CAPÍTULO V - DALAMACHIA


Al despertar, los ojos de Sinuhé quedaron prendidos en aquel sol. Jamás había visto algo igual. Su contemplación resultaba singularmente agradable. En lugar de dañar la vista, aquel majestuoso disco negro situado prácticamente en el cenit-permitía una dilatada observación. Sus rayos, igualmente negros, se derramaban por todo el firmamento. Sin embargo, a una considerable distancia del suelo, la oscura luminosidad procedente del extraño sol parecía desaparecer o detenerse o transformarse. No hubiera podido precisar a qué altura se registraba dicho fenómeno, pero el caso era que, a partir de dicho punto, la negra radiación solar cambiaba o se extinguía, dando paso o siendo sustituida por una claridad amarillenta. Sus propias ropas, sus manos, todo se hallaba teñido por.aquella luz alimonada. Y fue en ese instante, al contemplar su cuerpo, cuando advirtió que se encontraba tendido sobre una arena igualmente amarilla. Al palparla, identificó el lugar con un desierto o, quizá, con alguna playa. Y cuando se disponía a incorporarse, una mano acarició sus cabellos, al tiempo que una voz muy familiar se propagaba clara y dulcemente en el interior de su cabeza.
• Ya vuelve en sí.
Al sentarse sobre la arena, descubrió a su espalda a Nietihw.
Permanecía de rodillas, sonriente y con la diadema de letras ciñendo su frente y cabellos. Pero algo había cambiado en su compañera... Bajo la túnica -que había trocado su azul por el amarillo que parecía llenarlo todo-, Sinuhé observó con perplejidad un cuerpo «vacío» y transparente. En lugar de las vísceras y órganos internos normales en todo ser humano, la mujer presentaba una compleja red de delgados vasos, igualmente transparentes, por los que circulaban millares de diminutas burbujas de todos los colores. Estos tubos, a la manera de arterias, venas y capilares, partían del centro del tórax, repartiéndose y ramificándose por la totalidad del organismo de Nietihw.
Sinuhé cerró los ojos.
• ¡Dios mío! ¿Es que estoy soñando? Aquel pensamiento tuvo una fulminante respuesta. La voz de su amiga volvió a sonar en el fondo de su cerebro:
• No, Sinuhé... No se trata de un sueño.
Era la primera vez que su compañera le llamaba por su nombre secreto. Y Sinuhé abrió los ojos, desconcertado.
Nietihw, sin abandonar su cálida sonrisa, señaló su cuerpo, transparente como el cristal y aparentemente vacío, añadiendo:
• No te alarmes. La misión que nos ha sido encomendada requiere que mi anterior y denso cuerpo físico sufra una variación temporal... Esto que ves -apuntó Nietihw hacia el interior y el centro de su pecho- no es otra cosa que un circuito vital por el que circulan antídotos complementarlos de las corrientes de Vida del sistema al que pertenecemos...

Aproximó su rostro al punto señalado por Nietihw y descubrió –en el lugar que lógicamente debería haber ocupado el corazón-los tres conocidos círculos concéntricos -emblema de Micael- y.de los que, precisamente, arrancaban los vasos más gruesos de aquel fascinante circuito vital.
• ...No es igual -prosiguió la mujer sin despegar sus labios-, pero guarda una cierta semejanza con los cuerpos moronciales o de los resucitados y de los que tú, precisamente, ya me habías hablado. La sustancia moroncial es mucho más sutil que ésta, aunque la estructura de dichos cuerpos resulta idéntica a la que aquí ves: los aparatos circulatorio, digestivo y respiratorio (como puedes observar) no existen en los cuerpos moronciales. No se necesitan después de la muerte física. En su lugar, los ángeles resucitadores proporcionan a los humanos evolucionarios estos cuerpos temporales, alimentados de una vida, que puede ser eterna, merced a estos circuitos vitales.
Maravillado, Sinuhé siguió el continuo y lento circular de los millares de diminutas burbujas coloreadas, que eran expulsadas sin cesar desde los tres conductos concéntricos, repartiéndose a través de cientos -quizá miles- de aquellos milimétricos vasos, de una transparencia sin igual. Pero, de pronto, el reportero retrocedió asustado. Examinó sus ropas y cuerpo y, al comprobar que su organismo conservaba la estructura de siempre, no pudo evitar un pensamiento que le llenó de espanto.
• Entonces, ¿has muerto?...
Nietihw recibió la amarga duda de su amigo con una comprensiva y más amplia sonrisa.
• No, Sinuhé... Sencillamente, y sólo mientras dure nuestra misión, el poder de Ra ha fortalecido mi espíritu, variando mi esencia corporal.
• ¿Por qué? -preguntó nuestro hombre, que no acertaba a entender lo que estaba sucediendo. Y antes de que Nietihw llegara a responder, formuló una segunda pregunta-: ¿Y por qué mi cuerpo no ha sufrido transformación alguna?

Las lógicas preguntas de Sinuhé iban a quedar en el aire.
Porque, súbitamente, la luz amarillenta que lo inundaba todo desapareció... Fue un cambio brusco. La atmósfera tenue y alimonada que les envolvía fue invadida por otra coloración verde, tan sutil como.la anterior. Y los cuerpos, vestimentas y la arena de aquel paraje quedaron impregnados de un tinte esmeralda.
Sinuhé levantó los ojos hacia el sol negro, comprobando cómo las profundidades de aquel firmamento desconocido seguían teñidas de tinieblas. Por debajo, sin embargo, la radiación –ahora verdosa-mantenía su increíble forma de paraguas lumínico. Fue en esos instantes, al incorporarse, cuando divisó el mar. Consternado, giró sobre sus talones, oteando el horizonte que se levantaba frente a aquel océano igualmente verde y dormido, A lo lejos, a través de la esmeralda transparencia del ambiente, apuntaban algunos montes y macizos boscosos, todo ello sumido bajo la misma coloración. Sinuhé concentró su atención en la playa, escudriñando sus límites. Uno de ellos se perdía en la lejanía. El otro, en cambio, y a escasa distancia de donde se encontraban, aparecía cortado por la abrupta invasión del roquedo en el mar.
• ¿Dónde estamos?
En esta ocasión, Nietihw permaneció en silencio. Ambos, aunque de forma incompleta y confusa, recordaban su experiencia en el claro del bosque. Pero, ¿cómo habían llegado hasta allí? ¿Qué extraño mundo era aquél?
Y el investigador repitió la pregunta que formulase minutos antes del incomprensible cambio de luz:
• ¿Por qué mi cuerpo no ha sufrido variación alguna?

Nietihw tomó entre las suyas las manos de Sinuhé, replicando:
• No puedo explicarte por qué, pero el poder de las tinieblas sólo me busca a mí... Tú, además, tienes a Ra.
• ¿Ra? ¿Dónde está...?
Giró la cabeza, buscando la casi olvidada silueta de su redondo amigo. Pero el disco no dio señales de vida. En un movimiento reflejo, dirigió la mirada hacia su dedo anular derecho. Sin embargo, allí tampoco estaba su enlace...
Inquieto y confuso, consultó su reloj.
• ¡Oh, Dios!
Los dígitos se hallaban inmóviles, señalando las 13 horas y 51 minutos. Justamente el momento del inicio de la luna nueva y de la aparición de aquella misteriosa niebla en el bosque de la.aldea. Pulsó nerviosamente los mandos del reloj, pero éste se negó a obedecer.
• ¡Se ha parado! -exclamó resignado.
Nietihw se limitó a sonreír. Y tomándole de la mano. le invitó a caminar hacia la orilla. El miembro de la Orden de la Sabiduría, sin poder reprimir su inquietud, volvió el rostro en varias ocasiones, tratando de localizar a Ra. Y fue en una de esas infructuosas observaciones cuando se percató de otro detalle que le inmovilizó sobre la delicada arena. Nietihw, extrañada, le interrogó con la mirada. Y Sinuhé, sin poder articular palabra, o quizá habría que decir pensamiento alguno, señaló sus huellas.
Al fin, apenas repuesto de su sorpresa, acertó a decir:
• ¡Fijate!... Sólo quedan mis pisadas. ¿Y las tuyas?
Efectivamente, aunque los pies de Nietihw se hundían en la arena, a diferencia de los de Sinuhé, aquéllos no dejaban huellas.
• Tranquilízate -musitó su compañera-, ya te he dicho que mi cuerpo ha cambiado. Y aún podrás contemplar otras maravillas..., por la gracia y el poder de los servidores de Micael. Nietihw retrocedió un par de pasos. Cerró los ojos y, cruzando sus manos sobre los tres circuitos concéntricos de su pecho, exclamó:
• ¡Waw..., emblema del agua!: muéstranos el camino.
Al instante, ante los atónitos ojos del investigador, una de las letras que componía la diadema de Nietihw -la Wintensificó
su brillo esmeralda, formándose a su alrededor una pulsante aureola. Y, lentamente, la última letra de NIETIHW fue separándose de la frente de la hija de la raza azul. Sinuhé, temeroso, se echó atrás. Evidentemente, su antigua amiga no era la que él había conocido en la Casa Azul. A su prodigioso cuerpo de cristal había que añadir un conocimiento que, en un primer momento, le desbordó.
• ¡No temas! -repuso Nietihw-. Waw es parte de mí misma.
Sus ojos, sin asomo de desconfianza, seguían las evoluciones de la letra, que había empezado a elevarse silenciosa y majestuosamente.
La W, envuelta en aquella especie de bruma verde-brillante, se detuvo a unos diez o quince metros sobre la orilla del mar. E.instantáneamente invirtió su posición, convirtiéndose así en una M. Y sus dos brazos exteriores -siempre arropados por sendos halos luminosos-se prolongaron hasta hundirse en el manso y silencioso oleaje. Sinuhé cayó entonces en la cuenta de otro hecho en el que no había reparado: las olas, que rompían incesantemente sobre la arena, no hacían el menor ruido. Pero, absorto en la contemplación de la ahora gigantesca M, olvidó pronto la insólita circunstancia de aquel océano mudo. De pronto, el agua -tersa y en reposo hasta entonces-empezó a borbotear frente a los luminiscentes y largos brazos de aquella letra mágica.
El mar, bajo el influjo de aquella M o W invertida, siguió burbujeando, como si un horno oculto y gigantesco hiciera hervir sus aguas. El borboteo fue haciéndose más y más intenso y, de improviso, entre las verdes pompas gaseosas se destacó un bulto.
El soror, al intuir la naturaleza de aquel ser, hizo ademán de interponerse entre los brazos de la letra y su compañera, en un intento de protegerla. Pero Nietihw le rogó que no se moviera. Y, en silencio, caminó hasta situarse bajo la M.
Aquel bulto, informe en un primer momento, había seguido emergiendo de entre las agitadas aguas. Sinuhé no se equivocaba. Ante sí había aparecido una descomunal cabeza de serpiente, cubierta de grandes placas que chorreaban abundantemente. Y a la monstruosa cabeza había seguido un cuerpo igualmente escamado y grueso como el tronco de un roble.
El animal, impulsado por una fuerza invisible, continuó ascendiendo verticalmente, hasta alcanzar la misma altura que la letra. En ese instante, a corta distancia del verde y tenso ofidio, amaneció entre el oleaje lo que, presumiblemente debía ser la cola del animal. Ésta se elevó también, dirigiéndose hacia la cabeza. Al poco, la totalidad de la serpiente flotaba a escasa altura de las aguas, adoptando una figura prácticamente circular. Y el mar se tranquilizó. El hervor se extinguió y sólo el chorrear del inmenso monstruo alteró brevemente la superficie del océano..La serpiente, ingrávida como una pompa de jabón, abrió entonces sus terroríficas fauces, disponiéndose a devorar su propia cola. Pero Nietihw, atenta bajo los brazos de la M, lanzó un grito:
• ¡Samej!
Sinuhé, espantado, vio cómo la cabeza del reptil giraba en dirección a su amiga. Y los vidriosos ojos, enormes como lunas, se tiñeron de sangre.
• ¡Samej! -clamó de nuevo la hija de la raza azul, al tiempo que levantaba su brazo derecho, señalando la corona que tocaba sus sienes-, ¡que tu secreto bese mis manos!... ¡Indícanos el camino! Y Samej, la serpiente, como si hubiera reconocido a Nietihw, cerró sus amenazadoras fauces. Y el escarlata de sus ojos fue difuminándose. La hija de la raza azul extendió entonces sus brazos en dirección al animal, esperando la entrega del secreto solicitado.

Los ojos del reptil despidieron rápidos e intermitentes destellos blancos y sus mandíbulas se abrieron nuevamente. Y con movimientos ondulantes fue avanzando hacia la mujer. Su cuerpo, sin tocar en ningún momento el agua, parecía reptar por un terreno invisible. Al llegar frente a Nietihw, se detuvo. Durante unos instantes, interminables para Sinuhé, los fulgurantes ojos del ofidio permanecieron clavados en el menudo y frágil cuerpo de su amiga. El investigador, impotente, temió lo peor. Samej arqueó entonces su reluciente lomo y, muy despacio, hizo descender su cabeza hasta casi tocar las delicadas y transparentes palmas de las manos. En esos críticos momentos, Sinuhé echó de menos -¡y de qué forma!-la poderosa presencia de Ra.
Aquellas fauces, capaces de abarcar un caballo, y armadas de una triple fila de dientes, largos y curvados como hoces, exhalaban un continuo chorro de humo, de un verde más opaco que el que teñía su cuerpo. Las volutas de aquella especie de gas no tardaron en ocultar las manos de Nietihw. Pero ésta, imperturbable, no se movió.
Instantes después, Samej retiró su cabeza, irguiéndose y cerrando la descomunal boca. Las palmas de la
mujer seguían envueltas en el impenetrable aliento que, poco a poco, iba disipándose..El monstruo surgido de
las aguas retornó al punto sobre el que había aparecido, adoptando de nuevo la figura de gran círculo o rueda. Y cuando el extremo de su cola tocaba ya la cabeza, Samej separó sus mandíbulas, empezando a devorarse a sí misma.
En cuestión de segundos, los treinta metros, o más, que alcanzaba el cuerpo del reptil quedaron engullidos. En ese momento, cuando la cabeza del ofidio tragaba ya su propio cuello, un segundo chorro de humo escapó de entre las fauces.
Y Samej -o lo que quedaba de ella- se precipitó sobre el mar, desapareciendo entre las aguas. En el aire había quedado una nubecilla verdosa que, empujada por una brisa inexistente, se dirigió hacia Sinuhé... De momento, el perplejo investigador no se percató del lento pero constante desplazamiento de la nubecilla verdosa. Una vez desaparecida la misteriosa criatura, su atención se había detenido de nuevo en Nietihw. Concretamente, en sus manos. El humo exhalado por Samej había ido disipándose y sobre las palmas podía adivinarse ya algo negro y reluciente...
Cuando el verdoso aliento de la serpiente hubo desaparecido, la mujer protegió el misterioso objeto, encerrándolo entre sus manos. Acto seguido abandonó su posición bajo los espigados brazos de la M, regresando al lado de su compañero. Y antes de que éste pudiera interrogarla sobre cuanto había visto, la letra recuperó su tamaño inicial. Giró sobre sí misma y, sin prisas, se dirigió hacia la diadema de la mujer. Limpia y suavemente, la W ocupó su posición, completando así el nombre cósmico. Nietihw se situó entonces frente al reportero y, extendiendo sus manos cerradas hacia él, le rogó que examinara el secreto de Samej. Sinuhé obedeció. Disponiendo las suyas en forma de cuenco, las situó bajo las de su amiga y esperó.
Cuando Nietihw dejó caer el enigmático objeto entregado por la serpiente, Sinuhé sintió sobre la piel de sus palmas una superficie fría y con aristas. Su amiga, comprendiendo la curiosidad que le consumía, sonrió divertida. Retiró entonces sus manos, dejando al descubierto una pequeña esfera negra y pulida como la obsidiana, pero sumamente liviana. Al examinarla, Sinuhé comprobó que, en realidad, se trataba de.una esfera y un cubo, perfectamente embutidos el uno en el otro.
• ¿Qué es? -preguntó Sinuhé.
• En su interior se encuentra el secreto de Samej, la que se nutre de su propia sustancia. Sólo ella y los rebeldes conocen el camino para descubrir los archivos secretos de IURANCHA. Sinuhé palpó aquel cuerpo, en busca de algún resorte o ranura que le permitiera abrirlo. Al principio, presa de un temor casi reverencial, se limitó a acariciarlo. Pero, por más vueltas que le dio, no acertó a descubrir el sistema o mecanismo de apertura.

Al cabo de un tiempo, a pesar de sus esfuerzos, tuvo que rendirse. Interrogó a Nietihw y ésta, por toda respuesta, le formuló una pregunta:
• Dime, ¿qué puede significar Samej?
Como miembro de la orden de la Sabiduría había sido adiestrado en la Kábala y, súbitamente, al recordar el nombre de la serpiente, empezó a comprender.
• Samej, en hebreo, significa besar...
Nietihw, satisfecha, aceptó la aclaración y con un leve movimiento de sus translúcidos labios le invitó a besar la extraña esfera.
No sin ciertos reparos, Sinuhé accedió. La sujetó entre las puntas de sus dedos y la aproximó hasta su boca.
Entretanto, la pequeña nube verdosa había terminado por situarse sobre la pareja.
Los labios tocaron finalmente la impecable y negra superficie del ojeto... Tras depositar aquel tímido beso sobre la esfera-cuadrangular arrojada por Samej, Sinuhé, temeroso, se apresuró a alejarla de su rostro. En los segundos inmediatos, nada sucedió. Confundido, cruzó su mirada con la de Nietihw. Pero, antes de que ninguno de los dos llegara a expresarse, los vértices del cubo o cuadrilátero que se hallaba inmerso en la esfera empezaron a dilatarse. Sinuhé, sobresaltado, soltó aquel cuerpo, pero, en lugar de caer a tierra, se mantuvo ingrávido y sometido a bruscas e intermitentes contracciones. Las aristas del cubo se curvaron y, ante el asombro del investigador, el.objeto siguió deformándose, como si estuviera siendo moldeado por un escultor invisible. Pronto aparecieron dos profundos orficios, y, bajo los mismos –como si se tratase de una nariz-, un tercer hueco. La esfera, casi irreconocible, se resquebrajó por su zona inferior, surgiendo al instante una especie de boca.
A partir de ese momento, tanto Nietihw como su compañero reconocieron la figura que flotaba a la altura de
sus cabezas: estaban ante una calavera negra. Pero, ¿qué significaba?
Una vez finalizado el proceso de transformación, la lustrosa y macabra osamenta abrió su puntiaguda mandíbula inferior y, al instante, la nubecilla se precipitó como un dardo entre la anárquica dentadura de la calavera. Y en un abrir y cerrar de ojos, el humo esmeralda fue absorbido por el cráneo flotante, desapareciendo en su interior.
La calavera cerró entonces su boca y, con un suave cabeceo, fue aproximándose al perplejo Sinuhé. Éste retrocedió, al tiempo que pedía ayuda a su impasible amiga.
• ¡Dios mío!...¡Nietihw!
Pero la descarnada cabeza siguió balanceándose en el aire, acercándose con aquella permanente y helada sonrisa.
• ¡Quieto, Sinuhé! -clamó al fin la hija de la raza azul-. ¡No temas!... ¡Extiende tus manos!
La voz de Nietihw no apaciguó el creciente pavor del investigador pero, al menos, logró que éste se detuviera.
Y temblorosamente presentó sus manos...
La calavera se inmovilizó entonces a escasos centímetros de la cara de Sinuhé. Y sus tenebrosas y vacías cuencas irradiaron una luz blanca, idéntica a la que había visto en los ojos de la serpiente. Y algo, de pronto, apareció en el fondo de aquellos fantasmales ojos.
• Sinuhé, di: ¿qué ves?
La voz de su compañera sonó nítida.
• Dime: ¿qué estás viendo? -repitió en tono imperativo.
Sinuhé, pálido, medio hipnotizado por los focos luminosos que brotaban de las cuencas, forzó la vista, en un esfuerzo por obedecer a su amiga.
• Hay..., algo -tartamudeó.
• ¿Qué, Sinuhé? -inquirió Nietihw con impaciencia..-Sí..., veo una figura. ¡No!, son dos... Parecen iguales...
Cada una se encuentra en un ojo... Pero...
Nietihw le animó para que prosiguiera.
• ¡No es posible! -musitó nuestro hombre-. Esa figura es...
Y antes de que pudiera describirla, los ojos de la calavera se apagaron. Sin perder el monótono cabeceo, la osamenta retrocedió. Y situándose por encima de las sudorosas palmas del investigador, abrió de nuevo sus mandíbulas.
Sinuhé, con la mirada extraviada, parecía ajeno a todo cuanto le rodeaba. Un súbito y potente chasquido terminaría por devolverle a la realidad. Sin previo aviso, la calavera había cerrado su mandíbula inferior, haciendo chocar violentamente sus brillantes y negras piezas dentarias. Como consecuencia del golpe, un puñado de dientes saltó por los aires. Y, pausadamente, girando sobre sí mismos, ingrávidos, fueron a caer sobre las abiertas manos del soror. Sinuhé, sobresaltado por el entrechocar de la dentadura, a punto estuvo de olvidar la orden de Nietihw y retirar sus manos. Sin embargo, las piezas fueron cayendo, una tras otra, sobre las palmas. Nada más tocar la piel, Sinuhé descubrió maravillado cómo cada uno de los oscuros dientes se convertía en un número. Primero apareció un 3. El siguiente se transformó en un 1. A éste le siguió un 4... Después, otro 1, un 5, un 9, un 2, un 6, hasta que, finalmente, la última pieza dentaria descendió sobre las manos, cambiando su forma por otro diminuto 9, tan azabache y reluciente como sus hermanos...
Nietihw y su compañero, extasiados, no se atrevieron a reaccionar. ¿Qué era y qué significaba aquel caótico puñado de números?
La hija de la raza azul, más audaz que Sinuhé, avanzó hacia su amigo, dispuesta a examinar el montón de números que reposaba entre sus manos. Pero, cuando estaba a punto de tocarlos, las cuencas, nariz y boca de la osamenta empezaron a rezumar sendos hilos de aquel humo verdoso que habían visto introducirse poco antes en su interior. Y Nietihw se contuvo..Las finas columnas de humo fueron envolviendo la calavera, hasta que terminaron por ocultarla bajo una opaca esfera, similar a la nube que había sido arrojada por las fauces de Samej. Y los expedicionarios, con los ojos fijos en aquel globo esmeralda, asistieron entonces a otra rápida y mágica transformación: la etérea esfera experimentó una súbita contracción. Osciló en el aire y, como si se tratase de una bola de cristal, se rompió en pedazos. Miles de verdes fragmentos se precipitaron a cámara lenta sobre la arena.
Al quebrarse, en el lugar que había ocupado la nubecilla esférica surgió una redonda, negra y familiar silueta...
• ¡Ra! -exclamó Sinuhé.
Y su rostro se iluminó ante la inesperada aparición de su viejo amigo. Y el disco, siguiendo su costumbre, le respondió iluminando las letras que le identificaban.
Nietihw tenía prisa por desentrañar aquel nuevo misterio. Y olvidándose del disco -que se mantenía inmóvil sobre la pareja-, dedicó su atención a los números que descansaban sobre las palmas de Sinuhé. Tomó uno y, al separarlo del resto, los demás le siguieron, atraídos por un enigmático magnetismo. El investigador miró a su compañera y ésta, en silencio, se limitó a examinar la cadena de números. Los contó y, cuando estuvo segura, mostró la secuencia a su desconcertado amigo.
• No hay duda -comentó con aire de triunfo-, esta clave nos conducirá a los archivos secretos.
Sinuhé leyó la cadena de números que sostenía Nietihw con ambas manos cautivado por la fuerza que los cohesionaba y que le recordó a la no menos misteriosa adherencia que mostraban las letras de la corona. Pero no acertó a descifrarla. Buscó ayuda en los ojos de su compañera. Ésta, sin embargo, no parecía dispuesta a simplificar el dilema.
• Observa atentamente, Sinuhé.
Éste concentró su mirada en los quince eslabones flotantes, repitiendo la secuencia por tres veces:
• 3... 1... 4... 1... 5... 9... 2... 6... 5... 3... 5... 8... 9... 7... 9. -¿No te dice nada? -insistió Nietihw.
• 3 1 4 1 5....El miembro de la Logia secreta se detuvo. Repasó aquellos primeros cinco dígitos y, tras consultar el resto de la secuencia, sonrió.
• Claro... -repuso al tiempo que acentuaba su sonrisa de satisfacción-, ahora entiendo el porqué de aquella
figura en los ojos de la calavera...
Nietihw aguardó la explicación que, en parte, ya sabía.

• ¡3,1416! Estos números corresponden a los quince primeros elementos del famoso número pi: el número por excelencia; el número trascendente. La mujer asintió.
• Entonces -prosiguió Sinuhé-, la figura que vi en las cuencas...
¡Demonios, ahora caigo: es la misma que aparece grabada en la sortija ...!
• ¿Qué sortija? -inquirió la hija de la raza azul.
Y el investigador, señalando a Ra, explicó a su amigo cómo el disco se convertía en ocasiones en un hermoso y dorado sello cuadrangular, con un altorrelieve en el que podía distinguirse un ser de cabeza cuadrada, de ojos enormes y redondos, con un cuerpo flamígero y sujeto con ambas manos a las jambas de lo que él, en un principio, interpretó como una puerta.
• Ahora entiendo -concluyó-. Ahora sé que esas jambas y el dintel superior no forman una puerta, sino la letra griega pi. Nietihw parecía dudar. Y Sinuhé trató de convencerla.
• Ahora verás...

Levantó su brazo derecho en dirección al disco y pidió a éste que ingresara en su dedo anular. Ra se iluminó con un rojo intenso y, tras lanzar uno de sus flujos de anillos celestes sobre la mano de su amigo, se desmaterializó, reapareciendo en el citado dedo y en forma de sortija. Complacido, alargó la mano hacia el rostro de Nietihw, invitándola a que examinara el sello y la figura labrada en el mismo. La hija de la raza azul le cedió la cadena de números, comprobando el delicado altorrelieve, ahora teñido también por la radiación esmeralda que iluminaba el lugar.
• Sin embargo -reflexionó Sinuhé-, no termino de entender.
Tenemos una secuencia de números, aparentemente relacionada con la letra pi que yo vi sobre esa criatura de cabeza cuadrada y que aparece igualmente en la sortija. Pero, ¿adónde.nos conduce todo ello? ¿Qué es lo que tenemos que buscar?
¿Por qué Samej nos ha entregado un secreto que sólo añade oscuridad a nuestra misión? Nietihw no respondió a las cuestiones planteadas, con toda razón, por su compañero de aventuras. En parte, porque ni ella misma conocía la respuesta ni los agitados sucesos que estaban a punto de producirse. Le bastaba con saber que la búsqueda de los archivos secretos de IURANCHA dependía en buena medida del número pi y de la desconocida criatura que aparecía bajo la letra griega. En el fondo, aquella incertidumbre hacía más atractiva la misión. Y mientras recuperaba la cadena de números, colocándola -a guisa de collar-alrededor del cuello de su amigo, procuró animarle:
• Sinuhé, no desfallezcas. Agurno nos ordenó buscar a Solonia, el serafín que guardó Edén... Quizá la clave entregada por la serpiente nos conduzca hasta él y su espada.
• Sí, quizá... -asintió el soror con cierto desaliento. Y acariciando las negras cuentas de su collar se apresuró a seguir a Nietihw, que había empezado a caminar por la orilla de aquel océano mudo, en dirección a los acantilados que se difuminaban en la lejanía.
Cuando apenas llevaban andados un centenar de metros, Sinuhé se percató de algo que, en el fondo, no te sorprendió excesivamente: sus cámaras no habían saltado con él a aquel mundo irreal. Y aunque Ra seguía allí, en su dedo, la ausencia del equipo fotográfico le produjo una cierta desazón. En realidad, ¿cuál era su cometido en todo aquello? ¿Por qué había sido elegido para acompañar a la hija de la raza azul? Ensimismado en estos y otros pensamientos semejantes, continuó avanzando pesadamente por la verdosa arena de aquella solitaria playa, sin perder de vista ni un solo instante la grácil y ligera figura de Nietihw que, más que caminar, parecía deslizarse.
El roquedo se hallaba ya a un tiro de piedra cuando, de improviso, la mujer se detuvo. Sinuhé la imitó, buscando con la mirada el punto que había llamado su atención. Pero, por más que escudriñó las rocas esmeraldas que se derramaban sobre la.arena, adentrándose en el mar, no percibió nada anormal. El lugar parecía desierto.
• ¿Qué sucede? Nietihw, con los ojos fijos en el acantilado, le indicó que no se moviera. Llevó su mano derecha a la diadema y tomando la letra E la trasladó primero sobre los círculos concéntricos de su pecho, lanzándola a continuación hacia el cielo.
Sinuhé, boquiabierto, vio cómo la E tomaba altura y, a gran velocidad, se perdía entre la tenue atmósfera verde, en dirección a la masa rocosa que cerraba aquel extremo de la playa. En esta ocasión, la letra no aumentó o modificó sus dimensiones y Sinuhé terminó por perderla de vista. Al poco, la E surgía nuevamente entre la bruma, reincorporándose directamente a la corona de Nietihw.
• ¿Qué está pasando? -insistió Sinuhé.
• Eim, la letra que simboliza mi propio oído -le explicó al fin-, ha detectado la presencia de una extraña criatura...
• ¿Dónde? -le interrumpió, alarmado-. Yo no veo a nadie...
• Al otro lado del roquedo. Ven. Sígueme... Y sin el menor titubeo, Nietihw se lanzó a la carrera hacia la zona que acababa de sobrevolar la E.
• Pero...

El intento de Sinuhé por retener a su impetuosa amiga fue estéril. Y a regañadientes, con el corazón alterado y presintiendo un inminente peligro, salió tras ella.
Al trasponer las primeras rocas, Nietihw y su agitado amigo vieron cortado su avance por un segundo murallón rocoso de casi cinco metros de altura. Sinuhé, jadeante, examinó aquella pared, comprendiendo con cierto alivio que sería imposible escalarla y asomarse al otro lado del acantilado. Con un signo de impotencia hizo ver a su amiga que sólo cabía retroceder. Nietihw dudó. Echó mano de su diadema y, tomando la H, la situó también sobre su pecho. Pero, indecisa, la devolvió a su lugar, sobre la frente.
• ¿Qué te sucede? -preguntó, intrigado por el súbito arrepentimiento de Nietihw-. ¿Para qué sirve esa letra?
¿Por qué no la has utilizado?.-Hai, la H -comentó la hija de la raza azul-, es el símbolo del aire..., y nos hubiera permitido volar al otro lado. Pero algo me dice que su ayuda no es aconsejable. El reportero te miró desconcertado.
• La criatura que se encuentra al otro lado de esta roca -añadió-, parece hallarse en peligro y es preferible actuar con sigilo.
Y Nietihw, dirigiendo su mirada hacia las olas que rompían entre el roquedo, invitó a su amigo a que le siguiese.
• Daremos un pequeño rodeo.
Sinuhé tampoco tuvo oportunidad de hacerle ver los posibles riesgos que entrañaba introducirse entre las aguas que se batían silenciosa pero duramente sobre los afilados rompientes.
• ¡Espera!... ¡Quizá Ra pudiera...!

Pero, desoyendo la recomendación de su compañero, continuó saltando y esquivando las rocas, dispuesta, al parecer, a penetrar en el mar. Sin embargo, cuando sus pies tocaron el agua, la mujer volvió a detenerse. Esperó a que Sinuhé llegase a su altura y, acto seguido, tomando de su diadema la W, la puso en contacto con el triple circuito, arrojándola entre las embravecidas olas.
• ¡Waw!... -gritó-, emblema del agua, ¡ábrenos camino!
Y la letra inició una serie de rápidos planeos sobre el mar. A los pocos segundos, aquellas áreas de la superficie marina sobre las que Waw había volado quedaron súbitamente congeladas. Sinuhé no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Las verdosas crestas de las olas sobre las que planeaba la W quedaban petrificadas, convertidas en grandes y destellantes masas rocosas, casi graníticas. A ambos lados de aquel mar solidificado, en cambio, las aguas seguían agitándose...
Concluida su misión, la W, como un dócil bumerang, regresó hasta las sienes de su dueña y señora. Y Nietihw, tomando a Sinuhé de la mano, empezó a caminar sobre la franja de océano cristalizado. El pasillo se adentraba un trecho en el mar para después girar en dirección a la playa, sorteando así el acantilado. Fue en los últimos metros, en el momento en que la pareja estaba a punto de saltar sobre la arena de la orilla, cuando el investigador sintió una sorda vibración bajo sus pies. Una vez en tierra firme, con el corazón en un puño, descubriría la causa.del estremecimiento del singular puente de piedra que les había tendido Waw: la rugosa superficie del estrecho sendero que les había conducido hasta allí empezó a licuarse nuevamente. Y entre el cada vez más frenético oleaje surgió el ondulante lomo de Samej, la serpiente. Un escalofrío recorrió a Sinuhé.
• ¿Hemos caminado sobre su cuerpo? -estalló retrocediendo al divisar entre las aguas los purpúreos ojos del reptil-. ¡Nietihw!
Sinuhé descubrió con desolación que su amiga no se hallaba a su lado. Y sin dejar de retroceder, giró su cabeza en todas direcciones. Pero Nietihw, en efecto, había desaparecido. Y, de pronto, el gigantesco cráneo de Samej emergió de entre las aguas, clavando sus circulares ojos rojos en aquel hombre que, torpemente, trataba de alejarse de la orilla.
La serpiente siguió elevándose sobre el oleaje hasta que la robusta cabeza se halló a una considerable altura. Las placas de la piel, chorreando aquella agua verdosa, reflejaron mil veces la tambaleante figura de Sinuhé quien, aterrorizado, caía una y otra vez en su atropellada huida. Samej avanzó pausadamente. Abandonó las aguas y, arrastrándose sobre su vientre, inició la persecución del investigador.
• ¡Nietihw!... ¡Auxilio!

Y Sinuhé cayó nuevamente sobre la arena. Al volverse hacia el gigantesco reptil el pavor terminó por inmovilizarlo. La cabeza del monstruo se erguía a cinco o seis metros por encima de su cuerpo. En un último intento trató de arrastrarse en dirección a un pequeño grupo de rocas, pero la cola de Samej batió la arena esmeralda, cerrándole el paso. Paralizado por el miedo, vio cómo la serpiente abría sus fauces, dejando al descubierto aquel enjambre de afiladas cuchillas.
• ¡No!... ¡Dios mío!... ¡Ra!
Y siguiendo un postrero impulso, cerró su puño derecho, dirigiéndolo temblorosamente hacia los sanguinolentos ojos del animal.
• ¡Ra, ayúdame!
Al instante, del anillo brotó un viento helado e impetuoso que hizo retroceder a Samej. Sinuhé, ante la salvadora reacción de su amigo, recobró los perdidos ánimos e, incorporándose, siguió.apuntando su puño hacia la serpiente. A pesar de sus convulsiones, parte del cuerpo, erguido aún sobre la arena, empezó a presentar signos de congelación. Los largos colmillos quedaron convertidos en carámbanos y los circulares ojos, empañados por una escarcha igualmente verdosa. Y, de pronto, Samej quedó rígida e inmóvil como un poste. El chorro helado cesó y Sinuhé, sin saber qué hacer, continuó con el brazo extendido, sin dejar de vigilar el cuerpo aparentemente muerto de su enemigo.
Y antes de que el investigador pudiera reaccionar o tomar una decisión, aquella mole cilíndrica se cuarteó en miles de pequeños fragmentos de hielo que cayeron sobre la arena. Desconcertado, bajó su brazo, aproximándose a los restos de Samej. A los pies de Sinuhé no yacían los millares de cristales de hielo en los que había visto descomponerse el cuerpo del reptil. En su lugar, sobre la arena, aparecían un largo arco y una aljaba con una única flecha, todo ello, ¡de hielo!
Dudó. Temía tocarlos. Pero, finalmente, se decidió y, en efecto, comprobó que, tanto el arco como la cuerda, estaban formados por un hielo purísimo y transparente. Examinó también el carcaj y su solitaria flecha, advirtiendo que se hallaban confeccionados con el mismo material. Aquélla, en lugar de terminar en punta, aparecía rematada por una extraña protuberancia.
• ¡Oh!, no es posible...
Al descubrir los perfiles de la insólita cabeza de flecha, nervioso y alarmado, la soltó. Pero la finísima arma, de metro y medió de longitud, no llegó a caer sobre la playa. Como una exhalación buscó la boca de la aljaba, introduciéndose en ella.
Poco faltó para que dejara allí mismo el arco y su carcaj. Pero, repuesto de la primera impresión, volvió a hacerse con la flecha, observándola minuciosamente.
• No es posible... -repitió al cerciorarse de lo que había visto segundos antes.
La flecha, efectivamente, terminaba en una cabeza algo más reducida que un puño: ¡la cabeza de Samej! Esculpida en el hielo podían distinguirse las cerradas fauces de la serpiente, así como sus circulares ojos....Y siguiendo otro de sus naturales impulsos, se echó la aljaba a la espalda, tomando con su izquierda el espigado y frío arco.
Pero, cuando se disponía a localizar a la desaparecida Nietihw, un penetrante alarido retumbó en su cerebro... Al recibir aquel grito desgarrador, creyó identificarlo con la voz de su compañera. Aturdido por la segunda aparición de Samej, la serpiente, no había tenido oportunidad de ocuparse de la repentina ausencia de Nietihw ni de la exploración del lugar en el que se hallaba. Entre la verde transparencia de aquella atmósfera, y en el extremo opuesto al que ahora se encontraba, el investigador distinguió los restos de un navío varado en la arena. Aunque descansaba a varios centenares de pasos, parecía desarbolado y semienterrado al pie del alto talud rocoso que cerraba la playa a partir del roquedo que ambos se habían visto obligados a rodear. Pero, por más que forzó la vista, no advirtió señal alguna de vida junto al casco del barco. El murallón rocoso que habían sorteado le cortaba el paso a su espalda y lo mismo sucedía a su derecha, con el referido talud. A la izquierda se abría aquel océano y, en consecuencia, sólo le quedaba un camino: el que conducía al lugar donde se recortaba el buque.
Adoptando un máximo de precauciones, se dirigió finalmente hacia aquel extremo de la playa. Por más que meditaba sobre ello, no lograba entender por qué la hija de la raza azul le había abandonado en tan críticos instantes y a qué podía deberse aquel afilado alarido.
• Si al menos tuviera la certeza de que Nietihw ha seguido este mismo camino...
Pero la ondulada y verdosa superficie de la playa no presentaba huella alguna. Al llegar a las proximidades del barco perdido, Sinuhé detuvo su marcha. Inspeccionó a conciencia los restos, advirtiendo que, en efecto, estaba ante un vetusto casco de madera de unos cuarenta metros de eslora, encallado bajo el acantilado e inclinado por su mura de babor. Antes de rodearlo, examinó el campanudo casco que se levantaba frente a él, semienterrado por toneladas de aquella arena esmeralda. Rascó las resecas cuadernas, deduciendo que el posible naufragio había tenido.lugar muchos años atrás. Y paso a paso, muy lentamente, se dirigió hacia la popa, con el fin de averiguar qué escondía la cubierta y si, como intuía, aquel grito podía haber partido del otro lado del buque, qué o quién lo había lanzado. Parapetado tras el timón, dirigió una primera mirada a la playa que se extendía desde allí y que, hasta ese momento, había quedado oculta por el casco.
• ¡Oh, no!
La escena que se ofrecía a sus ojos le estremeció. A cosa de un centenar de metros del buque, descubrió sobre la arena el cuerpo inmóvil de Nietihw. A su lado, con los brazos en alto, aparecía una extraña criatura que, en un primer momento, confundió con un niño. Segundos después, al verle bajar los enormes brazos, comprendió con terror que no se trataba de un niño. Aquel ser era idéntico a los que él había visto en la torre y en el bosque de Sotillo. Había, sin embargo, una clara diferencia con aquéllos: esta monstruosa criatura no tenía el cuerpo transparente. Tanto su voluminoso cráneo como el resto del cuerpo presentaban una coloración negruzca.
De pronto, aquel personaje volvió a izar sus brazos por encima de la cabeza. Sinuhé vio brillar algo entre sus manos e intuyendo que su amiga podía correr grave peligro, saltó a un lado del barco. Tomó la flecha de su aljaba y, situándola en contacto con la cuerda de hielo de su arco, procedió a tensarla, apuntando hacia el enorme cráneo del ser. En lugar de quebrarse, aquella cuerda fue cediendo centímetro a centímetro, al tiempo que los músculos de Sinuhé se endurecían como piedras. Al alcanzar la máxima tensión, el investigador asistió perplejo a otro mágico suceso: las cerradas fauces labradas en la cabeza de la flecha se abrieron de par en par y la saeta, sin que el arquero llegara a destensar la cuerda, escapó rauda –como si tuviera vida propia en dirección al monstruoso enano...
Aturdido, no reaccionó. La flecha había perforado la atmósfera verdosa, dejando tras de sí un hilo blanco y
luminoso que, poco a poco, fue difuminándose. Sinuhé hubiera jurado que había apuntado al cráneo, pero la
saeta, en lugar de alcanzar el punto elegido por el improvisado arquero, varió su trayectoria, dando de lleno en el pecho de la criatura..El ser cayó de espaldas, sosteniendo entre sus manos aquel objeto reluciente que, dada la distancia, no acertó a identificar.
Y convencido de que se hallaba muerto o malherido, corrió en dirección a Nietihw. Ésta continuaba tendida sobre la arena, sin ofrecer señal alguna de vida. Pero, cuando le faltaba una veintena de pasos para llegar hasta ella, atónito, detuvo su marcha: entre los oscuros dedos del monstruo se hallaba la dorada y brillante corona de letras de su amiga. Al desviar la mirada hacia Nietihw no sólo confirmó que su diadema había desaparecido de las sienes sino que, además, otro hecho singular le dejó perplejo: al ser despojado del nombre cósmico, el cuerpo de la mujer había perdido su total transparencia, recobrando su primitivo aspecto humano. El desconcierto del investigador fue momentáneo. De improviso, algo negro e informe empezó a culebrear entre la arena, muy cerca del voluminoso cráneo del ser que yacía de espaldas, con la enorme flecha sobre el tórax.
El comprender de qué se trataba, Sinuhé retrocedió descompuesto. Pero aquello sólo parecía interesado en la mágica corona de Nietihw, enredada entre los crispados dedos de la inmóvil criatura. Una mano sarmentosa y oscura había brotado súbitamente entre la arena, avanzando como un pulpo sobre los extendidos y desproporcionados brazos del hombrecillo que, al parecer, había arrebatado la diadema a la hija de la raza azul. Sinuhé sintió cómo se le erizaban los cabellos.
La mano, amputada a la altura de la muñeca, siguió explorando las largas extremidades de la criatura, utilizando sus cinco dedos a manera de tentáculos. Por fin, al llegar junto a las letras, sus dedos índice y pulgar procuraron la liberación de la diadema, arrastrándola seguidamente hacia la verde superficie de la playa. Fue entonces, al comprender las intenciones de la mano cortada, cuando Sinuhé cerró su puño derecho, invocando el nombre de Ra. Pero, al intentar cortar el paso a la mano, que huía ya con el nombre cósmico, nuestro hombre sintió cómo alguien o algo hacía presa en su pie izquierdo. Y, desequilibrado, fue a dar de bruces sobre la arena. Al revolverse contra lo que había provocado su aparatosa caída, sintió cómo su corazón ascendía hasta la boca: otra esquelética y negra.mano, igualmente seccionada por la muñeca, se había enroscado en su tobillo, reteniéndole con titán1ca fuerza. Y Sinuhé, desesperado, vio cómo la primera mano se hundía entre las suaves dunas verdosas, desapareciendo bajo tierra con la corona. Al instante, las puntas de los dedos de una tercera mano se abrieron paso entre los granos de arena, muy cerca del rostro exánime de Nietihw. Y tras ésta aparecieron una cuarta y una quinta y una sexta manos, todas en continuo movimiento y como articuladas por una inteligencia diabólica y subterránea. Y cada una fue a aferrarse a un extremo de la túnica celeste, tirando de la mujer con evidente intención de sepultarla.
• ¡Oh, no...!

Sinuhé, caído sobre la arena, intentó zafarse de la mano que te retenía, pero todas sus convulsiones y patadas fueron inútiles.
Y horrorizado comprobó cómo aquellas cuatro manos empezaban a enterrar el cuerpo indefenso de su amiga...
• ¡Ra!
El grito de Sinuhé tuvo una respuesta fulminante. Al cerrar de nuevo su puño derecho, apuntando el anillo hacia el cuerpo de Nietihw, cuyas piernas habían desaparecido ya bajo la arena, de la sortija escapó un humo blanco que, vertiginosamente, fue adoptando una forma humana. Sinuhé no necesitó mucho tiempo para identificarla: ¡era él mismo!
¿Qué pretendía Ra creando aquel brumoso doble suyo?
Inmovilizado por el abrazo de la férrea mano, el investigador descubrió asombrado cómo en el pecho de aquel segundo Sinuhé habían aparecido unas enigmáticas letras, labradas igualmente en humo:
ALEF - MEN - TAV.
Estos caracteres hebreos, dispuestos en este orden, formaban la palabra EMET (verdad). Pero Sinuhé, aturdido ante el cada vez más rápido hundimiento del cuerpo de su compañera en la arena, no acertó a intuir en aquellos dramáticos momentos los propósitos de su amigo. E, irritado al ver cómo las tétricas manos seguían arrastrando a Nietihw hacia Dios sabe qué abismo, interpeló a Ra por segunda vez, urgiéndole a que los liberase de aquella nueva pesadilla. Por toda respuesta, la.blanca y humeante escultura se arrodilló junto al casi desaparecido cuerpo de la hija de la raza azul, soplando con todo su poder sobre el pálido rostro de la mujer. Y por la boca del doble surgió un chorro de letras: las mismas que lucía en el tórax. Al momento, la delicada epidermis de Nietihw quedó cubierta por una especie de nieve, cuyos copos no eran otra cosa que cientos de alef, men y tav. Y ante la sorpresa del verdadero Sinuhé, el progresivo hundimiento de su amiga se vio interrumpido. E inmediatamente, como si hubieran sido alertadas por «algo» mucho más codiciado que el cuerpo que arrastraban a las profundidades de aquella playa, se destacaron entre la arena los famélicos y amenazadores dedos de las cuatro manos. Y todas ellas, al unísono, se dirigieron hacia la nevada faz de la señora.
Impasible, el segundo Sinuhé -del que se desprendían continuos y finos jirones de humo blanco- esperó a que las cuatro amputadas manos cabalgaran hasta detenerse sobre la cara de Nietihw. Una vez allí, cada una de las manos, visiblemente irritadas, se dedicó a pulverizar entre sus dedos los cientos de consonantes hebreas. Aquél, sin duda, era el momento esperado por la criatura que había creado Ra... Y antes de que las destructoras manos pudieran reaccionar, el doble abrió nuevamente su boca, practicando una profunda aspiración. Y ante la perplejidad de Sinuhé, todas las alef que aún reposaban sobre la cara de Nietihw se vieron absorbidas por la potente aspiración, penetrando de nuevo en aquella humeante figura.
Sobre el rostro sólo permanecieron las men y tav, formando así una nueva y súbita palabra: muerte. Las manos, desprevenidas, se abrieron al contacto con la muerte. Pero era demasiado tarde. Los cientos de men y tav, a su vez, habían empezado a devorarlas. Y en segundos, las negras garras quedaron reducidas a sendas osamentas.
El doble giró entonces hacia la última mano: la que seguía aprisionando el pie del investigador. Pero, cuando se disponía a repetir la operación, los dedos soltaron el tobillo de Sinuhé, hundiéndose como escorpiones entre la arena esmeralda.
Y de la misma forma que había surgido, así vi o extinguirse Sinuhé a su otro yo: sin que nadie pudiera evitarlo, el humo.blanco fue absorbido de nuevo por la sortija, desapareciendo en un instante. Sinuhé se precipitó entonces sobre el inmóvil cuerpo de su amiga. Sacudió de su rostro los restos de aquella nieve, arrojando lejos las esqueléticas garras. Y no sin esfuerzo pudo al fin desenterrar a Nietihw. Su cuerpo, en efecto, había vuelto a ser el de siempre. Y su amigo, alarmado, comprobó cómo su corazón permanecía mudo.
• ¡No!... ¡Nietihw!
Todos sus intentos por reanimarla fueron inútiles. La hija de la raza azul, sumida en una total palidez, parecía efectivamente muerta. Desconsolado, se arrodilló junto a ella y abrazándose a su cabeza, se vio sorprendido por un amargo llanto. Pero, de pronto, arrastrado por una súbita indignación, arrancó la sortija de su dedo y maldiciendo la aparente pasividad de Ra, la arrojó violentamente hacia los restos del navío.
• ¿Por qué?... ¿Por qué lo has permitido?
Cegado por la rabia y el sufrimiento, Sinuhé no reparó en otro suceso sorprendente: de las profundidades de aquel firmamento tenebroso surgió de repente el aleteo de un pájaro. Y tomando en su pico el anillo, voló hacia la pareja, posándose sobre el vientre de Nietihw.
Sinuhé, receloso, trató de espantar al enorme cuervo. Pero este, tras engullir la sortija, abrió de nuevo su negro pico, exclamando con voz grave:
• ¡Hijos de IURANCHA! ¡No temáis! He venido a saldar mi vieja deuda.
Sinuhé retrocedió alarmado ante aquella ave parlante.
• Al principio de los tiempos -prosiguió el cuervo-, uno de mis antepasados desobedeció a un humano llamado Noé. Fue soltado después del gran diluvio, pero no regresó al arca. Por ello, y en castigo a su desobediencia, su blanco y primitivo plumaje fue cambiado por otro negro y sombrío. Y el pájaro dio unos cortos pasos sobre el cuerpo de Nietihw, introduciendo su pico en uno de los bolsillos de la túnica. Al retirarlo, apareció el pequeño frasco de cristal que contenía los luminosos y misteriosos gránulos de arena recogidos por Sinuhé en el calvero del bosque y que habían constituido su singular.regalo de cumpleaños. Sinuhé ignoraba, por supuesto, que Gloria o Nietihw lo hubiera escondido en el fondo de su túnica.

El cuervo, saltando sobre la arena, fue a depositarlo a los pies de su desconcertado y mudo observador.
• Ahora estamos en paz -repuso el cuervo dirigiendo sus ojos azabaches hacia Sinuhé-. Será suficiente que los labios de tu compañera toquen los ibos para que vuelva a la vida.
• ¿Los ibos? -preguntó extrañado-. ¿Qué son?
Y el pájaro, tras picotear vanas veces la pared de vidrio del recipiente que yacía sobre la arena, abrió sus alas, dispuesto a remontar el vuelo.
• Algún día, en IURANCHA -sentenció- a los ibos les llamarán tiempo.
Sin más, batió su plumaje, elevándose entre la luz esmeralda.
Pero, cuando apenas si había iniciado el vuelo, la oscura tonalidad de su cuerpo desapareció, siendo sustituida por otra blanca y deslumbrante. Y el cuervo siguió alejándose hacia el sol negro del que había surgido. Indeciso, Sinuhé contempló el frasco de arena. No sabía cómo, pero en todo aquello adivinaba la mano de Ra. Sin embargo, su amigo había sido tragado por aquel oportuno cuervo blanco. Y este pensamiento volvió a intranquilizarle. Desvió los ojos hacia Nietihw y, al verla inmóvil e indefensa, supo que la misión de búsqueda de los archivos secretos de IURANCHA había llegado a un momento sumamente delicado: él había perdido a Ra y Nietihw su corona mágica...
Pero, acostumbrado desde siempre a los cambios de suerte, no se dejó abatir. Recogió el providencial regalo de cumpleaños y, tras examinarlo, clavó sus rodillas junto al cuerpo de la hija de la raza azul. Abrió el recipiente e, incorporando ligeramente la cabeza de Nietihw, aproximó la boca del frasco a los lívidos labios de aquélla. Los gránulos se deslizaron entre destellos hasta tocar a Nietihw. En ese instante, al posarse sobre los labios, cada una de las partículas de aquella arena cenicienta perdió su luminosidad, convirtiéndose en microscópicas gotas doradas. Al contacto con aquella especie de oro potable, Nietihw reaccionó. Sinuhé sintió cómo el cuerpo de su compañera se.estremecía. Sus labios se entreabrieron y el puñado de ibos desapareció en su boca.
• ¡Nietihw!
Presa de una intensa emoción, fue asistiendo a la progresiva recuperación de la mujer. La palidez se esfumó y, al poco, sus ojos se abrieron.
• ¡Oh!... ¡Nietihw!, ¿qué te ocurre?
La mujer parpadeó. Finalmente fijó la mirada en el asustado rostro de su compañero. Y Sinuhé pudo verificar cómo sus hermosas pupilas emanaban sendos abanicos luminosos, formados por los siete colores del arco iris.
A cada parpadeo, los arcos iris desaparecían, reapareciendo cuando Nietihw sostenía sus ojos abiertos. Y
aquellos haces multicolores -según pudo comprobar el investigador- llegaban a propagarse hasta la persona, cosa o lugar que constituían el objetivo de la visión de Nietihw. Así, cuando la hija de la raza azul -totalmente repuesta-, se decidió a incorporarse, las estelas de colores que partían de sus ojos iluminaron primero su propio cuerpo y, acto seguido, a la criatura que yacía sobre la playa, la flecha y, por último, los alejados restos del navío varado.
La pregunta fatal no tardaría en producirse. Nietihw llevó las manos a sus cabellos y, al descubrir que su diadema había desaparecido, interrogó a su silencioso compañero. Éste se limitó a señalar al ser que permanecía junto a ellos.
• ¿Qué ha sucedido? -le imploró, bañando el rostro de Sinuhé con aquellos catorce colores.
El investigador pasó a relatarle cuanto había vivido y presenciado y, al concluir, le interrogó a su vez sobre la razón por la que le había dejado solo en presencia de Samej, la serpiente. Nietihw, con evidentes muestras de desaliento, se dejó caer sobre la arena. Hundió su rostro entre las rodillas y comenzó a sollozar. Pero no todo estaba perdido. Y Sinuhé, conmovido, se apresuró a consolarla. Al levantar su cabeza, el joven observó maravillado cómo las lágrimas de su amiga, en lugar de resbalar por las mejillas, eran capturadas por los abanicos de luz, deslizándose por ellos como la lluvia sobre el cristal. Y algunas de aquellas lágrimas pasaron de esta forma a los ojos y al rostro.del propio Sinuhé, quien, perplejo, sintió cómo la zozobra y la tristeza de su amiga inundaban igualmente su corazón.
• Lo siento, Sinuhé -repuso la hija de la raza azul, haciendo un esfuerzo por recordar, Elm (la E) me había puesto sobre aviso de algo... Mejor dicho, de alguien.

Sinuhé asintió, trayendo a su memoria el lanzamiento de aquella letra por encima del acantilado.
• Luego, al pisar la playa, todo fue muy rápido y confuso... Sin proponérmelo, la «W» saltó de mi diadema y me vi arrastrada por ella hasta este mismo lugar. Tendida en la arena, casi como ahora, se hallaba esa u otra criatura muy parecida. Me incliné sobre ella y, cuando casi estaba convencida de que se hallaba muerta, sus brazos se dispararon hacia mí. A partir de ese momento, no puedo recordar...
• No lo sé de cierto -añadió Sinuhé-, pero es casi seguro que sólo buscaba tu corona...
La pareja guardó silencio. Y ambos, movidos por el mismo pensamiento, dirigieron sus miradas hacia el ser que había provocado aquella inesperada catástrofe.
Sin embargo, como había intuido Sinuhé, no todo estaba perdido... Al observar cómo Nietihw tomaba el frasco de arena entre sus manos, se decidió a formular el pensamiento que acababa de nacer en su mente y que, evidentemente, era compartido por su amiga:
• ¿Crees que los ibos podrán...?
• Pronto lo averiguaremos -replicó la mujer, dirigiéndose con decisión hacia la criatura. Pero, al llegar hasta el pequeño ser, Sinuhé retuvo a su compañera.
• Un momento...
E inclinándose sobre el enjuto cuerpecillo descubrió con cierta alarma cómo la cabeza de la flecha, en lugar de perforar el pecho, había mordido con sus fauces la negra y rugosa piel, justamente en el punto donde la criatura presentaba aquel extraño emblema: un círculo rojo con otro más pequeño y negro en el centro.
• ¡Dios!....-¿Qué ocurre? -preguntó Nietihw intrigada. Sinuhé le mostró aquella especie de escudo y en tono solemne anunció.
• Esta criatura lleva sobre su pecho la bandera de Lucifer...

Debemos actuar con precaución.
Nietihw retrocedió asustada. Su compañero, con gran sigilo y meticulosidad, procedió a estudiar el cuerpo del presumible servidor del Maligno. Tal y como había sospechado, la estructura de aquel ser era casi idéntica a las de aquellos que él había visto en Sotillo: una enorme cabeza, provista de dos minúsculos ojos, tan negros como su piel y rodeados de aquella extraña y repulsiva callosidad y, en el lugar que debería ocupar la boca, una especie de orificio igualmente circular.
Sinuhé no acertó a descubrir fosas nasales ni oídos. El resto del cuerpo -de un metro escaso de longitudaparecía cubierto y protegido por una piel correosa. Los brazos, extremadamente largos y delgados, se proyectaban por debajo de las rodillas, terminando en unas manos casi infantiles, con cinco dedos iguales, pero sin pulgares. Los piececillos, en cambio, carecían de dedos.
Tampoco disponía de sexo. Sinuhé, consternado, no supo explicarse por qué aquella monstruosa criatura no ofrecía un cuerpo transparente como los que él había visto en las ocasiones precedentes. ¿Qué podía provocar aquella sustancial diferencia? Si el inquieto investigador hubiera podido conocer en aquellos momentos las tumultuosas circunstancias a través de las cuales llegaría a desvelar este nuevo misterio, lo más probable es que allí mismo hubiera rogado por el fulminante fin de su misión... Pero Sinuhé, absorto en aquella minuciosa exploración, no podía imaginar lo que les deparaba el destino.
Al reparar de nuevo en las fauces de la flecha observó con preocupación cómo entre los colmillos de hielo, que aprisionaban y desgarraban parte del tórax, no aparecía sangre.
Desconfiado, pegó su oído al pecho pero, tras una atenta escucha, no percibió sonido alguno. 0 aquel ser carecía de corazón o, cosa probable, se hallaba realmente muerto... Y algo más sereno se dispuso a arrancarle la saeta. Nietihw había vencido parte de su miedo y, arrodillándose junto a su amigo, preparó el frasco con los ibos..Nada más cerrar su mano sobre el fuste de hielo de la flecha, la reducida cabeza de Samej cobró vida y sus fauces se abrieron, dejando libre su presa. Sinuhé soltó la saeta y ésta, trazando una curva sobre su cabeza, fue a introducirse en la aljaba.
La pareja, expectante, aguardó. Pero la criatura siguió inmóvil, con los vidriosos ojos fijos en aquel cielo verde-esmeralda.
Y Sinuhé, armándose de valor, pasó su brazo izquierdo por debajo de la campanuda cabeza, despegándola de la arena.
Cuando su mano rozó aquella piel rugosa como el esparto, un escalofrío le recorrió las vísceras. Procurando disimular, animó a su amiga para que abriera el recipiente y vertiese parte de la destellante arena sobre el tenebroso agujero que parecía servirle de boca...
Y Nietihw, con manos temblorosas, aproximó el frasco al rostro del monstruo. Como medida de precaución, Sinuhé rogó a su compañera que se apartase. Sujetó los brazos de la criatura con gran firmeza y esperó.
Los finísimos y destellantes granos de arena que el cuervo blanco había denominado ibos, y que el investigador había empezado a identificar con porciones de tiempo, habían ido cayendo sobre la boca circular del ser. Y, al igual que sucediera con la hija de la raza azul, no tardaron en convertirse en aquel oro líquido. Pero, ¿tendrían el mismo efecto revitalizador que en el caso de Nietihw?
La respuesta no se hizo esperar...
Lo primero que llamó la atención de los jóvenes iuranchianos fue una potente luminosidad en el emblema situado en el centro del pecho. Por las numerosas dentelladas practicadas por la triple fila de dientes de Samej surgieron otros tantos hilos de luz, de un vivo escarlata. Una misteriosa actividad había empezado a producirse en el interior de la criatura.
Curiosamente, la mordedura de la serpiente había dejado sobre la bandera de Lucifer una figura familiar: los tres anillos concéntricos que constituían, precisamente, el símbolo contrario: el de Micael. Cada uno de estos círculos se hallaba formado por veinticuatro pequeños orificios, provocados, como digo, por los colmillos de la flecha de hielo. En total -según.contó Sinuhé-, los tres círculos sumaban 72 hendiduras, por las que escapaban otros tantos rayos luminosos.
Fascinados por aquella triple corona escarlata que brotaba de su tórax, ni Sinuhé ni Nietihw advirtieron cómo los ojos de la criatura empezaban a parpadear... Y, poco a poco, la luminosidad rojiza fue perdiendo fuerza, hasta apagarse por completo. Y la criatura, levantando su enorme cráneo, clavó sus ojos en la mujer. Nietihw, pálida, no pudo separar su mirada de aquellos impenetrables círculos. Y durante algunos minutos, sus catorce colores fueron misteriosamente absorbidos por las negras y opacas paredes que formaban tales ojos. El rostro de Sinuhé había quedado a poco más de un palmo de aquella horrenda cabeza. Consciente del riesgo que podía suponer soltar los brazos de la criatura, continuó en la misma postura: de rodillas y a horcajadas sobre el frágil cuerpo.
El ser debió percibir el progresivo miedo, de Sinuhé. Giró entonces su cabeza hacia él y el orificio que le servía de boca se abrió. Y ante la sorpresa de la pareja, exclamó con voz ronca y cavernosa:
• Os doy las gracias por haberme concedido un nuevo período de vida... No temáis. Aunque mi misión, como la de mis hermanos, los medianes primarios, consiste en aniquilaros, en mi memoria quedan restos de un sentimiento que, ahora, es más fuerte que la orden de Belzebú...
Sinuhé, desconcertado, interrogó a su amiga con la mirada. Y Nietihw, convencida de la sinceridad del median, hizo un geste de aprobación.
Sinuhé procedió a soltar a la criatura. Sin embargo, receloso, echó mano al instante de la flecha de hielo, apuntando con ella hacia el emblema de Lucifer.
El median se puso en pie y, moviendo su cabeza negativamente, reprochó la actitud amenazante del joven:
• Mi nombre es Vana y, como os he dicho, mis creadores (Van y Amadon) supieron dotarme desde un principio del sentimiento de gratitud. ¿Cómo puedo demostrarlo?
• Si es cierto lo que dices -intervino Nietihw-, dinos cómo llegar hasta Solonia, el guardián de Edén...
Vana pareció dudar. Pero, finalmente, llevando su mano izquierda sobre los círculos rojo y negro de su pecho, habló así:.-Otros 40 000 seres como yo, residentes en IURANCHA desde la llegada de los Cien de Caligastía, velan por la seguridad de los archivos que buscáis con tanto empeño... Voy a saldar mi deuda de gratitud hacia vosotros porque (estoy seguro) mi revelación no pone en peligro el sagrado secreto que envuelve tales archivos... A Solonla sólo puede llegarse a través de los hombres Pi.
• ¿Los hombres Pi? -preguntó Sinuhé al tiempo que devolvía la saeta a su carcal- ¿Quiénes son?
El median guardó silencio. Dio varios pasos en dirección a su interlocutor y, tomando entre sus dedos el collar de números que colgaba del cuello de Sinuhé, repuso:
• ¿Y tú me lo preguntas?... Sólo los miembros de la Orden del Gran Número pueden llevar este distintivo... Sin embargo –pareció reflexionar Vana-, es evidente que ni tú ni la mujer sois hombres Pi.
Nietihw, cada vez más inquieta, no dejó terminar a la criatura:
• ¿Y cómo podemos llegar hasta ellos?
El median se volvió entonces hacia el barco y, dirigiendo su brazo izquierdo hacia los restos, repuso:
• Dalamachia...

Antes de que pudiera proseguir, la superficie de la arena sobre la que se encontraban empezó a agitarse. Y Vana, Nietihw y Sinuhé descubrieron con horror cómo decenas de oscuros y nerviosos dedos aparecían entre sus pies...
• ¡Las golem!... ¡Huid!... ¡Son las golem!
La voz del median se quebró. Una veintena de aquellas sarmentosas manos había hecho presa en sus famélicas piernas, arrastrándole hacia el interior de la tierra.
• ¡Huid!
Sinuhé esquivó de un salto las primeras garras que reptaban ya hacia él y tomando del brazo a su compañera, la arrastró en dirección al navío varado...
Nietihw, presa del pánico, obedeció a su amigo, corriendo con desesperación. Sinuhé volvió el rostro y observó cómo la cabeza de Vana desaparecía, engullida entre remolinos de polvo esmeralda..Cuando el median fue definitivamente tragado, un enjambre de aquellas huesudas garras, saltando y avanzando como un ejército de oscuras arañas, se precipitó tras la pareja. Jadeantes siguieron corriendo hacia el casco, pero el avance sobre la arena resultaba cada vez más lento y fatigoso. Y las manos, mucho más ágiles, fueron ganando terreno.
Cuando apenas faltaban cincuenta metros para alcanzar el buque, una de las garras, más veloz que el resto, hizo presa en la túnica de Nietihw. Y la hija de la raza azul, al sentirla, se detuvo, paralizada por el miedo.
• ¡No! -le gritó Sinuhé- ¡Sigue!... ¡Sigue!

Los afilados dedos empezaron a tirar hacía el suelo, mientras el resto de las manos, adivinando la crítica situación de los humanos, frenó igualmente su atropellado avance, deslizándose ahora con movimientos lentos y calculados.
Sinuhé, sin pensarlo, extrajo la flecha de hielo y, levantándola por encima de su cabeza, asestó un preciso golpe sobre la garra.
Y las fauces de Samej, abiertas desde el instante mismo en que fuera retirada de la aljaba, se cerraron como un cepo mortal sobre las nervudas articulaciones de la cara posterior. Los dedos, heridos por la cabeza de la saeta, soltaron la túnica y Nietihw, ante los imperiosos gritos de su compañero, siguió huyendo hacia el barco. El investigador, sin pérdida de tiempo, colocó la flecha en su arco y, apuntando hacia el hervidero de garras, disparó. Pero la saeta, con su presa entre los dientes, fue a caer en la arena, entre el arquero y el enfurecido enjambre. Al punto, ante los atónitos ojos del iuranchiano, entre continuos estertores, las puntas de aquellos cinco agonizantes dedos comenzaron a prolongarse, apareciendo en cada una de ellas sendas cabezas de serpiente. Y las nuevas cinco Samej cayeron a su vez sobre otras tantas garras. Y éstas, sufriendo idéntica metamorfosis, fueron a clavarse sobre el resto de las manos que, desconcertadas, empezaron a retroceder. Sinuhé, aprovechando la confusión, corrió tras los pasos de Nietihw. Ésta, desde lo alto de la cubierta del navío, tenía los ojos fijos en aquel cimbreante bosque de implacables serpientes que, poco a poco, había ido exterminando a las diabólicas y enigmáticas golem..Sin respiración, su compañero alcanzó al fin el inclinado casco.
Pero, antes de saltar junto a Nietihw, algo le llamó la atención.
En aquella banda de babor, junto a la proa, podía leerse aún un desgastado nombre: DALAMACHIA. Al verle aparecer sobre la carcomida cubierta, Nietihw, presa de un ataque de nervios, se arrojó en brazos de su amigo.
Sinuhé, sin perder de vista la singular batalla que tenía lugar sobre la playa, acarició sus cabellos, procurando tranquilizarla.
Sin embargo, cuando sus corazones latían aún vertiginosamente, otro suceso vino a conmocionarles: de improviso, aquella atmósfera verdosa que les envolvía se oscureció. Y todo quedó sumido en una luz violeta...
• ¡Dios mío!... ¿Qué es esto?
Ante el desconcierto de la pareja, el sol negro corría ya muy próximo al horizonte, a punto prácticamente de ocultarse tras una de las cadenas montañosas.
• Debemos darnos prisa -reaccionó Sinuhé, intuyendo que aquellos cambios de coloración en la atmósfera debían guardar una estrecha relación con el movimiento del extraño sol-; es preciso que busquemos el camino hacia los hombres Pi...
Nietihw asintió.
Aquella brusca oscuridad violácea, sin embargo, había venido a complicar la ya angustiosa situación de nuestros amigos. La cubierta del buque apenas si era visible y la playa, por supuesto, sólo constituía una tenebrosa incógnita. ¿Qué había sucedido con Samej?
Sinuhé comprobó que la saeta no había regresado a su aljaba. Y un inquietante pensamiento comenzó a hostigarle: ¿habrían vencido las golem a su única aliada?
Ni la hija de la raza azul ni su compañero estaban dispuestos a esperar el resultado de aquel sangriento encuentro entre la cabeza de la serpiente y las manos amputadas. Y Sinuhé, recordando la última indicación de Vana, el median rebelde, sugirió a Nietihw que descendieran cuanto antes a las profundidades de la embarcación. Quizá allí, en alguna parte del viejo casco, encontrasen el camino hacia los enigmáticos hombres Pi..La mujer, movida por un irrefrenable deseo de alejarse de las golem, accedió al momento. Los haces multicolores de sus ojos iluminaron la cubierta, descubriendo hacía popa la que parecía la única entrada. Los arcos iris de la mujer exploraron fugazmente la oscura cámara y, tras lanzar una última ojeada a la playa, Sinuhé introdujo su arco de hielo por el escotillón, comprobando con gran contrariedad que la distancia hasta el fondo de la bodega era superior a los cinco metros. ¿Cómo podían salvar semejante altura? Ra había desaparecido y, para colmo, la diadema cósmica de Nietihw había sido robada y enterrada por una de aquellas golem...
La mujer comprendió el problema y, señalando el collar de números que portaba su amigo, le sugirió que lo utilizase.
• Pero, si apenas alcanza medio metro de longitud... –esgrimió Sinuhé, descartando la idea.
Nietihw sonrió y tomando el collar entre sus manos le pidió que recordase a qué letra hebrea se hallaba ligado el número pi.
• A samej -contestó aquél, sin saber adónde quería ir a parar.
• ¿Y cual es su valor numérico? -insistió la hija de la raza azul.
• Sesenta... ¡Claro! -descubrió al fin el miembro de la Orden de la Sabiduría-. ¡Sesenta!
Y haciéndose con la cadena de números flotantes invocó la letra y su número sagrado:
• ¡Samej!... ¡Sesenta!
Al momento, a los quince primeros dígitos del número pi se encadenaron otros cuarenta y cinco, hasta formar una secuencia de sesenta.
Y sin dudarlo, Sinuhé arrojó por el escotillón la mágica cuerda de números. Y Nietihw, con gran decisión, fue la primera en descender por la improvisada escala.
El investigador dudó. ¿Clavaba el primer número -el 3- en el marco de madera del escotillón y se deslizaba así hasta la bodega, o recogía la cuerda y salvaba la distancia de un salto? Si se inclinaba por la primera solución, lo más probable es que no pudiera recuperar su collar, ahora convertido en un largo cabo... Y en una de sus típicas reacciones, arrolló nerviosamente la cadena en torno a su cintura, lanzándose al vacío..Al verlo caer, Nietihw profirió un grito, ocultando el rostro entre sus manos. Y al cerrar sus ojos, la oscuridad en el fondo del barco fue total.
Sinuhé, en su celo por conservar la mágica cuerda, no había calculado bien la distancia. En realidad eran siete los metros que debía salvar. Y, cuando estaba a punto de estrellarse, algo vino a frenar la caída. La hija de la raza azul retiró sus manos y los haces de colores volvieron a iluminar el lugar. El cuerpo del inconsciente reportero se balanceaba como una pluma a poco más de metro y medio del suelo. Nietihw acudió en su ayuda, descubriendo entonces por qué su amigo había quedado providencialmente suspendido en el aire: Samej, la saeta de hielo, aparecía cimbreante a su espalda, con sus fauces clavadas en el cinturón de números.
Lentamente, la flecha fue descendiendo, hasta que los pies de Sinuhé tocaron el fondo de la bodega. Una vez a salvo, la cabeza de la serpiente soltó su presa, reincorporándose al vacío carcaj. Repuestos del susto, ambos se dedicaron a una exhaustiva exploración del lugar. Los ojos de Nietihw, única fuente de iluminación, recorrieron la estancia, comprobando con sorpresa que se hallaban en una reducida y vacía estancia... de forma piramidal. Curiosamente, el vértice donde confluían los cuatro inclinadísimos tabiques lo constituía el escotillón por el que acababan de bajar.
A los pocos minutos, sorpresa y desilusión eran los sentimientos dominantes en los corazones de nuestros aventureros. Sorpresa porque, según pudieron verificar, aquellas cuatro caras de la pirámide no estaban construidas a base de madera, como la cubierta y el exterior del casco. Los supuestos mamparos se hallaban formados por veintitrés hileras de piedras cada uno. Y cada hilera, a su vez, integrada por graníticos bloques rectangulares...
Desilusión porque, por más que palparon y revisaron, allí no había puerta o conducto algunos.
• ¿Qué es esto...? ¿Habremos equivocado el camino? –manifestó Sinuhé, dirigiendo una impaciente mirada a la violácea claridad que se recortaba desde el escotillón..Pero su compañera, semiarrodillada frente a uno de los muros, no parecía atender los comentarios de su amigo. Sus dos abanicos multicolores se hallaban concentrados en una misteriosa pintura en la que apenas habían reparado hasta ese momento. Sinuhé, cada vez más inquieto, seguía hablando solo, tentando con frenesí aquellas hileras de frías piedras, trazadas y ajustadas de forma impecable. Y, de pronto, sin saber por qué, tuvo el presentimiento de que habían caído en una trampa...

Sin embargo, optó por silenciar aquella súbita sensación. E, intrigado por el silencio de su compañera, terminó por unirse a ella. Ante sus ojos, ocupando buena parte de uno de los muros, aparecía, no una pintura, sino un delicado relieve, tallado sobre la apretada red de bloques rectangulares. Los catorce colores que emanaban de Nietihw fueron paseándose de arriba abajo y de izquierda a derecha, mostrando al miembro de la Escuela de la Sabiduría una conocida muestra del milenario arte egipcio:
un círculo -símbolo del dios Ra-, del que partían nueve largos rayos luminosos cuyos extremos eran rematados por sendas manos humanas. Tras unos minutos de atenta observación, Sinuhé pidió a la hija de la raza azul que concentrase toda su luz en aquellas manos. Nietihw obedeció, descubriendo, a su vez, que, en cada una de las palmas, aparecía labrada una pequeña letra hebrea.
... D... A... L... A... M... A... CH... I... A...
La voz del investigador, leyendo y traduciendo cada uno de estos caracteres, se propagó por el estrecho y puntiagudo recinto con un eco solemne.
• Dalamachia -repitió Sinuhé, sumido en profundas cavilaciones.

Pero el insólito criptograma no concluía ahí. Nietihw bajó los ojos, iluminando al pie del ideograma una serie de jeroglíficos. Y el soror, adiestrado por la Logia secreta en la lectura e interpretación de la triple escritura de Egipto -la jeroglífica, la hierática y la demótica-, no tardaría en comprobar que aquellos grafismos correspondían a esta última: la de los muy iniciados...
Nietihw dejó que su compañero ultimara la traducción de la referida leyenda. Y, al fin, con una exclamación de triunfo, procedió a leer en voz alta:.-Si, Nietihw... Ahora comprendo. Escucha: ¡Oh Ra!... La lengua sagrada ilumina el número de tu ojo: llave de Dalamachia.
La mujer, sin comprender el significado de aquellas palabras, le rogó que se explicase con claridad.
• Alguien (no sé quién) ha escrito en este muro la clave para entrar en Dalamachia...
• Pero -le interrumpió la hija de la raza azul- ¿qué es Dalamachia?
Sinuhé se encogió de hombros.
• Eso no lo sé... Sin embargo, tal y corno nos indicó Vana, ese nombre debe guardar alguna relación con los hombres Pi... Y la única forma de averiguarlo es poner en práctica lo que esconde este relieve.
• ¿Y qué debemos hacer?
• Observa -señaló el joven-que la lengua sagrada en cuestión sólo puede ser la hebraica: la que forma la palabra Dalamachia.
• Sigo sin comprender...
• Observa igualmente -continuó Sinuhé con un creciente entusiasmo-que cada una de estas letras hebreas tiene un valor numérico... Pues bien, si sumamos todos y cada uno de esos valores, ¿qué número crees que se obtiene?
Esta vez fue Nietihw la que se encogió de hombros.
• ¡El seis! -estalló Sinuhé.
• Otra vez el seis... -murmuró la mujer con un cierto aire de preocupación.
• Sí. Fíjate... No hay duda...
Y Sinuhé, arrodillándose frente a las nueve manos, entonó la primera letra -la D-, como si de un mantra se tratase:
• ¡Daleth!.... el cuatro...
El eco se propagó por la pequeña pirámide y, de pronto, en el centro del disco o círculo superior se destacó un intenso punto rojo.
• ¡Dios mío!... ¡Sinuhé: mira!
Estupefacta, la pareja permaneció unos segundos con la vista fija en el redondel de piedra. ¿De dónde procedía aquella luz rojiza?
Sinuhé, comprendiendo que el canto de cada una de aquellas letras provocaba la activación de algún resorte o mecanismo secreto en el círculo, se apresuró a entonar la segunda:.-¡Aleph!..., el uno. Un nuevo eco se confundió con los restos del primero y, tal y como había supuesto, un segundo punto rojo apareció en el símbolo solar.
• ¡Lamed!..., el treinta. Corno un milagro, al pronunciar la L, una tercera ascua escarlata brilló en el gran círculo.
• ¡Aleph!..., el uno.
• ¡Mem!..., el cuarenta.
• ¡Aleph!..., el uno.
• ¡Cheth!..., el ocho.
Al cantar la CH, un séptimo punto -también rojizo- se abrió en el disco y Nietihw, que seguía iluminando la parte superior del relieve con sus arcos iris, susurró al tiempo que se aferraba, temerosa, al brazo del exultante Sinuhé:
• ¡No sigas!
Pero, haciendo caso omiso de las cautas palabras de la mujer, entonó la penúltima letra:
• ¡Yod!..., el diez.
En el centro del círculo, los ocho puntos formaban ya la figura de un «6» de un vivísimo escarlata. Y Sinuhé, al verlo, repitió victorioso la leyenda que acompañaba el ideograma:
• Sólo la lengua sagrada ilumina el número de tu ojo: llave de Dalamachia.
Pero, antes de que el investigador llegara a cantar la última A, una corriente de aire helado procedente del escotillón los indujo a mirar hacia lo alto...
Los haces multicolores de los ojos de Nietihw iluminaron entonces una figura cuadrangular. Se hallaba suspendida a corta distancia sobre la boca -también cuadrada-por la que habían penetrado en el interior del barco. Y la pareja, intuyendo nuevos y graves acontecimientos, se apresuró a situarse en la vertical del referido escotillón. En esos precisos momentos, mientras observaban cómo aquella especie de losa se precipitaba hacia el truncado vértice de la pirámide, Sinuhé experimentó nuevamente la angustiosa sensación de que habían caído en una trampa. El chasquido de la pieza, encajando y cerrando el escotillón, fue la trágica confirmación.
• ¡Oh, no!... ¡Estamos atrapados!.Nietihw, temblorosa, se aferró de nuevo a Sinuhé, implorándole que hiciera algo. Pero el miedo del investigador era tan intenso como el de su compañera y, a pesar del viento helado que había precedido al cierre del recinto, su rostro empezó a sudar copiosamente. Fueron necesarios algunos e interminables minutos para que, al fin, sobreponiéndose, se decidiera a actuar. Aparentando calma, rogó a su amiga que iluminara de nuevo uno de los oblicuos muros de la pirámide. Nietihw accedió entre sollozos. Y ante el desconcierto de la hija de la raza azul, se dedicó a contar las sucesivas hileras de piedras que armaban el muro.
Concluido el recuento, se dirigió a la pared contigua, repitiendo la operación con un mutismo irritante.
Al terminar, su rostro se iluminó. Nietihw supo entonces que su enigmático amigo había descubierto algo. Pero, dominando su incertidumbre, prefirió guardar silencio y esperar.
Sinuhé contó igualmente las hileras de piedras del tercer y cuarto muros y, una vez satisfecha su curiosidad, dio una palmada, exclamando con un hilo de esperanza:
• ¡Nietihw, creo que estoy en lo cierto...!
La mujer le miró anhelante.
• Cada una de estas paredes -añadió el soror-consta de veintitrés hiladas o filas de bloques de piedras. Y las cuatro, como puedes observar, rematan la cúspide de una pirámide... ¿No te dice nada todo esto?

Nietihw reflexionó:
• ¿La cúspide de una pirámide? ¿Veintitrés hiladas de piedra?...
Sinuhé no llegó a captar el gesto de impotencia en el rostro de su amiga. Absorto en sus meditaciones había vuelto sobre uno de los muros, procediendo a medir la altura de vanos de aquellos sillares.
• ¡Exacto! -comentó para sí-. ¡Once décimas de paso!... Ahora sólo resta una última comprobación.
Y ante los atónitos ojos de Nietihw empezó a caminar -de norte a sur y de este a oeste-sobre la cuadrada plataforma que formaba el piso de la pirámide.
• No hay duda. Cada lado de este cuadrado -repuso-, suma algo más de veintiún pasos: la famosa unidad lineal del antiguo Egipto. Es decir, teniendo en cuenta que cada uno de estos.pasos egipcios equivale a 0,5432 metros..., sí, poco más o menos la mitad... Eso significa unos once metros.
Nietihw, consumida por la impaciencia y aterrorizada ante la idea de aquel enterramiento en vida, estalló:
• ¡No entiendo nada, Sinuhé! ¿Qué es lo que te propones? ¿Cómo vamos a escapar de esta trampa?
• No pierdas los nervios... Si no me equivoco, nos encontramos en la parte superior de la Gran Pirámide de Keops...
La mujer, temiendo que aquella serie de infaustos sucesos hubiera podido trastornar la mente de su compañero, tomó sus manos entre las suyas e iluminando el rostro de Sinuhé con sus arcos iris, le interrogó sin poder ocultar su preocupación:
• ¿Estás bien?

Sinuhé comprendió y, esbozando una media sonrisa, replicó:
• Todo lo bien que puede permitirme esta locura. Y saliendo al paso de las lógicas dudas de Nietihw, le detalló cuanto había averiguado:
• Tú sabes que en la actualidad... Es decir -rectificó-, en esa actualidad a la que pertenecíamos antes de saltar a este extraño mundo, la famosa Gran Pirámide del rey Keops se halla o se hallaba truncada. La hija de la raza azul asintió. Ella, como Sinuhé, sabía que la cima de dicha pirámide fue mutilada siglos atrás; muy probablemente en el siglo IX, en tiempos del califa Al-Mamum, que fue quien ordenó el desgraciado desmantelamiento de los bloques de piedra del revestimiento de la citada construcción.
• Pues bien, según todos los egiptólogos, en un principio, la Gran Pirámide estaba compuesta por 226 hiladas de bloques. En esa actualidad o tiempo o mundo de los que procedemos, la referida tumba de Keops sólo presenta 203 hiladas. Faltan, por tanto, 23...
Sinuhé señaló entonces los cuatro muros que les encarcelaban, sentenciando:
• Casualmente, este remate piramidal tiene las mismas hiladas y dimensiones que la cúspide arrebatada a la Gran Pirámide:
veintiún pasos y pico en su base o, sí lo prefieres, once metros y medio y algo más de trece pasos de altura.
• ¿No puede tratarse de un error o de una casualidad?.Sinuhé volvió a sonreír. Él, como miembro de la Logia secreta de la Sabiduría, había sido adiestrado en la llamada Mística de los Números, practicada de forma sistemática por los egipcios y, muy especialmente, por los constructores de pirámides.
• No ignoras -replicó- que la mística del número (auténtica religión para los egipcios) les exigía que toda cantidad, cualquiera que fuera su naturaleza, debía reflejar el simbolismo de la Justedad. A su vez, esta Justa Medida era el símbolo de la virtud humana. Y una de las más importantes manifestaciones de esa Justedad lo constituían los llamados triángulos rectángulos sagrados. Los egipcios los utilizaron en todas sus construcciones importantes y la Gran Pirámide no fue una excepción. En mis estudios sobre esta Maravilla pude constatar cómo, a partir de la hilada 203 (sobre la que nos encontramos en este instante) únicamente la 226 equivalía cuantitativamente al diámetro potencial de una circunferencia de 709,9999 de longitud, cuya fracción infinitesimal hace que su lectura virtual sea de 710 enteros, convirtiéndose, con su diámetro de 226 enteros, en la más perfecta circunferencia, símbolo, como te digo, de esa Justa Medida..., y testimonio evidente del conocimiento que tenían sus constructores de la razón existente entre el diámetro y su circunferencia. Por otra parte, una de esas medidas que acabo de verificar (siete metros y pico de altura) equivale a la vigésima parte del volumen de la Pirámide, de 270 pasos o 146, 6 metros de altura...

Sinuhé advirtió que Nietihw apenas si podía seguir -y mucho menos comprender-las explicaciones matemáticas que estaba recibiendo. Y resumiendo su descubrimiento, concluyó:
• Quiero decirte que sólo la Gran Pirámide de Keops reúne o reunía las medidas concretas a que estoy refiriéndome. En consecuencia, y no me preguntes cómo ni por qué, estamos prisioneros en lo más alto de la misma.
Nietihw no tuvo tiempo de formular la siguiente y más importante cuestión: ¿cómo escapar de aquel angustioso
encierro? Las mediciones de Sinuhé habían interrumpido las sucesivas invocaciones de las letras sagradas y esto, a la vista de lo que empezaba a brotar en el cabalístico relieve, podía precipitar los acontecimientos....Ocho de las nueve manos humanas que remataban los rayos luminosos que nacían del disco o símbolo solar habían empezado a cobrar vida. Nietihw se percató de ello y, desconcertada, señaló el relieve, al tiempo que lo iluminaba con sus haces multicolores. Y la pareja, muda y paralizada por la sorpresa, observó cómo aquellos dedos de piedra se contraían y articulaban, pujando por desprenderse del muro. Sólo la última mano -la que presentaba en su palma la A que completaba la palabra Dalamachia- seguía manteniendo su primitivo y pétreo aspecto.
Y, de pronto, la primera de las manos se cerró violentamente, aplastando en su interior la letra D. La hija de la raza azul enfocó sus arcos iris sobre dicha garra, comprobando con espanto cómo las afiladas falanges se teñían de negro. Al momento, con un crujido siniestro, la garra se quebró a la altura de la muñeca, cayendo sobre el enlosado.
• ¡Las golem!
Nietihw y Sinuhé retrocedieron hasta el centro de la pirámide, mientras el resto de las convulsivas y serpenteantes manos iban cerrándose, pulverizando cada una de las letras alojadas en sus respectivas palmas. Y una tras otra, -al igual que la primera, fueron desprendiéndose del relieve, cayendo sobre el piso y avanzando lenta y amenazadoramente hacia los iuranchianos.
• ¡Sinuhé!, ¿qué podemos hacer?

El primer impulso del hombre fue echar mano de su flecha de hielo. Pero, antes de utilizar a Samej, entonó la última de las letras sagradas:
• ¡Aleph!..., el uno.
El eco del nuevo mantra rebotó enloquecido en los muros de la cúspide de lo que Sinuhé suponía la Gran
Pirámide de Keops. Y, al momento, apareció un noveno y postrero punto escarlata, configurando un definitivo 6
en el centro del disco del ahora mutilado altorrelieve.
 

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