el adecuado permiso. Era el lugar al que los sumerios llamaban BAD.GAL.DINGIR y Sargón de Acad denominaba Dur-Mah-Ilani, y que aparece claramente en las inscripciones como un lugar de Tilmun (la península del Sinaí).

Sugerimos que era el lugar que la Biblia llamó Kadesh-Barnea; y allí permaneció Abraham con sus tropas de élite, impidiendo el avance de los invasores hasta el mismo Espaciopuerto.

Las insinuaciones del Antiguo Testamento se convierten en información detallada en los Textos de Codorlaomor, que aclaran que la guerra pretendía evitar el regreso de Marduk, así como frustrar los esfuerzos de Nabu por alcanzar el Espaciopuerto. Estos textos no sólo nombran a los mismos reyes que se mencionan en la Biblia, ¡sino que incluso repiten los detalles bíblicos del cambio de fidelidades «en el año décimo tercero»

Pero, antes de recurrir a los Textos de Codorlaomor para obtener detalles sobre el marco bíblico, deberíamos recordar que fueron escritos por un historiador babilonio que apoyaba el deseo de Marduk de convertir a Babilonia en «el ombligo celeste de las cuatro regiones».

 

Y para frustrar esto es por lo que los dioses que se oponían a Marduk le ordenaron a Codorlaomor que se hiciera con Babilonia y la profanara:

Los dioses...
a Kudur-Laghamar, rey de la tierra de Elam,
ordenaron: «¡Invádeles!»
Llevó a cabo aquello que para la ciudad era malo;
en Babilonia, la preciosa ciudad de Marduk, '
se hizo con la soberanía;
en Babilonia, la ciudad del rey de los dioses, Marduk,
derrocó la realeza;
convirtió su templo en una guarida de perros;
los cuervos de sonoro graznido dejaron caer sus excrementos allí.

El saqueo de Babilonia no fue más que el comienzo. Tras las «malas acciones» que se cometieron allí, Utu/Shamash intentó enfrentarse a Nabu, que, según decía en su acusación, había subvertido la fidelidad de cierto rey a su padre, Nannar/Sin.

 

Y esto sucedió, según los Textos de Codorlaomor, en el año décimo tercero -exactamente lo que dice el Génesis:

Ante los dioses el hijo de su padre [vino];
aquel día, Shamash, el Brillante,
contra el señor de señores, Marduk [dijo]:

«La fidelidad de su corazón [del rey] traicionó,
en la epoca el año décimo tercero rompió las filas de mi padre;
el rey dejó de atender el cuidado de su fe; todo esto lo ha provocado Nabu».

Los dioses reunidos, alertados así del papel que Nabu había desempeñado en la extensión de la rebelión, reunieron una coalición de reyes leales y designaron al elamita Kudur-Laghamar como comandante en jefe. La primera orden fue que «Borsippa, la fortaleza [de Nabu], con las armas sea despojada».

 

Para llevar a cabo la orden,

«Kudur-Laghamar, con malvados pensamientos contra Marduk, destruyó el santuario de Borsippa con fuego, y a sus hijos con la espada mató».

Después, se ordenó la expedición militar contra los reyes rebeldes. Los textos babilónicos hacen una relación de los objetivos que tenían que ser atacados y de los nombres de los atacantes; no nos cuesta reconocer los nombres bíblicos entre ellos: Eriaku (Aryok) fue a atacar Shebu (Beersheba) y Tud-Ghula (Tidal) fue a «golpear con la espada a los hijos de Gaza».

Actuando según un oráculo de Ishtar, el ejército reunido por los Reyes del Este llegó a TransJordania. El primer ataque se hizo sobre una fortaleza en «las tierras altas», después Rabattum. La ruta fue la misma que se describe en la Biblia: desde las tierras altas en el norte, a través de la región de Rabat-Amón en el centro, hacia el sur, hasta las cercanías del Mar Muerto.

 

Después, sería capturada Dur-Mah-Ilani, y las ciudades cananeas (incluidas Gaza y Beersheba, en el Ne-gev) serían castigadas. Pero en Dur-Mah-Ilani, según el texto babilónico, «el hijo del sacerdote, a quien los dioses en su veraz consejo habían ungido», se puso en el camino de los invasores y «evitó el saqueo».

  • ¿No se estará refiriendo a Abraham el texto babilónico, aquel hijo del sacerdote Téraj?

  • ¿Y no nos estará hablando de su papel en hacer dar la vuelta a los invasores?

Esta posibilidad se ve reforzada por el hecho de que los textos mesopotámicos y los textos bíblicos hablan del mismo acontecimiento, en la misma localidad y con el mismo resultado.

Pero hay algo más que una mera posibilidad, pues nos hemos encontrado con una pista enormemente intrigante.

Se trata del hecho inadvertido de que en los anales del reinado de Amar-Sin se le llama al séptimo año -el crucial año de 2041 a.C, el año de la expedición militar- MU NE IB.RU.UM BA.HUL (Fig. 100),

«Año [en el cual] la pastoril morada de IB.RU.UM fue atacada».

Fig. 100
 

¿No se estará refiriendo, en el año crucial exacto, a Abraham y su pastoril morada?

También existe una posible conmemoración pictórica de la invasión. Es una escena grabada en un sello cilíndrico sumerio (Fig. 101) que se cree que representa el viaje de Etana, un antiguo rey de Kis, hasta la Puerta Alada, donde un «Águila» lo elevó a las alturas, hasta que la Tierra desapareció de la vista. Pero en el sello se ve a un héroe coronado a caballo -demasiado pronto para la época de Etana- situado entre el lugar de la Puerta Alada y dos grupos distintos.

 

Uno de cuatro Hombres Poderosos armados cuyo líder, también a caballo, se mueve hacia una región cultivada de la península del Sinaí (indicada por el símbolo del creciente de Sin del cual crece trigo). El otro grupo es de cinco reyes, que van en dirección opuesta.

 

Esta imagen contiene, así pues, todos los elementos de una antigua ilustración de la Guerra de los Reyes y del papel del «Hijo del Sacerdote» en ésta, más que del viaje de Etana al Espaciopuerto. El héroe, que se representa en el centro, sobre el animal, sería por tanto más Abraham que Etana.

Fig. 101
 

Tras llevar a cabo su misión, que consistía en proteger el Espaciopuerto, Abraham volvió a su base cerca de Hebrón. Estimulados por su hazaña, los reyes cananeos marcharon con sus fuerzas para interceptar al ejército del Este en retirada. Pero los invasores los vencieron y «tomaron todas las posesiones de Sodoma y Gomorra», así como a un valioso rehén:

«Se llevaron a Lot, el sobrino de Abraham, que vivía en Sodoma».

Al enterarse de esto, Abraham llamó a sus mejores guerreros y persiguió a los invasores, alcanzándolos cerca de Damasco, donde consiguió liberar a Lot y recuperar todo el botín. A su regreso, fue recibido como un vencedor en el Valle de Shalem (Jerusalén):

Y Melquisedec, el rey de Shalem, presentó pan y vino,
pues era sacerdote del Dios Altísimo.

Y le bendijo, diciendo:
«Bendito sea Abram del Dios Altísimo,
poseedor del Cielo y la Tierra;
y bendito sea el Dios Altísimo
que entregó a tus enemigos en tus manos.»

Los reyes cananeos no tardaron en llegar para dar las gracias a Abraham y ofrecerle todas las posesiones recuperadas como recompensa. Pero Abraham, diciendo que sus aliados sí que debían tomar parte de ello, se negó a tomar «siquiera la correa de un zapato» para sí mismo o sus guerreros. No había actuado ni por amistad con los reyes cananeos ni por enemistad con la Alianza Oriental; en la guerra entre la Casa de Nannar y la Casa de Marduk, él era neutral.

 

Fue por «Yahveh, el Dios Altísimo, poseedor del Cielo y la Tierra, que he levantado mis manos», afirmó.

La fallida invasión no detuvo el torrente de trascendentales acontecimientos que estaban teniendo lugar en el mundo antiguo. Un año más tarde, en el 2040 a.C, Mentuhotep II, líder de los príncipes tebanos, derrotó a los faraones del norte y extendió los dominios de Tebas (y de su dios) hasta los límites occidentales de la península del Sinaí. Al año siguiente, Amar-Sin intentó alcanzar la península del Sinaí por mar, para terminar muriendo por una picadura venenosa.

Los ataques sobre el Espaciopuerto se frustraban, pero el peligro no había pasado; y los esfuerzos de Marduk por conseguir la supremacía se intensificaron aún más. Quince años después, Sodoma y Gomorra saltarían en llamas, cuando Ninurta y Nergal liberaron las Armas del Día del Juicio Final.

 

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